Carta del Presidente
10 de Febrero 2022
"Con Dios no hay malos barrios"
A lo largo de mi vida, como muchos de ustedes, he tenido el privilegio de conocer a personas notables. Como he mencionado en alguna ocasión, destaca una persona influyente en mi vida: Judy O'Bannon, exprimera dama de Indiana. Su marido, el difunto Frank O'Bannon, fue gobernador de Indiana entre 1997 y 2003.
Ella me hizo un comentario que cambio mi perspectiva y que nunca he olvidado. Pero antes de abordar este tema, permítanme relatar cómo surgió.
Me reuní por primera vez con ella junto a un destacado pediatra ucraniano. El médico estaba involucrado con la ayuda a los niños afectados por la catástrofe nuclear de Chernóbil y, como la señora O'Bannon era también una destacada humanitaria, quería conocerlo. A medida que se desarrollaba la reunión, se interesó intensamente por lo que se estaba logrando. Nuestra breve reunión privada de 20 minutos en la mansión del gobernador se alargó rápida e inesperadamente hasta convertirse en una animada discusión de dos horas.
Al concluir la reunión, recibí una sorpresa agradable y que no esperaba. Espontáneamente me invitó a unirme a ella en una delegación de educadores universitarios, profesionales de los negocios y líderes religiosos y de organizaciones sin ánimo de lucro de Indianápolis. Ella estaba organizando este grupo para visitar las organizaciones sin ánimo de lucro emergentes de Rusia.
Acepté rápidamente, ya que iba a estar en la cercana Estonia para la Fiesta cuando ellos llegaran.
Puedo traducir rápidamente del ruso al inglés, así que la señora O'Bannon se aseguró de que yo estuviera cerca de ella durante el viaje. Siempre curiosa, le gustaba escaparse y explorar. Así que, junto con su guardaespaldas, la acompañé a menudo a los mercados al aire libre, a los paseos por el interior de las abarrotadas oficinas de correos locales y a las conversaciones informales con la gente de la calle, e incluso con los mendigos. Ella, siempre agradable y atenta, hacía muchas preguntas perspicaces.
Después de nuestro regreso, la señora O'Bannon me pidió que la ayudara con proyectos de servicio. Uno de ellos fue un programa de donación de sillas de ruedas que hasta hoy sigue siendo un servicio continuo de LifeNets. También trabajamos con huérfanos en Moldavia. Llevó a Indianápolis a niños con graves dificultades médicas para que fueran tratados en los mejores hospitales locales. Presentó un programa semanal de televisión local de la PBS llamado Communities Building Community (Comunidades que construyen comunidades), que incluía un episodio sobre LifeNets. Aunque ahora vivo en la zona de Cincinnati, sigo teniendo contacto con ella hasta el día de hoy.
¿Qué me dijo ella que nunca he olvidado?
Una vez, mientras la visitaba, hice un comentario irreflexivo e insensible. Sin querer, me referí a algunos barrios de Indianápolis como “malos”.
La Sra. O'Bannon reaccionó rápida y bruscamente.
“En esta casa, nunca debes llamar ‘malo’ a ningún barrio de esta ciudad”, me reprendió. “Si la gente supiera que eso es lo que pienso sobre dónde y cómo viven, la comunidad no tendría ninguna esperanza”.
¿Cuál era su punto principal? “La gente tiene que considerar a los líderes como quienes mantienen viva la esperanza”.
Este encuentro se me quedó grabado. ¿Por qué? Porque sé que Dios creó a la humanidad. Sé que Dios está plenamente consciente de cómo viven y sufren las personas en circunstancias desafortunadas en este planeta. Mi esposa Beverly y yo hemos visitado y trabajado con esas personas en múltiples continentes. Pero, tal como usted, también sé que Dios tiene un plan maravillosamente positivo, de poderosa redención espiritual y física para todos.
Dios nunca piensa en su creación como “mala”. Él sabe cuál es el increíble potencial humano para todos.
Las intenciones de Dios representan mucho más que un deseo. Pero cuando algunos observan a la humanidad, puede parecerles que la mayoría no tiene ninguna oportunidad y está condenada. ¡Gracias a Dios que no lo están!
Usted y yo podemos alegrarnos de entender y conocer las respuestas a estas preguntas titánicas. Cada año celebramos la fiesta santa que representa la salvación para la gran mayoría de la humanidad que ha vivido a lo largo de los siglos. La buena noticia, que espero que nunca demos por sentada, es que todas las personas que nunca han oído o rechazado a Cristo no están perdidas.
