#285 - Comienzo de las epístolas generales: Santiago 1
"El carácter perfecto"
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#285 - Comienzo de las epístolas generales: Santiago 1: "El carácter perfecto"
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Pero ¿qué importa el orden de los libros? Pues, como veremos, es de gran importancia, pues ese orden original no fue trocado en forma inocente; hay una poderosa y siniestra razón por ese cambio.
Primero, veamos la evidencia histórica para comprobar cómo fueron ordenados los libros del Nuevo Testamento. El erudito Neil Lighfoot explica, “Existe una gran cantidad de manuscritos del Nuevo Testamento, alrededor de 4500. Sin embargo, no todos son copias completas, pues en la mayoría de los casos, les faltan algunas secciones. No obstante, el Nuevo Testamento es sin lugar a duda el mejor libro preservado de la Antigüedad. Estos manuscritos que tenemos están ordenados en general en cuatro secciones: (1) Los cuatro Evangelios, (2) el libro de los Hechos y las Epístolas Generales, (3) las Epístolas Paulinas, y (4) el libro de Apocalipsis. De los 4500 manuscritos que tenemos, 4200 son escritos en estilo cursivo, de los siglos noveno al quince, y 300 en estilo uncial del cuarto al noveno siglo” (Cómo nos llegó la Biblia, p. 28).
Noten que, en la segunda categoría, las Epístolas Generales, compuestas por Santiago, Pedro, Juan y Judas, vienen antes que las de Pablo.
Otro erudito, Werner Kumel, dice: “En el canon de la Iglesia Griega, las epístolas generales vienen después de Hechos y antes de las epístolas de Pablo. De esa forma, el libro de Hechos, que es la historia de la iglesia primitiva, es seguido de inmediato por las epístolas de los primeros apóstoles de la iglesia. En cambio, en el canon de la iglesia latina [romana], las epístolas de Pablo son puestas antes que las Epístolas Generales” (Introducción al Nuevo Testamento, p. 283).
Veamos entonces las razones del cambio del orden original de los libros y las pruebas que el orden correcto de los libros del Nuevo Testamento debe ser: los Evangelios, Hechos, las Epístolas Generales, las Epístolas de Pablo [estas dos últimas deben ser una sola sección] y el libro de Apocalipsis.
- La prueba de la inspiración. Dios no sólo inspiró todos los libros del Nuevo Testamento, sino también el orden de como aparecen en los manuscritos. En los primeros siglos, los apóstoles y luego sus sucesores recopilaron cuidadosamente las Escrituras y las pusieron en un orden específico. Por la evidencia histórica, los manuscritos claramente indican que las Epístolas Generales van antes que las Paulinas.
- El área de donde viene nuestra versión del Nuevo Testamento, de la iglesia griega, el texto es llamado bizantino, y tiene las epístolas generales en primer lugar. Sólo en regiones donde la iglesia de Roma tiene más influencia es donde aparece el cambio en el orden, como en el códice Sinaítico.
- La influencia de la iglesia en Roma produce el cambio en los manuscritos copiados más tarde al latín. Jerónimo, quien redactó la versión latina oficial para la Iglesia Romana, admitió que el orden correcto era primero las epístolas generales, pero bajo la presión de la Iglesia Romana, puso en su versión latina primero a las epístolas de Pablo. A través de esa influencia, todas nuestras Biblias tienen el orden equivocado.
El estudioso James Strong explica el cambio que hizo la iglesia romana en el orden: “La iglesia occidental [con sede en Roma], que es representada por Jerónimo, Agustín y sus sucesores, le dieron prioridad a las epístolas de Pablo… La tendencia de la iglesia occidental era poner a Roma en el centro de autoridad y puede, en parte, explicar el cambio en el orden de libros en contraste con los que había en la iglesia oriental. El orden de los manuscritos más antiguos—el Alejandrino, el Vaticano, y Efraín, tienen las Epístolas Generales primero, y respaldaron ese orden el Concilio de Laodicea (364), Atanasio y Cirilio de Jerusalén” (p. 800).
- La advertencia bíblica que Dios inspiró acerca de algunas de las epístolas de Pablo debe venir antes de ellas y no después. Pedro dijo: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando de ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:15-16).
- Por eso es muy distinto leer primero las epístolas de Santiago y los demás apóstoles y luego las de Pablo, que viceversa. Muchas de las epístolas de Pablo son complicadas, mientras que las Epístolas Generales son prácticas, fáciles de entender y fundamentales. Empezar con las de Pablo es como comenzar a estudiar primero álgebra avanzada y luego matemática, o afirmarse de las ramas más pequeñas de un árbol en vez del tronco.
