#256 - Mateo 23-24
"Continuación de ayes contra fariseos; las 7 señales del fin"
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#256 - Mateo 23-24: "Continuación de ayes contra fariseos; las 7 señales del fin"
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Como dijo Jesús: “Bien invalidáis [hacer nulo] el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:9).
Halley explica: “Los fariseos eran la más numerosa, poderosa e influyente de las sectas religiosas. Eran legalistas estrictos. Sustentaban la observancia rígida de la letra y las normas de la Ley, y también de la tradición. Había entre ellos hombres buenos, pero como grupo eran conocidos como avaros, empedernidos, ostentadores de su justicia propia, e hipócritas. Los escribas eran copistas de las Escrituras. Debido a su conocimiento minucioso de la Ley, llegaron a ser autoridades reconocidas. A veces se les llamaba “doctores” o “sabios” de la ley. Los más notables reunían escuelas alrededor de sí” (p. 395).
A los fariseos les fascinaba ser considerados muy religiosos, y como dijo Jesús, “aman… las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí [o “mi gran maestro”]” (Mateo 23:7). Vea la ilustración.
Cristo ahora pronuncia siete “ayes” [condenas con lamentos] sobre ellos: “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” (Mateo 23:13).
Barclay explica: “Jesús mostraba una indignación justa al ver la ceguera terca de los fariseos. El término “hipocresía” viene de “actor”, o quien pretende ser algo que no es. Para ellos, la religión consistía sólo en observancias externas: el vestirse con elaborados mantos, filacterias y flecos, y cumplir meticulosamente con sus reglas y tradiciones. Al mismo tiempo, estaban llenos de envidia, amargura y arrogancia. Cristo les dice que con esas actitudes no entrarán en el reino de Dios, y estaban impidiendo que otros entraran. Cuando alguien se interesaba en seguir a Dios, los fariseos le exigían observar tantas reglas y tradiciones que, en efecto, la persona se desanimaba y desistía. Así le cerraban de un portazo el poder entrar en el reino de Dios”.
Edersheim explica: “La misión de Cristo fue en todos los respectos la continuación, desarrollo y cumplimiento del Antiguo Testamento. Pero él eliminó la carga sobrepuesta del tradicionalismo. Lo que descartó fue el externalismo, el formalismo y la justicia por las obras, que casi había llegado a borrar las verdades espirituales del Antiguo Testamento, y así puso en su lugar ese culto a la letra” (Usos y Costumbres de los Judíos, p. 302).
Cristo sigue: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación” (Mateo 23:14). Una de las formas que los escribas y fariseos se enriquecían era al persuadir a las volubles e indefensas viudas a que donaran sus propiedades “al Templo”, para luego poder ellos disponer de ellas. Para impresionarlas con su espiritualidad, les recitaban largas y prescritas oraciones, que en realidad no emanaban de sus corazones.
Dice: “¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.” (Mateo 23:15). Los fariseos se afanaban para ganar conversos, pero como eran tan legalistas, cuando un gentil se convertía, no le enseñaban el camino bíblico de Dios, sino el camino fariseo con todos esos reglamentos. A menudo, el novato converso se volvía más fanático de estas reglas que sus propios maestros.
Sigue: “¡Ay de vosotros, guías ciegos! Que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor” (Mateo 23:16).
Barclay explica: “En cuanto a los juramentos, estos judíos legalistas eran expertos en el arte de evadirlos. Para ellos, un juramento era inquebrantable sólo si se usaba el nombre de Dios, al tenerlo como socio y testigo. Pero los demás juramentos podían ser invalidados. Si se juraba por el oro del Templo, tenía más valor que si sólo se juraba por el Templo. Mediante estos trucos, podían invalidar la fidelidad del juramento. Debido a todos estos abusos y al tener el cristiano el Espíritu Santo, Jesús prohibió hacer juramentos (vea Mateo 5:34-37).
Sigue Jesús su denuncia de estas falsas prácticas religiosas: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23).
Barclay explica: “Jesús confirma aquí que se debía diezmar de lo producido, pero en cuanto a cosas tan insignificantes como las pequeñas hojas de menta, eneldo y comino que se cultivaban en el huerto familiar, no era necesario. Pero los fariseos eran tan legalistas que lo establecieron como una ley. Al mismo tiempo, ellos podían ser culpables de grandes injusticias, al ser muy severos, arrogantes y crueles; al olvidarse de perdonar o tener misericordia, mientras que hacían juramentos con la intención deliberada de evadirlos más tarde. En otras palabras, muchos guardaban detalles innecesarios mientras que se olvidaban de lo que era más importante, la actitud hacia la ley de Dios y sus cualidades internas.
