#178 - Isaías 43-47: "El segundo milagro de Dios; la venida de Ciro"

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#178 - Isaías 43-47

"El segundo milagro de Dios; la venida de Ciro"

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#178 - Isaías 43-47: "El segundo milagro de Dios; la venida de Ciro"

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La segunda no la verá cumplida Isaías, pues se realizará unos 150 años más tarde. Es la llegada del Conquistador Ciro en la historia, para librar a su pueblo que estará en cautiverio. 

Dios describe este período en la historia. Comienza en el capítulo 43 consolando y animando a su pueblo que irá, por sus pecados, en cautiverio; pero regresará después a la tierra de Judá. Sigue siendo su pueblo y no los abandonará. También menciona que, aunque se repita la misma escena en los tiempos del fin, también traerá a su pueblo de ese más grande cautiverio. 

“Ahora, así dice el Eterno, Creador tuyo, oh Jacob, Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú… No temas, porque yo estoy contigo; del oriente [de Babilonia] traeré tu generación, y del occidente te recogeré [Europa]. Diré al norte: Da acá [Rusia]; y al sur [Egipto y Etiopía]; No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, y todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice… Así dice el Eterno… Santo de Israel: Por vosotros envié a Babilonia e hice descender como fugitivos a todos ellos, aun a los caldeos en las naves de que se gloriaban… daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido. Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará” (Isaías 43:1-21).

Explica el Nuevo Comentario Bíblico: “He aquí una clara promesa de que habrá un éxodo mayor que el de Egipto, cuyos logros de Dios en abrir el Mar Rojo quedarán eclipsados por este gran milagro de reunir a su pueblo de todo el mundo. Esta promesa está basada en el pacto que ha hecho con su pueblo, basado en la relación que tiene con ellos, y por haberlos escogido. Para su cumplimiento total, se debe mirar más allá del modesto futuro éxodo de Babilonia, aunque este está tomado en cuenta...” (p. 614). En otras palabras, tiene que ver con el regreso de su pueblo luego que Cristo venga a reinar. 

Ahora vemos el elemento de gracia en el Antiguo Testamento. “Y no me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel. No me trajiste a mi los animales de tus holocaustos… sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades. Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo [no por tus justicias], y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:22-25). 

A pesar de la ingratitud de su pueblo, Dios promete perdonarlos en el futuro y derramar sobre ellos su santo Espíritu. Esto se llevará a cabo para los de su pueblo que vivan cuando Cristo vuelva, y al resto en la Segunda Resurrección. Dice: “No temas, siervo mío Jacob, y tú, Jesurún [forma afectiva de decir justo], a quien yo escogí. Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos… Así dice el Eterno… Yo soy el primero y el postrero, y fuera de mí no hay Dios. ¿Y quién declarará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden [las profecías], delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncieles lo que viene, y lo que está por venir” (Isaías 43:2-7). 

Ahora comienza a mostrar la ridiculez de hacer imágenes a él o a otros supuestos dioses. Es una de las mejores descripciones y argumentos contra las imágenes que existe, y es válido para hoy día. “Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión; de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho?... El herrero toma la tenaza, trabaja… luego tiene hambre, y le faltan las fuerzas… El carpintero tiende la regla… le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de hombre hermoso, para tenerlo en casa… fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él. Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: ¡Oh! me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú. No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender: no discurre para consigo, no tiene sentido ni entendimiento para decir: Parte de esto quemé en el fuego… ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?... ¿No es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?” (Isaías 44:9-20). 

En contraste con esta vana idolatría, Dios le recuerda a Israel que él es un ser viviente y todopoderoso, y lo mostrará con la prueba del personaje que traerá a la historia. “Acuérdate de estas cosas, oh Jacob e Israel, porque mi siervo eres. Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel, no me olvides… Yo el Eterno que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo; que deshago las señales de los adivinos, y enloquezco a los agoreros, que hago volver atrás a los sabios, y desvanezco su sabiduría” (Isaías 44:21-25). 

