#275 - Hechos 14-15: "Pablo es apedreado; la primera conferencia ministerial"

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#275 - Hechos 14-15

"Pablo es apedreado; la primera conferencia ministerial"

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Le faltaba tres ciudades por cubrir en la zona, Iconio, Listra y Derbe. Todas están relativamente cerca de su ciudad natal de Tarso. El relato comienza: “Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (Hechos 14:1).

Se pueden preguntar, ¿cómo es que siempre hay sinagogas en las ciudades pequeñas de Asia Menor? Explica Edersheim: “Ninguna ciudad ni aldea, si tenía tan sólo diez hombres judíos que lo deseaban, dejaba de tener una o más sinagogas… Las ciudades grandes tenían varias… y si un judío no acudía a ella para la oración, era considerado como un impío, que traería el repudio sobre sí mismo y sus hijos… por otra parte, [los rabinos decían] que la práctica de acudir temprano a la sinagoga alargaba la vida y la oración sólo tendría efectos apropiados si se ofrecía en la sinagoga… el diseño interno parece haber seguido las líneas del Templo, con tres partes, según el modelo del atrio, del Lugar Santo y del Lugar Santísimo. Y en todas las sinagogas la sección a su alrededor se reservaba para las mujeres, y representaba el Patio de las Mujeres. En tanto que el lugar interior y más elevado, con el arca detrás, conteniendo los rollos de la Ley, representaba al mismo santuario. La sinagoga parece haber sido adoptada como el modelo para las más antiguas iglesias cristianas” (Usos y Costumbres de los Judíos, p. 263-270).

Fred Wight añade: “El niño judío era enviado a la escuela de la sinagoga en el quinto o sexto año de su vida. Los alumnos estaban de pie juntamente con el maestro, o se sentaban en el piso en un semicírculo, dando frente al maestro. Cuando los niños tenían diez años, la Biblia era su único texto. De los diez a los quince años la ley tradicional era la materia más importante, y un estudio de teología como se enseñaba en el Talmud era aplicado a aquellos mayores de quince años de edad. El estudio de la Biblia principiaba con el libro de Levítico, y continuaba con otros pasajes del Pentateuco, luego seguían con los Profetas, y finalmente las demás Escrituras” (Usos y Costumbres de las tierras Bíblicas, p. 120). Es por eso por lo que Pablo y Bernabé casi siempre encontraban una sinagoga no importaba donde iban, y como eran judíos con una preparación religiosa, muchas veces le pedían que hablaran, pues eran considerados como ministros en visita.

Pablo electrizaba a los oyentes de la sinagoga al contarles que el Mesías ya había venido y había cumplido con las profecías. Ahora faltaba que Jesús viniera de nuevo para establecer su reino en la tierra y que ellos podían ser parte de los elegidos que se prepararían para esa gloriosa venida y reinarían con Cristo. A menudo, estas proclamaciones venían acompañadas de milagros e impresionaban a cualquiera. Sin embargo, luego del impacto inicial, siempre aparecían los que, bajo la influencia de Satanás, intentaban ridiculizar su mensaje. Así ocurrió en Iconio.

“Mas los judíos que no creían excitaron y corrompieron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios. Y la gente de la ciudad estaba dividida; unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles. Pero cuando los judíos y los gentiles, juntamente con sus gobernantes, se lanzaron a afrentarlos y apedrearlos, habiéndolo sabido, huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a toda la región circunvecina, y predicaban el evangelio” (Hechos 14:2-7). Noten que los apóstoles, en vez de enfrentar la ira de la multitud, cuando era posible, preferían evitar el peligro. 

