¡El retorno más grandioso de la historia!

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¡El retorno más grandioso de la historia!

A lo largo de la historia, los retornos a puestos de importancia han sido celebrados como increíbles hazañas de resiliencia, determinación y fortaleza. Las historias de este tipo de reapariciones  nos recuerdan nuestras propias luchas y nos inspiran a levantarnos para sobreponernos y seguir luchando. Aun así, los regresos exitosos son raros. En el mundo del deporte, incluso los atletas de élite tienen dificultades para volver a su grandeza después de una pausa prolongada. La competencia es feroz: incluso una pequeña disminución del rendimiento puede significar la diferencia entre la victoria o el fracaso.

Últimamente se ha hablado mucho de un extraordinario regreso en el ámbito político: el de Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, quien tras perder las elecciones presidenciales de 2020 logró protagonizar un retorno político considerado por muchos como de proporciones legendarias. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, calificó la victoria electoral de Trump en 2024 como “el mayor regreso de la historia”. Desde Grover Cleveland a finales del siglo xix, nadie había ocupado el cargo de presidente de Estados Unidos en mandatos no consecutivos, y Trump lo hizo enfrentándose a una resistencia mucho más poderosa. Los numerosos intentos de excluirlo, difamarlo y silenciarlo no funcionaron. Incluso sobrevivió a dos intentos de asesinato (al menos esos son los que se conocen).

Sin embargo, aunque este retorno al poder es ciertamente excepcional en el contexto de la política moderna, no es en absoluto el mayor regreso de la historia. La Biblia registra algunos regresos asombrosos (véase “Historias de redención en la Biblia: José, Moisés y David”, en la página 6). Sin embargo, hay uno que supera con creces a cualquier otro y fue el más grandioso de todos los tiempos: el de Jesucristo.  Los esfuerzos por silenciarlo y destruirlo llevaron a su muerte real, ¡pero resucitó de entre los muertos! A diferencia de cualquier otro retorno, el de Jesús a la vida después de su crucifixión no tiene parangón, no solo por su naturaleza milagrosa, sino también por su significado eterno, que cambia toda la trayectoria del futuro de la humanidad.  La victoria de Jesús sobre la muerte continúa con la promesa de su futuro regreso para gobernar al mundo, y establece el patrón para nuestra propia victoria junto con él.

Dejó la gloria divina para enfrentar una amenaza inmediata

Para apreciar plenamente la magnitud del regreso de Jesucristo, primero debemos comprender la magnitud de quién era él, el nivel al que tuvo que descender, la oposición a la que se enfrentó durante su vida humana y la horrible muerte a la que fue sometido.

Juan 1:1-3 revela que en el principio había dos Seres divinos, Dios y el Verbo, y que todas las cosas fueron creadas a través del Verbo. El versículo 14 afirma claramente que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús, que nació de la virgen María, ¡también fue el Creador de todas las cosas! Y “aunque era Dios, no consideró que el ser igual a con Dios fuera algo a lo que aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano” (Filipenses 2:6-7, Nueva Traducción Viviente).

Jesús se humilló y vino a la Tierra como hombre, despojándose voluntariamente de su gloria y poder divinos. ¡Este gran y poderoso Ser puso su existencia en manos de Dios Padre al momento de su concepción en el vientre de María!

Cuando Jesús nació, estaba en la mira de aquellos que planeaban matarlo. Él ya era ese humilde Cordero que estaba siendo preparado para el matadero (Isaías 53:7). Herodes el Grande, al enterarse de que este bebé sería el Rey de los judíos, el Mesías de la línea de David, intentó eliminarlo mediante una masacre de niños inocentes (Mateo 2). Herodes fue una herramienta de Satanás el diablo (véase Apocalipsis 12:3-4, 9).

Pero en aquel momento Jesús fue llevado a un lugar seguro, ya que aún no era su hora de morir.


Se intensifican los esfuerzos para destruir a Jesús

Alrededor de los 30 años, Jesús comenzó su ministerio predicando sobre el Reino de Dios y enfatizando la importancia del amor, el perdón y la obediencia sincera a Dios. Realizó milagros, sanó enfermos, expulsó demonios y entrenó discípulos para que difundieran su mensaje. Sus enseñanzas y acciones pronto atrajeron la atención de los líderes religiosos y políticos establecidos. Las cosas que dijo e hizo, incluyendo las impactantes insinuaciones que dio sobre su identidad, fueron vistas como una amenaza directa al statu quo, y pronto las autoridades comenzaron a conspirar para silenciarlo.

Los líderes religiosos constantemente procuraban atrapar a Jesús con sus propias palabras, pero él siempre los hacía probar de su propia medicina y quedar como necios. Indignado por los sacrificios, las ofrendas y el impuesto del templo, que se estaban convirtiendo en una fuente de especulación sin escrúpulos, expulsó a los despreciables cambistas del templo (Marcos 11:15-17), amenazando así un lucrativo negocio que también aportaba riqueza a la familia del sumo sacerdote y a los líderes políticos. “Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina”  (v. 18).

