Nacido en la Iglesia: Un tipo diferente de llamamiento
Para nuestros lectores jóvenes
¿Te gustaría haber tenido la clase de llamado que tuvieron tus padres, directo, inesperado y dinámico? ¿Te han dicho las personas mayores de tu congregación que estás dando por sentada la oportunidad de haber nacido en la Iglesia?
Dan Apartian, un diácono residente en Illinois, Estados Unidos, dio un sermón sobre las diferencias entre los cristianos de primera y de segunda generación. En él describió cómo Dios llama a las personas de distintas maneras, dependiendo de la edad en que fueron iniciados en la verdad y de si crecieron o no con padres creyentes. La clave es que no existe una manera mejor ni peor de ser llamado. Este sermón causó gran impacto entre personas de diferentes edades, y apreciamos que Dan nos haya entregado sus apuntes para poder compartir con ustedes algunos de los conceptos de su mensaje.
Este artículo se enfoca en las singulares maneras que Dios utiliza para llamar a su Iglesia a los creyentes de diferentes generaciones, por qué esas diferencias son importantes, y qué podemos hacer los cristianos de segunda generación con dicha información.
¿Cuál es la diferencia?
Los cristianos de primera generación son aquellos que son llamados como adultos, generalmente aparte de sus parientes directos. “Adultos” aquí se refiere a todos los que tienen edad suficiente como para decidir por sí mismos su sendero espiritual y, por tanto, este grupo a veces incluye a adolescentes y jóvenes adultos. Los cristianos de primera generación son los primeros llamados en sus familias.
El apóstol Pablo es un ejemplo de cristiano de primera generación en la Biblia. Hechos 9 nos muestra la historia de lo que fue el llamamiento de Dios en la vida de este apóstol: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.
“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:3-6).
La conversión de Pablo fue inesperada, dramática y directa. En su mayoría, los cristianos de primera generación tienen una historia que contar acerca de su llamado, y con frecuencia disfrutan contarla.
Los cristianos de segunda generación, por otro lado, inicialmente entran en contacto con la verdad en su niñez, por medio de sus padres o familiares creyentes. (El término cristiano de segunda generación será usado en este artículo para describir también a los cristianos de tercera y cuarta generación). Actualmente, la mayoría de la Iglesia está compuesta de cristianos de segunda generación. El Sr. Apartian es uno de ellos, y yo también.
En la Biblia, el joven Timoteo también era un cristiano de segunda generación. En 2 Timoteo 1, Pablo le escribe a Timoteo: “Doy gracias a Dios . . . trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (vv. 3 y 5). Para Timoteo, el llamado de Dios ocurrió en su juventud, y fue inesperado y directo. Los cristianos como Timoteo por lo general no tienen una historia como la del “camino a Damasco” que contar.
Además, los cristianos de segunda generación reciben un legado espiritual por haber nacido en la Iglesia. En 1 Corintios 7:14 leemos: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos”. Y en Hechos 2, Pedro explica que Dios promete su Espíritu a quienes él llama y también a sus hijos: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (vv. 38-39).
Los cristianos de segunda generación también tenemos acceso a la mente de Dios y a la dádiva de un llamamiento especial; sin embargo, a menudo este es diametralmente distinto del que recibieron nuestros padres.
¿Por qué es importante esta diferencia?
Los cristianos de primera y de segunda generación tienen los mismos objetivos espirituales, pero ven la vida de manera muy distinta. La comprensión de las diferencias generacionales dentro de la Iglesia nos permite entendernos mutuamente y desarrollar más unidad, además de capacitarnos para satisfacer las necesidades de los demás. Así lo explica 1 Corintios 1:10: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.