A propósito de deshacer los pronósticos de los adivinos, he aquí qué tan certeros son: “Todos los escritos de Buda, Confucio y Lao-tse [fundadores de religiones], no hallará usted un sólo ejemplo de profecías cumplidas. En el Corán, el escrito de Mahoma, hay un ejemplo de una profecía cumplida, en la cual el mismo profetiza que regresará a la cercana ciudad de la Meca. Muy diferente es de la profecía de Jesús, que dijo que regresaría de la tumba. La primera profecía mencionada se cumple fácilmente; la otra es imposible para cualquier ser humano… Hace unos años atrás, la revista National Enquirer mencionó las predicciones de los diez principales videntes o profetas del mundo de hoy, con respecto a los eventos que debían de ocurrir durante los últimos seis meses de ese año. “Yo examiné cuidadosamente cada una de esas 61 profecías. ¿Saben cuántas se cumplieron realmente? ¡Ni una sola! Me parece que, si una persona predice 61 eventos, por lo menos debiera tener suficiente suerte para que se cumpla por lo menos una. Tal vez Dios quiso mostrarle al pueblo cuán incapaces son estos adivinos para predecir el futuro… Sin embargo, ¿qué diremos de la Biblia? Sólo en el Antiguo Testamento hay 2000 profecías mencionadas; no unas pocas adivinaciones de suerte… Los profetas bíblicos predijeron exactamente lo opuesto de las expectaciones naturales de los seres humanos. No pudieron haberse escrito después de los eventos y haberlas presentado como profecías, pues en centenares de casos, el cumplimiento de la profecía no ocurrió hasta centenares de años después de la muerte del profeta. En muchos casos, el cumplimiento vino después de haberse terminado de escribir el Antiguo Testamento” (D. James Kennedy, Por Qué Creo, pp. 10-12). 

Estamos en una de estas secciones cuando la profecía se cumple muchos años después de la muerte del profeta. Además, si uno tratara de escribir un evento luego de que ocurriera, todos los presentes se darían cuenta y la persona sería ridiculizada y desprestigiada. Pues aquí, Dios dice: “Yo… que deshago las señales de los adivinos… que dice a Jerusalén: Serás habitada; y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas reedificaré” (Isaías 44:24-26). Recuerden que, en ese entonces, Jerusalén y estas ciudades estaban en pie, y lo estarían por los siguientes 100 años. Entonces, ¿cuándo serían reconstruidas, luego de su futura devastación? Dios contesta: “Ciro: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Será edificada; y al templo: Serás fundado. Así dice el Eterno a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: Yo iré delante de él… te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy el Eterno, el Dios de Israel, que te pongo nombre. Por amor a mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste… para que se sepa… que no hay más que yo; yo el Eterno, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo el Eterno soy el que hago todo esto” (Isaías 44:28 - Isaías 45:7). 

Ya cubrimos la vida tan interesante de Ciro en los Estudios #151 y #152, y aquí mencionaremos unos puntos más. Aunque no se convirtió a Dios, cuando conquistó a Babilonia, según el historiador Josefo, los judíos cautivos allí le mostraron su propio nombre, Ciro, en el libro de Isaías, escrito 150 años antes. Al leer su propio nombre quedó tan impresionado que resolvió obedecer a la palabra de Dios de devolver a los judíos a su tierra. Los liberó, les proveyó de dineros y suministros, les dio un salvoconducto para llegar a Judá y el permiso y fondos para construir de nuevo el Templo en Jerusalén. 

Comenta Werner Keller sobre Ciro: “La Biblia lo considera y le recuerda como el portador de la luz. Su encumbramiento rápido y brillante y sin ejemplo no está manchado por acto alguno de violencia. Su política valiente y generosa hace de él una de las figuras más simpáticas del Antiguo Medio Oriente. No existen las más repugnantes cualidades de los soberanos orientales que le precedieron, y la despótica crueldad tan común, falta en absoluto en ese personaje persa” (p. 310). 

Por eso Dios lo puede llamar, “mi pastor… te puse sobrenombre, aunque no me conociste” (Isaías 44:28; Isaías 45:4). El escritor F. F. Bruce comenta: “el súbito acceso de Ciro, príncipe de una pequeña tribu persa es [monumental en la historia]. La obra de la vida de este solo hombre moldeó el destino de tres grandes civilizaciones, la griega, siria y persa, y trazó las principales directrices sobre las que la historia universal había de discurrir a lo largo de más de mil quinientos años, con consecuencias que aún se dejan sentir en el día actual… En este respecto, y en mucho más, el concepto que Ciro tenía del imperio era muy distinto del que generalmente se respiraba en Asiria. Los asirios imponían a sus súbditos la adoración de sus dioses principales y se ufanaban que los vencidos tuvieran que inclinarse ante tales ídolos. Ciro, cuyas creencias religiosas son difíciles de determinar, [probablemente al conocer al verdadero Dios dejó sus supersticiones] tenía la táctica de no herir las susceptibilidades religiosas de sus súbditos, sino que, por el contrario, prefería conciliarse con ellos haciendo por lo menos el papel de adorar a sus diversas divinidades...

