Bullying: Podemos acabar con él
Un día, estando en séptimo grado y mientras caminaba por un pasillo, fui empujada bruscamente hacia el otro extremo del pasillo. Voltee para ver qué había pasado. Una chica enorme se alejaba riéndose histéricamente. Me fui a clase, conmocionada. Ese fue el comienzo de lo que yo llamaba “ser acosada”. Algo que hoy también llamamos “bullying”.
En aquel tiempo, yo era muy pequeña y tímida. No recuerdo haber tenido amigos en la escuela porque cambiaba de ella frecuentemente. Este incidente del empujón fue el primero de varios episodios con esta chica, cuyo nombre ni siquiera sabía. Una noche, cuando me estaba preparando para subir al autobús, ella estaba allí. Agarró mi cabeza con sus enormes manos y procedió a golpearme la cabeza contra el autobús. Afortunadamente, no me lastimé.
Luego, otro día, me empujó de nuevo en el pasillo, pero esta vez yo ya estaba harta. Aventé mis libros escolares, preparándome para darle su merecido, cuando intervino una maestra. Nuestros compañeros nos habían rodeado con la esperanza de ver una pelea, pero a los dos nos enviaron a la oficina del director, donde descubrí que se llamaba Janice. El acoso terminó después de eso y nunca más me molestó. No sé qué le pasó a ella después.
Tampoco sé por qué Janice pensaba que era divertido o gracioso meterse con una niña que era mucho más pequeña que ella. En aquel momento solo sabía que era aterrador y sentía la necesidad de mirar siempre por encima del hombro.
De hecho, también pasé por otras situaciones en la escuela primaria en las que me insultaban. Me olvidé de que sufría de este tipo de acoso hasta que el bullying comenzó a aparecer en los titulares de las noticias con mucha más frecuencia.
Según las estadísticas de Family First Aid (Primeros Auxilios Familiares), aproximadamente el 30 por ciento de los adolescentes en los Estados Unidos de América han estado involucrados en el acoso, ya sea como acosadores o como víctimas del mismo. Los datos sugieren que los adolescentes más jóvenes corren un riesgo mayor. El acoso físico es más común entre los niños, y las adolescentes a menudo prefieren el acoso verbal y emocional. Los estudios muestran que las personas que sufren abusos de sus compañeros corren el riesgo de presentar problemas de salud mental, como baja autoestima, estrés, depresión o ansiedad. Y también pueden pensar en el suicidio con más frecuencia.
Hay cuatro tipos de acoso:
Físico, que fue el que sufrí en la escuela secundaria.
Verbal, que sufrí en la escuela primaria cuando me insultaban.
Emocional, cuando te hacen sentir solo (por ejemplo, si nadie se sienta contigo en el almuerzo o si otros te aíslan excluyéndote).
Ciberacoso, que es el más reciente y del que se suele escuchar en las noticias.
Si estás sufriendo acoso, ¡consigue ayuda! No te recomiendo luchar físicamente para detenerlo como lo hice yo. Sin embargo, al tomar medidas, se hizo público y el director intervino y lo detuvo.
Si estás sufriendo o presenciando acoso, aquí hay algunas formas de obtener ayuda:
1. Informa del acoso a un adulto de confianza.
Si no denunciamos las amenazas y las agresiones, el acosador a menudo se volverá cada vez más agresivo. En muchos casos, los adultos pueden encontrar formas de ayudar con el problema sin que el acosador sepa que fuiste tú quien lo denunció.
2. No te culpes ni te lo tomes como algo personal; no es tu culpa que alguien te acose constantemente.
El problema es de esa persona. Recuerda siempre que tu identidad debe venir de Dios, no de lo que otras personas esperan de ti.
3. Aléjate del acosador.
A los acosadores les encanta sentir el control. Si te alejas y los ignoras, perderán el control sobre ti.
4. Nunca estés solo; asegúrate de estar con alguien o un grupo de personas.
Sin embargo, lo más importante que puedes hacer es pedirle ayuda a Dios. ¡Dios está ahí para ayudarte! A él le importa lo que te está pasando. Dios no es solo el Dios de tus padres, sino también el tuyo. Pedro dijo: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Y si estás acosando a otra persona, ¡detente! En realidad, puedes llevarla a su límite y hacer que se quite la vida. Trata a los demás como quieres que te traten a ti. “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:32).
La conclusión es ser amables unos con otros, porque la vida es dura y todos necesitamos que nos animen, no que nos menosprecien. Pon tu identidad no en lo que los demás piensen de ti, sino en lo que Dios piensa de ti. Si todos practicamos estas cosas, el acoso nunca vendrá de nosotros ni nos afectará. Y no te avergüences de buscar ayuda si te están acosando. ¡Podría salvarte la vida! No tienes que pasar por esto solo.