Llamados a salir de la oscuridad

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Llamados a salir de la oscuridad

A lo largo de la vida, todos experimentaremos momentos de incertidumbre y épocas de depresión. Desgraciadamente, las emociones que acompañan a esos sentimientos nos envuelven como una niebla oscura y densa. Puede que sepamos lo que queremos o lo que tenemos que hacer, pero a menudo nos sentimos tan abrumados que somos incapaces de reaccionar. Permitimos que ese sentimiento de “no puedo” se apodere de nosotros y nos sentimos atrapados en una prisión de oscuridad.

Rick Beam [ministro de la IDU fallecido hace poco], mi difunto mentor y querido amigo, solía hablar a menudo de realidades de la vida como esta. Una de las lecciones que compartió conmigo ha sido un excelente antídoto contra la sentencia de prisión y desesperanza que podemos pronunciar sobre nosotros mismos. Rick solía decir: “Donde nosotros no podemos, Dios puede. Dios provee para los que no pueden”.

A menudo medito en esas palabras, especialmente cuando me preparo para la Pascua y los Días de Panes sin Levadura. Esas sencillas palabras expresan perfectamente el increíble sacrificio y esfuerzo de lo que Dios hace por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos y están cautivos bajo el yugo del pecado y la muerte (Romanos 5:1-5).

La Pascua (Éxodo 12:2-14), la Noche de Guardar (Éxodo 12:40-42) y los Días de Panes sin Levadura (Éxodo 12:14-20) que acabamos de celebrar deben ser poderosos recordatorios de la participación activa de Dios en nuestras vidas. Esta realidad es esperanza; es la motivación que necesitamos para responder y salir de esa oscura prisión en la que nos encontramos ocasionalmente.

Cuando pienso en las palabras de Rick y en el milagro que se necesitó para sacarnos de este mundo, me acuerdo de la historia de Helen Keller.  A la temprana edad de solo un año y siete meses, la pequeña Helen sufrió una enfermedad que la dejó sorda y ciega. Donde antes corría libremente una niña activa, explorando el maravilloso mundo que la rodeaba, ahora se sentaba una niña solitaria en completa oscuridad y silencio, separada del mundo que una vez había conocido. Es casi imposible comprender a cabalidad el dolor, el sufrimiento y el miedo que debió experimentar esta niña al verse atrapada dentro de los límites de su mente. Esta desgarradora realidad continuaría hasta que tuvo alrededor de seis años.

Aunque sus primeros años fueron sombríos, esta valiente niña finalmente se embarcó en un viaje para salir de ese mundo oscuro y silencioso. Ese viaje fue posible gracias a un rayo de esperanza: una maestra paciente y cariñosa llamada Anne Sullivan.

El amor y la paciencia de Anne Sullivan resultarían ser un aspecto vital de esta travesía, tanto para ella como para Helen. El escape de la prisión que había esclavizado a Helen Keller durante la mayor parte de su joven vida no se produjo de forma instantánea, sino que fue una batalla larga y dura. Pero esa batalla no la derrotaría, sino que la definiría.

Posteriormente, Helen Keller describió en sus memorias el momento en el que finalmente reconoció ese llamado a salir de la oscuridad, una línea de comunicación que cambiaría su vida para siempre: “Alguien estaba sacando agua y mi maestra colocó mi mano bajo el grifo. Mientras el chorro de agua fría brotaba sobre una mano, ella deletreó en la otra la palabra agua, primero lentamente, luego más rápido. Me quedé quieta, con toda mi atención fija en los movimientos de sus dedos. De repente sentí una conciencia nebulosa, como algo olvidado, una emoción de pensamientos que regresaban, y de alguna manera, el misterio del lenguaje se me reveló”.

El acto de amor y el esfuerzo diligente de cierta persona fue lo que le permitió a esta niña llegar a lo más oscuro de todas las prisiones y romper las cadenas que la mantenían cautiva. Este gran avance en la vida de Helen Keller fue posible porque alguien estuvo dispuesto a revelarse ante ella de una manera que otros ni siquiera habían intentado. O tal vez no habían sido capaces de soportar el sacrificio necesario para llegar hasta ella.

