Un profeta, un presidente y un pueblo

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Un profeta, un presidente y un pueblo

Poco después que los Padres Fundadores de los Estados Unidos firmaran la Declaración de Independencia, un estadista llamado John Page escribió estas palabras a su colega Thomas Jefferson, de Virginia: “Sabemos que la carrera no es de los ligeros ni la batalla es de los fuertes. ¿No crees que el ángel que viaja en el torbellino es el que dirige esta tormenta?” Él estaba hablando figurativamente de la mano guiadora de Dios en la fundación de los Estados Unidos.

Por más de 240 años Estados Unidos ha sido bendecido por la mano de Dios. Gracias a la promesa e imperecedera fidelidad del Eterno, esta nación creció desde un dispar grupo de colonias a lo largo de la costa Atlántica, hasta la más poderosa y próspera nación en la historia del mundo. Estados Unidos es grande porque Dios es grande. Durante muchos años sus ciudadanos reconocieron esta verdad.

Pero, ¿habremos llegado al tiempo en que la presencia del ángel se desvanecerá? ¿Abandonará Dios a Estados Unidos y lo dejará a merced de los violentos vientos del mundo, para que sea derrocado de su puesto de supremacía global y colapse, como le ha sucedido a tantas potencias con anterioridad?

Cómo entender este tiempo tan crítico

¿Cómo puede uno saber cuál será el resultado de este crucial periodo de la historia? Estados Unidos y el resto del mundo se encuentran en un momento histórico, y la pregunta fundamental es esta: ¿Está Dios todavía dirigiendo a Estados Unidos para que cumpla su rol histórico y profético en los asuntos mundiales?

¿Qué debe comprender usted respecto a este tiempo en que vivimos? Hay mucho más que las noticias y análisis que nos entregan los periodistas y expertos en política. Estos “expertos” han mostrado ser ciegos, ignorantes y a menudo completamente prejuiciados al describir los sucesos mundiales.

Lo que usted en realidad necesita es una verdadera perspectiva bíblica, aquella que Dios nos entrega en su Palabra. Esto es lo que la revista Las Buenas Noticias y el programa Beyond Today procuran promover con cada artículo y cada episodio. Ya es tiempo de que entienda que los titulares del presente tienen sus raíces en la Biblia.

La mejor manera de explicar lo que está pasando en el mundo es examinar las palabras de un profeta bíblico llamado Amós, un hombre común y corriente entre su pueblo, que obedeció el llamado de Dios parándose en las calles de una nación y predicando su mensaje de esperanzay arrepentimiento.

El mensaje del profeta Amós para la actualidad

Dios envió a Amós a Israel, una nación con la cual Dios tenía una historia y una relación muy especiales. El patriarca de Israel, Abraham, fue una de las personas a quienes Dios hizo incondicionales promesas de prosperidad y grandeza nacional. Debido a estas promesas, Dios sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Para ello, se valió de Moisés como su líder y los estableció en una tierra promisoria.

Israel fue el depositario de las bendiciones y promesas que nunca antes se le habían hecho a otra nación. “Solo a ustedes los he escogido entre todas las familias de la tierra” (Amós 3:2, Nueva Versión Internacional). Esas promesas incluían bendiciones por obedecer, pero lamentablemente Israel no cumplió con esta parte del acuerdo. Y como Israel había rechazado a Dios, él dijo: “Por tanto, les haré pagar todas sus perversidades” (mismo versículo).

En aquel tiempo Israel gozaba de una ventajosa y sólida posición en medio de otros países. Después de la muerte del rey Salomón en el siglo x a. C., el reino de Israel se dividió en dos naciones: Israel en el norte y Judá en el sur. Ambas naciones experimentaron un declive pero, después de afrontar graves dificultades, resurgieron durante el siglo VIII a. C. y alcanzaron un nivel de prosperidad y poder que no se veía desde los tiempos de Salomón. Israel y Judá fueron de gran influencia regional en un punto geográfico de crucial importancia.

Y aquí es donde vemos un paralelo entre el antiguo Israel y los Estados Unidos de hoy. Por más de dos siglos, Estados Unidos ha crecido hasta llegar a convertirse en la más grande nación que haya existido hasta la fecha. Incluso hoy, con todos sus graves problemas internos y serias amenazas de parte de naciones hostiles, sigue siendo la potencia de mayor influencia en el mundo y la que tiene la economía más sólida.

