#234 - Juan 2:19 - 4:1: "Los primeros discípulos; Caná; Jesús y Nicodemo"

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#234 - Juan 2:19 - 4:1

"Los primeros discípulos; Caná; Jesús y Nicodemo"

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Puesto que Juan no había solicitado el “permiso” de ellos para bautizar a judíos que se arrepentían de sus pecados, querían saber con qué autoridad lo llevaba a cabo. 

Le preguntaron: ¿Lo hacía porque creía que era el Mesías, o el mismo Elías o el profeta predicho por Moisés? Juan contestó que no era ninguno de ellos. Dijo que sólo estaba preparando el camino para el Mesías. Juan vino en el poder y el espíritu de Elías, pero no era la aparición milagrosa de Elías que los rabinos enseñaban.

La delegación insistió en saber quién le había dado la autorización para bautizar. “Y le preguntaron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado” (Juan 1:25-27).

La expresión que Juan usa muestra su gran humildad, pues, aunque era un profeta de Dios, se sentía indigno de ser incluso un siervo esclavo del Mesías. En ese entonces se enseñaba que un discípulo debía servir a su maestro en todo menos el sacarle las sandalias llenas de polvo, sudor y olor al llegar a un lugar. Sin embargo, eso sí debía hacerlo un siervo esclavo, aunque se ensuciara. Juan dijo que no se sentía ni a la altura de un siervo esclavo del Mesías.

¿Por qué se sentía tan indigno? Porque sabía del tremendo sacrificio que haría. “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua [Dios el Padre], aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1:29-34).

¿Por qué Juan no reconoció a Jesús como el Mesías ya que la familia de los dos estaba emparentada? A veces se puede olvidar de que los padres de Juan eran de avanzada edad cuando él nació. Elizabet debería tener cerca de 60 años según la frase “edad avanzada” (Lucas 1:7). Sobre las expectativas de vida en ese entonces, Edersheim explica: “Morir antes de los cincuenta era considerado ser cortado… a los sesenta, se consideraba como muerte a manos del cielo; a los setenta, la muerte de un anciano; y a los ochenta, como la de la fortaleza” (Usos y Costumbres de los Judíos, p. 181). Cuando Juan tenía 15 años, Zacarías y Elizabet ya tendrían unos 75 años, y pueden haber estado muertos o cerca de la muerte. Cuando esto sucedió, ya no habría más contacto entre los parientes. Juan pudo entonces escoger seguir solo y, tras tantos años sin contacto, era comprensible que Juan dijera: “y yo no le conocía”.

Cuando Juan repite el día siguiente que Jesús era el Cordero de Dios, “le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús… Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos [Juan sería el otro]” (Juan 1:37-40). Como es característico en Juan, en su modestia, nunca se nombra directamente en su relato. Sencillamente se identifica como “el discípulo que Jesús amaba”. De modo que los dos primeros discípulos fueron Andrés y Juan, que antes habían sido discípulos de Juan. Eran pescadores, hombres sencillos pero sinceros y dedicados a servir a Dios. Luego se integra Pedro, el tercer discípulo: “Andrés… halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro [o piedra])” (Juan 1:40-42).

Respecto al término “Cefas”, comenta Robertson: “En el griego antiguo, petra se usaba para describir una gran peña mientras que petros era una piedra de menor tamaño desprendida de la peña”. Pedro, que ahora era un discípulo inestable, un día sería una piedra de fe al sacar sus fuerzas de la Peña que era Jesús. 

Luego se fueron del río Jordán a la aldea de Betsaida, de donde provenían Andrés y Simón. Allí encontraron a Felipe que también siguió a Jesús. Luego Felipe llamó a su amigo Nataniel que quedó grandemente impresionado por Jesús cuando predijo dónde había estado ese día. Nataniel fue uno de los discípulos de Jesús, pero no uno de los apóstoles. 

