#254 - Mateo 20-21: "La llegada a Jerusalén; el espíritu de servicio"

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#254 - Mateo 20-21

"La llegada a Jerusalén; el espíritu de servicio"

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Al tener Juan acceso a los demás Evangelios, él sólo tuvo que mencionar los siete milagros más importantes de Jesús. Siete es el número de una obra completa y perfecta en la Biblia y estos siete milagros debían ser más que suficientes para convencer a los líderes judíos, pero no lo fueron. Juan añade: “Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él” (Juan 12:37). He aquí los siete grandes milagros:

  1. La conversión de agua en vino en Caná. Dijo: “Este principio de señales hizo Jesús” (Juan 2:11).
  2. La sanidad del hijo agónico de un noble. Dijo: “Esta segunda señal hizo Jesús...” (Juan 4:54).
  3. La sanidad del paralítico de Betesda (Juan 5:9).
  4. La alimentación de los cinco mil (Juan 6:10-14).
  5. La caminata sobre el mar (Juan 6:19-21).
  6. La sanidad del ciego de nacimiento (Juan 9:7).
  7. La resurrección de Lázaro (Juan 11:38-44). 

Respecto a las Marías en los Evangelios, hay bastante confusión. El nombre era muy común, puesto que es el griego de “Miriam”, la heroína y hermana de Moisés. Muchos creen que María Magdalena fue una ramera y que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, pero no es el caso. Veamos los relatos de las 4 Marías:

  1. María Magdalena. “Y algunas mujeres habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (Lucas 8:2). Sólo se vuelve a mencionar en la muerte y resurrección de Jesús. En ninguna parte dice que fue una ramera o que lavó los pies de Jesús.
  2. María de Betania. Era la hermana de Marta y de Lázaro. Ella ungió los pies de Jesús con el perfume y los secó con sus cabellos. Pero no se debe confundir con la mujer pecadora. La Biblia no menciona el nombre de la mujer pecadora que estuvo en la casa del fariseo. El Papa Gregorio I (540-604) inventó la historia de que fue María Magdalena la mujer pecadora y que era una ramera. Así se volvió en una tradición, pero no es bíblico y es una ofensa a María Magdalena.
  3. María, la madre de los discípulos Santiago y José. Ella se menciona sólo en los relatos sobre la resurrección (Mateo 27:55, Mateo 27:61; Mateo 28:1).
  4. María, la madre de Jesús, que ya conocemos. Espero que no confundamos más a las 4 Marías.

Ahora podemos proseguir con la última semana en la vida de Jesús. Debemos ir a Mateo 20 para continuar con el relato cronológico de los eventos.

Al acercarse a Jerusalén, Jesús les entrega otra parábola: los obreros en la viña. “Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña” (Mateo 20:1). Primero contrató en la mañana a unos y acordó pagarles un denario, luego fue contratando más durante el resto del día, y lo que les llamó la atención a los obreros es que les pagó lo mismo a todos. Se quejaron los que trabajaron desde la mañana por el trato, pero el dueño contestó: “Amigo, no te hago agravio, ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20:13-16).

Barclay explica la práctica en esos días que aclara el relato: “Este tipo de escenario ocurría a menudo en Israel, especialmente durante la vendimia. Era una de las últimas cosechas que había, hacia fines de septiembre, y luego llegaban las lluvias otoñales. Si no se levantaba la cosecha a tiempo, las lluvias podían arruinarlo todo. De modo que era muy urgente terminar la cosecha a tiempo. Cualquier obrero era bienvenido, aunque fuera por una hora de trabajo. La paga era perfectamente justa, un denario por día, que apenas cubría el sustento de la familia. Los hombres que estaban en la plaza no eran holgazanes, sino que la plaza era el lugar de empleo. Ellos llegaban con sus herramientas a la madrugada. Allí eran escogidos por los patrones para trabajar todo el día. Pero a veces tenían que esperar todo el día para ser empleados. La vida de estos obreros era precaria, y eran los peores pagados de la sociedad. Por lo menos los esclavos y sirvientes eran considerados como parte de la familia de sus dueños, y su suerte dependía de la situación financiera de sus amos. Pero por lo menos nunca estaban en peligro de padecer hambre.

