#204 - Daniel 5-6
"La escritura en la pared; Daniel en el foso de los leones"
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#204 - Daniel 5-6: "La escritura en la pared; Daniel en el foso de los leones"
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Sabemos que ese contacto con Daniel y sus colegas, además de sus tres encuentros con Dios, lo mantuvieron humilde (salvo por un lapso) y respetuoso ante Dios. Por fin lo reconoció como el verdadero Dios, aunque no se convirtió. Por esa razón es probable que fuera descrito su reino o el carácter del reino como de oro. Dios tuvo la mayor influencia por medio de Daniel en este reino. En reiteradas ocasiones Dios llama a Nabucodonosor, “mi siervo”.
En cambio, los siguientes reinos se apartaron más y más de la influencia de Dios. El siguiente reino de Persia tuvo también influencia, pues Dios llama a su primer gobernante, Ciro, “mi pastor”. Él liberó al pueblo de Dios y permitió que volviera a Judá. No obstante, su reinado sólo duró diez años. Junto con él está Darío, que también respetó a Daniel y lo puso en altos cargos. Más tarde fue Asuero con la influencia de la reina Ester y Mardoqueo, para finalizar con Artajerjes y Nehemías como su copero. Sin embargo, en los últimos 100 años de este imperio, no tienen más contacto con el pueblo de Dios. Continúa el deterioro en el imperio griego que casi no conoció al verdadero Dios, aunque según relata el historiador Josefo, Alejandro Magno, su primer rey, tuvo un sueño con un mensaje de advertencia de Dios que dejara tranquila a Jerusalén cuando fuera a conquistarla, y la respetó. Sin embargo, los siguientes reyes griegos en general fueron hostiles y muy crueles con el pueblo de Dios. Después, los romanos fueron aún peor. En los tiempos del fin llegará esta maldad a su colmo con la Gran Tribulación. Este es el probable significado del deterioro de los metales de la gran imagen de los reinos.
Desde la muerte de este rey, es cuesta abajo para el reino. Sus hijos no fueron dignos de él. Sucedió lo que escribió Salomón de los grandes reyes: “Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría?” (Eclesiastés 2:19). Dios ya había pronosticado en Jeremías que el imperio babilonio sería de corta duración. “Y ahora yo he puesto todas estas tierras en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y todas las naciones le servirán a él, a su hijo, y al hijo de su hijo, hasta que… la reduzcan a servidumbre muchas naciones y grandes reyes” (Jeremías 27:6-7). Aquí vemos que el imperio de Babilonia duraría hasta el nieto de Nabucodonosor, y así ocurrió.
Al morir Nabucodonosor, le sucedió su hijo Evil-merodac (2 Reyes 25:27), pero fue asesinado dos años más tarde por Nergal-sharezer, un yerno de Nabucodonosor. Este duró sólo tres años, y su pequeño hijo fue asesinado meses más tarde por otro yerno de Nabucodonosor.
De modo que toda la siguiente generación después de Nabucodonosor tuvo pugnas por 10 años. Finalmente se estableció Nabonidus, el yerno de Nabucodonosor que mató al niño. Al estar lejos de la capital gran parte del tiempo, dejó a su hijo, Belsasar, el nieto de Nabucodonosor, a cargo de Babilonia.
Es así como el capítulo 5 abre con Belsasar celebrando un gran banquete -que será la última noche de su reino, aunque no lo sabe. Los persas y los medos habían sitiado la inmensa ciudad de Babilonia, donde todavía se encontraba el relegado anciano Daniel. Los babilonios se burlaban de los esfuerzos por conquistarlos. El ejército persa no parecía tener ninguna posibilidad de tomar la gran ciudad. Según la historia, los babilonios habían almacenado suficientes víveres para soportar 20 años de sitio, y un canal del río Éufrates corría por el medio de la ciudad para suministrar el agua.
El Diccionario Bíblico Arqueológico describe las inexpugnables fortificaciones de la ciudad: “La Babilonia de Nabucodonosor, desparramada por el Éufrates, estaba protegida por una inmensa muralla de más de 18 km. de largo y 26 metros de ancho… Torres reforzadas estaban colocadas a cada 20 m. y una fosa adyacente del lado de la ciudad forrada con ladrillos cocidos de un espesor de 3 m. regulaba el Éufrates y fortalecía las defensas” (p. 142).
