Lección 20 - Trasfondo histórico de los evangelios
Juan 7-8
Durante una “fiesta en Jerusalén” (Juan 5:1) Jesús viajó hasta allá y sanó, en el día de reposo, a una persona lisiada que yacía junto al estanque de Betesda.
A propósito, este estanque (con su estanque adyacente, el de Siloé) ha sido descubierto recientemente por los arqueólogos y confirma la singular explicación de Juan sobre su forma. Es uno de los descubrimientos más emocionantes que se han hecho en Jerusalén en los últimos diez años.
La revista de arqueología Biblical Archaeology Review dice: “Entre de los milagros más famosos que se relatan en el libro de Juan, está el del paralítico en el estanque de Betesda (Juan 5:2-9). Sin embargo, no es el único de los milagros de sanación que Jesús hace en un estanque en Jerusalén. Además del estanque de Betesda, el Evangelio de Juan también dice que Jesús sanó al ciego en el estanque de Siloé. Este estanque fue descubierto en 2005 y se identificó rápidamente como aquel mencionado en Juan. El estanque de Betesda, por otro lado, fue excavado a fines del siglo xix, pero a los arqueólogos les ha tomado más de cien años identificar e interpretar con precisión el sitio. El estanque de Siloé ha sido identificado como un
mikveh [estanque para purificación] . . . Cuando Jesús sana al paralítico en el Evangelio de Juan, el estanque de Betesda se caracteriza por tener cinco pórticos, una particularidad desconcertante que sugiere un inusual conjunto de cinco lados, descartada por la mayoría de los eruditos por considerarla una creación literaria no histórica. Sin embargo, cuando este sitio fue excavado reveló una alberca rectangular con dos cuencas separadas por una pared, es decir, una alberca de cinco lados, con un pórtico en cada lado . . . Entonces, ¿por qué una alberca con dos cuencas? La evidencia arqueológica muestra que la cuenca sur tenía amplios escalones con plataformas, lo que indica que en realidad era una mikveh. La cuenca norte consistía en un depósito u otzer, para reabastecer y purificar continuamente la mikveh con agua dulce que fluía hacia el sur a través de la represa entre ellos. Los peregrinos de Jerusalén se congregaban en el estanque de Betesda y en el estanque de Siloé para purificarse en estos mikva’ot públicos y, en ocasiones, en busca de sanación” (30 de septiembre de 2011, pp. 40-47).
Después de su viaje a Jerusalén, Jesús regresa a Galilea y se queda allí hasta la Fiesta de los Tabernáculos. Juan escribe: “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle. Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos; y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él” (Juan 7:1-5).
Juan está hablando de los medio hermanos de Jesús, y parece indicar que ninguno de ellos se había convertido hasta entonces.
Él les contestó a sus hermanos que no era el momento de revelarse completamente al mundo y enfrentar las persecuciones cada vez más hostiles de los líderes judíos, que finalmente conducirían a su muerte. En cambio, les dijo que fueran a la fiesta. Al parecer no quería que difundieran la noticia de que iría a Jerusalén para no alertar a los líderes judíos.
Juan nos dice: “Pero después que sus hermanos habían subido, entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino como en secreto” (Juan 7:10).
En Jerusalén todavía estaba fresca la controversia sobre la reciente curación del hombre lisiado por parte de Jesús, quien le ordenó llevar su lecho en sábado, violando así una ley farisaica sobre el día de reposo. Por tanto, cuando Jesús llegó a la fiesta, la disputa persistió.
Juan dice: “Y le buscaban los judíos en la fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél? Y había gran murmullo acerca de él entre la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros decían: No, sino que engaña al pueblo. Pero ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos. Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba. Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Juan 7:11-15).
Barclay alude a la antipatía de los líderes judíos hacia él: “Los fariseos odiaban a Jesús porque pasaba de sus mezquinas reglas y normas. Si él tenía razón, ellos no la podían tener; y amaban su propio sistema más de lo que amaban a Dios. Los saduceos eran un partido político. No observaban las reglas y normas de los fariseos. Casi todos los sacerdotes eran saduceos. Colaboraban con los dominadores romanos, y gozaban de una situación muy cómoda y hasta lujosa. No querían un Mesías; porque cuando viniera se les desintegraría su posición política y se les acabarían [los beneficios]. Odiaban a Jesús porque interfería en sus intereses creados, que eran para ellos algo mucho más importante que las cosas de Dios” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Juan 7:11). Este último comentario nos recuerda lo que Juan dijo más tarde sobre los fariseos: “. . . porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Juan 12:43).
