¿Y qué acerca del divorcio?
El profeta Malaquías profetizó en contra de las sociedades modernas que existirían poco antes de la venida de Jesucristo. Hablando a través de él, Dios expresó su punto de vista en cuanto a los fracasados matrimonios modernos.
“¡Pues yo odio el divorcio! –dice el Señor, Dios de Israel–. Divorciarte de tu esposa es abrumarla de crueldad –dice el Señor de los Ejércitos Celestiales–. Por eso guarda tu corazón; y no le seas infiel a tu esposa” (Malaquías 2:16; Nueva Traducción Viviente). Hoy en día, si la relación conyugal deja de ser emocionante, el curso de acción más común es divorciarse y volver a casarse. ¡Pero eso no es lo que lo que Dios desea ni lo que él diseñó!
Vemos en las Escrituras que Moisés permitió un estatuto para el divorcio debido al constante pecado y egoísmo del pueblo. Pero Jesucristo se refirió a este problema de manera aún más amplia:
“Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
“Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mateo 19:3-9).
El divorcio destruye la esencia misma del diseño que Dios creó para que las personas se volvieran una sola. Para Dios es crucial la unidad mental y espiritual, especialmente con él. Note la oración final de Jesucristo a Dios el Padre justo antes de su crucifixión: “ . . . para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21). El propósito de Dios es establecer relaciones íntimas, no destruirlas.