#349 - Apocalipsis 3:7-13: "La Iglesia en Filadelfia: Una puerta abierta y protección especial"

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#349 - Apocalipsis 3:7-13

"La Iglesia en Filadelfia: Una puerta abierta y protección especial"

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Jesucristo se dirige a esta iglesia y dice: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (Apocalipsis 3:7).

Cerca de 40 kilómetros al sureste de Sardis, se encontraba la ciudad de Filadelfia, que significa “amor fraternal”. Una carretera imperial pasaba por allí desde Roma hacia el este, por lo cual la ciudad se llamó “la Puerta al Oriente”. Era un próspero centro comercial y agrícola, pero sujeto a fuertes terremotos.

Lo primero que Cristo resalta es su inquebrantable fidelidad hacia su Iglesia como “el Verdadero”. El Comentario Expositor dice: “Él es el ‘Verdadero’ al ser totalmente fiable en sus palabras y acciones”. Además, espera, como nuestro Hermano mayor, que sus seguidores sean igualmente fieles y leales a él. 

Hay un juego de palabras en el griego entre los términos “Filadelfia” y “el amor fraternal” que ellos identificarían fácilmente. De hecho, esta ciudad fue nombrada así por el Rey Eumenes II (197-159 a.C.), debido al amor fraternal que Atalo II le mostró a él, su hermano mayor. Eumenes lo apodó “Filadelfo” o “el que ama a su hermano” y luego fundó la ciudad de Filadelfia en el año 189 a.C. Durante el reinado de Eumenes, Atalo II fue su más fiel servidor, quien ganó varias guerras y fue su leal embajador ante su gran aliado, Roma. Allí, Atalo se ganó la admiración romana cuando en 167 a.C. rechazó la propuesta romana de derrocar a su hermano y asumir el trono.

Además, cuando el rey Eumenes, al regresar de Roma, sufrió un atentado contra su vida y fue secuestrado en 172 a.C., Atalo, creyendo que su hermano había muerto, se casó con su viuda, Estratonice, y se convirtió en el rey del Imperio Pérgamo. Sin embargo, cuando de repente apareció su hermano, Atalo de inmediato se divorció y cedió el poder sin titubeos a su hermano mayor. Por eso y muchas acciones más, Atalo II fue nombrado “Filadelfo” en honor a su lealtad inquebrantable hacia su hermano mayor. Después de la muerte de su hermano, Atalo II gobernó el Imperio Pérgamo de 159 a 138 a. C.

Como señala El Nuevo Diccionario Bíblico: “Como Filadelfo fue conocido por su lealtad a su hermano, así la Iglesia, la verdadera Filadelfia, hereda y cumple con su carácter al tener una lealtad constante a Cristo” (p. 926). Así, Jesús le recuerda a la Iglesia de Filadelfia que debe tener ese “amor fraternal” hacia él y también hacia los hermanos, pues de eso se trata ese verdadero amor y lealtad fraternal—aunque no se vea lo suficiente.

A continuación, Cristo le dice a esa Iglesia que le abriría puertas para que el evangelio del reino saliera de una manera tan potente que nadie podría cerrarlas. Enfatiza que él tiene esa “llave de David” y que abriría y cerraría las puertas según fueran necesarias.

¿Qué significa tener esa “llave de David”? Una llave indica tener control y autoridad al poder abrir el acceso a algo importante. En el Antiguo Testamento, se refiere al reemplazo del mayordomo infiel Sebna por Eliaquim, quien llegó a ser un tesorero leal del rey Ezequías, de linaje davídico. La historia está en Isaías 22:15-24: “El Eterno de los ejércitos dice así: Ve, entra a este tesorero, a Sebna el mayordomo, y dile: ¿Qué tienes tú aquí, o a quién tienes aquí, que labraste aquí sepulcro para ti, como el que en lugar alto labra su sepultura, o el que esculpe para sí morada en una peña? He aquí que el Eterno te transportará en duro cautiverio, y de cierto te cubrirá el rostro. Te echará a rodar con ímpetu, como a bola por tierra extensa; allá morirás, y allá estarán los carros de tu gloria, oh vergüenza de la casa de tu señor. Y te arrojaré de tu lugar, y de tu puesto te empujaré. En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquim hijo de Hilcías, y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad; y será padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá. Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá. Y lo hincaré como clavo en lugar firme; y será por asiento de honra a la casa de su padre. Colgarán de él toda la honra de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos menores, desde las tazas hasta toda clase de jarros”.