Sabemos por qué hay tanto sufrimiento, desigualdad e injusticia en el mundo. Al igual que algunos de nuestros jóvenes, me preguntaba sobre estas cosas cuando era adolescente. Cuando leí por primera vez la reedición del artículo ¿Es hoy el único día de salvación? (publicado por primera vez en 1958), ¡fue toda una revelación, y una de las cosas más hermosas y profundas que había leído!
En lo personal, fue un punto de inflexión en cuanto a mi comprensión. Entonces supe con certeza que todo el sufrimiento y el mal actuales que vemos a nuestro alrededor serán eliminados. Un nuevo mundo, un nuevo corazón, una nueva mentalidad para todos vendrá cuando Jesucristo regrese a la Tierra. Estas son las buenas noticias que proclamamos.
Debemos recordar y comprender que Juan 3:15-16 incluye a todo el mundo: “. . . para que todo el que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (énfasis agregado en toda esta carta).
Lejos de calificar a la gente como “mala”, Jesús demuestra en el capítulo 4 de Juan cómo evalúa Dios a las personas y su potencial.
Jesús se dirigía de Judea a Galilea. Asombrosamente, de forma deliberada optó por viajar a través de Samaria, la antigua capital de Israel, pero que ahora era considerada “un mal barrio” por los judíos del primer siglo.
Los samaritanos y los judíos se odiaban mutuamente. Cuando los judíos viajaban hacia el norte, se iban por fuera de Samaria para evitar el contacto. Siglos antes, como pueblo conquistado, el antiguo Israel había absorbido la cultura asiria, corrompiendo el culto a Dios con sacrificios paganos y una nociva idolatría. Los samaritanos también desafiaban regular y amargamente a los judíos que regresaban de Babilonia. Ciertamente allí no había nada de amor.
Sorprendentemente, en este entorno cargado de emociones, Jesucristo eligió revelarse como el Mesías profetizado.
Mientras descansaba en un antiguo pozo de la ciudad, Jesús entabló una conversación con una mujer. No se trataba de una simple samaritana: su vida familiar era muy accidentada, pues se había casado cinco veces. Por supuesto, incluso hablar con una mujer extraña era un tabú. Jesús le pidió entonces un trago de agua, contrastándola con el agua espiritual que le daría la vida eterna.
En ese momento Cristo se reveló como el Mesías a esta mujer: “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo”. (Juan 4:25-26).
Obviamente, nuestro Salvador y Rey venidero no consideraba que este entorno era “un mal barrio”.
En Lucas 10 leemos la conocida historia de un hombre al que habían robado y golpeado casi hasta matarlo. Estaba tirado al borde del camino, gravemente herido e inconsciente. Los religiosos judíos pasaban de largo, ignorando a propósito al hombre herido. La gente que se suponía que era justa no hizo nada.
Después de todo, se trataba de “un barrio malo”.
Sin embargo, la historia da todo un vuelco. Un odiado samaritano decidió hacer algo al respecto y llevó a la víctima a un lugar donde pudiera recuperarse. Como explicó Jesús, el samaritano echó mano de su propio dinero para pagar los gastos del hombre herido. ¿Mencionó Jesús “un mal barrio”? No. Jesús enseñó que este humilde samaritano amaba a su prójimo como a sí mismo, el segundo gran mandamiento.
Echemos un vistazo a otros personajes bíblicos que pertenecían a esta supuesta categoría de “malos barrios”:
En la lista de los fieles de Hebreos 11, Rahab la ramera, que había sido prostituta en el pasado, aparece junto a Abraham, el padre de los fieles. De hecho, Rahab estaba emparentada con Booz, el marido de Rut. Pasó de ramera a heroína y terminó en el linaje directo de Jesucristo, el mismísimo Salvador de la humanidad.
A la gente malvada de Sodoma se le da esperanza, y nada menos de parte del mismo Jesús. Al criticar duramente a la gente de Capernaum, Jesús declaró: “Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:23-24).
El apóstol Pablo se lamentaba frecuentemente de que él, de entre todas las personas, no era digno de ser apóstol, ya que había sido un perseguidor e incluso un asesino de cristianos. Pablo acabó realizando obras poderosas y se convirtió en el autor más prolífico del Nuevo Testamento.
Lejos de descartar a las personas de los llamados “barrios malos”, Dios finalmente dará a todas la gente un nuevo espíritu, un nuevo corazón y una nueva mentalidad (Ezequiel 36:26).
En los días venideros, todos los seres humanos se beneficiarán de la maravillosa promesa de Dios: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33-34).
Este es, en efecto, el evangelio que predicamos, las buenas nuevas que manifiestan el amor de Dios por la humanidad.
Cuando interactuemos con el mundo recordemos que, desde la perspectiva de Dios, no hay barrios malos. Permitamos que nuestra luz brille intensamente, ¡y mantengamos viva la esperanza en este mundo sufriente!
En servicio a Cristo.