Las 12 tribus de Israel en la profecía
Séptima parte
Los descendientes nómadas de Israel, ahorra llamados escitas, se vieron forzados a migrar nuevamente luego de haber vivido en las estepas eurasiáticas durante aproximadamente cinco siglos después de la destrucción del reino del norte.
Esta vez sus enemigos –de Asia y del Cercano Oriente– y un descomunal cambio climático en las estepas eurasiáticas los obligaron a desplazarse hacia el este, tal como los profetas bíblicos habían dicho que ocurriría (1 Reyes 14:15; Isaías 49:12; Oseas 12:1). Esta gran migración hacia el este comenzó alrededor de 200 a. C. y continuó hasta el siglo V d. C.
Sin embargo, durante este tiempo (en el siglo i), cuando el cristianismo estaba en su primera etapa, el historiador judío Josefo confirmó que muchos Israelitas deportados aún vivían más allá del río Éufrates. Josefo escribió que en su tiempo, “las diez tribus se encuentran más allá del Éufrates hasta ahora [en el siglo I], y son una multitud inmensa, que no se puede calcular en cifras” (Antiquities of the Jews [Antigüedades de los judíos], libro xi, capítulo v, sección 2).
El apóstol Santiago también confirma claramente que las tribus perdidas no se reunieron con las tribus de Judá y Benjamín en Palestina. Él se dirigió en su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1).
A pesar de que Dios había prometido que las diez tribus perdidas de Israel continuarían existiendo, también prometió que serían zarandeadas entre todas las naciones (Amós 9:9). Él hizo esto hasta que las llevó a la tierra que estaba al norte y al este de la antigua Israel, donde había prometido restablecerlas.
Fue como si una mano poderosa e invisible los hubiera guiado inexorablemente como un rebaño (con todas sus tribus y clanes) a través de las llanuras eurasiáticas –las estepas escitas– hasta el noroeste de Europa, donde los celtas, otro grupo de tribus relacionadas, se estaban estableciendo.
Y aun cuando esta antigua migración no se comprende tan bien como las migraciones europeas a comienzos del siglo xvi–cuando los emigrantes establecieron colonias en América del Norte, Australia, Nueva Zelandia y Sudáfrica–, ambas fueron similares en muchos aspectos.
Aunque muchos clanes de varias tribus convergieron en Europa al mismo tiempo, la mayoría de los que finalmente se establecieron en el noroeste de Europa estaban relacionados entre sí y compartían una misma cultura. Muchos historiadores han reconocido que los pueblos anglosajones dieron origen a varias naciones modernas de Occidente, incluyendo Gran Bretaña y Estados Unidos. Esta información puede encontrarse en muchos libros de historia.
Lo que no se comprende tan claramente es la conexión celta-escita con los israelitas de la Antigüedad. En el capítulo anterior examinamos brevemente esta conexión; ahora enfocaremos nuestra atención en cómo Dios comenzó a cumplir las promesas que les hizo a los descendientes de las posibles tribus perdidas de Israel después de que migraron al noroeste de Europa y las Islas Británicas, y de ahí a Estados Unidos y al resto de las colonias británicas alrededor del mundo.
Promesas de grandeza para los descendientes de José
Antes de su muerte y bajo la inspiración de Dios, el patriarca Jacob profetizó lo que les ocurriría a los descendientes de sus 12 hijos “en el futuro” (Génesis 49:1, NVI). En este capítulo nos concentraremos en la profecía de Jacob respecto a José.
De entre todas las tribus perdidas de Israel, los descendientes modernos de José son los más fáciles de identificar, ya que las bendiciones específicas que iban a recibir se destacarían muy claramente de las del resto de las tribus. Dios prometió a los descendientes de José (por medio de sus hijos Efraín y Manasés) todos los beneficios de las promesas de grandeza nacional y abundante prosperidad derivados de la primogenitura.
Note la profecía de Jacob acerca de José en los últimos días: “José es un retoño fértil, fértil retoño junto al agua, cuyas ramas trepan por el muro. Los arqueros lo atacaron sin piedad; le tiraron flechas, lo hostigaron. Pero su arco se mantuvo firme, porque sus brazos son fuertes. ¡Gracias al Dios fuerte de Jacob, al Pastor y Roca de Israel!