De modo que Belsasar está muy confiado de las fortificaciones de la ciudad, y para distraer a la clase noble que podría estar un poco nerviosa, hizo un gran banquete. “El rey Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino. Belsasar, con el gusto del vino [bajo los efectos del alcohol], mandó que trajesen los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor su padre [su antecesor] había traído del templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas… bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata… En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía. Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra. El rey gritó en alta voz… y dijo a los sabios: Cualquiera que lea esta escritura y me muestre su interpretación, será vestido de púrpura, y un collar de oro llevará en su cuello, y será el tercer señor en el reino” (Daniel 5:1-7).
Nadie pudo interpretarlo, y la reina recordó las hazañas de Daniel. Trajeron a Daniel ante el rey y le ofreció la misma recompensa. Pero Daniel sabía qué tipo de gobernante era, y el sacrilegio que había hecho al usar las copas de oro sagradas del Templo de Dios para festejar su orgía. Le dice: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación. El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza… Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las bestias… hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place. Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebisteis vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro… que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos, nunca honraste” (Daniel 5:17-23).
Luego Daniel interpreta lo que escribió la mano, que eran cuatro palabras, la primera repetida dos veces. “Mene, Mene, Tekel, Uparsin”. Son valores de monedas, y representan que Dios ha tasado el reino y lo encuentra muy deficiente. “Esta es la interpretación del asunto: Mene: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. Tekel: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto. Peres [una variante de Uparsin]: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas” (Daniel 5:26-28).
Mientras que Daniel hablaba, el rey no sabía que los medos y los persas en esos mismos instantes caminaban por debajo de las rejas de la ciudad. Jenofonte, el famoso historiador griego, también narra la misma historia, que los persas desviaron la parte del Éufrates que pasaba por el centro de la ciudad y bajaron el caudal de agua al punto que los hombres pudieron pasar por debajo de las rejas que protegían la entrada por el canal. Como no habían tomado precauciones, los persas y los medos fácilmente se apoderaron de los pocos guardias y abrieron las puertas de la ciudad. La ciudad era tan inmensa que tomó más de un día para que los habitantes de la otra parte de la ciudad se dieran cuenta de que habían sido conquistados.
Los persas entraron a ese banquete donde había estado Daniel, y dice la Biblia (y Jenofonte): “La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos. Y Darío de Media tomó el reino...” (Daniel 5:30-31). Así cayó en un solo día esta enorme metrópolis del mundo que era en 538 a.C. comparable a Nueva York, Londres o París, tal como Jeremías había dicho 80 años antes: “En un momento cayó Babilonia, y se despedazó… porque ha llegado hasta el cielo su juicio… ha despertado el Eterno el espíritu de los reyes de Media; porque contra Babilonia es su pensamiento para destruirla; porque venganza es del Eterno… y pagaré a Babilonia… todo el mal que ellos hicieron en Sión… En medio de su calor les pondré banquetes, y haré que se embriaguen, para que se alegren, y duerman eterno sueño y no despierten… los haré traer como corderos al matadero… Porque el Eterno destruirá a Babilonia, y quitará de ella la mucha jactancia… El muro ancho de Babilonia será derribado enteramente, y sus altas puertas serán quemadas a fuego; en vano trabajaron los pueblos” (Jeremías 51:58).
Así también está profetizado que caerá la futura Babilonia guiada por Satanás en los tiempos del fin. “¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio!” (Apocalipsis 18:10).
Capítulo 6 – Daniel en el foso de los leones
Daniel sobrevivió a la conquista de Babilonia y fue favorecido por los persas. Es posible que los persas escucharon lo que había profetizado Daniel contra los babilonios y lo protegieron. Sucedió lo mismo con Jeremías durante la caída de Jerusalén. De todos modos, el capítulo 6 comienza con el desplazamiento figurativo de la cabeza de oro de la imagen, que era Babilonia, al pecho y los brazos de plata que sería el Imperio Medo-Persa. También tuvo Daniel una importante función en este nuevo imperio.