Jesús les dice: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello [respecto a la ley]…!” (Mateo 23:24).
Aquí tenemos otro ejemplo de un hebraísmo que usa la exageración para producir un mayor efecto. Los fariseos, para evitar tragarse un pequeño insecto como el mosquito y quedar ceremonialmente impuros, primero colaban el vino con un cedazo. Sin embargo, al mismo tiempo podían guardar pensamientos avaros o asesinos (en esos momentos tramaban la muerte de Jesús) y no pensaban nada mal de ello. Así se tragaban “el camello”, o la infracción mayor de la ley. Cristo lo ilustra así: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato [la mente], para que también lo de fuera sea limpio”.
Barclay aclara: “La idea de la pureza ceremonial aparece continuamente en la ley rabínica. Se debe recordar que esta impureza no tenía que ver con la suciedad. Un vaso impuro no significa un vaso sucio. Cuando una persona quedaba ceremonialmente impura, no podía entrar en el Templo o la sinagoga para adorar a Dios. Quedaba impuro al tener contacto con un gentil, al tocar un cadáver o una mujer que tenía un flujo de sangre, aunque fuera sólo su menstruación. Si la persona ceremonialmente impura tocaba un plato, éste quedaba impuro, y cualquiera que tocara ese plato, quedaba impuro. Por eso era necesario limpiar “ceremonialmente” los platos, que era un rito elaborado. Cristo no apoyó ni participó en esta ceremonia, basada en razonamientos humanos, y nos dio su ejemplo (vea Lucas 11:37-39).
Jesús sigue: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.
Estos sepulcros blanqueados también tenían que ver con la pureza ceremonial. Explica Barclay: “Las tumbas más comunes estaban al lado de los caminos. Los rabinos concluyeron que, al guardar personas muertas, las tumbas también eran impuras, y cualquiera que las pisara o tocara quedaba ceremonialmente impuro. Durante la Pascua venían muchos peregrinos por los caminos y si alguien pisaba o tocaba inadvertidamente una tumba, quedaba impuro y no podría participar de la Pascua. Según el Talmud, era costumbre emblanquecer con limo las tumbas el 15 del mes de Adar, un mes antes de la Pascua. Las tumbas se veían hermosas a plena vista del día, pero dentro sólo había aire malo y huesos secos. Jesús los usó para describir lo que eran los fariseos, pues sus acciones por fuera eran las de hombres muy religiosos, pero por dentro sus corazones estaban llenos de malos pensamientos y actitudes”.
Llegamos al último ay: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¡Cómo escaparéis de la condenación del infierno! Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías… a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mateo 23:29-36).
Jesús les dice que no son diferentes de sus padres. Recuerden, los fariseos y escribas no tenían el espíritu de Dios. No eran personas convertidas y querían matar a Jesús, tal como la humanidad lo había hecho desde Abel el justo, hasta la muerte de Zacarías, que termina el Antiguo Testamento. Respecto a ser llamados “serpientes”, o criaturas astutas y venenosas, dice Robertson: “Hay en el Talmud una maldición que dice: ‘Ay de la casa de Anás! [uno de los sumo sacerdotes en los tiempos de Jesús] ¡Ay de sus silbidos de serpiente!’” Esos líderes religiosos ya tenían ese tipo de reputación.
Jesús concluye la sección al exclamar: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Aquí Cristo muestra su amor por su pueblo. Robertson explica: “Todos han visto cómo, en tiempo de peligro, la gallina recoge a sus polluelos bajo sus alas”. De hecho, Jesús, como el Verbo y luego esposo de Israel, había tratado de amar a su pueblo sin mucho éxito.
Llegamos así a las profecías del tiempo del fin, y de lo que ocurriría a Jerusalén luego de su muerte. “Cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se acercaron aparte [Marcos 13:3 dice que fueron cuatro: Pedro, Jacobo, Juan y Andrés], diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mateo 24:1-3).
Dice Halley: “Sus palabras acerca de Jerusalén se cumplieron de manera literal 40 años después. Los magníficos edificios de oro y mármol, que desde lejos ‘parecían una montaña cubierta de nieve’, dice Josefo, fueron demolidos de manera tan completa por el ejército romano, en el año 70 d.C., que Josefo dijo que parecía ser un lugar que jamás había sido habitado” (p. 396). Esta fue la primera profecía que Jesús entregó, y que sería un tipo de la destrucción que vendría en los tiempos del fin (vea Zacarías 14:1-4; Daniel 12:9-11).