Así se formaron los primeros 5 discípulos, y Jesús fue con ellos a una boda en Caná. Su madre y sus hermanos le aguardaban. Las bodas eran uno de los grandes eventos en la vida de la comunidad y solían durar hasta siete días. En un momento dado, se agotó el vino, y fue una situación embarazosa para los anfitriones. María pensó que sería un momento propicio para que Jesús hiciera un milagro y se manifestara al pueblo como el Mesías. Pero Jesús la reprendió: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora [para manifestarse como el Salvador]” (Juan 2:4). 

Tinaja o cántaro de bronce de tiempos de Jesús

A pesar de que Cristo no quiso hacer el milagro abiertamente, no obstante, quiso ayudar a los anfitriones a salir de ese apuro. Por eso hizo el milagro sin gran alarde. Sólo unos pocos verían lo que obró. María lo entendió así y le dijo a los que servían: “Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya ha bebido mucho, entonces el inferior; más tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. Después de esto descendieron a Capernaum, él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días” (Juan 2:5-12). De modo que, en esta boda, Jesús le hizo a los novios un regalo de ¡210 litros del mejor vino posible! Noten también que Juan hace una clara diferencia entre quienes eran los discípulos de Jesús y quienes eran la familia de Jesús. Su familia todavía no creía en él.

Juan menciona que este fue el primer milagro que Jesús llevó a cabo. De modo que se descartan las leyendas que dicen que Jesús hizo milagros cuando era niño. Luego de este milagro, la Biblia registra 34 más, aunque Juan dice que hubo muchos otros que no se mencionan (Juan 21:25). 

De Caná fueron a Capernaum, que sería la futura jefatura de Jesucristo. Esto también indica que se alejaría Jesús de su familia y de Nazaret para llevar a cabo su obra con sus discípulos en otra aldea.

Al estar cerca la fiesta de la Pascua y como Jesús siempre obedecía los mandamientos de su Padre, fue a Jerusalén con sus discípulos. ¿Por qué menciona Juan aquí que era la Pascua de los judíos? Hay algunos que hablan despectivamente de ello, pero no es así. Recuerden que Juan está escribiendo este evangelio cerca del año 85 d.C. Unger menciona: “El Evangelio de Juan data de fecha posterior a los Evangelios sinópticos [los otros], pero no se remonta más allá del año 85 o 90” (p. 553). Los romanos ya habían arrasado con el Templo y con Jerusalén. Los judíos ahora estaban esparcidos por todo el mundo, y ya no se guardaban las fiestas santas en la ciudad santa, que estaba prohibida para los judíos. Por esta razón, Juan, que está escribiéndole al mundo entero, mayoritariamente gentiles, explica de qué fiesta se trata. Robertson explica: “Los otros Evangelios no mencionan el término “de los judíos”, pero Juan lo hace porque está escribiendo después de la destrucción del Templo y para explicarlo a sus lectores gentiles” (Imágenes Verbales del N.T). Sería fácil para los gentiles no saber de esta fiesta que una vez se llevaba a cabo con gran pompa en Jerusalén y que antes había sido tan famosa.

Recinto del templo y áreas importantes

Al llegar al Templo “de su Padre”, como lo llamaba Jesús, vio que lo estaban profanando con el gran comercio que se llevaba a cabo dentro del área del Templo. Había un lugar apropiado para esto afuera del Templo, pero debido en especial a la familia avara de los sumo sacerdotes Anás y Caifás, habían permitido que los cambistas y vendedores, estuvieran adentro e hicieran del Templo un lugar de lucro. “Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas; Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:14-16).

Al preguntarle con qué autoridad hacía esto y con qué señal podría mostrar que venía de Dios, Cristo les dijo veladamente que era con la señal de su futura muerte y resurrección. “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… más él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2:18-21). Luego llamó esta señal de su resurrección en tres días la señal de Jonás (Mateo 12:40). Los judíos eran fanáticos de que hubiera señales para mostrar si alguien venía de Dios o no. Puesto que Moisés hizo milagros para mostrar su autoridad y también Elías y Eliseo, ellos estaban convencidos de que cualquier otro profeta también debía mostrarlo. Dice 1 Corintios 1:22 “Porque los judíos piden señales y los griegos sabiduría”.

