El primer gran mandamiento de Dios

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El primer gran mandamiento de Dios

Cierto fariseo, un erudito de la ley, quiso poner a prueba a Jesús con la siguiente pregunta: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mateo 22:35-36).

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39, énfasis nuestro en todo este artículo). Los relatos de Marcos 12:28-34 y Lucas 10:25-28 añaden “y con todas tus fuerzas”.

Jesucristo declaró que, por sobre todos los maravillosos mandamientos de Dios, ¡dos de ellos eran los grandes mandamientos! (El segundo de ellos se tratará en el próximo artículo).

Dios reveló estos mandamientos mucho antes por medio de Moisés. El primero se proclama en Deuteronomio 6:5, y el segundo en Levítico 19:18. En el libro de Deuteronomio, nueve versículos nos ordenan amar al Eterno.

Jesús dijo: “No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos 12:31). También dijo: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40). Esta es una de las razones por las cuales los grandes mandamientos son grandes: porque abarcan las numerosas leyes espirituales de Dios en su totalidad. Por ejemplo, los cuatro primeros de los Diez Mandamientos se enfocan en cómo amar a Dios, y los seis últimos en cómo amar al prójimo (Romanos 13:9-10; Gálatas 5:14).

¡Los dos grandes mandamientos son realmente grandes! En Mateo 22:36-38, la palabra griega para “grande” es megas, de la que se deriva el prefijo español mega, que significa “enorme”. ¡Los grandes mandamientos encierran enorme importancia!

El amor de Dios representado por estos mandamientos se expresa en el profundo cuidado y preocupación que mostramos a los demás. Y como queda claro en el primer gran mandamiento, este amor debe dirigirse ante todo a Dios.

Debemos amar a Dios con todo nuestro ser

Es probable que cuando Jesús le mencionó estos versículos del Antiguo Testamento al fariseo, lo haya hecho en hebreo. Tal como se afirma en Deuteronomio 6:5, el primer mandamiento exige que amemos a Dios con todo nuestro corazón (es decir, con nuestros sentimientos, anhelos y entendimiento), y con toda nuestra alma, refiriéndose a nuestro ser (nuestra vida física y conciencia), y con todo nuestro “muy”, que es lo que literalmente significa el vocablo hebreo me’od. Algunos han interpretado esta extraña expresión como “con todo nuestro ímpetu”, que expresa intensidad en cuanto a sinceridad, seriedad y celo. Al traducir este término al griego, los escritores del Nuevo Testamento utilizaron palabras para mente y también para fuerza, ya que conllevan plena intención y energía.

En resumen, se hace énfasis en que debemos amar a Dios con todo lo que somos y todo lo que tenemos: ¡total, continua, reflexiva y apasionadamente de todas las maneras posibles!

Dios hizo hincapié en que es un Dios celoso, y que sus celos afloran cuando su pueblo muestra afecto a otros dioses, que son falsos (Deuteronomio 6:15; 32:16, 21; véase también Éxodo 20:5; 34:14). Esto no tiene que ver con envidia, sino con la dedicación para proteger la estrechez de la relación. Imagine a un marido que no tiene ningún problema con que su mujer lo engañe. Ella bien podría pensar que él no la ama de verdad. Del mismo modo, a Dios le preocupa que seamos infieles en nuestra relación con él, demostrando así su amor por nosotros. Además, sus celos nos protegen de cualquier daño.

Dios, tanto el Padre como Jesucristo, debe ser lo primero en nuestras vidas. En Lucas 14:26-27 Jesús dijo: “Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer [Nota: otras versiones dicen “amar menos”, “renunciar”, “estar dispuesto a dejar”, etc.] a los demás –a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas– sí, hasta tu propia vida” (Nueva Traducción Viviente).

La Biblia nos da abundantes y claras enseñanzas sobre cómo amar a Dios. Para amarlo, es fundamental que lo obedezcamos. “Pues este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3). Jesús también dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Cuando la Biblia habla de amor, se refiere a acciones más que a sentimientos, a mostrar amor mediante obras. No se trata de actuar según nuestros sentimientos, sino de proponerse hacer lo que Dios dice, a veces en contra de nuestros sentimientos y haciendo sacrificios personales. En este proceso de esforzarse por amar a Dios mediante la obediencia, uno finalmente llega a sentir amor por Dios.

No obstante, ¡para ello es fundamental la gratitud! ¡Deberíamos estar continuamente agradeciendo y alabando a Dios por sus innumerables bendiciones y favores! Para usar una ilustración, él nos modeló a su imagen, nos puso en el planeta perfecto para nosotros, perdona nuestros pecados, es nuestro proveedor y protector, ¡y tiene un plan para darnos vida perpetua en el paraíso!