Es importante que ambas generaciones entiendan que hay dos maneras distintas de entrar a la Iglesia de Dios. Una no es más legítima que la otra, y cada una tiene sus propios retos e inconvenientes. Para los cristianos de primera generación, el proceso de conversión generalmente comienza cuando Dios le revela o hace disponible a la persona una enseñanza que hace que cuestione su estilo de vida. Esto comprende aprender información relativa a Dios que puede parecerle intrigante, e incluso amenazante. La abrupta exposición a la nueva enseñanza por lo general impulsa a las personas a investigar y estudiar la Biblia de manera profunda y exhaustiva. Cuando se convencen de su validez, son guiadas a encontrar una iglesia que practique y sostenga esa verdad. Con el tiempo se dan cuenta de que la obediencia espiritual que se enseña en la Iglesia constituye una meta mucho más importante que la vida que han estado viviendo. A continuación, salen de un mundo que ahora les parece malo. Su llamado es primeramente un proceso académico o intelectual de estudio de información; esto luego se transforma en un celo emocional por la verdad, lo cual los convence de que la aplicación práctica de esta verdad es algo necesario y bueno.
Compare esto con los cristianos de segunda generación: nacemos en la Iglesia y con frecuencia estamos protegidos de lo que está fuera de ella. Comenzamos a asistir a la Iglesia porque tenemos que ir con nuestros padres. De niños, dormíamos sobre una frazadita, jugábamos con nuestros juguetes y nos reprendían por hablar. ¡Algunas veces los servicios parecían ser las dos horas más largas de la historia! Somos entrenados para vivir la verdad de Dios y obedecer, mucho antes de lograr entender por qué es lo correcto. Aprendemos aplicaciones prácticas antes de que poseamos una convicción personal. En contraste con nuestros padres de primera generación, el mundo a veces nos parece un lugar lleno de aventuras sin explotar. Sí nos damos cuenta de que el mundo no está carente de problemas, pero francamente, algunas veces vemos problemas similares en la Iglesia.
Para los cristianos de segunda generación es fácil dar por sentados el llamado de Dios y su verdad. Nos criaron aprendiéndola, así que nada de ella nos sorprende. Y debido a que primero aplicamos la verdad, y a menudo nos elogiaron por hacerlo, es probable que nos hayamos saltado la etapa de comprobarla, ya fuera en su totalidad o en algunas de sus partes. Esto nos hace sentir impactados y faltos de preparación cuando nuestras creencias son puestas en duda. Y si no hemos comprobado personalmente la verdad que nos ha sido enseñada, es más fácil que nos pongamos a la defensiva y nos avergoncemos cuando se nos pregunta acerca de la Iglesia y de nuestras creencias.
Es importante aclarar que hay una diferencia entre reconocer y probar la verdad de Dios. Los cristianos de segunda generación tienden a reconocer la verdad de Dios muy fácilmente. Me identifiqué con el Sr. Apartian cuando él recordó que mientras era adolescente, muchos de los mensajes de los ministros le parecían todos iguales. En ocasiones hasta nos parece que podríamos terminar las frases de los oradores, porque hemos escuchado sermoncillos y sermones similares desde que éramos niños. Nuestro problema no es reconocer la verdad, sino probarla y conocerla. Cuando nuestros amigos nos piden que defendamos nuestras diferencias e intenciones espirituales, nos vemos forzados a sondear hasta el fondo mismo de nuestras creencias para averiguar de manera personal por qué hacemos lo que hacemos. Y ello exige comprobarlo (Romanos 12:2).
Hasta que nosotros, como cristianos de segunda generación, sepamos por qué hacemos lo que hemos hecho durante todas nuestras vidas (y nos involucremos emocionalmente para querer hacerlo), nunca nos sentiremos totalmente cómodos en la Iglesia de Dios. Para nuestros padres, entrar a la Iglesia fue toda una lucha; nosotros, los cristianos de segunda generación, rara vez tenemos que esforzarnos por ser parte de ella, porque nacimos en su medio. ¡Nuestra lucha es permanecer en ella! Y si no probamos lo que creemos, la autocomplacencia ganará la batalla.
Ahora que sabemos esto, ¿qué debemos hacer?