Luego, Jesús les revela las siete señales de su venida. Estas son básicamente las mismas señales que él le entregó más detalladas a Juan en Apocalipsis 6-9. Un gráfico ayudará a entender mejor estas 7 señales:
¿Estamos en los tiempos del fin? Por un lado, mucho se ha cumplido hasta el momento, pero sólo en forma preparatoria para lo que viene. Las primeras cuatro señales ya existen, pero en forma preliminar. Cristo dijo de estas cuatro: “pero aún no es el fin… y todo esto será principio de dolores [como una mujer en parto]” (Mateo 24:6). Estas señales, pues, tendrán que seguir intensificándose hasta llegar al quinto sello, o la Gran Tribulación, que marca el comienzo de los últimos tres años y medio de gobierno humano, y la venida de Cristo.
Los falsos profetas, que pretenden representar a Jesucristo, con esa mezcla del cristianismo pagano, aumentarán en número hasta que surja el “gran falso profeta” o el Anticristo. Será el líder religioso con poderes milagrosos (potenciados por Satanás) que se juntará con el líder de una Europa unida, y así formarán el dúo, “la bestia y el falso profeta” de Apocalipsis 13 y Apocalipsis 19:20.
Las guerras en el mundo se intensificarán hasta desembocar en el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, esta vez, no librada con aviones de hélice o pequeños tanques, sino con un verdadero arsenal de armas modernas y bombas nucleares. La devastación descrita será inmensa (vea Apocalipsis 8-9), y por eso Jesús dice: “porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados [de esa Tercera Guerra Mundial], nadie sería salvo [todos morirían], mas por causa de los escogidos [los miembros de la Iglesia con el Espíritu Santo], aquellos días serán acortados” (Mateo 24:21-22).
Las hambrunas también intensificarán, debido a más sequías y la explosión demográfica en el mundo. Las pestes aumentarán, por un lado, debido a la inmoralidad, con enfermedades venéreas como el SIDA, y otras serán propagadas por la pobreza, la falta de higiene, nuevos virus resistentes y con la ayuda del transporte mundial.
La Gran Tribulación será el momento de separar al pueblo de Dios en dos grupos. Uno será protegido de los desastres venideros. Cristo le dice a su Iglesia: “Y porque guardaste con perseverancia mis palabras [la Palabra de Dios], yo por mi parte te protegeré en la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero, para probar a los habitantes de la tierra” (Apocalipsis 3:10 versión La Biblia Nueva Latinoamericana).
Satanás perseguirá a la Iglesia hasta que ella escape, “a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo [3 ½ años]... Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:14-17). Este último grupo de cristianos tibios formará la etapa de Laodicea (Apocalipsis 3:14-21). Pasarán por un gran martirio (Apocalipsis 13:7) pero muchos serán purificados por las pruebas para también ser parte de la Primera Resurrección (Apocalipsis 14:9-13; Apocalipsis 20:4).
Respecto a ese lugar de protección, Jesús dice: “Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas” (Mateo 24:28). Usa así un proverbio de sus días, de que los sucesos no son en vano, pues cuando los buitres circulan en el aire, significa que hay un cuerpo muerto. Así también, su pueblo se unirá donde corresponde estar. Aclara en Apocalipsis 12:14: “Y se le dieron a la mujer [la Iglesia], las dos alas de la gran águila para que volase [llegarán por transporte aéreo], delante de la serpiente al desierto, a su lugar...”. Todos los santos, con sus familias, (tal como sucedió antes al ser protegidos Noé y su familia, y Lot y sus hijas), estarán juntos durante esos 3 ½ años hasta la venida de Cristo.
Cristo menciona que será más difícil para un miembro si vive en Israel y la huida es en invierno o en el sábado. En el invierno el tiempo es frío y lluvioso, y dificulta el desplazamiento. En el sábado, todo se cierra, y se hace más difícil salir de las ciudades o cruzar las fronteras. Las mujeres embarazadas y los niños pequeños también tendrán dificultades al tener que huir, pero en la Iglesia sabremos cuándo se acercan esos días por la intensidad de las señales que veamos. De modo que, en estos momentos, no hay que preocuparse de esto—pero vendrá un día cuando sí será importante tomarlo en cuenta. En el siguiente estudio seguiremos analizando estas siete señales de los tiempos del fin.