“Pareció bien a Darío constituir sobre el reino ciento veinte sátrapas, que gobernasen en todo el reino. Y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes estos sátrapas diesen cuenta, para que el rey no fuese perjudicado. Pero Daniel mismo era superior a estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un espíritu [o carácter] superior; y el rey pensó ponerlo sobre todo el reino” (Daniel 6:1-3). En ese entonces, Daniel debía tener unos 80 años, pero seguía física y mentalmente activo. El desafío de administrar un vasto imperio no lo amedrentaba, y seguía desempeñando sus funciones con tanta eficiencia y sabiduría que el rey pensó hacerlo segundo de mando en el imperio.
Pero le sucedió a Daniel lo que dice el principio: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo” (Eclesiastés 4:4). En vez de estar felices los sátrapas por la excelente administración de Daniel, se llenaron de envidia. “Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él. Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios” (Daniel 6:4-5). Daniel era tan diligente en sus funciones que no iban a poder acusarle de alguna negligencia. Pero sabían que tenía una religión distinta y podían hacer que contradijera las leyes de la nación. Sabían que Daniel guardaba el Primer Mandamiento que le prohibía rendir culto a algo o alguien que no fuera Dios. Así fabricaron una ley que comprometiera a Daniel en cuanto a su religión. “Entonces estos gobernadores y sátrapas se juntaron delante del rey, y le dijeron así: ¡Rey Darío, para siempre vive! Todos los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios y hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones. Ahora, oh rey, confirma el edicto y fírmalo, para que no pueda ser revocado, conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada. Firmó, pues, el rey Darío el edicto y la prohibición” (Daniel 6:7-9).
El rey se dejó llevar por su vanidad y las alabanzas de sus administradores. Esto comprometió directamente a Daniel, pues significaba que no podía orarle a Dios por un mes. Ahora bien, quizás uno esté pensando: “Es fácil orarle a Dios a escondidas, o en la cama en silencio. Sería sólo por un mes”. Pero esta ley estaba diseñada específicamente contra Daniel, pues todos los gobernadores sabían la forma que oraba. La pregunta era: ¿Se doblegaría Daniel al dejar de orar como estaba acostumbrado o no? En cierto sentido es lo mismo que el jefe que manda a uno trabajar el sábado. Está contra la espada y la pared. Veamos lo que hizo Daniel.
“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10). Daniel sabía que estaba en juego el principio que más tarde se escribió en las Escrituras: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Las instrucciones de Dios para la oración en ese entonces era orar con la ventana abierta hacia Jerusalén. Daniel estaba aplicando esta escritura: “Si pecaren contra ti… y los entregares delante de sus enemigos, para que los que los tomaren los lleven cautivos a tierra de enemigos, [como lo hicieron con Daniel], y… si se convirtieren a ti de todo su corazón… y oraren hacia la tierra que tú diste a sus padres, y hacia la ciudad que tú elegiste… tú oirás desde los cielos… su oración y su ruego, y ampararás su causa, y perdonarás a tu pueblo” (2 Crónicas 6:36-39). Hoy día oramos hacia Dios en el cielo, como dijo Jesús en Juan 4:21-24.
Por medio de los espías, “se juntaron aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios. Fueron al rey… y dijeron… Daniel, que es de los hijos de los cautivos de Judá, no te respeta a ti, oh rey, ni acata el edicto que confirmaste, sino que tres veces al día hace su petición. Cuando el rey oyó el asunto, le pesó en gran manera, y resolvió librar a Daniel; y hasta la puesta del sol trabajó para librarle” (Daniel 6:11-14). El rey se dio cuenta que había caído en la trampa de estos funcionarios. Vemos así el deterioro gubernamental de este segundo imperio. El rey no tenía el mismo poder que Nabucodonosor. Ahora la ley podía ir en su contra. “Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre… Luego el rey se fue a su palacio, y se acostó ayuno; ni instrumentos de música fueron traídos delante de él, y se le fue el sueño. El rey, pues, se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso de los leones. Y acercándose al foso llamó a voces a Daniel con voz triste, y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?”.
“Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios. Y dio orden el rey, y fueron traídos aquellos hombres que habían acusado a Daniel, y fueron echados en el foso de los leones ellos, sus hijos y sus mujeres; y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de ellos y quebraron todos sus huesos. Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: “De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones. Y este Daniel prosperó durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa”. Así fue para los persas un gran testimonio de Dios.