El segundo gran mandamiento de Dios

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El segundo gran mandamiento de Dios

Después de enunciar el primer gran mandamiento, Jesucristo dijo: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos 12:31).

¡Este segundo gran mandamiento es casi tan único, revolucionario y contrario a la egoísta naturaleza humana como el primero! (Lea la primera parte de esta serie, “El primer gran mandamiento de Dios”, que comienza en la página 18).

Dios entregó su segundo gran mandamiento por medio de Moisés (Levítico 19:18). El capítulo donde se encuentra proporciona algunos detalles muy importantes sobre cómo demostrar amor a los demás.

Este mandamiento va de la mano de lo que llamamos la regla de oro, expresada en Mateo 7:12 y Lucas 6:31, a menudo parafraseada como “Haz a los demás como quieras que hagan contigo”.

El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo es un resumen de los últimos seis de los Diez Mandamientos de Dios, que muestran cómo amar a nuestros semejantes (véase Romanos 13:8-10). Examinemos en más detalle lo que significa este gran principio.

¿Qué significa amar a los demás como a uno mismo?

El amor divino está bellamente definido y descrito en “el capítulo del amor”, 1 Corintios 13. ¡Todos haríamos bien en repasar con frecuencia este pasaje! Observe que el verdadero amor es humilde y desinteresado, no orgulloso, egoísta o egocéntrico.

Debemos seguir los ejemplos de Dios Padre y de Jesucristo. ¡Ellos aman a todos! (Juan 3:16). “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor
(1 Juan 4:8). Los versículos siguientes nos recuerdan que Dios sacrificó a su propio Hijo. Y Jesús estuvo dispuesto a sufrir una tortura y una muerte insoportables por nosotros a fin de que pudiéramos vivir . . . ¡para siempre! Solo piense en el ejemplo de Jesús de mostrar compasión y amor por todos, incluidos los discapacitados físicos, los que se consideraban intocables y otros pequeñitos de la sociedad. Él fue el perfecto líder servidor, ¡siempre cuidando de los demás!

¿Se aplica también este cuidado a nosotros mismos? Cabe hacer notar que el segundo gran mandamiento da por sentado que nos amamos a nosotros mismos (compare con Efesios 5:29). Si no nos amáramos a nosotros mismos, ¡amar a nuestro prójimo “como a [nosotros] mismos” no sería fácil!

La clave está en entender lo que la Biblia quiere decir con “amor”. Es prácticamente lo contrario de lo que son los narcisistas: “amadores de sí mismos”, de forma egoísta y arrogante, entre otros terribles rasgos descritos en 2 Timoteo 3:1-7.

Dios diseñó a todas las criaturas, incluidos los seres humanos, con una especie de instinto para satisfacer sus propias necesidades. Deseamos comida cuando tenemos hambre, alivio cuando nos duele algo, dormir cuando tenemos sueño, etc. Además, los buenos padres y otras influencias positivas nos enseñan a mantener sanos nuestros cuerpos, mentes, relaciones, etc. Todo esto es el amor sano por uno mismo que Dios pretende. No es egoísta, ególatra ni narcisista. Además, al amar a Dios, aceptamos su deseo para nosotros al crearnos.

Tenga en cuenta también que cuanto mejor sea nuestra salud física y mental, más útiles podremos ser a los demás. Piense en las instrucciones que da una azafata a quienes llevan un niño pequeño con ellos. Si hay una pérdida de oxígeno en el avión, uno primero debe ponerse la mascarilla de oxígeno y luego al niño. ¿La razón? Porque de lo contrario, ¡podría perder el conocimiento mientras lucha por ayudar a su hijo! ¿La lección? Si se quiere a sí mismo lo suficiente como para mantener una buena salud, ¡estará mejor preparado para ayudar a los demás y podrá valorar lo que Dios le ha dado!

Pero, como ya dijimos, no debemos amarnos solo a nosotros mismos, sino también a los demás como a nosotros mismos.

Aunque los sentimientos importan, el amor se refiere en toda la Biblia principalmente a las acciones de uno. Incluso cuando no tenemos ganas de amar a ciertas personas, debemos actuar de una manera que demuestre amor hacia ellos. Juan, conocido como “el apóstol del amor” por lo mucho que escribió sobre dicho tema, hace hincapié en la obediencia a Dios, aunada a la bondad y el servicio a los demás, como elementos esenciales del amor divino (véase 1 Juan 2:4-6; 3:11-18). Además, actuar de forma cariñosa con los demás lleva a sentirse más amoroso.

Dios espera que pensemos y actuemos con solicitud y compasión, preocupándonos por las necesidades y el bienestar de los demás tanto como por los nuestros. Además, una persona virtuosa va más allá y se sacrifica si las circunstancias lo exigen, anteponiendo la necesidad de otras personas  a la suya propia (Juan 15:13; 1 Juan 3:16).