Sigue el relato: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos [tenían una fe superficial], porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:23-25). Cristo sabía las verdaderas intenciones.

Debido a estas señales, algunos fariseos creyeron en él. Uno de ellos fue Nicodemo que vino de noche para admitir que creía que Jesús era el Mesías y que venía para establecer el reino de Dios. Dice Halley: “Nicodemo sin duda compartía la idea corriente de que el reino del Mesías sería un reino político en que su nación sería librada del dominio romano” (p. 478). A la vez, Nicodemo, al ser uno de los líderes del Gran Sanedrín, pensaba que iba a entrar en ese reino. F. F. Bruce comenta: “Para ello, Nicodemo hubiese enfocado en la cuidadosa observancia de la Ley y la tradición de los ancianos como el medio para obtener la salvación. Cristo le muestra que estaba equivocado” (p. 209).

Jesús le indicó que no venía para establecer el reino en ese momento, y que los únicos que entrarían en ese reino serían los que primero recibieran el Espíritu Santo y luego serían transformados en seres espirituales en su Venida. Cuando esto suceda, serán como el espíritu, invisibles a la vista, pero con gran poder. Mas tarde Cristo le diría a Poncio Pilato: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36).

Cristo aquí menciona las dos etapas del cristiano: conversión y luego, resurrección. “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. La primera etapa es el bautismo en agua, la siguiente es el bautismo en espíritu, al ser “sumergidos” y cambiados de carne a espíritu. Jesús sigue explicando: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). ¿Acaso se convierte uno en espíritu cuando se bautiza? Claro que no. Esta segunda etapa no se llevará a cabo ahora. Jesús sigue: “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. ¿Acaso uno es como el viento, invisible y poderoso al ser bautizado? Claro que no. La clave en esta sección es: “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. No dice que tiene el Espíritu, sino que es espíritu.

El apóstol Pablo habla exactamente de este proceso: “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo… Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:47-53). 

Muchos comentaristas piensan que Nicodemo era un ignorante al preguntarle a Jesús cómo podía ser este segundo nacimiento, pero en realidad era una pregunta legítima. Posiblemente Nicodemo estaba dispuesto a bautizarse y convertirse a la fe, aceptar a Jesús como el Mesías, luchar para que se estableciera el reino de Dios sobre la tierra, vencer a los romanos, y ver la resurrección de los justos. Lo que no estaba listo para entender era que el reino de Dios sería un mundo completamente distinto, y al venir el Mesías, todos los que gobiernan lo hacen como seres espirituales. Eso fue para él lo más asombroso de todo. 

Sin embargo, en Daniel 12:3 ya hablaba de este nuevo “nacimiento”: “Los entendidos [los convertidos en Cristo] resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”.

Cristo tenía la autoridad de revelarle esto al venir del cielo y ser Dios. “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está [ahora] en el cielo” (Juan 3:13). Para que se cumpliera este plan de salvación, Jesús tendría que morir por los pecados de la humanidad. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15).

Ahora Jesús le señala que este nuevo nacimiento sería extensivo no sólo para los judíos sino para toda la humanidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él… Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:16-21). 

Tal como las ratas andan a sus anchas en un sótano oscuro, pero al prender la luz todas se escabullen. Así es la gran parte de la humanidad que se escabulle cuando se prende la luz de la verdad. Pero al arrepentirse genuinamente ante Dios y admitir que uno es un pecador que necesita su perdón y ayuda, se elimina esa barrera de orgullo y terquedad. Así uno puede acercarse a la luz de la verdad, pues sabe que Dios lo perdonará al ver que uno desea vivir de acuerdo con su santa ley.