Una de las objeciones en contra de Jesús fue que “nunca estudió”. Esto, por supuesto, no significaba en absoluto que no hubiera estudiado, sino que no lo hubiera hecho en una de las famosas escuelas rabínicas de Jerusalén, como las de Hillel o Shammai. Durante los siglos anteriores se habían establecido escuelas rabínicas formales que contaban con el respaldo del sanedrín, y los que se graduaban de tales centros de capacitación se convertían en rabinos y podían citar las enseñanzas autorizadas y los dictámenes rabínicos para respaldar sus declaraciones. Así que criticaron a Jesús por carecer de entrenamiento formal y credenciales rabínicas, aunque se comportaba como un rabino.
Jesús, por el contrario, simplemente insistió en que su autoridad y credenciales provenían directamente de la más alta autoridad de todas: la de Dios el Padre. Él hizo reiterado énfasis en este punto (Juan 7:16-18, 12:49, 14:10).
Mientras tanto, los líderes religiosos judíos amenazaban a los que siguieran a Jesús, a quien, según sus propias tradiciones, también acusaron de violar el sábado. Por lo tanto, usaron la curación del hombre lisiado en el día de reposo como un ejemplo de su enseñanza errónea sobre el sábado.
Jesús les dijo: “Una obra hice, y todos os maravilláis. Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre? No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”(Juan 7:21-24).
Cristo los exhortó a que juzgaran sus acciones usando el discernimiento espiritual. Explicó que si la circuncisión era tan importante que los rabinos habían dictaminado que si caía en el octavo día y era sábado, todo el trabajo y el derramamiento de sangre necesarios para circuncidar al niño eran aceptables; sin embargo, asimismo habían dictaminado que la curación no debía hacerse en sábado a menos que fuera una emergencia. Entonces Jesús deja en evidencia su razonamiento defectuoso de colar el mosquito “técnico” y tragar el camello “espiritual” (Mateo 23:24).
Enseguida Juan registra lo que sucedió al final de la Fiesta: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39).
¡Qué contraste con todas las ceremonias que se realizan durante la Fiesta! Era irónico que muchas de ellas fueran símbolos del poder espiritual de Dios y, sin embargo, Jesús les ofrecía lo real, pero se negaron a recibirlo a causa de su incredulidad. No obstante, Jesús también estaba profetizando que el Espíritu Santo sería ofrecido a aquellos que Dios llamaría a su Iglesia, y finalmente a todo el mundo cuando se establezca el Reino de Dios.
Después de la Fiesta, el liderazgo judío se tornó más celoso y hostil que nunca contra Jesús porque veían que muchos comenzaban a seguirlo a él y no a ellos. Así que necesitaban con urgencia hallar algo para desacreditarlo. Encontraron una forma al presentarle a una mujer sorprendida en el acto de adulterio y le preguntaron qué haría. Si él la condenaba, lo acusarían de tener un corazón duro, pero si la perdonaba, entonces podrían acusarlo de violar la ley de Dios y desacreditarlo como un liberal y transgresor de la ley. Sin embargo, no contaron con que Jesús los acorralaría.
Juan escribe: “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle . . . Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:6-11).
En este caso Jesús fue misericordioso con la mujer, pero le advirtió que no siguiera pecando.
Barclay resalta: “Es muy importante que comprendamos exactamente cómo trató Jesús a aquella mujer. Es fácil sacar una impresión totalmente errónea, y llegar a la conclusión de que Jesús perdonó con ligereza y facilidad, como si el pecado no tuviera importancia. Lo que él dijo fue: ‘Yo no te voy a condenar ahora mismo; vete, y no peques más’. De hecho, lo que estaba haciendo no era suspender el juicio y decir: ‘No te preocupes, todo está bien’. Lo que hizo fue algo así como aplazar la sentencia. Dijo: ‘No voy a dictar una sentencia definitiva ahora; ve, y demuestra que puedes mejorar. Has pecado; vete, y no peques ya más, y yo te ayudaré todo el tiempo. Cuando llegue al final, veremos cómo has vivido’ . . . La diferencia fundamental que había entre Jesús y los escribas y fariseos es que ellos querían condenar, y él, perdonar. Si leemos entre líneas, está tan claro como el agua que ellos querían apedrear ala mujer, y que les encantaría hacerlo. Disfrutaban de la emoción de ejercer su poder condenando, y Jesús disfrutaba ejerciendo su poder perdonando. Jesús miraba a los pecadores con una compasión nacida del amor; los escribas y fariseos los miraban con una repugnancia nacida de un sentimiento de propia justicia”. (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Juan 8:6, énfasis en el original).
Este ejemplo del enfoque de Jesús en redimir al pecador a la vez que condena el pecado, es similar a la manera en que contrastó el ejemplo del fariseo presumido con el publicano arrepentido en Lucas 18:9-14. EC