Primero, Jesucristo dice que él es quien tiene esa “llave de David” descrita en Apocalipsis, al ser el fiel administrador de Dios, y ningún ser humano. Pero en un sentido profético, habrá un momento en esa etapa de la Iglesia en que Cristo abriría dramáticamente puertas poderosas para hacer llegar el evangelio del reino al mundo entero como no se había hecho antes.

De hecho, una “puerta abierta” en la Biblia significa una oportunidad para difundir el evangelio. Pablo usó el término varias veces, como cuando dijo: “Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor” (2 Corintios 2:12, también Hechos 14:27 y 1 Corintios 16:9). Esta es una revelación tan importante que Jesús la enfatiza nuevamente en el siguiente versículo: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8). Así, aunque no tenga mucha fuerza, es una Iglesia obediente y fiel.

Por tanto, las grandes puertas que Cristo abriría antes y durante el tiempo del fin se refieren a difundir el evangelio del reino de manera masiva hacia el mundo como una invitación para dejar sus vidas pecaminosas y a la vez, como un mensaje de advertencia y castigo si no prestan atención. De modo que llegaría un momento en que el evangelio del reino de Dios tendría que ser predicado en todo el mundo y “entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).

Esas puertas abiertas probablemente tienen que ver con la revolución electrónica de los siglos 20 y 21, cuando los medios de comunicación, como la radio, la impresora rápida y barata, la televisión y ahora el Internet, han permitido ir a todas las naciones con el evangelio del reino sin estar físicamente presente. El Sr. Herbert Armstrong mencionó constantemente las “grandes puertas” que Dios había abierto durante su vida y la obra poderosa que se estaba realizando. Hoy día seguimos atravesando por esas grandes puertas y algunas nuevas, a medida que Cristo las abre como los medios para ir al mundo entero con sus verdades vitales antes de que él intervenga poderosamente en los acontecimientos mundiales.

De hecho, Cristo reconoce que somos una iglesia que tiene “poca fuerza” para difundir el evangelio por cuenta propia, y por lo tanto nos está abriendo constantemente esas puertas para poder pasar. Además, parece que tenemos “poca fuerza” en un sentido espiritual, ya que estamos inmersos en un mundo corrompido, con muchas distracciones y tentaciones que afectan adversamente a nuestra vida espiritual. Ese fervor y celo inicial de la Iglesia es difícil de emular hoy. Como Jesús predijo acerca de las condiciones del tiempo del fin: “y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:12-14).

Luego, Cristo le dice a la Iglesia: “He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado” (Apocalipsis 3:9).

Aquí, él profetiza que la iglesia en Filadelfia tendría que enfrentar a la gran iglesia falsa, al igual que otras etapas de la Iglesia que también lo hicieron. La falsa iglesia se describe de diferentes maneras como “aquellos que dicen que son apóstoles y no lo son” (Apocalipsis 2:2); o, “las obras de los nicolaítas, que yo también aborrezco” (Apocalipsis 2:6, 15); o “aquellos que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás" (Apocalipsis 2:9); o “los que sostienen la doctrina de Balaam” (Apocalipsis 2:14); o “esa mujer Jezabel, que se dice ser profetisa” (Apocalipsis 2:20).

Aquí, las frases “sinagoga de Satanás” y “aquellos que dicen ser judíos y no lo son” se usan por segunda vez. Se refieren a la gran mujer caída de Apocalipsis 17, que pretende ser la verdadera iglesia pero que ha engañado al mundo entero a seguirla. Un día, cuando Cristo regrese, esa iglesia caída tendrá que admitir que nosotros (en la comunidad de la Iglesias de Dios a lo largo de los siglos) somos los que realmente “guardamos los mandamientos de Dios y tenemos el testimonio [o apoyo] de Jesucristo” (Apocalipsis. 12:17). 

Así, somos los verdaderos seguidores de la Palabra y la ley de Dios. Es la Iglesia que observa todos los mandamientos de Dios, incluyendo el sábado y las fiestas santas. Cuando vean a los santos glorificados reinando bajo Jesucristo en todo el mundo y guardando “la Fiesta de los Tabernáculos” (Zacarías 14:16), tendrán que humildemente “venir y adorar ante tus pies”, pues ya serán seres espirituales y sabrán que Dios sí cuidó a esa pequeña manada” (Lucas 12:32). También es esa “mujer perseguida” en Apocalipsis 12:13, que cuenta con tan pocos recursos y que es insignificante ante el mundo. Pero será reconocida en ese entonces como la verdadera Iglesia de Dios.

Cristo sigue: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Apocalipsis 3:10).