“¡Gracias al Dios de tu padre, que te ayuda! ¡Gracias al Todopoderoso, que te bendice! ¡Con bendiciones de lo alto! ¡Con bendiciones del abismo! ¡Con bendiciones de los pechos y del seno materno! Son mejores las bendiciones de tu padre que las de los montes de antaño, que la abundancia de las colinas eternas. ¡Que descansen estas bendiciones sobre la cabeza de José, sobre la frente del escogido entre sus hermanos!” (Génesis 49:22-26, Nueva Versión Internacional).
Él dijo que los descendientes de José serían especialmente bendecidos, como una viña fértil con una interminable fuente de agua que asegurara su constante crecimiento. Sus poblaciones se multiplicarían rápidamente. Expandirían sus tierras más allá de las fronteras originales, serían militarmente fuertes y cosecharían las mejores bendiciones físicas de la Tierra, produciendo bienes y prosperando. Estas fueron las bendiciones de primogenitura (1 Crónicas 5:1-2) que Dios prometió a los descendientes de José. Debido a estas bendiciones divinas, ellos se destacarían entre las otras tribus de Israel (Génesis 49:22-26).
Antes de su muerte, Moisés repitió las bendiciones especiales que recibirían los descendientes de José. “A José dijo: Bendita del Eterno sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo. Con los más escogidos frutos del sol, con el rico producto de la luna, con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos, y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud; y la gracia del que habitó en la zarza venga sobre la cabeza de José, y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos.
“Como el primogénito de su toro es su gloria, y sus astas [grandeza militar] como astas de búfalo; con ellas acorneará a los pueblos juntos hasta los fines de la tierra; ellos son los diez millares de Efraín, y ellos son los millares de Manasés” (Deuteronomio 33:13-17). Dios había prometido intervenir directamente para que los descendientes de José recibiesen magníficas bendiciones físicas.
Una vez que comprendemos que los descendientes modernos de José son los pueblos de Estados Unidos y Gran Bretaña, vemos que a lo largo de los tres últimos siglos Dios ha sido fiel a lo que prometió: les ha entregado las promesas físicas de primogenitura a los hijos de José (Efraín y Manasés) a sus descendientes modernos, los pueblos celtas y anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos. Los descendientes celtas y anglosajones han sido los principales fundadores y forjadores de la cultura británica y estadounidense.
Dios también les ha brindado oportunidades para brillar como faros espirituales en un mundo confundido y oscuro. Desafortunadamente, tal como sucedió con los israelitas de antaño, solo unos cuantos de ellos han estado dispuestos a aceptar su responsabilidad y el llamamiento de Dios.
Dios asigna un rol a los descendientes de José
A pesar de que Dios otorgó prominencia nacional y prosperidad a los descendientes de Abraham, tal como había prometido, no lo hizo a costa de otros pueblos o naciones. Por el contrario, el propósito trascendental de Dios siempre ha sido el de llevar a todos los seres humanos a que entablen una relación permanente con él (Hechos 17:30; 1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Solo entonces pueden recibir el poder para cambiar su naturaleza humana y recibir la bendición incomparable de la vida eterna (Hechos 4:12).
Dios designó a los descendientes de Abraham –según una promesa hecha mucho antes de que existiesen como pueblo– como sus instrumentos para llevar a cabo aspectos importantes de su propósito. Él los ha utilizado de maneras que muchas veces ellos mismos no han sabido discernir.
En el núcleo mismo de la relación de Dios con los antiguos israelitas se hallaba su pacto con ellos y sus descendientes. Ese acuerdo definió las reglas y responsabilidades de la relación entre Dios y los israelitas. Además, estableció las obligaciones que Dios se autoimpuso y sus expectativas en cuanto a la nación que había creado para que fuese su pueblo santo y un modelo para el resto del mundo (Levítico 20:26; Deuteronomio 4:5-8; 7:6).
Dios les entregó las bendiciones de la promesa de primogenitura a los descendientes modernos de José por medio de Gran Bretaña y Estados Unidos. Al mismo tiempo, él ha hecho disponible para los descendientes de Israel –y también para el mundo entero– el conocimiento de lo que espera de ellos espiritualmente. Ha preservado con toda exactitud este conocimiento en la Biblia, y hoy ese conocimiento está al alcance de cualquiera que esté dispuesto a leerla, sin importar si es un israelita étnico o un gentil.
Dios hace posible el acceso a su Palabra
Los pueblos inglés y estadounidense han sido instrumentos utilizados para predicar la Palabra de Dios a la mayor parte del mundo conocido. A pesar de que frecuentemente damos la Biblia por sentada, y de que muchos hogares en muchas partes del mundo tienen ahora varias copias de ella, no siempre fue así.