Una vez que hemos examinado este punto de vista acerca de la diferencia del llamado de Dios entre generaciones, puede ser interesante releer una historia muy conocida: la parábola del hijo pródigo. El llamado de cada persona es único, y en esta historia ambos hermanos son cristianos de segunda generación. Sin embargo, la desilusión que a menudo sienten los cristianos de segunda generación es similar a la del hijo mayor, expresadas en estas palabras en Lucas 15:29-31:
“Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.
Muchos cristianos de segunda generación albergan sentimientos parecidos a los del hijo mayor y resienten que Dios trabaje dramáticamente con algunos, para los cuales aparentemente “mata el becerro gordo”. Por otro lado, los cristianos de segunda generación pueden sentir que han estado sirviendo a Dios sin fanfarria ni elogios. Pero el asunto es que nuestros llamamientos difieren profundamente. Un llamado de primera generación puede parecer muy emocionante, pero uno de segunda generación es igual de valioso a los ojos de Dios y no debe ser subestimado.
Crecer en la Iglesia puede ofrecer cierta protección y ayudarnos a evitar la comisión de grandes errores. No siempre funciona así, pero cuando sí lo hace debemos apreciar la bendición. Puede que ni siquiera reconozcas el extenso historial de cómo la verdad de Dios ha cambiado tu vida. Los cristianos de segunda generación cosechan las recompensas de seguir su camino desde la infancia, así que es difícil ver y apreciar cómo hubiesen sido las cosas de otro modo.
Eclesiastés 11:9 nos recuerda que es bueno divertirse, esforzarse por tener éxito y vivir una vida plena, pero que por todo ello deberemos rendir cuenta: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”.
No te sientas culpable por ser diferente o porque no tienes una historia espectacular que compartir. No hay ninguna forma de probar la verdad de Dios antes de aplicarla cuando somos bebés, pero ciertamente puedes probar tus creencias ahora; recuerda que tus convicciones no son plenas sino hasta que sabes por qué haces lo que haces y optas personalmente por hacerlas. Seguir el camino de Dios no produce éxito a menos que lo acompañemos de convicción. 1 Tesalonicenses 1:15 dice que “nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción” (Nueva Versión Internacional).
Solo podemos acceder al poder pleno del Espíritu Santo mediante el bautismo. Los cristianos de segunda generación hemos estando calculando los gastos de vivir el camino de Dios durante todas nuestras vidas mediante nuestras acciones y hemos sido condicionados para ser responsables en el cumplimiento de sus leyes, pero llega un momento en el que cada uno debe lidiar con el meollo mismo de su naturaleza. Calcular el costo del bautismo sigue siendo un factor importante, pero lo que debe preocuparnos más es aceptar el costo de nuestro llamado y admitir nuestra necesidad personal de Dios y del sacrificio de Jesucristo. Parte de probar nuestras creencias consiste en darse cuenta de la importancia de la invitación de Dios y aceptarla.
Finalmente, no temas embarcarte en discusiones honestas y abiertas con otros en la Iglesia acerca de situaciones del mundo real. No hay problema con hablar de los desafíos y las duras realidades de la vida. Pídeles a algunos cristianos de primera generación que compartan contigo sus experiencias de cuando fueron tentados o enfrentaron dificultades por seguir el camino de Dios. Todos podemos aprender de los demás.
Espero que este artículo te haya brindado un poquito de claridad respecto a las diferencias entre las dos formas que Dios utiliza para llamar a la gente a entrar a su familia. ¡El llamado de Dios a la vida eterna en su reino siempre es único y extraordinario! Como cristianos de primera y de segunda generación, todos hemos recibido un legado espiritual muy especial. Si nos respetamos y trabajamos juntos para complementar nuestras diferencias únicas, podremos salvar la brecha entre nuestras generaciones de cristianos y obtener de manera colectiva la gran recompensa de convertirnos en primicias de Dios.