Muchas personas tal vez comienzan a obedecer a Dios por miedo a futuros sufrimientos. Y luego, cuando experimentan sus bendiciones, puede que obedezcan porque desean las recompensas que él concede. Sin embargo, Dios con el tiempo nos conduce a superar esto para que lleguemos a desarrollar una relación íntima con él en la cual lo obedecemos, adoramos y veneramos, motivados por una profunda gratitud y amor.

Este amor no nos nace de forma natural

Bajo la influencia de Satanás el diablo, la naturaleza humana se ha corrompido. (Busque en LasBN.org “Naturaleza humana: Lo que usted debe saber”, en la edición mayo-junio de 2024). No es de extrañar que Dios tenga que ordenarnos que lo amemos. El corazón y la naturaleza humana son “extremadamente [perversos]” (Jeremías 17:9; véase también Romanos 8:6-7; Gálatas 5:19-21). Necesitamos la ayuda sobrenatural de Dios para sustituir progresivamente esa naturaleza por la naturaleza divina (véase Isaías 55:6-9).

Además, no es natural amar a alguien a quien no podemos ver, oír o tocar. Por eso Dios “envió a su Hijo” para revelar al Padre (1 Juan 4:9-10; Mateo 11:27). Jesús ejemplificó perfectamente al Padre al afirmar: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:7-11).

La Biblia, el “manual de instrucciones” de Dios para la humanidad, nos permite aprender de manera continua y adicional  sobre Dios y cómo vivir. En Lucas 4:4 se nos dice: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios”.

También tenemos la oportunidad de aprender sobre Dios observando continuamente su otra revelación: su maravillosa creación (Romanos 1:20-25).

A medida que llegamos a conocer íntimamente a Dios, ¡vemos cuán fácil es amarlo! Después de todo, “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (v. 19).

A muchos les resulta difícil amar a Dios y confiar en él debido a la maldad, las tragedias y el sufrimiento que vemos en todo el mundo. ¿Por qué lo permite Dios? Es una pregunta razonable. Sin embargo, lo fundamental del plan de salvación de Dios es que todos los seres humanos tienen libertad personal, la libertad de tomar sus propias decisiones. Dios podría acabar fácilmente con todo el sufrimiento convirtiendo a los seres humanos en robots. En lugar de eso, cada uno debe tomar decisiones y hacer elecciones, las cuales pueden ser buenas o malas. Dios insta a cada persona a “escoger la vida” (Deuteronomio 30:19).

Una de las principales causas del sufrimiento es que “el mundo entero está bajo el control del maligno”, es decir bajo Satanás, “el tentador” y “príncipe de este mundo” (1 Juan 5:19; Mateo 4:3; Juan 12:31, Nueva Versión Internacional). Como resultado, ¡este mundo en tinieblas está lleno de odio! Con la ayuda de Dios, debemos aprender a resistir a Satanás: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo y huirá de ustedes” (Santiago 4:7).

Pero el plan de Dios finalmente solucionará todo esto. Le recomendamos que solicite y lea nuestra guía de estudio gratuita ¿Por qué Dios permite el sufrimiento?

Un mandamiento único

Cuando se le dio este mandamiento al antiguo Israel, fue algo sorprendente. Los dioses paganos, que según se creía consideraban a las personas como sus esclavos, debían ser temidos y servidos, pero no amados. Además, los dioses paganos no expresaban amor por la gente. ¡Pero el Dios verdadero ama y quiere salvar a todo el mundo! (Juan 3:16; 1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9).

Lo que también es diferente en la religión verdadera es esto: nuestro Dios ofrece poner en nuestros corazones el amor que él requiere de nosotros instando a cada persona a confiar en él, a arrepentirse de sus pecados y a comprometerse plenamente, bautizándose para el perdón de los mismos. A continuación, Dios le concede el don de su Espíritu Santo para que more en ella (Hechos 2:38; 3:19).

Ese don del Espíritu Santo de Dios produce en nosotros maravillosos “frutos” espirituales que incluyen el amor, la alegría y la paz (Gálatas 5:22-23). Si de nosotros dependiera, nunca nos someteríamos a los caminos de Dios. ¡Pero él nos transforma milagrosamente, poniendo en nosotros su naturaleza virtuosa!

Por favor, considere el plan divino de Dios. Si él lo llama a ser su discípulo e hijo, ¡responda a su invaluable y preciada invitación! Y luego alimente apasionadamente esa relación de amor, creciendo cada vez más en su amor.

En esta vida debemos buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33), lo que comprende alinearse con Dios y sus caminos y lograr una total armonía con él. Debemos desarrollar una relación cada vez más íntima y amorosa con Dios, algo que solo es posible a través de Jesucristo (Juan 14:6). Escuche cómo Dios nos enseña y nos anima por medio de su Palabra. Medite en él. Hable con él diariamente en sus oraciones. Agradézcale. Obedézcalo. Reveréncielo. Adórelo.

¡Ojalá que todos lleguemos a amar a Dios cada vez más con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza! BN