Por muchos siglos las únicas copias disponibles, además de aquellas en los lenguajes originales, estaban en latín, y la Iglesia católica romana controlaba estrictamente el acceso a las Escrituras de la gente común. “Sin embargo, fue en Inglaterra, la que había sido privada de la Palabra viviente, donde se luchó y ganó la batalla por el derecho del hombre común a tener una Biblia en su propio lenguaje” (Neil LightFoot, How We Got The Bible [Cómo nos llegó la Biblia], 1986, p. 76).
Después de varios intentos de producir versiones en inglés en los años 1500, en 1611 el rey de Inglaterra oficialmente aprobó la publicación de lo que ahora se conoce como la versión King James (Biblia del rey Jacobo; su equivalente en castellano es la versión Reina-Valera). Sus traductores, bajo la orden del rey Jacobo I, se valieron de un enorme equipo de expertos en hebreo y griego y produjeron una versión inglesa basada en los lenguajes tradicionales. Esta ganó rápidamente la reputación de ser la traducción más precisa de la Biblia que se había intentado hasta ese entonces.
Por casi cuatrocientos años, esta versión se ha mantenido como la traducción más conocida de la Biblia en el mundo de habla inglesa. Ha sido el modelo para traducciones de la Biblia en prácticamente todos los otros idiomas. No hay ningún otro libro que haya impactado tanto la historia del pueblo de habla inglesa como la Biblia del rey Jacobo.
Desde ese entonces la Biblia se ha traducido a miles de idiomas, virtualmente a todos las lenguas, y los descendientes del pueblo británico han impreso y distribuido centenares de millones de copias alrededor del mundo.
Las políticas y recursos de Estados Unidos y Gran Bretaña han fomentado y permitido la proclamación del verdadero evangelio del Reino de Dios alrededor del mundo en el último siglo. Ambas naciones han proporcionado un clima de libertad religiosa, los recursos económicos y la mayor parte de los trabajadores necesarios para diseminar el conocimiento bíblico a todas las naciones.
El rol de la Biblia en la sociedad y la ley
Los principios bíblicos se convirtieron incluso en la base de gran parte del derecho consuetudinario (normas jurídicas basadas en la tradición y las costumbres) británico. De esta manera, el derecho consuetudinario británico influyó fuertemente en las leyes constitucionales y regionales de los Estados Unidos. Por lo tanto, la Biblia ha tenido más influencia sobre Estados Unidos y la Mancomunidad de Naciones (antiguamente llamada Mancomunidad Británica de Naciones) que sobre cualquier otro pueblo en siglos recientes.
La Biblia sentó los cimientos de los valores éticos y la moralidad profesados por estas naciones. Las leyes que las naciones establecieron según principios bíblicos se convirtieron en la base de una inmensa parte de los juicios legales. Estados Unidos en particular se convirtió en la nación más bíblicamente orientada del mundo (con la posible excepción del moderno Estado de Israel, fundado en 1948).
Gracias a la amplia disponibilidad de la Biblia, Dios les dio a los pueblos de habla inglesa información esencial que debían saber para así entender lo que él esperaba de ellos. Adicionalmente, la identidad de muchos fue expuesta revelando que eran descendientes de José a través de sus hijos Efraín y Manasés.
Sin embargo, Dios nunca ha forzado a los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos a aceptar el rol que les fue bíblicamente asignado. Tal como lo hizo con el antiguo Israel, Dios les ha dado a escoger (Deuteronomio 30:15, 19) y solo una pequeña porción de ellos ha respondido sinceramente.
¿Por qué ocurrió todo esto? ¿Qué propósito está llevando a cabo Dios para los últimos días? ¿Cómo se han cumplido los elementos esenciales de su plan?
Repasemos algunas de las contribuciones significativas que Gran Bretaña y Estados Unidos han hecho al mundo moderno. Luego las compararemos con las promesas que Dios les hizo a los descendientes de José.
Si podemos encontrar evidencia de que los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos han recibido los beneficios y bendiciones bíblicamente predichos, entonces tendremos más pruebas para sostener que ellos son, inequívocamente, los descendientes modernos de Israel.
¿Reconocen los británicos y los estadounidenses la mano de Dios?
La expresión “Dios es inglés” encarnaba la perspectiva de mucha gente en el siglo XIX, tanto dentro como fuera de las islas británicas. ¿A qué se debía este sorprendente punto de vista?
El prestigio de Gran Bretaña en el mundo actual es solo una sombra de lo que era un siglo atrás. Es difícil convencer a mucha gente que vivió en el siglo XIX y XX de que Dios no estaba ayudando de manera milagrosa a que políticos, hombres de Estado, diplomáticos, exploradores, inventores, banqueros, hombres de negocio, comerciantes y emprendedores de las islas británicas prosperaran.