“Los obreros, sin embargo, eran independientes, y estaban completamente a merced de los contratistas. El hambre siempre rondaba alrededor de la familia. Si no conseguían empleo en el día, era un desastre, y su esposa e hijos podían pasar hambre. Las horas de empleo son como se mencionan en la Biblia—de seis de la mañana hasta seis de la tarde, cuando oscurecía. Por eso, al ver el dueño todos estos hombres desesperados por trabajar, tuvo misericordia y los empleó, aunque fuera sólo una hora. Al fin del día, les dio la paga de un día entero. Los otros trabajadores pensaron que recibirían más, pero no fue el caso y se enojaron”.

Cristo usó este ejemplo para mostrar cómo Dios nos considera para entrar en su reino. Como sus discípulos habían sido llamados temprano en sus vidas, les explicó que no deberían pensar por esto que merecían más el reino de Dios que las otras personas llamadas más tarde, o en la vejez. Cristo muestra que la misericordia de Dios se aplica a todos por igual, pues la gracia de Dios no se divide. Como en realidad nadie merece el reino, cada uno recibirá el “denario”, o la entrada a ese reino por la misericordia de Dios y no por los años de servicio. Así nadie tiene derecho de jactarse de cuánto ha hecho para merecer el reino. Lo importante es llegar hasta esa última hora de trabajo y no cuándo comenzó el compromiso. La iglesia siempre ha enseñado que somos salvos por la gracia de Dios, pero que seremos recompensados con responsabilidades en el reino de Dios de acuerdo a nuestras obras (Apocalipsis 22:12).

También es preciso notar que los primeros que fueron llamados, o los miembros en ese entonces, tendrán que esperar más tiempo para resucitar que los llamados posteriormente, por ejemplo, en los tiempos del fin. Así, tal como los primeros obreros empleados aquí tuvieron que esperar hasta el final del día para recibir su recompensa y los últimos tuvieron que esperar menos, será lo mismo cuando Cristo vuelva. Además, nos indica que no todos los que emprenden el empleo serán fieles hasta el fin. Muchos serán llamados para terminar la obra, pero sólo los que prevalecen hasta el fin serán los escogidos (vean Apocalipsis 2:26).

Al acercarse más a Jerusalén, Jesús les advierte a sus discípulos por tercera vez que va ahí para morir por la humanidad. “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará” (Mateo 20:18-19).

Barclay comenta: “Marcos añade el detalle: ‘Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo’. Lucas agrega: ‘Pero ellos nada comprendieron de estas cosas’. Jesús estaba en agonía. Los sufrimientos que le aguardaban probarían cada fibra de su mente, corazón y cuerpo. Parecía que iba a enfrentar cada tipo de sufrimiento físico, mental y emocional imaginable. Sería entregado a los sacerdotes y escribas, y sentiría el corazón roto al ser traicionado por sus amigos. Sería condenado a la muerte, y sufriría el dolor de la injusticia de un inocente. Sería ridiculizado por los romanos, y sentiría la humillación y el insulto deliberado. Sería azotado, y pocas torturas se podría comparar a la flagelación romana, por lo que sufriría gran dolor físico.

“Finalmente sería crucificado, y pasaría por un cruel sufrimiento hasta la muerte. Sin embargo, sus últimas palabras aquí mencionan la confianza que tiene en la resurrección. Por eso no estaba desesperado”. Hebreos 12:2 nos aclara esa confianza ante la muerte: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. No debemos olvidar esta lección cuando nos toca sufrir.

A pesar de su angustia, Cristo todavía tenía que tratar con la carnalidad de sus discípulos. Dos de ellos, al haber escuchado poco antes que los doce iban a reinar sobre las 12 tribus de Israel (vean Mateo 19:28), instados por la influencia de su ambiciosa madre, quisieron los dos puestos más importantes. “Entonces se acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda [así ella tendría también gran influencia]... Él les dijo… el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos” (Mateo 20:20-24).

La madre de estos hijos de Zebedeo (Santiago y Juan) era discípula de Jesús (Mateo 27:55-56). Los otros discípulos se enojaron, probablemente porque estos dos se les adelantaron. Jesús vio esa vana ambición en todos y los corrigió. “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:25-28).

