#006 - Génesis 1:11: "La vida vegetal"

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#006 - Génesis 1:11

"La vida vegetal"

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Una vez que la Tierra ha sido alistada para de nuevo recibir y mantener las formas vivientes que Dios va a crear, lo primero que Dios hace con la vida, es la vida vegetal. Esta es la forma de vida más primitiva, pues sirve como la base de alimentación para toda la vida animal. La vida vegetal no tiene el elemento de vida “activa” o “instintiva” que tiene la vida animal.

No obstante, se puede comparar a la Tierra como un gran escenario y a las formas de vida vegetal y animal como las que le dan los efectos “coreográficos”, pues ¡cuán “muerto” estaría este planeta si solo estuvieran la atmósfera, los océanos y los continentes todos sin vida y con el ser humano como el único componente con vida!

No nos damos cuenta de la importancia del maravilloso despliegue de la coreografía y decoración “viviente” que nos hace sentir vivos en un mundo “dinámico”. Podemos escuchar los alegres gorjeos de las aves, las más de un millón de especies de criaturas que pululan por la Tierra y la belleza vegetal que nos trae sombra, alimento, frescura, oxígeno, decoración de multicolores y refugio, todo con modestia y en silencio servicial.

No sería lógico que Dios comenzara creando a los animales y luego su fuente de alimentación y protección. Por lo tanto, en el versículo 11, Dios crea las cientos de miles de tipos de vida vegetal sobre la Tierra y en el mar, antes que los animales. Aunque la célula vegetal es la más elemental de todas no obstante es una maravilla de ingeniería y complejidad.

Toda forma de vida, tanto animal como vegetal, está compuesta por células, las unidades más pequeñas que contienen vida en sí. La diferencia principal entre las dos es que la célula vegetal está rodeada por una pared plasmática que sirve como una caja para separar las células. La célula animal no tiene esa pared sino una membrana flexible en su exterior, por eso se puede mover de un lugar a otro.

Luego, consideremos la creación de la vida. Darwin se refirió repetidamente a la célula simple. Con los rudimentarios microscopios que se disponían en su tiempo la célula simple se parecía un poco a una minúscula pelota de baloncesto con una semilla en el centro de ella. Pero ahora se sabe que la célula humana es fantásticamente compleja y está compuesta de centenares de miles de moléculas más pequeñas de proteínas. El paleontólogo George Gaylord Simpson, de la Universidad de Harvard, nos dice que la sola molécula de proteína es la sustancia más complicada que conoce la humanidad. Una célula simple es tan infinitamente compleja que sobrecoge las mentes de los científicos que la han estudiado.

Recientemente se ha desarrollado una nueva ciencia: la ciencia de las probabilidades. El doctor James Coppedge, Doctor en Filosofía, director del Centro de Investigaciones sobre las Probabilidades en Biología de California, aplicó todas las leyes de los estudios de probabilidades a la posibilidad de que una célula simple llegara a la existencia por casualidad. De la misma manera aplicó todas las leyes a una sola molécula de proteína y, aún, a un solo gen. Sus descubrimientos son revolucionarios. El computó un mundo en que toda la corteza de la tierra estuvo disponible: todos los océanos, todos los átomos y la corteza total. Luego hizo que estos aminoácidos se ligaran a un ritmo de un billón y medio de veces más rápido de lo que lo hacen en la naturaleza. Al computar las posibilidades, descubrió que para producir una sola molécula de proteína mediante combinación casual se necesitaría un número de años que se expresa de la siguiente manera: 10262 (10 elevado a la 262ava potencia). La mayoría de nosotros no tenemos la menor idea de lo que esto significa. Para lograr una célula simple – la célula viva más pequeña que conoce la humanidad – que se llama el microplasma hominis H 39, se necesitaría un número de años que se expresa con la siguiente potencia: 10119 841. Eso significa que si usted tomara delgadísimas hojas de papel y escribiera el número 1 y a continuación ceros y ceros, se llenaría de papel de todo el Universo conocido antes de siquiera escribir ese número por completo, ¡Y ese número es el que indica cuántos años se necesitarían para hacer una célula viviente, más pequeña que cualquier célula humana!

Emile Borel, el gran científico francés y experto en el cálculo de probabilidades, señala que si alguna cosa a nivel cósmico tiene una posibilidad que esté en proporción de más de 1050 a uno, nunca ocurrirá. La posibilidad que se produzca una célula humana por casualidad está en proporción de 10119 000 a 1, número que ni siquiera podemos comprender. Según los científicos de las probabilidades, eso nunca podría ocurrir. Lo mismo, es cierto con respecto a cualquier otro desarrollo, incluso el del hombre. Se nos dice que, “de algún modo, en los últimos dos millones de años, no sólo ocurrió esto, sino que la célula simple evolucionó hasta convertirse en toda clase de criatura viviente; que todos los seres vivos evolucionaron de esa única célula simple” (“Por qué creo”, James Kennedy, pp. 53-55).