Varios comentaristas están de acuerdo que este versículo se refiere a un suceso en los últimos días donde los fieles serán protegidos durante tres años y medio de la Gran Tribulación y la ira de Dios, como es descrito en Apocalipsis 12:12-17.

Como señala G. E. Ladd: “Aquí hay una referencia escatológica [referente al tiempo del fin] de los ‘desastres antes de la venida del Mesías’. Ante estos juicios terroríficos, el pueblo de Dios es sellado en sus frentes para que no sean afectados por esas plagas. Estos pavorosos juicios divinos están enfocados en aquellos que siguen a la bestia, pero los que tienen el sello de Dios serán divinamente protegidos” (Comentario sobre Apocalipsis, 1972, p. 62). 

Otro comentarista, Robert Mounce señala: “Cuando se habla de ‘la hora de la prueba’ se refiere al período de tribulación que precede el establecimiento del reino de Dios. Es mencionado en tales pasajes como Daniel 12:2, Marcos 13:19, y 2 Tesalonicenses 2:1-12. Son los tres años y medio del gobierno del Anticristo en Apocalipsis 13:5-10. De hecho, todos los juicios de Apocalipsis 6 se refieren a esa hora final de prueba. Es durante ese período que Cristo recompensará la fidelidad de la iglesia de Filadelfia [confirmando aquí que es una era de la Iglesia] al intervenir para protegerla de los ataques de Satanás. El texto indica que la hora de la prueba llega al ‘mundo entero’ para probar ‘a los que moran en la tierra’. En Apocalipsis, donde se encuentra esta última frase, (Apocalipsis 6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 14; 17:8), los enemigos de la iglesia siempre están en mente. La hora de prueba se dirige hacia todo el mundo inconverso, pero el creyente será protegido” (El Libro de Apocalipsis, p. 102)

Luego Cristo dice: "He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11). Es una advertencia de ¡no descuidarse!

También tenemos aquí una referencia al tiempo del fin. Como señala Robert Mounce, “La venida [de Cristo a la iglesia] de Filadelfia… es escatológica [o relacionada con los últimos tiempos]. Terminarán el tiempo de prueba y serán establecidos como ciudadanos permanentes del Reino eterno. El versículo 11 presupone la continuación de la Iglesia hasta el Segundo Advenimiento… Deben aferrarse en su fe (la fe en Cristo y la obediencia a su Palabra para que nadie tome su corona). La corona se refiere a la corona otorgada al ganador de una competencia atlética. La metáfora sería especialmente apropiada en esta carta a la iglesia, ya que Filadelfia era conocida por sus festivales y competencias atléticas” (p. 104).

Cristo continúa: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:12-13).

Así que esa necesidad de vencer espiritualmente muestra que la recompensa de Cristo está condicionada al poder salir triunfantes. Por eso, es necesario obtener la victoria en esa guerra espiritual contra uno mismo, contra el mundo y contra Satanás.

¿Qué significa ser una columna en el templo de Dios? Una columna es un soporte del edificio que es muy firme. Este término se usa en sentido figurado para describir a los líderes de la Iglesia como Santiago, Pedro y Juan (ver Gálatas 2:9).

Como señala El Comentario Expositor: “Primero, Cristo hará que el vencedor sea una ‘columna’ en el templo de mi Dios”. Como ya se ha indicado, la ciudad estaba bajo constante amenaza de terremotos. A veces, las únicas partes de la ciudad que quedaban en pie después de un fuerte terremoto eran las grandes columnas de piedra de los templos. Cristo promete colocar a los creyentes en su templo (en el futuro reino) de una manera tan segura que ninguna perturbación puede obligarlos a salir de allí. Además, un fiel servidor municipal o un distinguido sacerdote a veces era honrado con un pilar especial agregado a uno de los templos e inscrito con su nombre (Barclay, Las Siete Iglesias, p. 89). Este puede ser el sentido de la segunda promesa: Escribiré en él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén… y… mi nuevo nombre". El nombre inscrito significa identidad y autoridad. A aquellos que tienen “poca fuerza” al ser marginados por el mundo, Cristo promete un reconocimiento en su reino digno del héroe más noble de cualquier sociedad… El triple nombre que sigue no es el de la Trinidad como podríamos esperar, sino el del Padre, del Hijo y de la nueva Jerusalén” (p. 81). Noten que si el Espíritu Santo fuera una persona, entonces dejarlo de lado de ese modo sería un insulto, pero no es una Persona.

E. Ladd concluye: “El nombre de su Dios fue puesto en el pueblo de Israel (Números 6:27) ... Los seguidores de Cristo reciben su señal en sus frentes para mostrar que le pertenecen a él” (p. 63).