La Biblia enseña que cada integrante del pueblo de Dios debe ejercer un amor especial por su “familia” espiritual. Jesús exhortó a sus discípulos a “[amarse] unos a otros”, especificando “como yo os he amado”, y declarando: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). Pablo escribió: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, especialmente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10; véase también 1 Juan 3:10-18; 1 Pedro 4:8-10). Sí, enfóquese especialmente en quienes son creyentes, pero no olvide hacer “bien a todos”.

¿Quién es mi prójimo?

Cuando Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo”, ¡se refiere a todos los habitantes del esta Tierra! (compare 1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Dios espera que lo imitemos y que amemos a todos según tengamos la oportunidad (Efesios 5:1). Amar a los demás hijos de Dios es un elemento esencial de la expresión del amor a nuestro Padre.

Cierto estudioso de la ley bíblica interrogó a Jesús sobre los dos grandes mandamientos y luego le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29). Este jurista judío esperaba dos cosas: quería desacreditar a Jesús, y además buscaba excusas para no amar a varias personas. A mucha gente le atrae la idea de ser “prójimo” solo con la gente que le cae bien, que tiene las mismas creencias religiosas, intereses o etnia, que vive en el mismo barrio, etc.

Jesús respondió a su pregunta relatando la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-37). Esta historia debió parecerle chocante y repulsiva a este erudito judío, ya que los judíos veían a los samaritanos como extraños y despreciables. La parábola presenta a las figuras religiosas judías como poco dispuestas a ayudar a un viajero de Jerusalén tendido en el camino tras ser atacado por ladrones, mientras que un samaritano es presentado como compasivo, amable y generoso con la víctima, a pesar de ser de un origen religioso y étnico rival.

Podemos adivinar lo que podían estar pensando el sacerdote y el levita de la parábola. Muchos en aquella época, como en otras, comúnmente suponían que el sufrimiento de una persona era un castigo de Dios merecido. Además, los sacerdotes y levitas podrían haber pensado que sus actividades religiosas eran demasiado importantes como para desviarse de ellas, o simplemente no querían asumir ninguna carga o inconveniente adicional.

El samaritano de la historia hizo lo necesario por el hombre que había sido asaltado, y el erudito tuvo que admitir que el que aceptó al forastero caído como prójimo, de acuerdo al mandamiento, fue el único que cumplió ese mandamiento.

¡¿Amar incluso a nuestros enemigos?!

Jesús profundizó aún más el tema en su sermón del monte, declarando: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborre-cen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lucas 6:27-28). Y a continuación mencionó la  regla de oro: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (v. 31; véanse los versículos 32-36).

Esto significa que debemos amar incluso a las personas que no son agradables ni fáciles de querer. Dios sabe que no siempre vivimos como deberíamos. Nuestra esperanza debe ser que todos los seres humanos reciban finalmente la gracia que nosotros hemos recibido: que se arrepientan de sus pecados, reciban el perdón de Dios y finalmente sean bendecidos con la vida eterna.

Amar a los demás requiere nuestra disposición a perdonar (Mateo 6:12). Jesús dijo: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (v. 15).

Esto no significa una reconciliación instantánea, pasando por alto los cambios necesarios. Dios es un Dios de justicia y también de misericordia, que inspiró a Amós a escribir: “Odien lo malo y amen lo bueno; conviertan sus tribunales en verdaderas cortes de justicia” (Amós 5:15). Él odia el pecado y desea que los pecadores sean llevados ante su sabio juicio, pero también que se arrepientan para recibir su misericordia.

Dios castiga a los pecadores de diversas maneras por sus malas acciones, pero siempre lo hace por amor, para que la persona mejore. “Porque el Señor al que ama, disciplina” (Hebreos 12:6). Dios espera que las autoridades gobernantes mantengan la ley y el orden (Romanos 13:1-7). El verdadero amor incluye a veces el “amor duro”. La Biblia enseña claramente que los padres deben disciplinar a sus hijos por haber obrado mal, como parte de lo que significa amarlos.

Cuando Cristo, el Juez perfecto, regrese a la Tierra, impartirá las recompensas y los castigos, ¡y la Tierra experimentará verdadera justicia y paz! Mientras tanto, nuestra principal responsabilidad es amar, procurando y esperando lo mejor para todos.

Este mensaje de amor está presente en toda la Escritura, y fue presentado por primera vez en el Antiguo Testamento. Sin embargo, el mandato de Jesús de amar “como yo os he amado” elevó enormemente la comprensión y la práctica del verdadero amor divino.

Recuerde siempre seguir el ejemplo de Cristo de obedecer alegremente los dos sublimes y grandes mandamientos. Como se nos dice en Lucas 10:27: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. BN