Los esfuerzos por destruir a Jesús se intensificaron con el tiempo. Sus enemigos conspiraron para arrestarlo, sabiendo que su creciente influencia entre el pueblo perturbaría su autoridad. Después de que Jesús resucitara a Lázaro de entre los muertos (Juan 11:1-44), “los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (vv. 47-48). También había mucha envidia hacia él, como percibió el gobernador romano Poncio Pilato cuando Jesús fue acusado ante él (Marcos 15:10).

Al final consiguieron que Jesús fuera arrestado, juzgado y condenado a muerte. Si alguna vez hubo un  juicio y una ejecución precipitado, fue en el caso de Jesús. Fue “preparado” como cordero para el matadero. Fue acusado de ser un insurrecto que intentaba destruir el templo, proclamarse rey desafiando la autoridad romana y prohibir a sus discípulos pagar tributo a Roma. Los jueces presentaron estos cargos ilegítimos contra Jesús sin ningún testimonio previo de testigos, llevaron a cabo el juicio antes del amanecer para evitar que alguien testificara a su favor y prepararon a testigos falsos para que testificaran, pero sus declaraciones no coincidían. Sin embargo, Jesucristo era totalmente inocente. Ni siquiera Pilato encontró algo malo en él.

Una muerte despiadada, pero no el final

Vergonzosamente, los líderes políticos de la época, incluido Pilato, cedieron a la presión de la multitud enardecida que exigía su muerte por crucifixión, una forma de ejecución brutal y humillante. Jesús fue ridiculizado, golpeado y obligado a cargar el madero para su crucifixión por las calles antes de ser clavado en él para que todos lo vieran.

Y luego murió. ¡Él, que había creado el mundo, había sido rechazado y asesinado por los mismos que había creado! Lo pusieron en una tumba, con la idea de que nunca más se le volviera a ver ni a oír.

Para todos los efectos prácticos, la muerte de Jesús parecía el final. Sus seguidores estaban devastados. Su mensaje, que había despertado tanta esperanza y expectación, parecía haber sido derrotado. Las autoridades religiosas creían que con su muerte se había eliminado la amenaza que representaba para su poder. Pero no sabían que este no sería el final de la historia de Jesús.

De hecho, su sufrimiento y muerte, por los cuales ellos y todos los seres humanos eran culpables, formaban parte de un impresionante plan trazado antes de la fundación del mundo. Tenía que suceder para pagar el castigo de los pecados de la humanidad, con Jesús como “¡el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Esto se presagiaba en la Pascua anual, celebrada en Israel durante siglos con el sacrificio de un cordero. El apóstol Pablo entendió este simbolismo, diciéndonos que “nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).

Pero en ese gran plan, Jesús no iba a permanecer muerto.

El milagro de la resurrección

El regreso más increíble de la historia ocurrió después de que el cuerpo de Jesús permaneciera en la tumba durante tres días y tres noches (véase Mateo 12:40). La tumba estaba vacía y la piedra había sido removida.

Contrariamente a todas las expectativas, Jesús resucitó de entre los muertos. ¡Dios Padre lo devolvió a la vida! (Gálatas 1:1). La Biblia describe cómo sus seguidores, que habían presenciado su brutal ejecución, al principio se sintieron desesperanzados y dudaron, pero pronto se les apareció, vivo y sano, y sus corazones se reanimaron. La resurrección de Jesús no fue simplemente una reanimación o un regreso a la vida en el sentido ordinario; ¡fue una victoria milagrosa sobre la muerte misma!

Además, también confirmó su divinidad y la verdad de sus enseñanzas. Había predicho su muerte y resurrección, y su regreso de entre los muertos validó sus afirmaciones sobre quién era. La resurrección fue una poderosa declaración de que una tumba fría y las fuerzas de la oscuridad, el pecado y la muerte no podían detenerlo (véase Hechos 2:24). Fue la victoria definitiva sobre los mismos poderes que habían tratado de silenciarlo y destruirlo, y en última instancia, sobre Satanás (Hebreos 2:14).

Y ocurrió durante la fiesta que sigue a la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura, que representa nuestro seguimiento de Jesús para salir de una vida de pecado y muerte hacia una vida nueva (compare 1 Corintios 5:7-8; Romanos 6:1-4). El triunfo de Jesús sobre el enemigo definitivo, la muerte, ofreció al mundo la esperanza de la vida eterna.