De allí se fueron a Listra, una ciudad a 30 km. de Iconio. “Y cierto hombre de Listra estaba sentado, imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado. Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado [creía lo que escuchaba], dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él saltó, y anduvo. Entonces la gente, visto lo que Pablo había hecho, alzó la voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros. Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio [el vocero de los dioses], porque éste era el que llevaba la palabra. Y el sacerdote de Júpiter, cuyo templo estaba frente a la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la muchedumbre quería ofrecer sacrificios” (Hechos 14:8-13). ¿Por qué reaccionaron así los de Listra? Pues, gracias a la literatura clásica, podemos tener una mejor idea. Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) contó en su libro Metamorfosis una leyenda conocida en el área de Listra, que los dioses Júpiter y Mercurio visitaron la región disfrazados de hombres y en mil hogares pidieron hospedaje, sin ser aceptados. Finalmente llegaron al lugar más modesto, donde una pareja de ancianos los recibió y les hicieron un banquete con lo poco que tenían. Como recompensa, los dioses los volvieron inmortales y transformaron su choza en un glorioso templo y luego destruyeron al resto del pueblo ingrato.

Al pensar que de nuevo estaban estos “dioses” de visita, se pueden imaginar el afán de la población por agradarles y no ser destruidos. El sacerdote se apresuró en ofrecerles sacrificios y rendirles homenaje. Pero cuando Pablo y Bernabé se dieron cuenta de que los estaban adorando, “rasgaron sus ropas… diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo… En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones. Y diciendo estas cosas, difícilmente lograron impedir que la multitud les ofreciese sacrificio” (Hechos 14:14-18). Los apóstoles se dieron cuenta que inadvertidamente habían fomentado un terrible tipo de idolatría. Rasgarse las ropas significa que tomaban la parte delantera de su abrigo exterior y lo rasgaban desde el cuello hacia abajo unos 10 cm. 

Esta multitud de paganos quedaron perplejos al ser detenidos, y pronto de la adoración se fueron a la destrucción. “Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto” (Hechos 14:19). Los judíos, que seguían a los apóstoles para desprestigiarlos, persuadieron a la multitud que estos hombres eran embusteros, y probablemente que sus poderes venían del diablo. Así en su ira, apedrearon a Pablo, el que había sido el protagonista del milagro. Lucas relata que Pablo quedó inconsciente y sus verdugos pensaban que había muerto. Quizás murió en realidad y fue resucitado, o Dios hizo un milagro y lo sanó instantáneamente. No está claro en el griego original: “Pero rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad; y al día siguiente salió con Bernabé para Derbe. Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. Y constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hechos 14:20-23). 

Tomó mucho valor para que Pablo entrara de nuevo en la ciudad y predicara el evangelio y luego volviera a las ciudades donde había sido perseguido. Pero él sentía el deber de hacerlo y debe haber recordado las palabras de Jesús, de que era: “instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de los reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:15-16). 

Al terminar su primer viaje misionero, que duró unos dos años y cubrió 800 km. por mar y 1000 km. por tierra, Pablo y Bernabé vuelven a su base de operaciones en Antioquía. “De allí navegaron a Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. Y habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles. Y se quedaron allí [en Antioquía] mucho tiempo con los discípulos” (Hechos 14:26-28).

Es muy probable que aquí en Antioquía es cuando toma lugar la visita de Pedro y un grupo de hermanos de Judea que causan los problemas mencionados en Gálatas. “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aún Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:11-17).

Pedro, al quedar intimidado por los judíos que todavía consideraban que los gentiles conversos eran “ceremonialmente impuros”, dejó de comer con los gentiles y pronto se juntó a comer con solo los judíos cristianos. Bernabé mismo quedó intimidado y también hizo lo mismo para supuestamente no quedar ritualmente impuro. Así se olvidaron de lo que Jesús le había dicho a Pedro unos diez años antes, con la conversión del primer gentil, Cornelio: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común… y [Pedro] les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo… En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos… Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran [a favor] de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 10:15, 28, 34; Hechos 11:2-3). 

El tema crucial era: en la Iglesia, ¿cómo puede un judío cristiano comer y compartir con un gentil cristiano sin que éste se circuncide y guarde las demás ceremonias para estar ritualmente purificado ante Dios? Sin darse cuenta, Pedro había vuelto a hacer acepción de personas, y Pablo no pudo tolerarlo, pues pronto todos los gentiles conversos se sentirían obligados a circuncidarse. Así llegamos al tema central de la primera conferencia ministerial de la Iglesia que Pablo va a plantear en Jerusalén: ¿es necesario que los gentiles se circunciden y guarden la ley ceremonial para ser ritualmente purificados y aceptados por los judíos conversos? 