“En la marcha de Ciro por Babilonia, ciudad tras ciudad le abría sus puertas [recuerden la referencia bíblica de que Dios le abriría las puertas de las ciudades de sus enemigos]... Isaías presenta a Ciro como personaje levantado por el Dios de Israel para cumplir, aunque sea inconscientemente, sus propósitos. El Eterno ha ungido a Ciro como agente suyo. Al desalojar a los opresores de Israel hará posible que los exiliados de Judá y Jerusalén vuelvan a sus hogares y reconstruyan su comunidad. Mas no termina aquí el propósito… que por medio de Israel el conocimiento del verdadero Dios llegue a todas las naciones. Porque el Dios de Israel es el único, el verdadero Dios; todos los otros que se llaman dioses son nada. Los dioses de las naciones vencidas por Ciro eran incapaces de darles a sus adoradores un consejo acertado, y carecían el poder para salvarlos. Los historiadores griegos nos cuentan cómo Creso, rey de Lidia, consultó al más famoso de los oráculos de su tierra, sólo para recibir respuestas ‘ambiguas, con doble sentido, engañosas’. Mas el Dios de Israel podía predecir por su sabiduría el futuro, y su poder había levantado a Ciro y había dirigido su victoriosa carrera para que cumpliese su divina voluntad y su pueblo fuera liberado de la esclavitud babilónica y devuelto a su propia tierra, a fin de que sirvieran de mensajeros de la verdad divina al mundo entero” (Israel y las Naciones, pp. 125-127). 

Podemos así entender cómo Dios irrumpió en la historia del hombre para mover los destinos a favor de su pueblo y para mejorar la calidad de vida de las naciones. Con Ciro viene una corriente humanitaria que dejaría una honda huella en el futuro. 

Dios sigue desafiando a su pueblo para que lo sigan a él y no a los vanos ídolos. “¡Ay del que pleitea con su Hacedor!... ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?... Así dice el Eterno, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos. Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé. [Respecto a Ciro dice] Yo lo desperté en justicia, y enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos, no por precio ni por dones, dice el Eterno de los ejércitos” (Isaías 45:9-14). Ciro no pidió dinero a cambio de la liberación del pueblo, y está registrada en la Biblia la orden que dictaminó: 

“Así ha dicho Ciro rey de Persia: El Eterno el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén… y edifique la casa a Dios (él es el Dios)... Y a todo el que haya quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y ganados, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén… para que fuese la casa reedificada como lugar para ofrecer sacrificios, y que sus paredes fuesen firmes… y que el gasto sea pagado por el tesoro del reyy también los utensilios de oro y de plata de la casa de Dios, los cuales Nabucodonosor sacó del templo… y los pasó a Babilonia, sean devueltos y vayan a su lugar” (Esdras 1:2-4; Esdras 6:3-5). 

En comparación a este gran milagro que está registrado en la historia, ¿qué pueden hacer los dioses falsos? Dios dice: “Reuníos, y venid; juntaos todos los sobrevivientes de entre las naciones. No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva… ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo el Eterno? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos… porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice juramento… Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua” (Isaías 45:20-23). 

Remontándose al futuro, Dios describe la destrucción de Babilonia por medio de Ciro, su instrumento de castigo. Ve a los opulentos ídolos de los babilonios aplastados. “Se postró Bel, se abatió Nebo [dioses de Babilonia], sus imágenes fueron puestas sobre bestias.... Fueron humillados… Oídme, oh casa de Jacob… ¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes?... Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos [todas las intervenciones de Dios desde el Éxodo hasta la actualidad con Senaquerib]; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo [Ciro]. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isaías 46:1-11). 

Ahora Dios habla de lo que le pasará a Babilonia cuando llegue Ciro: “Desciende y siéntate en el polvo, virgen hija de Babilonia. Siéntate en la tierra… Siéntate, calla, y entra en tinieblas porque nunca más te llamarán señora de reinos. Me enojé contra mi pueblo, profané mi heredad, y los entregué en tu mano; no les tuviste compasión; sobre el anciano agravaste mucho tu yugo. Dijiste: Para siempre seré señora… Estas dos cosas te vendrán de repente en un mismo día; orfandad y viudez… Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron… Vendrá, pues, sobre ti mal, cuyo nacimiento no sabrá… Comparezcan ahora y te defiendan los contempladores de los cielos, los que observan las estrellas… He aquí que serán como tamo; fuego los quemará, no salvarán sus vidas del poder de la llama” (Isaías 47:1-14). 

Todo esto se cumplió al pie de la letra cuando cayó Babilonia. Fue tomada en un día, y quedó viuda al morir el rey en su propio palacio. Todo fue puesto a la antorcha. Imagínense cómo se sintió Ciro al leer todo esto 150 años más tarde. Por eso admite que el verdadero Dios es el de Israel. Lamentablemente para Ciro, al desobedecer un mensaje de Dios de no molestar a un pueblo modesto, murió en la batalla, a sólo 10 años de haber conquistado a Babilonia y de haber liberado al pueblo de Dios.