#273 - Hechos 10-11
"El tema de la circuncisión; Pablo en Antioquía"
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#273 - Hechos 10-11: "El tema de la circuncisión; Pablo en Antioquía"
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Claramente, en esos comienzos, Pedro era el líder más visible entre ellos y un cambio tan trascendental sería mejor recibido a través de él. Pero más tarde, otros apóstoles como Santiago y Pablo llegan a tener la misma preeminencia sobre sus respectivas áreas. En general, se ve en Hechos que los apóstoles trabajaban en equipo y todos toman las decisiones importantes, no sólo Pedro. Pablo, mientras tanto, estaba en Tarso, preparándose y trabajando haciendo curtiendo pieles y haciendo carpas.
Fue Pedro quien Dios usó para primero abrir la puerta de la salvación a los gentiles. Un gran obstáculo para los gentiles que querían adoptar el judaísmo era la circuncisión, una operación quirúrgica muy dolorosa para un hombre adulto. Por lo menos tomaba una semana para reponerse de la lesión. Sólo hay que recordar la matanza de los habitantes de Siquem por dos hijos de Jacob. “Y obedecieron a Hamor y a Siquem su hijo todos los que salían por la puerta de la ciudad, y circuncidaron a todo varón… Pero sucedió que al tercer día, cuando sentían ellos el mayor dolor, dos de los hijos de Jacob, Simeón y Leví… mataron a todo varón… por cuanto habían amancillado a su hermana” (Génesis 34:24-27). Debido al gran dolor, era difícil tomar la decisión de circuncidarse.
Pues ahora Dios hace un cambio en su ley, como sólo él puede hacer. Transfiere los derechos de la circuncisión y ser su pueblo al del bautismo. Como dijo Pablo: “En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo” (Colosenses 2:11-12). Es un cambio de una ceremonia a otra; pero no tiene que ver con los Diez Mandamientos o las demás leyes santas.
Dios tiene derecho de cambiar o adaptar su ley cuando lo considera necesario. Por ejemplo, en los tiempos de Moisés, Dios constantemente añadía o adaptaba la ley para encajar mejor con la situación de los israelitas. Dos casos son la segunda pascua (Números 9) y las mujeres sin herederos (Números 27:1-11). Entonces el cambio de la circuncisión no era en realidad tan novedoso. Otro ejemplo es lo que hizo Cristo con la ceremonia de la Pascua, al cambiarla de comer un cordero y otros ingredientes, a la del lavamiento de pies y tomar el pan y el vino. Solo Dios tiene el derecho de hacerlo y ahora tiene que ver con el pacto renovado por Jesucristo. De esto se trata gran parte del Nuevo Testamento.
Por eso, Pedro y los seis judío cristianos que fueron testigos estuvieron tan sorprendidos. Dios estaba cambiando un elemento de su ley. Pedro siguió hablándoles a estos gentiles “temerosos de Dios”. Recuerden que no eran gentiles tomados de la calle. Conocían y practicaban las leyes de Dios, pero no eran circuncidados. Por eso dice: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas [glossa—lenguajes o idiomas], y que magnificaban a Dios” (Hechos 10:44-46).
De esa manera era evidente que Dios los había aceptado a la Iglesia tal como cualquier judío, pero sin tener que circuncidarse. Aquí vemos uno de los propósitos principales del hablar en otros idiomas—era una señal externa para mostrar que habían recibido el Espíritu Santo. En esos primeros años, para evitar que alguien dijera que en realidad nada sucedía, Dios entregó esta señal externa para callar a los escépticos.
Sigue el relato: “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaban que se quedase por algunos días” (Hechos 10:47).
Desde luego, las noticias se esparcieron como una reguera de pólvora de que gentiles habían recibido el Espíritu Santo sin circuncidarse y eran miembros de la Iglesia. En Jerusalén, los demás apóstoles y miembros quedaron atónitos. de inmediato quisieron una explicación de parte de Pedro antes de que fuera mal entendida por la Iglesia y los judíos. Podrían empezar de nuevo las persecuciones como pasó con Esteban y Saulo al considerar que la Iglesia había apostatado de Moisés al aceptar a gentiles incircuncisos.