En los 40 días posteriores a su resurrección Jesús se apareció a sus discípulos, ofreciéndoles la prueba de su presencia viva. Su regreso no fue solo un momento fugaz, sino una poderosa declaración de que la muerte misma había sido derrotada y que el plan de salvación de Dios se estaba cumpliendo. La resurrección de Jesucristo es fundamental para la fe cristiana, ya que representa la esperanza de vida eterna para todos los que creen en él. Como se nos dice, Dios “nos ha engendrado de nuevo a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”  (1 Pedro 1:3).

La ascensión de Jesús, su liderazgo sobre su Iglesia y la promesa de su regreso

Después de aparecerse a sus seguidores y darles instrucciones sobre cómo difundir su mensaje al mundo, Jesús ascendió a los cielos. La ascensión de Jesús, aunque fue un momento de tristeza para sus seguidores por su aparente ausencia, también marcó una nueva fase en el desarrollo del plan de Dios para la humanidad. La ascensión de Jesús a la diestra del Padre significó su victoria sobre la muerte y su regreso para reinar sobre el universo. Su retorno al cielo no fue una retirada, sino un regreso triunfal a su legítimo lugar en la gloria, desde donde también serviría como nuestro Sumo Sacerdote y guiaría a su Iglesia a través del Espíritu Santo de Dios.

El mensaje de la resurrección enseñado por la Iglesia tenía la intención de llamar a las personas a cambiar sus vidas a través del arrepentimiento: “. . . y [Jesús] les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47).

Sin embargo, el mayor regreso de todos no termina con la ascensión de Jesús y el liderazgo de su pueblo hoy. Jesús nos aseguró que un día volverá a la Tierra para establecer su reino sobre todas las naciones. Este regreso futuro, conocido como la segunda venida, es una fuente de gran esperanza y anticipación para los creyentes. Es una promesa de que Jesús vendrá de nuevo, no como un humilde siervo, sino como Rey de reyes para gobernar y reinar sobre toda la Tierra. Este regreso final será la victoria definitiva, ya que Jesús derrotará todo mal, traerá justicia al mundo y establecerá la paz y la rectitud para la eternidad.

En el Nuevo Testamento se les dice a los cristianos que esperen este regreso con muchas ansias (Tito 2:13; 2 Timoteo 4:8), sometiéndose también al gobierno de Cristo en su vida incluso ahora, pero no solo oyendo el evangelio o las buenas nuevas, sino obedeciéndolo y viviendo de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Pedro 4:17; 2 Tesalonicenses 1:8). El regreso de Cristo hará que todas las personas aprendan a vivir según los caminos de Dios y reciban la oportunidad de la salvación. Y culminará, como se presenta en Apocalipsis 21-22, con un nuevo cielo y una nueva Tierra, donde Dios morará con su pueblo para siempre y donde la muerte, el dolor y el sufrimiento ya no existirán (Apocalipsis 21:4). La última reaparición de Jesucristo traerá la “restauración de todas las cosas”  (Hechos 3:21), la era del reino que por fin conducirá a la eternidad con Dios Padre y Cristo. El regreso de Jesús de entre los muertos es un anticipo de esta restauración venidera, y el medio para su realización.

El verdadero gran retorno

La historia de la resurrección de Jesucristo no es solo el regreso más importante de todos los tiempos: también es la historia del amor inquebrantable de Dios por la humanidad y su determinación de lograr la redención definitiva del mundo. Ningún regreso político, deportivo o cultural de ningún tipo puede compararse con el impacto eterno de la resurrección de Jesús y la promesa de su regreso.

En un mundo que con frecuencia está lleno de confusión, sufrimiento e incertidumbre, la resurrección de Jesús ofrece una esperanza inmejorable. Es la certeza de que, pase lo que pase en esta vida, la muerte no es el final. La victoria de Jesús sobre la muerte ofrece la esperanza suprema a todos los que creen en él.  Tal como él resucitó de entre los muertos, aquellos que lo sigan vivirán para siempre.

Y la siguiente etapa de la reaparición de Jesús, su retorno a la Tierra en poder y gloria, será el más grandioso retorno jamás visto y conducirá a la victoria final sobre el mal y la muerte.  Y aunque los regresos terrenales pueden inspirarnos por un tiempo, el regreso eterno de Jesús es el que cambiará para siempre el curso de la historia y traerá paz, justicia y esperanza al mundo entero.

¿Reconoce la mano de Dios a través de la historia y en la vida de este Hombre, Jesucristo, y se compromete a escuchar su llamado en su vida? Jesús vino a la Tierra y dio su vida para llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10). La Biblia los llama los débiles de este mundo, pero cada uno tendrá su propia historia de regreso para confundir a los poderosos (1 Corintios 1:26-29) y para vivir y reinar con Cristo por siempre. ¿Quiere librarse del pecado y de la muerte? ¿Se arrepentirá y creerá en las buenas nuevas? (Marcos 1:14-15). ¡Ahora es el momento de responder! BN