Para muchos observadores, tanto dentro como fuera de Gran Bretaña, parecía como si alcanzaban el éxito sin importar si lo buscaban o no, ni si tomaban decisiones sabias o insensatas. Era como si estaban siendo inundados de bendiciones.
Fue la aparente inevitabilidad de tal éxito lo que inspiró a John Robert Seely, profesor de historia moderna de Cambridge (1834-1895) y autor de The Expansion of England [La expansión de Inglaterra], 1844, a comentar en forma jocosa que Inglaterra adquirió su imperio a nivel global “en un momento de distracción”.
El siglo XIX fue ciertamente el siglo de Gran Bretaña. Ellos mismos se asombraban de que la gente de las diminutas islas británicas se encontrara gobernando sobre un gran imperio. A medida de que el siglo XIX llegaba a su fin, el Imperio británico fue “el imperio más grande en la historia del mundo, abarcando casi un cuarto del globo terráqueo, y un cuarto de su población” (James Morris, Pax Británica: The Climax of an Empire [Paz británica: El apogeo de un imperio], 1968, p. 21).
Sin embargo, el imperio continuaría expandiéndose. “Continuó creciendo hasta 1933, cuando su área llegó a abarcar más de 36 millones de kilómetros cuadrados y su población era de 493 millones . . . el Imperio romano en su punto más alto estuvo constituido de 120 millones de personas en un área de 6.4 millones de kilómetros cuadrados . . .” (ibíd., pp. 27, 42).
Por lo tanto, el Imperio británico abarcaba 5.5 veces el territorio del Imperio romano, con más del cuádruple de su población. El gobierno británico se extendió no solo a regiones comunes y corrientes, sino también a algunos de los mejores y más fértiles territorios de la Tierra.
No es muy sorprendente que en aquellos días la gente educada percibiera la mano de Dios en el proceso. Les parecía algo demasiado obvio como para ignorarlo. En aquellos tiempos los hombres bíblicamente más literatos, como Lord Rosebery, secretario del exterior británico (1886, 1892-1894) y primer ministro (1894-1895), habló en noviembre de 1900 a los estudiantes de la Universidad Glasgow acerca del Imperio británico:
“¡Qué maravilloso es todo esto! Construido no por santos ni ángeles, sino por obra de la mano del hombre. . . y sin embargo, no es algo totalmente humano, ya que ni el más ignorante ni el más escéptico pueden negar la mano del Divino.
“Creciendo como crecen los árboles: mientras otros dormían; alimentados por los errores de otros y también por las virtudes de nuestros ancestros; alcanzando lentamente, como una ola, tierras, islas y continentes, hasta que nuestra pequeña Gran Bretaña se despertó para encontrarse como la madre adoptiva de otras naciones y la fuente de imperios unidos. ¿Somos capaces de ver que esto se debió no tanto a la energía y fortuna de una raza sino a la suprema dirección del Todopoderoso?”
En esos tiempos, cuando se le daba más importancia al conocimiento bíblico, personas como Lord Rosebery percibieron las notables circunstancias del pueblo británico. Dios parece haberlos bendecido mucho, tal como había prometido bendecir al antiguo pueblo de Israel. Por lo tanto, a ellos no les parecía excesivo considerar al pueblo británico como el elegido por Dios. ¿Fue su percepción simplemente una expresión de vanidad humana? ¿O estaban realmente observando la mano de Dios en las bendiciones conferidas a su gente y su nación?
Los forjadores del Imperio británico aspiraban a ejercer un dominio pacífico y productivo sobre un cuarto de la población mundial. Uno de los grandes logros de los administradores británicos fue el establecimiento y la imposición de la ley y el orden a los territorios británicos coloniales e imperiales alrededor del globo. Este solo hecho produjo bendiciones incalculables a estos pueblos y sus territorios.
Esta Pax Britannica dejó un legado de condiciones pacíficas en muchas regiones que antes estaban plagadas de guerras y hostilidades étnicas interminables. La presencia británica también estimuló el desarrollo económico y dio a conocer en muchas regiones los avances tecnológicos de Occidente. Los misioneros británicos se convirtieron en portadores de literatura y conocimiento bíblico que compartieron con gente desde un extremo del mundo al otro. Sus bendiciones, tanto físicas como espirituales, fueron distribuidas gratuitamente alrededor del mundo. ec