Ahora bien, los judíos no objetaban en convertir a gentiles, pues ellos lo hacían todo el tiempo y era considerado un gran logro. Pero había unas condiciones estrictas: debían primero circuncidarse, bautizarse y ofrecer un sacrificio. Estos gentiles conversos se llamarían prosélitos y tendrían los mismos derechos que un judío, aunque siempre serían discriminados al no ser descendientes raciales de Abraham.
Sigue el relato: “Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 11:1-3). Noten que la controversia aquí no se trata de los alimentos bíblicos, sino sólo de entrar en la casa de un gentil y comer con él. Esto tenía que ver con las leyes rabínicas de la contaminación ritual al tocar cosas o comer comidas no purificadas de un gentil.
En el Antiguo Testamento no vemos que los hombres de Dios practicaban esas costumbres, pues eran de reciente data impuestas por los rabinos. En el Antiguo Testamento no existe ninguna ley de Dios acerca de no comer con un gentil o entrar en su casa por falta de la purificación. El mejor ejemplo de eso es Jesús, que nunca guardó estas tradiciones y él jamás pecó contra la ley de Dios. Veamos unas escrituras al respecto: “Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él; y entrando Jesús en la casa, se sentó a la mesa. El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiese lavado antes de comer” (Lucas 11:37-38). Jesús no se lavaba ceremonialmente las manos como los fariseos lo hacían antes de comer. También comió con los que los fariseos consideraban ritualmente inmundos. “Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” (Mateo 9:11). “Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición… Porque del corazón salen los malos pensamientos… Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mateo 15:1-20).
De modo que la primera medida que la iglesia debía encarar era eliminar las falsas leyes judías respecto al trato con un gentil. Como Pedro había dicho: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero” (Hechos 10:28). El segundo problema sería cómo aceptar a un gentil incircunciso como miembro de la Iglesia.
De esto se trata el relato. Pedro explicó que el lienzo bajó tres veces —debido a que fueron tres los gentiles que vinieron a buscarlo. Les dijo a los apóstoles y a los demás: “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:17-18). Los hechos eran innegables, y aunque no entendían todo lo que traería esto, aceptaron la voluntad de Dios.
Al comenzar la misión a los gentiles, Lucas vuelve ahora a la vida de Saulo, el apóstol a los gentiles. “Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó las noticias de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía” (Hechos 11:19-22).
Los “griegos” al que se refiere aquí son los que, como Cornelio el romano, asistían a la sinagoga, seguían la fe pero no se habían circuncidado. Ahora, en vez de asistir a la sinagoga, comenzaron a asistir a los servicios de la Iglesia. Esto causaría la primera gran controversia en la Iglesia, y de esto se trata los siguientes capítulos.
Bernabé, el amigo de Pablo, cuyo nombre significa, “Consolador”, vio que, tal como Dios le había mostrado a Pedro con Cornelio, ahora los gentiles aquí estaban entrando en la Iglesia sin ser circuncidados. “Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándose, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hechos 11:23-26).
Bernabé trae a Saulo, o como Lucas comienza pronto a llamarlo, Pablo. Explica el Diccionario de la Biblia: “El nombre Pablo viene del latín, Paulus “pequeño” y probablemente llevaba los nombres Saulo y Pablo (sobrenombre) desde su niñez. Comenzó a usar su nombre grecorromano, Pablo, al iniciar su ministerio entre los gentiles” (p. 471). Pablo usaría Antioquía, esa gran ciudad, como su base de operaciones. Después de Roma y Alejandría, era la tercera ciudad más grande y rica del Imperio Romano. Estaba situada en el cruce entre Europa y el Medio Oriente, donde se mezclaban gentiles y judíos. Aquí, el término “cristiano” es dado en forma despectiva por los gentiles a los nuevos conversos gentiles de la fe. Significa, “de Cristo”. Y los cristianos lo adoptaron, pues en realidad, eran de Cristo.
Luego de lo que ocurrió con Pedro y Cornelio, Pablo insiste que ya no es necesario que los gentiles se circunciden para ser parte de la Iglesia. Basta con que tengan la fe y obedezcan a Dios para bautizarse. Es en este entonces que escribe su epístola a los Gálatas, que trata el tema de la circuncisión y los gentiles conversos.