 Barclay explica: “Cristo aquí invirtió los papeles de esa sociedad. Los poderosos romanos eran vistos como los hombres más importantes del planeta. Ellos tenían poder, riquezas, un ejército y un séquito para cumplir con su voluntad. Pero Jesús dijo que su gobierno no se basaría en estos principios. La grandeza de la persona no consistiría en mandar a otros a hacer su voluntad, sino en lo que uno haría por los demás. Lo más que uno sirve a otros, el mayor honor que recibirá de Dios en su reino”.

Con este principio claro, Jesús entra en Jerusalén, para mostrar con su ejemplo lo que estaba predicando. El pueblo lo recibe como el Mesías, pero ellos pensaban que venía para librarlos de los odiados romanos. 

Jesús primero se dirigió al Templo. “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó… Pero los principales sacerdotes y los escribas… se indignaron” (Mateo 21:12-15).

En vez de dejar que las personas pagaran directamente el impuesto del Templo y por los animales de sacrificio, los sacerdotes mantenían un próspero negocio de cambio de monedas, al insistir en recibir sólo las monedas autorizadas. Por cada transacción, los cambistas cobraban 20% más. Los animales para el sacrificio también tenían que ser sólo los certificados oficialmente. Para un par de palomas, cobraban hasta 15 veces más caro. Cristo se indignó al ver cómo eran trasquilados los modestos peregrinos por los oficiales de los sacerdotes, y actuó con vigor por segunda vez en su ministerio. Luego volvió a Betania en la tarde.

Al día siguiente, “Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera. Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:18-22).

La higuera daba tres tipos de frutos dos veces al año. La primera era un pequeño higo que crecía junto con las hojas y era comestible. Luego venían las brevas, y finalmente el higo maduro. Cuando las hojas salen, también debe salir el fruto, pero si no tiene fruto, significa que no dará nada durante el año. Por eso fue maldito el árbol, porque debía tener fruto al salir sus hojas, pero era engañoso. Cristo usó este caso para mostrar dos cosas: (1). La importancia de no sólo tener una apariencia grata, sino de mostrar los verdaderos frutos de conversión (Juan 15:1-5, Juan 15:8, Juan 15:16).  (2). Como la higuera, los líderes judíos pretendían verse bien ante los hombres, pero por dentro no tenían frutos espirituales.

Al llegar Jesús de nuevo al Templo, inmediatamente fue acosado por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad? (Mateo 21:23). Ellos estaban obsesionados con los rangos y permisos. Como Jesús no les pidió permiso, querían saber de quién había obtenido esa autoridad. 

Cristo decidió no contestarles directamente, pues sabía que lo estaban acechando para arrestarlo. De modo que en forma inteligente les contestó con otra pregunta: “El bautismo de Juan, ¿de dónde era [la autorización]? ¿Del cielo o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas”. Así Jesús salió del paso.

Otra vez les muestra la diferencia entre aparentarser algo y realmente serlo. “Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero, pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle”. El punto importante que Jesús hace aquí es que a veces la actitud de la persona puede no ser la mejor, pero cumple con la ley de Dios. Pero hay otras que dicen “sí” y luego no cumplen. Hasta las personas pecadoras que se arrepienten de su antiguo camino y obedecen están en mejores condiciones que las personas “buenas” y supuestamente religiosas que no ven la necesidad de arrepentirse y obedecer la ley de Dios.

Cristo ahora les entrega una parábola a los líderes judíos de la forma que gobiernan a Israel. Les explica que Dios el Padre es el dueño de Israel, y que le ha entregado su administración a estos líderes. Pero ellos no hacen la voluntad del dueño, y se apoderan de las cosechas. El dueño pacientemente les envía siervos, que representan a los profetas, para que cambien sus conductas, pero ellos “tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon” (Mateo 21:36). 

El dueño entonces envió a su hijo (Jesucristo), y dijo: “Tendrán respeto de mi hijo. Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron”. 

Esto hicieron con Jesús. Por eso Cristo les dice: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Aquí vemos la referencia a la higuera infértil.

Ahora en vez de usar al pueblo judío, Dios usaría a miembros de la Iglesia de todas partes del mundo para cumplir con su voluntad y representar su reino venidero. “Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos. Pero al buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta” (Mateo 21:45).  En el siguiente estudio seguiremos con lo que Jesús les dijo en el Templo.