Crezcamos en la unidad de la fe
Esta es mi primera columna para El Comunicado desde que asumí el cargo al que fui nombrado hace apenas dos meses. Muchos de ustedes me conocen, pero otros no, así que aprovecharé esta primera columna para compartir con ustedes algunos de mis pensamientos ahora que mi esposa y yo damos inicio a un nuevo capítulo de nuestras vidas y de servicio a Dios y a ustedes. Este último mes hemos estado meditando y autoanalizándonos mucho.
Durante los últimos 11 años hemos tenido el absoluto placer y honor de pastorear las congregaciones de Orlando y Jacksonville, Florida (EE. UU.). Después de una larga y satisfactoria carrera en el mundo de los negocios, principalmente en finanzas y administración de corporaciones de salud multiestatales, fundé y dirigí una empresa que gestionaba asuntos de atención médica para hospitales y cirujanos. Pero en 2011 nuestras vidas dieron un vuelco: recibimos una llamada preguntándonos si estaríamos dispuestos a pastorear de tiempo completo cuatro iglesias en Florida (Orlando, Jacksonville, Ocala y Tallahassee).
Aunque nos sentíamos un poco inadecuados para el trabajo, aceptamos y comenzamos lo que ha sido el periodo más gratificante y agradable de nuestras vidas. Siempre hemos amado al pueblo de Dios dondequiera que hemos vivido, pero servir a los hermanos en esta capacidad nos ha dado más satisfacciones de las que pudiéramos haber imaginado.
A través de los años hemos compartido muchas alegrías y momentos felices con nuestros hermanos. Algunas de esas instancias alegres han sido los bautismos y matrimonios, el nacimiento de sus hijos, Fiestas de Tabernáculos, ascensos laborales, graduaciones, el hecho de trabajar con diferentes personas y verlas aplicar el estilo de vida de Dios y experimentar sus beneficios, y sentir el “espíritu de familia” y de unidad entre nosotros.
Pero la vida de un pastor no siempre es “un lecho de rosas”, como todos sabemos. Junto con la dicha derivada de nuestra comunión espiritual con Dios y con los demás, “en la vida hay dolor, hay dudas y hay temor”, como dice la letra del himno 167 de nuestro himnario.
Sin embargo, cuando estamos viviendo a la manera de Dios, nuestros corazones debieran estar siempre alegres sin importar lo que estemos pasando, ya que entendemos que Dios está trabajando con nosotros, entrenándonos y preparándonos para cumplir los roles que él ha planeado para nosotros en su reino.
No hay llamado más sublime en esta vida que aquel que Dios nos hace, y cuando mantenemos la visión de lo que él está llevando a cabo como prioridad en nuestras mentes, existe esa “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7) y la energía y el celo para seguir adelante.
Esos tiempos de “dolores, dudas y temores” pueden ser duros. Al igual que ustedes, hemos llorado con personas que han perdido a sus seres queridos, que han visto cómo se desmoronaban sus relaciones, o han sufrido reveses económicos o enfermedades crónicas. Hemos derramado lágrimas cuando algunos decidieron abandonar a Dios para seguir sus propias ideas y caminos.
Ha habido frustración y desilusión por la resistencia de algunos a la Palabra o la enseñanza de Dios, y nos preguntamos: “¿Habrá habido algo más que pudiéramos haber hecho, o mejores palabras que podríamos haber dicho?” Nos duele el corazón cuando la gente decide abandonar la comunión.
Aprendemos a tener paciencia, a respetar, a buscar respuestas en Dios y a amar como Dios ama. Él nunca se da por vencido y es paciente y misericordioso. Nos ama (ágape, en griego) y no quiere que ninguno se quede en el camino. Y eso es lo que debemos hacer nosotros también, a medida que crecemos en la “unidad” de unos con otros y en la unidad del Espíritu y de la fe.
El término “pastor” en la Biblia viene de la palabra griega que significa “cuidador de ovejas”. Aunque no hemos sido pastores en el sentido físico de la palabra, a lo largo de los años hemos llegado a entender que Jesucristo, la Cabeza de esta Iglesia, es nuestro “Gran Pastor”.
Él sabe lo que necesitamos, y su Espíritu nos guía hacia toda verdad y comprensión. Él nos enseña, dirige y alimenta, y conoce el camino que lleva al reino al que nos conduce.
Cristo es el camino, la verdad y la vida. Debemos aprender a sometérnosle, a seguirlo, a confiar y apoyarnos en él y a buscar diligentemente su voluntad y lo que le es “agradable”.
Aprendemos muchas cosas en las diversas áreas y responsabilidades que Dios nos da durante nuestra vida física, tanto en el servicio en su Iglesia como en el mundo en el que vivimos y trabajamos. Verdaderamente, Dios nos está preparando a todos según su estilo especial y amoroso.
Permita que él lo guíe por medio de su Espíritu Santo. A medida que mi esposa y yo nos embarcamos en este nuevo capítulo de nuestras vidas, buscaremos su voluntad y le pediremos sabiduría para poder servirles de buena manera a él y a ustedes.
En el camino que aún debemos recorrer habrá tiempos y pruebas difíciles, porque la gente ya no querrá escuchar el mensaje de la verdad de Dios. Como se reitera en 2 Timoteo 3:13, “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor . . .”
Este es el momento de preparar nuestros corazones para esos tiempos. Comprometámonos con Dios y desarrollemos confianza, seguridad y esperanza en él.
Unámonos todos en la búsqueda de la voluntad de Dios y de lo que es “agradable” para él, y luego hagamos su obra y démosle gloria a su nombre para siempre. Amén (Hebreos 13:20-21). EC