#283 - Hechos 22-24: Defensa de Pablo; es detenido en Cesarea por 2 años

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#283 - Hechos 22-24

Defensa de Pablo; es detenido en Cesarea por 2 años

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La ley de Dios prohibía que entrara un gentil incircunciso al tabernáculo o a lo que lo reemplazó, el Templo (vea Génesis 17:14, 25; Levítico 12:3; Ezequiel 44:7). Para evitar contaminar el lugar santo, los judíos pusieron una inscripción encima de cada entrada en griego y latín que le advertía al gentil que no entrara más adentro, pues sería ejecutado al instante. Los romanos respetaron este derecho de los judíos. Se han encontrado dos de estas inscripciones.

El muro que rodeaba la entrada formal al templo también se llamaba “la pared intermedia de separación” al separar a los judíos de los gentiles. Cualquier gentil que entraba era muerto al instante. Los gentiles sólo podían mirar desde afuera mientras los judíos hacían sus sacrificios, ofrendas y purificaciones para ser ceremonialmente puros y aceptos ante Dios. 

Pablo explicó el significado de esta pared intermedia con relación al sacrificio de Cristo. Ahora ya no era necesario estar ceremonialmente puros por medio de los ritos y sacrificios, sino estar limpios ante Dios por medio del bautismo y la fe en el sacrificio de Jesús. La mayor herejía de los católicos y protestantes es que aplicaron la abolición de esa barrera ritual de la ley a los Diez Mandamientos, el sábado, las Fiestas Santas, los diezmo y alimentos, que no tienen nada que ver con ello.

Noten lo claro que Pablo explica el tema de la pared intermedia y la nueva entrada que ahora tienen los gentiles que creen: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo [es decir, no tenían acceso al Templo, los sacrificios, las purificaciones que permitían acercarse a Dios]. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas [ritos], para crear en sí mismo de los dos [pueblos] un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos [pueblos] en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades [de la raza y las purificaciones rituales]. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros [los gentiles] que estabais lejos, y a los que estaban cerca [los judíos]; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:11-19).

Volviendo al relato, ahora Pablo se defiende del falso cargo, y les habla en arameo, el idioma común de Israel en ese entonces, pues el hebreo formal sólo se usaba para leer la Biblia. Explica el Comentario Expositor: “Pablo les habló en arameo (literalmente, ‘en el dialecto hebreo’, que a través de todo el Nuevo Testamento significa ‘en arameo’, salvo en Apocalipsis 9:11 y Apocalipsis 16:16)”. 

En vez de polemizar con ellos, Pablo les relata su experiencia personal, la mejor defensa posible, al ser su propio testigo. Les narra su conversión al cristianismo que ya fue descrito en Hechos 9. 

Cuando llegó a la parte que menciona su visita a Jerusalén, comenta que recibió de Jesús las siguientes órdenes: “Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis [visión]. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles. Y le oyeron hasta esta palabra...” (Hechos 22:17-22).

La palabra que los enardeció, como un fósforo lanzado en un tanque de gasolina, fue “gentiles”. Explica el Comentario Expositor: “En efecto, Pablo estaba diciendo que los gentiles podían ser tratados directamente con el mensaje divino de la salvación, sin primero estar relacionados con la nación y sus instituciones. Esto era el equivalente a poner a los judíos y gentiles en el mismo plano ante Dios, y para el judaísmo, esto era la máxima herejía”. Dios ya había mostrado que los gentiles eran “purificados” no con las ceremonias de circuncisión o ritos de purificación, sino por la fe en Jesucristo y su sacrificio (Hechos 15:9). Al rechazar a Jesucristo, los judíos no estaban conscientes de que ahora existía una mejor forma de ser purificados—por la sangre, no de toros, sino de Cristo. 

Al escuchar a Pablo decir que había una mejor forma de purificarse y que muchos gentiles la habían aceptado, sintieron que su judaísmo estaba en peligro y quisieron asesinarlo. “Entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él” (Hechos 22:22-24). Pablo iba a ser azotado con el terrible látigo romano de tiras de cuero atadas con huesos y plomo. Muchos no sobrevivían esos azotes, y Jesús fue azotado de tal manera en su juicio. Pero Pablo sabía cómo evitarlo.

“Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano. Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí” (Hechos 22:25-27). El soldado romano había juramentado proteger los derechos de los ciudadanos romanos. Cicerón, el gran orador romano, dijo: “Es un delito que un ciudadano romano sea atado; es un crimen que sea azotado, y es casi tan terrible matarlo como si asesinara al padre de uno”. En cada ciudad, llevaban registros del nacimiento de los ciudadanos romanos, y era una pena de muerte decir que era ciudadano sin serlo. Por eso el tribuno aceptó la palabra de Pablo, que fácilmente podía verificarlo si hubiera mentido. Le dijo el tribuno: “Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado” (Hechos 22:28-29).

En ese entonces, ser ciudadano era un gran privilegio, y todo el poder romano estaba de su parte. Algunos soldados, por servicio distinguido, se les permitía adquirir la ciudadanía a un gran precio y que enriquecía las arcas del emperador. Pero mayor era el prestigio al nacer ciudadano, pues lo consideraban como algo de primera categoría. Por eso temieron, pues Pablo podía haberlos denunciado por haberlo atado, y el tribuno podía haber sido depuesto o hasta ejecutado. 

El tribuno convocó al Sanhedrín para saber cuál era el cargo contra Pablo. Pablo tomó la iniciativa y les habló como un hermano. “Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy” (Hechos 23:1). Pablo declaró su inocencia de violar las leyes del judaísmo. Pero el sumo sacerdote, un hombre de pésima reputación según los historiadores, se indignó ante esta afirmación. “El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear?” (Hechos 23:2-3). Pablo se indignó al ser golpeado sólo por insistir en su inocencia. Según la ley de Dios, el acusado era cuidadosamente protegido de los golpes y era considerado inocente hasta ser hallado culpable (Deuteronomio 19:15-18). Pablo le dijo al miembro del Sanhedrín que había ordenado golpearlo que Dios se encargaría de él. Y efectivamente fue así. El término “pared blanqueada” es una analogía de una pared en mal estado que es blanqueada para esconder sus defectos. Así también era este sacerdote, como dijo Jesús, “por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:28).

Pablo no sabía, empero, que ese miembro del Sanhedrín era el sumo sacerdote nombrado por los romanos. “Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo. No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (Hechos 23:4-5). Vemos aquí que no toda la ley de Moisés fue abolida, sino sólo la ritual para los gentiles creyentes, pues Pablo se somete a esa “ley de Moisés” en Éxodo 22:28 sobre el respeto a los gobernantes de Israel. 

A la vez, los sumos sacerdotes eran cambiados según los caprichos de los gobernantes romanos y en esta reunión improvisada, él no estaría vistiéndose en forma distinta de los demás. En efecto, el sumo sacerdote Ananías fue removido poco después de este incidente y reemplazado por Ismael. Josefo dijo que Ananías confiscaba los diezmos entregados a los otros sacerdotes y que pagaba grandes sobornos a los romanos y judíos influyentes. Era un hombre corrupto y odiado por los judíos nacionalista al apoyar a Roma. Cuando la guerra con Roma comenzó unos años después, en 66 d.C., los nacionalistas quemaron su casa y luego lo asesinaron.

Volviendo al relato, Pablo, al ver al grupo enfurecido contra él, inteligentemente los hace enfocar en sus diferencias en vez de las que tenían con él. “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga” (Hechos 23:6). Pablo tenía razón, pues él predicaba la resurrección de Jesús y la fe en él. 

“Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ello [al ser ciudadano romano], mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza [Antonia]” (Hechos 23:7-10).

Pablo se encontró de nuevo en prisión, y algo desanimado. Todos los gobernantes judíos estaban en su contra. ¿Cómo iba salir de esto? Es en este momento que aparece Jesús para animarlo. “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11). Pablo es consolado al saber que Jesús sabe todo lo que está pasando y está dirigiendo su destino. 

Ahora Dios interviene para sacar a Pablo de Jerusalén antes de que fuera asesinado. “Venido de día, algunos de los judíos tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración” (Hechos 23:12-13).

Estos votos se llamaban anatemas, y si no se cumplían, las personas se ponían bajo la maldición de Dios. El rey Saul tomó uno de estos votos (1 Samuel 14:24). Sin embargo, bajo los fariseos, estos votos podían ser invalidados si consideraban que el voto había sido tomado en forma precipitada, exagerada, equivocada o si surgían razones para no poder cumplirlos. Así eran fáciles de anular. Como dijo Jesús de ellos, “atan cargas pesadas y difíciles de llevar… pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mateo 23:4). 

Al enterarse el tribuno (significa comandante de mil hombres) por medio del sobrino de Pablo del complot para asesinarlo, esa misma noche lo lleva bajo el manto de la oscuridad a la capital romana en Judea, Cesarea. Así frustran la conspiración de estos asesinos.