- Además, había un motivo siniestro. Se nota históricamente que la iglesia romana quiso fomentar la idea de que existían dos iglesias en el cristianismo: una judía cristiana y la otra, gentil cristiana. Ella se convirtió en la campeona de “liberar” a los gentiles cristianos de la influencia judío-cristiana y de la ley de Dios. Por eso fue en Roma donde empezaron a cambiar el sábado por el domingo, las fiestas paganas por las bíblicas y la filosofía griega en vez de la Palabra de Dios para establecer sus doctrinas. Así terminaron creyendo en la inmortalidad del alma y en ir al infierno, el purgatorio o el cielo después de la muerte. En vez de “libertad”, como explica Judas, terminaron “convirtiendo en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Judas 1:4).
En cambio, todos los apóstoles predicaron el mismo mensaje a los judíos y gentiles creyentes. Lo único distinto era las diferentes áreas para servir a la iglesia, pero, eran las mismas doctrinas. Esto se ve en Hechos 15 donde todos los apóstoles y ministros afirmaron las mismas creencias.
- También el sentido lógico e histórico del orden es importante. Luego de los Evangelios, que describen la vida de Jesús y es la base del Nuevo Testamento, viene el libro de Hechos, que cuenta la historia de cómo los apóstoles de Jesús aplicaron esos principios en la iglesia. Es lógico que la siguiente sección fueran las epístolas de esos apóstoles que estuvieron con Jesús y dirigieron la iglesia—Pedro, Juan, Santiago y Judas. No es razonable empezar con Pablo, que no fue uno de los primeros apóstoles, ni escribió para la iglesia en general, sino al área suya con temas particulares donde había problemas por el ingreso de gentiles conversos a la iglesia.
- Como Dios no le permitió a Satanás destruir o corromper las Sagradas Escrituras, ¿qué podía hacer para confundir el mensaje? Pues, una manera sería cambiar el orden de los libros, y así confundir a las personas. Al leer primero las epístolas de Pablo, donde muchas tratan asuntos locales y problemas específicos, se puede confundir respecto a cómo aplicar la ley de Dios. Mientras que, al leer las epístolas de Santiago, Pedro, Juan y Judas, no queda duda de cómo se debe aplicar y respetar la ley de Dios. Por eso Lutero, que detestaba y atacó la epístola de Santiago, la llamó “una epístola de paja”, es decir, de poca sustancia, pues minaba su doctrina de ser salvos sólo por la fe y sin obras. ¡Qué atrevimiento atacar a un libro inspirado por Dios mismo!
Así, el diablo se aprovechó al cambiar el orden original de los libros, y por lo tanto, nosotros no debemos caer en esa trampa. Al mundo católico, protestante y evangélico le conviene mantener desordenados los libros del Nuevo Testamento y así enfocar primero en las epístolas de Pablo. Nosotros, en cambio, que amamos la ley de Dios, comenzaremos tal como Dios lo dispuso y lo inspiró: primero con las Epístolas Generales, o lo céntrico de su ley; y luego con las de Pablo para rellenar los detalles. Es empezar con lo básico y luego ir a lo avanzado y complejo, y no al revés.
LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO
El autor de la epístola comienza con una gran señal de autoridad, al no tener que explicar a las congregaciones quién era él. Sencillamente dice: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud” (Santiago 1:1). A través del libro de Hechos y las Epístolas de Pablo, hay un solo Santiago que tiene ese renombre y esa autoridad: Santiago, el medio hermano de Jesús. En realidad, el nombre es “Jacobo” en griego. En su modestia, no se jacta de ser el hermano de Jesús. Pablo dice: “Después, pasados tres años subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor” (Gal 1:18-19). Jacobo estuvo a cargo de la iglesia principal en Jerusalén hasta su muerte en 62 d.C. Por eso, en su epístola, Judas sólo tiene que mencionar a Santiago para identificarse. “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo...” (Judas 1:1).
Santiago dirige su epístola a “las doce tribus que están en la dispersión”. Los judíos consistían sólo en las tribus de Judá, Benjamín y parte de los levitas. Para cuando Santiago escribió esta epístola, los demás apóstoles habían ido, tal como les dijo Jesús, “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10:6). Esta epístola está dirigida a todas las congregaciones cristianas que habían fundado los apóstoles, muchas en las áreas donde estaban las “diez tribus perdidas”, e incluye también a los judíos cristianos dispersos por todo el Imperio Romano.
Luego, Santiago entrega el tema central de su epístola, que es lo que más necesitan escuchar—cómo desarrollar el carácter cristiano justo y perfecto. ¿Suena familiar? Todos los verdaderos siervos de Dios son inspirados por el mismo Espíritu de Dios y enfocan en las mismas cosas a través de los siglos.
Santiago dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4).
He aquí una diferencia principal entre el converso y el inconverso. El inconverso considera que pasar por una dura prueba es una maldición. Quisiera estar siempre libre de dificultades, y solo pasarlo bien. Pero la persona convertida tiene otro enfoque. Ahora las pruebas, aunque no son gratas, son parte de un proceso de perfeccionamiento espiritual. Santiago no quiere que se olviden de esta verdad.