Lucas lo presenta así: “Entonces algunos que venían de Judea [a Antioquía] enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos [descrito en Gálatas], se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, habiendo sido encaminados por la iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos. Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos” (Hechos 15:1-4). 

En efecto, lo que deseaban estos judíos cristianos, muchos de ellos que habían sido fariseos, era convertir a los gentiles en prosélitos, como lo hacía el judaísmo. Bruce comenta: “El problema no solo estuvo en Antioquía, sino se extendió a las jóvenes iglesias en Galacia. Estas iglesias fueron visitadas por los judaizantes que les decían a los gentiles conversos que su fe en Jesús como Señor debía ser suplementada por la circuncisión y la observancia de la ley ceremonial judía. En su inocencia, los cristianos en Galacia estaban dispuestos a aceptar esta enseñanza. Cuando las noticias le llegaron a Pablo en Antioquía, escribió con gran urgencia la Epístola a los Gálatas, rogándoles que no se dejaran seducir de la sencillez cristiana a un evangelio totalmente diferente que era un engaño” (p. 304).

En Jerusalén, los judaizantes otra vez insistieron en imponer su mensaje. “Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto” (Hechos 15:5-6). 

El Comentario Evangélico aclara: “En Hechos 15:5, el requisito de circuncisión es ampliado a incluir la ley completa de Moisés. De nuevo, no está en juego la autoridad del Antiguo Testamento, sino el de las leyes rituales. Muchos judíos creyentes siguieron observando todos los requisitos mosaicos como una expresión de la fe hasta la destrucción del Templo. Muchos gentiles piadosos escogieron guardar las costumbres judías, y era aceptable mientras no fuera obligatorio y era acompañado por la fe. Pero hacerlo un requisito frustraba el principio de la gracia. El debate que surge se basa en recordar cómo Dios trabajó aparte de los requisitos rituales para salvar a los gentiles. Pedro cuenta como Cornelio entró en la Iglesia sin cumplir con los requisitos rituales. De acuerdo con Pedro, poner un yugo de legalismo sobre los gentiles, como los judíos lo habían hecho consigo mismos, era “probar a Dios”. Esto implica que la intención de Dios no era aplicar ley de esa forma, y que ese tipo de legalismo ritual no era la función genuina de la Ley, sino una perversión de ella. Pablo en otras partes argumenta que la ley tiene otros propósitos legítimos”. 

Pedro les dice: “Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15:7-11). La palabra clave aquí es “purificando”, pues muestra que están hablando de cómo un gentil puede ser purificado ante Dios aparte de los requisitos rituales. Todos, judíos y gentiles, pueden andar y comer juntos, sin preocuparse si están circuncidados o no y si tocaron cosas inmundas o no. El término “yugo” es otro punto clave para entender esta sección. Comenta Bruce: “El término ‘yugo’ es particularmente apropiado en esta conexión; un prosélito, cuando decidía cumplir la ley, se decía que ‘tomaba el yugo del reino de los cielos’. Pero para judíos normales como Pedro y sus oyentes, la ley tradicional, especialmente como enseñada por la escuela severa de Shamai, que era la dominante en ese entonces, era una carga muy pesada en que todos gemían. Pocos podían reclamar, como Pablo, de haber cumplido todos los detalles requeridos de la ley escrita y oral—y Pablo comprobó que no le trajo verdadera paz a su conciencia. En contraste con esas “cargas pesadas y difíciles de llevar” (Mateo 23:4), Pedro y sus compañeros aprendieron a regocijarse con el yugo ligero de Cristo (Mateo 11:29)” (Comentario de Hechos, p. 307). 

Seguiremos analizando esta conferencia trascendental en Jerusalén, donde se establecen las bases para la Iglesia de Dios por todos los siglos. En efecto, luego de esta conferencia, no hay mayores cambios necesarios, pues ya se aceptan los gentiles sin los ritos de circuncisión ni purificación. Pero la ley de Dios sigue siendo santa, y la única norma para regenerarse espiritualmente. Como dijo Pablo: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12).