Cada planta en el planeta es un milagro y un misterio. Poseen mil y un distintas funciones, características y habilidades que nos enmudecen y carecen de cualquier explicación. Así son todas las formas de vida.

...algunas formas de vida salen de la norma a tal punto que parecen desafiar las mismas leyes sobre la vida. Existen bacterias que son capaces de sobrevivir en fuentes termales que rondan los 70°C y hay esporas de otras bacterias que aún viven al bajar la temperatura a 150° bajo cero.

Algunas flores penetran el hielo y la nieve para salir hasta la superficie, en cambio, otras pueden invernar por muchos años bajo las abrasadoras temperaturas del desierto y un día, con una lluvia repentina, cubren el desierto con un despliegue de color.

Hay plantas que mueren al florecer, como un tipo de bambú que toma 32 años para madurar y una vez que sale la flor, muere. Nadie sabe por qué. Sin embargo, hay plantas como el árbol secoya de California que viven más de tres mil años.

Existen ciertos tipos de plantas “epifitas” como algunos helechos que se alimentan del aire en vez del suelo. “Crece sobre otros árboles con sus hojas enclavadas al tronco del otro árbol. Las hojas cubren una gran masa de raíces que reciben su alimento directamente del aire. Uno puede intentar en vano “educar” por miles de generaciones en un laboratorio a las raíces de las plantas para que adquieran su alimentación del aire en vez de la tierra, ¿y cuál sería el resultado? El fracaso. ¿Cómo es que algunas plantas epifitas lo han logrado? Solo porque Dios en el principio las hizo así” (“Por qué creo en la creación y no en la evolución”,Meldau, pp. 134-135).

La siguiente gran verdad que Dios nos entrega es la clase de vida vegetal que sería la mayoría en la Tierra. En la época “pre-adánica” las plantas que salen en el registro geológico eran en su mayoría helechos gigantescos (pteridófitos) y plantas sin flores aparentes (gimnospermas). Pero en el mundo actual que Dios creó, las plantas que predominan son las que tienen flores bien visibles y con semillas (angiospermas). Por eso Dios dice en el versículo 11: “Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra”.

Aquí vemos que ahora habrá granos y árboles frutales para el hombre, no para el mundo pre-adánico. No se han descubierto en el registro geológico pre-adánico árboles frutales y los granos que actualmente dominan la Tierra. “Las angiospermas, con 230 000 especies, dominan el reino vegetal frente a las 800 especies de gimnospermas...” (Enciclopedia de la Ciencia, BotánicaTomo I, p. 60)

El punto final tiene que ver con la expresión bíblica “según su género”. He aquí otra gran verdad comprobada por la ciencia. Según su género, la refutación definitiva de la teoría de la evolución, fue dada por Dios al principio de la Biblia... Los últimos estudios de las investigaciones biológicas, basadas en las leyes mendelianas, concuerdan exactamente con lo que fue escrito en la Biblia 3000 años atrás. Gregorio Mendel fue un monje austriaco que vivió en el siglo pasado. Descubrió al experimentar con el cruce de arvejas que éstas no se cruzan en forma caprichosa como habían postulado algunos estudiosos como Carlos Darwin, Lamarque y otros. En vez, aclaró las leyes que servirían como la base de la ciencia genética y que son absolutas e inquebrantables. Bateson, un famoso biólogo inglés comentó que si Darwin hubiese conocido el descubrimiento de Mendel, nunca habría escrito su obra sobre la evolución, “El origen de las especies”.

Por medio de las leyes genéticas de Mendel se llegaron a las siguientes conclusiones:

  1. “Solo es posible heredar las características que se encuentran dentro de los genes.
  2. Todas las especies naturales contienen muchas variaciones genéticas latentes que pueden aparecer posteriormente según las circunstancias.
  3. No pueden ocurrir ningunas variaciones que están fuera de los genes.
  4. Cualquier rasgo genético nueva ya estaba latente y no surgió espontáneamente. Las mutaciones son solo “errores” y no algo nuevo.
  5. La “semilla” del código genético que se transmite es el cromosoma. Esta se puede comparar a un collar de perlas en que las perlas son los genes” (“Según su especie”, Byron Nelson, pp. 103-117).

Así vemos la verdad de Dios que todo se reproduce “según su especie” y es firmemente comprobado por la ciencia biológica y genética.