Lección 21-2 - Trasfondo histórico de los evangelios
Mateo 18-19
Al regresar después de su transfiguración en el monte, Cristo continuó sanando a la gente. En esta ocasión sanó a un joven poseído por un poderoso demonio, que sus discípulos no habían podido expulsar. Jesús sí pudo hacerlo, y posteriormente les dijo que para poder echar tal clase de espíritus se requería ayuno y oración (Mateo 17:21). En la actualidad, los ministros deben practicar necesariamente el ayuno y la oración para enfrentar situaciones similares.
Jesús paga el impuesto del templo
En Capernaum, los recaudadores de impuestos le preguntaron a Pedro si Jesús iba a pagar el impuesto del templo (basado en Éxodo 30:12-13), que se recogía como expiación o rescate por cada israelita y era usado como parte de los fondos necesarios para cubrir algunos deberes y gastos de mantenimiento del templo en Jerusalén. Pedro respondió que Jesús lo haría. Más tarde, Jesús le dijo a Pedro que él, como verdadero Rey de los judíos e Hijo de Dios, no tenía que pagar este impuesto de “rescate”.
“El asunto es que, al igual que los hijos de la realeza están exentos de los impuestos exigidos por sus padres, también Jesús está exento del ‘impuesto’ que pedía su Padre. En otras palabras, Jesús reconoce que el impuesto del templo es una obligación para con Dios; pero como él es sin duda el Hijo de Dios, está exento . . . Pero a pesar de estar exento, Jesús pagó el impuesto para no generar ofensa. Por lo tanto, él deja un ejemplo que Pablo imitó después” (Expositor’s Bible Commentary, Abridged Edition: New Testament [Comentario bíblico del expositor, edición abreviada: Nuevo Testamento], p. 83). Más tarde, en Romanos 13:6-7, Pablo confirmó este mismo principio de pagar impuestos a quien correspondiera.
¿De dónde sacó Jesús el dinero en tan corto tiempo? Aparentemente no contaba con él, así que hizo un gran milagro y envió a Pedro a que atrapara un pez que llevaría adentro la moneda del valor exacto (cuatro dracmas) para pagar por ambos (Mateo 17:27).
La creciente ambición de los discípulos
Justo antes de esto surge un tema importante en la narrativa, debido al desafortunado cambio en las actitudes de los discípulos una vez que comprendieron plenamente las implicancias de la transfiguración de Jesús en el monte. Varios de ellos fueron testigos de la visión del Reino de Dios venidero. Moisés y Elías estarían allí, pero ¿quién estaría a cargo y sería el más grande entre todos? ¡Pues, Jesucristo mismo! Esto hizo despertar sus ambiciones egoístas. Pronto comenzaron a discutir sobre quién sería el más importante entre ellos en el Reino de Dios y, tristemente, este tema continuaría hasta el último día de la vida de Jesús, quien reiteradamente tendría que hacerles ver a los discípulos su incorrecta idea sobre el liderazgo.
Como dice en Lucas: “Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor. Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande” (Lucas 9:46-48).
Mateo agrega algo más acerca de lo que Jesús dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:3-6).
Jesús quería eliminar la creciente ambición de ellos ejemplificando la forma de servicio que quería enseñarles. Les advirtió acerca de la altivez y el causar ofensa, pues el Reino de Dios no estaría a cargo de personas con los deseos egoístas y pretensiones arrogantes que ellos estaban acostumbrados a ver en los grandes y poderosos de su mundo. Vea los comentarios de Jesús en Mateo 20:25-27 y Lucas 22:24-26, donde contrasta, en el ejercicio de su autoridad, la perspectiva de los gobernantes gentiles con su perspectiva y lo que él esperaba de los discípulos.
Por lo tanto, les entrega dos parábolas o ilustraciones para enfatizar el hecho de evitar la ambición egoísta y, por el contrario, servir a los demás evitando enseñorearse sobre ellos. La parábola de la oveja perdida muestra cómo deben actuar los líderes, pues Dios se preocupa por todo su rebaño, tal como un pastor que deja atrás a las noventa y nueve ovejas para encontrar la que falta. Por lo tanto, al servir no debían basarse en “estadísticas” (las noventa y nueve), sino en el cuidado genuino de aquella oveja “perdida” del rebaño, aun si era débil u obstinada.
De hecho, les advirtió: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos . . . así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mateo 18:10, 14).
Principios para resolver conflictos
Él sabía que los agravios serían inevitables, así que expuso un método de resolución de conflictos que debería aplicarse en la Iglesia. Jesús explica que cuando hay conflictos entre hermanos, los involucrados deben tomar la iniciativa de resolver sus desavenencias. Jesús declara en Mateo 18:15-17: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia [ekklesia]; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”.