El relato ahora revela que hubo profetas en la Iglesia, tal como los había en el Antiguo Testamento. “En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada, la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hechos 11:27-28). Explica Barclay: “En los comienzos de la Iglesia, en general, había tres grupos de líderes. (1) Los apóstoles. Su autoridad no se limitaba a un solo lugar, y eran considerados como los sucesores de Cristo. (2) Los ancianos o ministros. Eran los encargados de las iglesias locales y su autoridad estaba confinada a esa área. (3) Los profetas. Ellos eran usados por Dios para predecir eventos en el futuro, y también la voluntad de Dios. No estaban confinados a una sola localidad”. Hoy día no son necesarios los profetas, al tener completadas las revelaciones proféticas en la Biblia, cosa que aún no tenían ellos. También habría que agregar a estos tres grupos que menciona Barclay un cuarto--los diáconos, tal como menciona Filipenses 1:1.
Esta hambruna se debió a una gran sequía y es registrada por los historiadores de ese entonces. Claudio fue emperador sólo por cuatro años, de 41-44 d.C., de modo que es una de las fechas para fijar la cronología de los eventos en Hechos. Josefo menciona esa hambruna que azotó fuertemente a Judea y también los historiadores romanos Suetonio, Dio Casio, Tácito y Orosio.
Los hermanos en Antioquía querían ayudar. “Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo” (Hechos 11:29-30). El tema de esta ofrenda aparece en las siguientes epístolas de Pablo: 1 Corintios 16:1-4 y 2 Corintios 8-9.
Una vez que Lucas nos actualiza sobre las actividades de Pablo, ahora vuelve a Jerusalén donde relata de la muerte del primer apóstol, Jacobo, hijo de Zebedeo, y la escapada milagrosa de Pedro. “En aquel mismo tiempo, el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan. Y viendo que esto había agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro. Eran entonces los días de los panes sin levadura. Y habiéndole tomado preso, le puso en la cárcel, entregándole a cuatro grupos de cuatro soldados cada uno, para que le custodiasen; y se proponía sacarle al pueblo después de la pascua. Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él” (Hechos 12:1-5).
El Herodes de este relato es Herodes Agripa I, rey de Judea de 41-44 d.C y nieto de Herodes el Grande. Su deseo era mantener las buenas relaciones con los fariseos y saduceos. Normalmente, se respetaba la temporada de la Pascua y los Panes sin Levadura para no ejecutar a nadie, Jesús siendo una excepción. Como Herodes sabía que, en una ocasión anterior, Pedro y los demás apóstoles salieron milagrosamente de la cárcel (Hechos 5:19), no quería tomar ningún riesgo. Fue esposado a dos soldados y otros dos vigilaban la puerta… “Y cuando Herodes le iba a sacar aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presentó un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se le cayeron de las manos. Le dijo el ángel: Cíñete, y átate las sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: Envuélvete en tu manto, y sígueme. Y saliendo, le seguía; pero no sabía que era verdad lo que hacía el ángel, sino que pensaba que veía una visión. Habiendo pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió por sí misma; y salidos, pasaron una calle, y luego el ángel se apartó de él. Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba. Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando” (Hechos 12:6-12).
Un apóstol ya había muerto, y Dios no quería que otro muriera. Intervino en forma milagrosa para librar a Pedro. Luego de llegar a la casa de Marcos donde un gran grupo estaba orando por él, toca la puerta y la sirvienta, al verlo, se olvidó abrirle la puerta y fue a avisar al grupo. Pedro pensaba que lo iban a arrestar afuera de la puerta. Por fin volvió la niña y Pedro entró en la casa. Les dijo: “Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y salió, y se fue a otro lugar” (Hechos 12:17). Barclay explica: “Aquí llegamos a la primera mención del hombre que está a cargo de la Iglesia en Jerusalén. Pedro les instruyó que le avisaran a Jacobo, el hermano de Jesús. En el Medio Oriente, se esperaba que el hermano que le seguía tomara el cargo del hermano mayor que había muerto. Durante la vida de Jesús, Jacobo (o Santiago) no había creído en su hermano Jesús, pero cuando el Cristo resucitado le apareció en forma especial (1 Corintios 15:7), se convirtió a la fe”. El Comentario Expositor añade: “Sin duda Pedro fue el líder en los primeros años de la comunidad cristiana en Jerusalén. Pero desde mediados de los años treinta, Santiago es quien parece administrarla junto con Pedro y Juan. Luego es quien preside la conferencia ministerial en Jerusalén en 49 d.C. y más tarde Lucas lo menciona como la cabeza de la Iglesia en Jerusalén”. El relato continúa la próxima vez.