Sexto Mes: Elul
María, bendita entre todas las mujeres
De todas las mujeres extraordinarias en Las Escrituras, una se eleva sobre todas las demás como la más bendecida, la más altamente favorecida por Dios y la más admirada universalmente por las otras mujeres. En verdad, ninguna otra mujer es efectivamente más sobresaliente que María. Ella fue a quien Dios, en su soberanía eligió entre todas las mujeres que alguna vez hayan nacido, para ser el instrumento singular por medio del cual traería al Mesías al mundo.
La misma biblia testifica que todas las generaciones la reconocerían como profundamente bendecida por Dios (Lucas 1:48). Esto no fue porque creyera ser algún tipo de súper ser humano piadoso, sino porque a ella le fue dada tan notable gracia y privilegio. En Las Escrituras nunca se la presenta como fuente o dispensadora de gracia, sino que es ella misma la receptora de la bendición de Dios. Su Hijo, no María, es la fuente de gracia (Salmos 72:17). Él es la tan largamente esperada Simiente de Abraham de quien la promesa del pacto dijo: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:18).
En una ocasión, una mujer en la muchedumbre levantó su voz y dijo a Jesús: “Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste”. Su reacción fue un regaño: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:27-28).
La idea de que permaneció en completa virginidad es imposible de reconciliar con la idea de que Jesús tuvo medios hermanos que son nombrados en las escrituras junto a ambos padres, José y María: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?” (Mateo 13:55). Más adelante, Mateo 1:25 dice que José se abstuvo de tener relaciones íntimas con María hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús. De ninguna lectura natural del pleno sentido de Las Escrituras es posible suponer la idea de la virginidad perpetua de María.
Tanto José como María descendían de David. Por tanto, compartían con David la misma genealogía. La rama de María del árbol de la familia de David puede ser trazada a través del hijo de David llamado Natán, mientras que la rama de José es la línea real, a través de Salomón. A la luz de esto, Cristo heredó el trono de David a través de María.
María refleja los mejores aspectos del carácter de Ana. Lo más significativo de todo es que, su fe fue un extraordinario ejemplo de fidelidad que Jesús bendijo. Ella fue sincera, de adoración ferviente, inocente en su confianza en el Señor y dependiente de Él en todo. María siempre permaneció en un segundo plano. Ella nunca buscó la clase de preeminencia que tantos parecen empecinadamente imponerle. María, llena de júbilo, se apresuró a ir a la aldea en la montaña para visitar a su amada pariente Elisabet. El ángel había informado a María sobre el embarazo de Elisabet.
Ella también esperaba su primer hijo por medio de un nacimiento anunciado por un ángel (Lucas 1:13-19).
Es claro que el joven corazón y la mente de María estaban ya totalmente saturados con la Palabra de Dios. Ella incluía no solo los ecos de dos de las oraciones de Ana, sino además varias otras alusiones a la ley, los salmos y los profetas. Es notable la forma en que alabó la gloria y la majestad de Dios mientras reconocía su propia humildad en forma reiterada.
María aprendiendo a someterse a Jesús como su Señor, en lugar de controlarlo como su madre. Ella se convirtió en su fiel discípula. Parece haber asumido la realidad en el sentido que, Él tenía trabajo por hacer y ella no podía dirigirlo. Al final lo siguió durante todo el camino de la cruz y aquella tarde de Pascua en que murió, estaba parada junto a un grupo de mujeres, observando en medio del dolor y el horror. La crucifixión fue la tercera y última parte en que María aparece al lado de Jesús durante los tres años y medio de su ministerio terrenal y luego se convirtió en un fiel creyente (Hechos 1:14).