Por tanto, la persona ofendida debe acudir primero en privado a quien haya provocado la ofensa y con humildad mencionarle el problema (como también se dice en Gálatas 6:1), y luego esperar a que la persona que ofendió admita su culpa y se arrepienta. Si no la admite o no se arrepiente, la parte agraviada debe llamar testigos y hablar nuevamente con la persona. Si la persona se niega a reconocer la falta, el ofendido debe llevar el asunto a la Iglesia para una decisión oficial. Si en esa instancia la persona continúa negándose a reconocer la falta y no se arrepiente, los ministros pueden suspenderla de la Iglesia hasta que se haya arrepentido. Esta es la manera de manejar las acciones pecaminosas de un miembro contra otro.
Jesús agregó que los apóstoles, como líderes de la Iglesia que él prometió edificar, tendrían la autoridad e inspiración para aplicar las instrucciones, normas y decisiones de Cristo sobre tales asuntos. Él dijo: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mateo 18:18).
Barclay señala: “Desatar y atar eran palabras que se usaban corrientemente con sentido figurado entre los judíos. Se referían frecuentemente a las decisiones de los grandes maestros y de los grandes rabinos. El sentido corriente que cualquier judío reconocería era permitir y prohibir. Atar algo era declararlo prohibido; desatar era declararlo permitido. Eran expresiones corrientes en relación con la ley. Era de hecho lo único que podían querer decir en ese contexto” (Comentario al Nuevo Testamento, William Barclay, notas sobre Mateo 16:17-19, énfasis en el original). Pero tales juicios deben estar de acuerdo con la letra y el espíritu de lo que Dios enseña que está prohibido y permitido.
Luego, Cristo destaca la importancia de aplicar misericordia al acudir a nuestro hermano con respecto a una ofensa. Para ello entrega la parábola del consiervo inmisericorde, que enfatiza que debemos reconocer nuestras faltas y perdonar las de los demás, tal como lo hace Dios con nosotros. Señala que Dios nos ha perdonado mucho más por nuestras faltas y pecados que lo que se nos pide perdonar por lo que otros hayan podido hacernos. Si no acatamos esto, él advierte: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35).
Cuando sus discípulos le preguntaron cuántas veces debía uno perdonar a alguien más, ya que los rabinos enseñaban que debía hacerse hasta tres veces. Ellos pensaban que eran generosos al perdonar siete veces, pero se sorprendieron cuando Jesús les dijo que debía ser setenta veces siete, lo que significa que el perdón no debe tener un punto final. Independientemente de las ofensas recibidas, si hay arrepentimiento (ver Lucas 17:3-4), debemos perdonar.
Jesús habla sobre el divorcio
Después, Jesús y sus discípulos se dirigen a Jerusalén por el este del río Jordán, a una zona conocida como Perea. A poco de sanar a algunos individuos allí, llegaron los fariseos y nuevamente intentaron hacerlo caer con preguntas difíciles. Mateo escribe: “Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mateo 19:3). ¿Qué perseguían ahora?
Como señala The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente): “Preguntaron si el divorcio se justificaba por cualquier razón. Sin importar cómo les respondiera, alguna facción de los judíos terminaría enojada. Una escuela tenía una actitud muy liberal hacia el divorcio; otra era extremadamente estricta” (notas sobre Mateo 19:3).
Word Pictures of the NT (Imágenes en palabras del N.T.) de Robertson agrega: “Esta cláusula [‘por cualquier razón’] es una alusión a la disputa entre las dos escuelas de teología sobre el significado de Deuteronomio 24:1. La escuela de Shamai sostenía la opinión estricta e impopular del divorcio únicamente por falta de castidad [inmoralidad sexual], mientras que la escuela de Hillel defendía la postura liberal y popular del divorcio fácil por cualquier capricho pasajero, como que el marido mirara a una mujer más bonita o si [su esposa] quemaba el pan del desayuno. Era un dilema, y la intención era desacreditar a Jesús ante el pueblo” (notas sobre Mateo 19:3).
Así que Jesús rápidamente se anticipó a explicar lo que Dios tenía en mente con respecto al matrimonio desde un principio: el propósito original y correcto del matrimonio y sus cuatro razones.
“Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo [1. Dios hizo un hombre y una mujer para que pudieran casarse], y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer [2. La pareja debía separarse de sus padres y empezar una nueva familia], y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne [3. Estarían unidos en mente y espíritu, compartiendo su vida juntos]; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre [4. Dios unió la pareja para que fuera una unión sagrada y perdurable]” (Mateo 19:4-6).