Pablo es dejado bajo el cargo del gobernador romano de Judea (como lo había sido Poncio Pilato) el procurador Antonius Félix, que gobernó Judea desde el año 52-59 d.C. Estamos alrededor del año 58 d.C. en el relato. Este Félix es mencionado por los historiadores romanos. Gracias a Antonia, la madre del emperador Claudio, Félix y Pallas, esclavos de ella, recibieron la libertad. Luego se encumbraron en el poder, y Félix llegó a tener este alto puesto en Judea mientras que Pallas llegó a ser consejero de Claudio y después de Nerón. 

Félix es descrito como brutal, corrompido y altanero. Josefo no tiene nada bueno que decir de él y Tácito, el historiador romano, dijo: “Ejerció el poder como un rey pero con la mentalidad de un esclavo”. Se casó tres veces, cada vez con una princesa, y ahora estaba casado con la biznieta de Herodes el Grande, Drusila. Pablo viviría dos años en custodia de este gobernante egoísta y corrompido.

Sigue el relato: “Cinco días después, descendió el sumo sacerdote Ananías con algunos de los ancianos y un cierto orador llamado Tértulo, y comparecieron ante el gobernador contra Pablo. Y cuando éste fue llamado, Tértulo comenzó a acusarle” (Hechos 24:1-2). Tértulo era un abogado judío que conocía la ley romana igual que la judía. Durante la mitad del discurso aduló a Félix y en la segunda parte acusó a Pablo de tres cargos: (1) De ser un instigador de tumultos en el Imperio Romano. (2) De ser un líder de la secta de los nazarenos, o los seguidores de Jesús el nazareno. (3) De haber intentado profanar el Templo.

Félix permite que Pablo se defienda de los cargos. Pablo explica que respecto al primero: “no me hallaron disputando con ninguno, ni amotinando a la multitud; ni en el templo, ni en las sinagogas ni en la ciudad” (Hechos .24:12).

Acerca del segundo cargo, Pablo acepta que es uno de los líderes de los nazarenos, que, para evitar polémicas, lo llama “el Camino”. Pero en vez de aceptar que sea una secta o un desvío del judaísmo, afirma que en realidad es el verdadero camino bíblico, y el verdadero judaísmo. Dice: “Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas [el Antiguo Testamento] están escritas, teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:14-16).

Pablo concluye con su defensa al explicar lo que sucedió en realidad y el malentendido que surgió al creer algunos judíos que había metido a un gentil en los recintos del Templo. “Pero pasados algunos años, vine a hacer limosnas a mi nación y presentar ofrendas. Estaba en ello, cuando unos judíos de Asia me hallaron [ceremonialmente] purificado en templo, no con multitud ni con alboroto. Ellos debieran comparecer ante ti y acusarme, si contra mí tienen algo. O digan éstos mismos si hallaron en mí alguna cosa mala hecha, cuando comparecí ante el concilio, a no ser que estando entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros” (Hechos 24:17-21) Pablo hace ver que los que lo acusaron de profanar el Templo ni siquiera estaban presentes.

Luego de escuchar ambas partes, Félix entrega el veredicto. “Entonces Félix, oídas estas cosas, estando bien informado de este Camino, les aplazó, diciendo: Cuando descendiere el tribuno Lisias, acabaré de conocer de vuestro asunto. Y mandó al centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad, y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él” (Hechos 24:22-23). Félix tomó esta determinación por dos razones: (1) Aunque vio que Pablo era inocente, no quería ofender a los principales gobernantes en Judea. Ya había tenido bastantes problemas al suprimir varias sublevaciones en forma muy sangrienta y que lo había hecho impopular con los judíos. Soltar a Pablo significaría humillar a estos líderes. Por eso, sencillamente lo mantuvo en custodia. (2) Al escuchar Félix que Pablo vino con “limosnas y ofrendas”, y al ser un ciudadano romano, pensó que Pablo tenía acceso a bastante dinero, y podía esquilmarle. 

Sigue el relato: “Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia [la obediencia a la ley de Dios], del domino propio [el desarrollo del carácter espiritual] y del juicio venidero [la resurrección y el juicio según las obras], Félix se espantó [al pensar en sus obras], y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré. Esperaba también con esto, que Pablo le diera dinero para que le soltase; por lo cual muchas veces lo hacía venir y hablaba con él [Pablo jamás cedió a esto, pues es pecado]. Pero al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo; y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo” (Hechos 24:24-27). 

En el siguiente estudio, veremos como Pablo por fin viaja a Roma, pero no en la forma que él quería.