Explica Barclay: “El término peirasmos se usaba para probar monedas para ver si eran genuinas. Aquí significa ser probado para lograr una meta—terminar más fuerte y puro al ser aprobado. Por ejemplo, tarde o temprano, un polluelo tiene que poner a prueba sus alas. La reina de Saba puso a prueba a Salomón para ver si en realidad tenía tanta sabiduría. Abraham fue probado por Dios para ver qué tipo de fe tenía”.
Este tipo de prueba nunca es para “tentar” a la persona a fallar o pecar, sino para hacerla más fuerte, resistente, segura, y completa. Para eso se necesita “paciencia” un término no muy bien traducido del griego, hupomone, que en vez de significar “aguantar” o soportar pasivamente, es algo muy activo, luchar y prevalecer contra las adversidades. Por eso es mejor traducido como “perseverancia” que producirá una “obra perfecta y cabal”, un carácter maduro y completo.
Ahora bien, ¿cómo se consigue esa perspectiva para perseverar y vencer las pruebas? Santiago contesta: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:5-8).
Santiago explica que algunos miembros que pasan por pruebas carecen de esa sabiduría para enfocar correctamente lo que están pasando. No le sacan provecho, sino que se desesperan y flaquea su fe. Pero él menciona que esa sabiduría está disponible a todos, y será entregada por Dios generosamente y sin reparos. Sin embargo, se tiene que pedir confiando y cumpliendo. La fe tiene que tener obras – es decir, haciendo su parte.
Si Dios ve que la oración es mecánica, o una rutina que se hace como deber, pero sin verdadera convicción ni una fe activa y cumplidora, Dios no contestará esa oración. Esas dudas, dice Santiago, son como una ola del mar que va y viene. Se ve cuando un corcho es llevado por las olas: se acerca a la playa y luego se aleja.
La persona “de doble ánimo”, o en el griego, “con dos almas” en conflicto, no puede esperar con su débil y fluctuante fe una respuesta positiva de Dios.
Además, Santiago explica que la persona con una fe viviente que ha sido probada y “aprobada”, no importa su situación económica y social, tiene el verdadero tesoro espiritual. El miembro rico puede no tenerlo.
Dice: “El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación [pues esa humilde condición puede llevarlo más a Dios]; pero el que es rico, en su humillación [aunque es rico físicamente, tiene que reconocer que es pobre espiritualmente]; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas” (Santiago 1:9-11).
Aquí tenemos un contraste que se produce en el verdadero cristianismo: los miembros pobres tienen una ventaja, al no poder confiar en las cosas físicas y pueden enfocar más en lo espiritual; mientras que los miembros prósperos tienen la desventaja de que las riquezas pueden minar la fe, al hacerlos confiar demasiado en ellas y no tanto en Dios. El rico tiene que poner lo espiritual primero, y luego lo físico, que no es nada fácil. Por eso existen muy pocos de ellos en la iglesia (Mateo 19:23). En la iglesia, ser rico o pobre no tiene ninguna importancia, pues la meta es la formación del carácter espiritual para alcanzar el reino. Ambos tienen que superar las pruebas puestas en frente, y resistir las múltiples tentaciones pues Dios no va a juzgar a la persona por su situación económica, sino por su condición espiritual. Como dice Proverbios 22:2 “El rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo el Eterno”.
Santiago les dice a los dos: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12). Aquí vemos que las verdaderas riquezas en la vida son la formación del carácter espiritual al vencer las pruebas y las tentaciones.
Ahora Santiago quiere dejar en claro la diferencia entre una prueba y una tentación. Dios puede probar a uno para que forme más carácter espiritual, pero jamás tentará a nadie para que peque. Él quiere construir y no destruir el carácter espiritual. Dice Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado [para hacer el mal], ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:13-14).
Aquí, Santiago usa la analogía de un pez que es atraído y sale de su escondite (exelkomenos) para comer la carnada. Es un deseo interno, no inducido por Dios.
“Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Ahora usa otra analogía, sobre la fornicación. Primero uno es atraído y seducido, luego fornica y se produce el embarazo, después el pecado no se puede ocultar. Pero noten que el hecho de ser tentado en sí no es un pecado, sino el ceder ante ello. Si se logra vencer la tentación, la recompensa será la formación del carácter espiritual y al final recibir “la corona de vida”—el entrar en el reino de Dios y recibir la vida eterna.
Por eso, ¡sí vale la pena resistir y vencer a las tentaciones! Como dijo Jesús: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Mateo 16:26). No vamos a ganar todas las batallas contra las tentaciones, pero sí tenemos que ganar la guerra. Cristo dijo: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones… El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 2:26;21:7).
En este primer estudio hemos visto lo práctico, inspirador y claro que es Santiago. Algo distinto sería entrar de repente en las aguas profundas de la teología de Pablo. En estas aguas bajas y claras, podemos aprender a nadar tranquilos por las Epístolas Generales. Santiago es un comienzo inmejorable, y crecerá en valor, como veremos la próxima vez.