No pudieron refutar lo que dijo, por lo que le preguntaron sobre otro aspecto del controvertido tema: “¿Por qué entonces Moisés ordenó dar un certificado de divorcio y abandonarla?”
Como señala Barclay: “Aquí tenían los fariseos la oportunidad que deseaban. Ahora podían decirle a Jesús: ¿Estás acaso diciendo que Moisés estaba equivocado? ¿No estarás Tú tratando de abrogar la Ley divina que fue dada a Moisés? ¿Te estás colocando por encima de Moisés como legislador?” (Comentario al Nuevo Testamento, William Barclay, notas sobre Mateo 19:6).
Jesús explicó: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19:8). Explicó que, debido a la dureza del corazón de los israelitas, que había ocasionado problemas en algunos de sus matrimonios durante el tiempo de Moisés, Dios permitió que un esposo se divorciara de su esposa, pero el divorcio no era la intención original de Dios.
Sobre este tema, nuestro estudio Divorcio y segundas nupcias — Declaración doctrinal, dice: “La ‘dureza de sus corazones’ se aplica a toda la humanidad que, desde los tiempos de Adán y Eva, rechazó el camino de vida de Dios. Si bien es claro que Dios intentó desde el principio que todos los matrimonios fueran de por vida, es un hecho natural que no todos los matrimonios serán tan duraderos. Aunque no negaríamos que Dios pudiera estar involucrado en el noviazgo y el matrimonio de las personas antes de su llamamiento, creemos que aquellos que han sido llamados por Dios deben buscar diligentemente la participación de Dios.
“En consecuencia, los seres humanos tomarán decisiones equivocadas, a menudo con un impacto significativo y serio en sus vidas. Dios, en su misericordia, hizo provisión aceptable y satisfactoria para resolver los pecados del hombre a través del sacrificio de Jesucristo. Mientras que el Antiguo Testamento permitía el divorcio, Cristo explicó que esto se debió a la ‘dureza de sus corazones’. Continuó explicando que esta (el divorcio) no fue la intención desde el principio. El propósito de Dios siempre ha sido que el matrimonio dure toda la vida. Sin embargo, el Nuevo Testamento sí define dos casos en que el divorcio y el nuevo matrimonio serían aceptables sin que el resultado fuera declarado pecado (Mateo 19:9; 1 Corintios 7:15). Estos se pueden resumir como:
•Inmoralidad sexual
• Un incrédulo no consiente en vivir con un creyente
“. . . En resumen, la mala conducta sexual sería motivo de divorcio, aunque en general, debería hacerse un esfuerzo para salvar el matrimonio si la conducta no es habitual. Cristo dio esto como la cláusula de ‘excepción’. Cuando se toma en consideración que la intención de Dios es que el matrimonio dure hasta la muerte, solo cuando no hay presencia de arrepentimiento o posibilidad de perdón y reconciliación, puede darse un divorcio. Si se produce un divorcio, es posible volverse a casar sin que se considere que haya adulterio en estas condiciones” (noviembre de 1997, pp. 4, 7).
Debido a que los discípulos de Cristo sabían acerca de las laxas y populares normas de divorcio en las enseñanzas farisaicas de Hillel, se sorprendieron al escuchar a Jesús decir que el divorcio solo sería aceptable en casos realmente excepcionales. Entonces dijeron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19:10).
Por lo que Jesús comentó: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado”. Luego explicó que algunos renuncian voluntariamente a casarse, como fue su caso y después el de Pablo (al menos después de que fue llamado), debido a los peligros y por la dedicación de tiempo completo a cumplir la misión de Dios. “Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mateo 19:12).
Note que esta es una elección voluntaria, no algo impuesto sobre otros, como el celibato. Para los ministros, como Pablo instruyó más tarde, la norma era ser “marido de una sola mujer” (1 Timoteo 3:2).
Así que Cristo estaba restaurando la ley del divorcio a una comprensión y aplicación adecuadas, y este recurso normalmente debería ser la última opción. Una mujer no debe ser tratada como propiedad del hombre, sino como su ayuda y compañera para amar. Como dijo Pedro, ellas son “coherederas de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).
En esa oportunidad Cristo enseñó otra verdad importante con respecto a los niños, la que hemos incorporado como una ceremonia en la Iglesia en nuestros días. “Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí” (Mateo 19:13-15).
La amorosa actitud de Jesucristo hacia los niños es un concepto muy importante para nosotros. EC