Gracias al compromiso y al sacrificado esfuerzo de Anne Sullivan, la joven Helen Keller experimentó un punto de inflexión en su vida. Aquel momento marcó el comienzo de un viaje increíble, durante el cual Helen por fin se reencontró con el mundo que había perdido. Se trata de una historia verdaderamente impresionante que cambió vidas, no solo la de Helen Keller y Anne Sullivan, sino también la de muchas otras personas a las que tocó.

¡Qué ejemplo tan poderoso para recordarnos el sacrificio que se hizo por nosotros de manera que también pudiéramos experimentar un momento decisivo, un cambio que afectaría nuestras vidas por toda la eternidad! Cuando consideramos el significado y propósito de la temporada de fiestas santas que acabamos de celebrar, es evidente que si un Padre amoroso y compasivo no hubiera tenido el deseo de revelarse a nosotros, y sin un Señor y Salvador que estuviera dispuesto a hacer lo necesario para que todo fuera posible, permaneceríamos solos en la oscuridad, sin esperanza
(1 Pedro 2:9-10).

La ceremonia de la Pascua nos llama la atención sobre el fundamento del plan de salvación de Dios. Se derramó sangre inocente para que nosotros pudiéramos vivir. Dios actuó primero en nuestro nombre, en nombre de los cautivos sin esperanza de liberación. Al conmemorar esta preciosa ceremonia, recordamos la muestra de amor más increíble que tanto el Padre como Jesucristo nos han mostrado a nosotros y a toda la humanidad (Juan 3:16-17; Romanos 5:1-11).

Sin embargo, ser liberados del cautiverio y dar esos primeros pasos es solo el comienzo. La Noche de Guardar y los Días de Panes sin Levadura muestran que nosotros, como pueblo de Dios, tenemos una gran responsabilidad que asumir cuando perseguimos el objetivo de toda una vida: dejar atrás la oscuridad y la mentalidad de esclavitud que nos ha aprisionado. Ahora debemos permitir que lo que se nos ha revelado se arraigue en nuestro ser. 

Afortunadamente, la Noche de Guardar nos anima a pensar que no estamos solos. Dios no solamente nos proporciona una salida de este cautiverio, sino que también nos guía y nos vigila atentamente mientras partimos. De hecho, uno de los nombres que se le da a Dios en el Antiguo Testamento es “El Roi”, que significa “Tú eres el Dios que ve” (Génesis 16:13). ¡Qué consolador es saber que servimos a un Dios que vela por su creación y, en especial, por su pueblo! (Job 34:21; 36:7; Salmo 33:18; Proverbios 15:3; 2 Crónicas 16:9).

Tomemos en cuenta las instrucciones para observar los Días de Panes sin Levadura. A través de simples acciones físicas, Dios revela importantísimas lecciones espirituales a su pueblo. Estos principios nos mantienen enfocados en él mientras salimos de los confines de este mundo malvado. Él sabe cómo funciona la mente carnal y cómo cambiar nuestros hábitos y patrones mentales de manera eficaz.

El hecho de eliminar y evitar la levadura durante siete días puede parecer sencillo, pero la intención espiritual detrás de ello revela las complejidades del magistral plan de salvación de Dios. No solo debemos deshacernos de la levadura, que representa el pecado, sino que debemos sustituirla por el pan sin levadura de sinceridad y verdad, que representa incluir a Cristo en nuestras vidas (1 Corintios 5:6-8). Esto significa que observamos lo que nos rodea y consideramos lo que nos influye. Qué bendición saber que nuestro Dios misericordioso nos ha revelado la verdad y nos ha dado su Espíritu para que podamos tener ojos para ver, oídos para oír y corazones que puedan comprender lo que él ha preparado para nosotros (1 Corintios 2:1-16).

Cada año, mientras anticipamos la próxima temporada de fiestas santas que despiertan nuestros sentidos, dediquemos un tiempo a meditar en lo que Dios ha hecho, lo que está haciendo y lo que cumplirá en nuestras vidas. Sí, ha sido una batalla larga y difícil, y nuestro enemigo sigue atacando. Sin embargo, gracias a que Alguien estuvo dispuesto a sacrificarse y a entrar en esa prisión de oscuridad, esa batalla no nos ha vencido sino que por el contrario, nos define. Como pueblo, no carecemos de esperanza: tenemos una esperanza viva (1 Pedro 1:3-9). EC