#341 - Hebreos 10-11
"Los héroes de la fe"
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#341 - Hebreos 10-11: "Los héroes de la fe"
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Esta advertencia es: no deben volver a esa “vieja manera” de adorar a Dios de acuerdo con el judaísmo y con los sacrificios de animales, y en vez deben seguir asistiendo a los servicios de la Iglesia y no a los de la sinagoga judía. Algunos se habían descorazonado por las persecuciones y echaban de menos el compañerismo judío.
Por eso Pablo los exhorta: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. &iqauest;Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:24-31).
El pecado mencionado aquí es el de la apostasía: un claro abandono de la fe. El Comentario del Expositor señala, “Los aludidos saben lo que Dios ha hecho en Cristo y su conocimiento era suficiente. Si, sabiendo esto, ellos retroceden y continúan pecando (el término griego hamartanonton significa ‘seguir pecando’), entonces ya no queda más sacrificio por los pecados. Tales personas han rechazado el sacrificio de Cristo y si vuelven al sistema de los sacrificios del judaísmo, retoman algo que su conocimiento del cristianismo les enseña no pueden en realidad quitar el pecado (ver Hebreos 10:4)”.
Aquí tenemos tres descripciones del pecado de apostasía: (1) pisotear al Hijo de Dios -o despreciarlo- y sus enseñanzas; (2) considerar la sangre del pacto derramada por Jesús como algo inmundo, y (3) rechazar el espíritu santo de Dios en uno. Son algo parecido a “la blasfemia contra el Espíritu Santo” que Jesús mencionó en Mateo 12:31. Recuerden, pues, que Cristo no se crucificará dos veces por nadie (vean Hebreos 6:6).
Después de esta advertencia, Pablo, como un buen pastor cariñoso, les recuerda de su fidelidad pasada y cómo habían vislumbrado ese reino de Dios venidero.
Les dice: “Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:32-39).
Así, ellos deben perseverar en la fe a través de la obediencia y la acción, porque la carrera de la fe no termina hasta la muerte o la venida de Cristo.
Al respecto, también los anima a perseverar al relatar esos grandes ejemplos de fe y obediencia que lograron la meta, mencionados en el capítulo 11, llamado “el capítulo de la fe”.
Les dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:1-6).
La fe, en este contexto, significa ser fiel a lo que uno cree, mostrándolo con las obras. Es la evidencia, o lo que uno hace respecto a seguir la verdad de Dios. El versículo dos confirma esto: “Porque por ella recibieron aprobación los antiguos” (BDLA).
El Comentario Expositor explica: “La fe es una realidad presente y continua. No es simplemente una virtud que a veces era practicada en la antigüedad. Es más bien una forma de vida que el escritor desea ver continuada en la práctica”.
Sí, es la fe con acciones la que agrada a Dios. Como dijo Santiago: “¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Stg 2:20-22). Desde luego, no debemos jactarnos de nuestras obras, pues nadie cumple perfectamente con la ley de Dios. Sin embargo, él desea ver nuestra fe en acción y promete recompensar nuestros esfuerzos (Hebreos 11:6).
El primer ejemplo que Pablo entrega de la fe es creer que Dios creó el universo “de la nada” (llamado ex nihilo en latín). Las antiguas religiones creían que la materia era eterna y que sus dioses solo la moldeaban como si fuera barro. En cambio, la Biblia es la única fuente que dice que la materia no es eterna y que Dios la creó a través de una fuerza invisible llamada “espíritu” (Romanos 1:20).
Es más, la ciencia muestra que la materia tuvo un comienzo y surgió “de la nada”. Como Arno Penzias, ganador del Premio Nobel, declaró: “La astronomía nos lleva a un suceso único, en que un universo es creado a partir de la nada, con un equilibrio muy delicado que proporciona exactamente las condiciones necesarias para permitir que exista la vida y con un plan preliminar (que se podría llamar ‘sobrenatural’)” (Cosmos, Bios y Teos, 1992, p. 83).
A continuación, tenemos unos ejemplos de fe en acción: dieciséis con nombres propios. Abel es el primero, que reverentemente presentó a Dios un sacrificio grato, en lugar del sacrificio irrespetuoso de su hermano Caín (ver 1 Juan 3:11-12).
Enoc es el que sigue, pues, “caminó con Dios” (Génesis 5:22). Esto significa que obedeció a Dios y “fue traspuesto” para no “ver muerte”. Probablemente significa que, al ser uno de los pocos justos en medio de una generación degenerada que buscaba matarlo. En vez, fue llevado a un lugar no revelado (como sucedió con Elías), donde vivió a salvo hasta morir una muerte natural, porque recuerden, Enoc no fue al cielo, pues “conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido” (vs. 13).
El siguiente héroe es Noé, otro que caminó con Dios y “con temor preparó el arca”, es decir, obedeció fielmente los mandamientos de Dios. Perseveró durante 100 largos años hasta terminar el arca y pasó por el Diluvio con su familia.
A continuación, tenemos al fiel Abraham, quien fue probado muchas veces para ver si obedecería a Dios a toda prueba. Aquí se revela lo que lo inspiraba: la fe en ese reino de Dios, donde heredaría esas promesas.
Luego se menciona a Sara, la esposa de Abraham, que “por la fe… siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido”. Cuando Sara tuvo a Isaac tenía alrededor de 90 años, mucho más allá de su estado fértil y, sin embargo, creyó en Dios que era posible, aunque al principio se rio por considerarlo tan improbable. Por esta razón, Dios le dijo que el hijo se llamaría Isaac, que significa “risa”, un ejemplo del humor bíblico.
Como dice El Comentario del Creyente: “El relato narra claramente que Sara había pasado la edad de tener un hijo. Pero ella sabía que Dios le había prometido un bebé y creía que él no se echaría atrás de su palabra. Tenía una fe inquebrantable de que Dios haría lo que le había prometido”.
Luego se menciona otra prueba de la fe de Abraham. Como El Comentario del Creyente indica: “Ahora llegamos a la prueba más grande de la fe de Abraham. Dios le dijo que ofreciera en sacrificio a su único hijo, Isaac. Con una obediencia sin vacilar, Abraham se dispuso a entregar a Dios el tesoro más preciado de su corazón. ¿Entendía el tremendo dilema? Dios le había prometido innumerables descendientes a través de Isaac, su único hijo engendrado. Abraham tenía ¡117 años y Sara 108! El dilema era éste: si Abraham sacrificaba a Isaac, ¿cómo podrían cumplirse las promesas? Isaac tenía unos 17 años y no estaba casado. Abraham sabía lo que Dios le había prometido y era todo lo que le importaba. Concluyó que, si Dios le exigía sacrificar a su hijo, Dios podía resucitarlo, incluso de entre los muertos, para cumplir la promesa… La fe de Abraham en la promesa de tener descendientes numerosos fue probada durante un período de cien años. El patriarca tenía 75 años cuando se le dio la promesa de un hijo. Esperó 25 años antes de que Isaac naciera. Isaac tenía 17 años cuando Abraham lo llevó al Monte Moriah para ofrecerlo a Dios. Isaac tenía 40 cuando se casó y estuvo casado 20 años antes de que nacieran los gemelos. Abraham murió cuando tenía 175 años. En esos momentos sus descendientes consistían en un hijo (75 años) y dos nietos (15 años). Sin embargo, durante toda su vida “tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:20-21). Por eso es llamado el “padre de la fe” o “el padre de todos los que creen” (Romanos 4:16).
A continuación, se describe la fe de Isaac, quien “bendijo a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras” (Hebreos 11:20). El Comentario del Creyente explica: “¿Qué fue tan notable de eso? Antes de que los niños nacieran, el Eterno anunció a Rebeca que los muchachos engendrarían dos naciones y que el mayor (Esaú) serviría al menor (Jacob). Esaú era el favorito de Isaac y, como hijo mayor, normalmente habría recibido la mejor porción de su padre. Pero Rebeca y Jacob engañaron a Isaac, que apenas podía ver, para recibir la mejor bendición. Cuando se descubrió el engaño, Isaac tembló violentamente. Sin embargo, recordó la palabra de Dios de que el mayor serviría al menor, y a pesar de su predilección por Esaú, se dio cuenta que debía aceptar la voluntad de Dios”.
Entonces dice acerca de su hijo Jacob: “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón” (Hebreos 11:21). Él confió en Dios respecto a este cambio de bendiciones. Al bendecir a Efraín y Manasés, cruzó sus manos para que la bendición del hijo mayor cayera sobre Efraín, el hijo menor. A pesar de las protestas de José, Jacob insistió en que las bendiciones debían mantenerse porque eran las órdenes de Dios. Sabemos que cada hijo cumplió las profecías dadas, con sus descendientes eventualmente convirtiéndose en poderosas naciones--Efraín como Gran Bretaña y su Mancomunidad de Naciones y Manasés como los Estados Unidos de América.
El siguiente héroe de la fe es José, quien “por la fe...al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos” (Hebreos 11:22).
El Comentario del Creyente señala: “José creyó en la promesa de Dios de que libraría a los hijos de Israel de los egipcios. La fe le permitió ya imaginarse el Éxodo venidero. Estaba tan seguro, que instruyó a sus descendientes a llevar sus huesos con ellos para ser enterrados en Canaán. “Así,” escribe William Lincoln, “rodeado de la pompa y esplendor de Egipto, su corazón no estaba allí, sino con su pueblo en su futura gloria y bendición”.
A continuación, tenemos a Moisés, cuyos padres lo ocultaron en lugar de seguir las órdenes del faraón de entregarlo para ser asesinado. Entonces, como niño, aprendió la religión de sus padres a pesar de los riesgos, creyendo en el Dios hebreo como el único verdadero y acerca de un reino venidero de Dios. Él prefirió “ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (Hebreos 11:25-26).
Luego, el relato muestra la fe de Moisés en salir de Egipto a Madián (porque aún no era tiempo de liberar a su pueblo). Después celebró la Pascua con sus compatriotas y lograron cruzar el Mar Rojo.
Durante el asedio de Jericó bajo Josué, se menciona la fe de Rahab, que “no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz” (Hebreos 11:31).
El Comentario del Creyente relata: “Ella abandonó la falsa religión de Canaán para convertirse en una seguidora judía. Su fe recibió una prueba rigurosa cuando los espías llegaron a su casa. ¿Sería leal a su país y a sus compatriotas, o sería fiel al Eterno? Ella decidió estar del lado del Eterno, aunque eso significaba traicionar a su país. Al dar amable bienvenida a los espías, ella y su familia fueron perdonados, mientras que sus vecinos desobedientes perecieron”.
Ella se casó con Salmón de la tribu de Judá y eventualmente se convirtió en bisabuela del rey David y del linaje de Jesucristo. Muestra cómo una mujer pecadora pero arrepentida puede empezar una nueva vida ante Dios y dejar el pasado atrás.
Como leemos en Mateo 1:5-6: “Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías”. ¡Qué gran ejemplo de la fe!