A pesar de sus problemas, su empeño por hacer el bien en un mundo atribulado es enorme. Un mundo sin los Estados Unidos sería un mundo muy diferente y mucho más peligroso. Tal como Dios utilizó al antiguo Israel como un contrapeso frente a las otras naciones, hoy en día Estados Unidos es un poder indispensable utilizado por Dios para llevar a cabo su gran propósito y su plan profético para la humanidad.

Israel en tiempos de Amós

Démosle una mirada más de cerca a la nación de Israel. Alrededor del año 782 a. C., un rey llamado Jeroboam II gobernó Israel. Él era un líder fuerte que restituyó el poderío y riquezas de la nación. Reinstauró las fronteras, abrió las rutas comerciales para que la economía volviera a crecer, y el país se inundó de riqueza. Israel comenzó a prosperar en medio de la economía global de aquel tiempo; naves y caravanas transportaban bienes a Asia desde África y a través de todo el mundo mediterráneo.

El ciudadano de clase media de Israel y Judá probablemente era tan próspero como en periodos anteriores, y el país estaba embargado de eufórico optimismo. El nivel de prosperidad era superior a todo lo que podían recordar, y es posible que Israel haya comerciado con todas las naciones de importancia en aquel tiempo. Era un periodo de globalización del mundo antiguo.

Pero la prosperidad de Israel hizo que este se olvidara de la verdadera fuente de su riqueza. Dios era el autor de tal poder y prosperidad. La nación había abandonado hacía mucho tiempo su fe y creencia en Dios, aunque algunos superficialmente profesaban creer en el Dios de Abraham. En su lugar se había enraizado fuertemente en la cultura la adoración a Baal, y la gente rendía culto en los altares paganos más que en el templo del verdadero Dios en Jerusalén.

El paganismo reemplazó las verdades de Dios; la nueva religión ocultó la verdadera identidad de Israel como el pueblo especial con el cual él había hecho pacto. El verdadero Dios fue escondido del pueblo.

La historia ahora se repite con Estados Unidos

La misma situación existe actualmente en los Estados Unidos. A pesar de que esta nación disfruta de una prosperidad y libertad sin precedentes, no logra reconocer la verdadera fuente de sus bendiciones. Los estadounidenses piensan que su sabiduría e ingenio son la causa de su situación ventajosa. Sin embargo, en realidad Estados Unidos ha recibido su poder y riqueza de Dios como resultado de las promesas que él le hizo al patriarca Abraham.

La creación de los Estados Unidos se llevó a cabo de acuerdo a un plan divino. Dios estaba cumpliendo una promesa hecha largo tiempo antes a su siervo Abraham, promesa que ha sido una bendición para el mundo moderno.

El mensaje que Amós proclamó a Israel tiene gran importancia para Estados Unidos en el siglo XXI. Esta nación hoy día enfrenta los mismos problemas que aquejaban al antiguo Israel hace tantos siglos. Los buenos tiempos para Israel estaban por llegar a su fin, y lo que se pensaba que era una riqueza interminable no fue más que el último resurgimiento antes de la caída.

Fue durante este próspero periodo que Amós apareció en escena con un mensaje de advertencia dirigido al corazón mismo del poder político y religioso. Amós vio una ciudad sumida en un mar de mentiras; dondequiera que miraba solo veía falsedades, injusticia y desigualdad. Bajo una fachada de estabilidad y prosperidad, él vio una estructura decadente a punto de colapsar.

Él se apresuró en entregar el veredicto de Dios respecto a la nación: ¡Los habitantes de Israel han pecado una y otra vez y no permitiré que queden sin castigo!” (Amós 2:6, Nueva Traducción Viviente, énfasis nuestro en todo este artículo).

El mensaje de Dios entregado por un inesperado mensajero.

Amós no era un personaje religioso tradicional. Él sentía que se le había hecho un llamado único y divino a proclamar el mensaje a la nación. No formaba parte de la religión dominante. Podía hablar sobre la razón medular del problema. No estaba defendiendo una posición, y solo se limitó a decir la verdad; la nación se había apartado de la verdad espiritual.

Amós era ganadero y pastoreaba sus propios rebaños, además de recolectar higos silvestres. No estaba entrenado como teólogo, sacerdote ni maestro religioso. Era un hombre de campo con sentido común, que entendía cómo funcionaba la vida y qué era lo verdaderamente importante. Trabajaba con animales que dependían de él para su supervivencia, y la salud de sus rebaños determinaba el fracaso o prosperidad de su familia. Comprendía lo que eran la vida y la muerte, los buenos y los malos tiempos.

Los reyes en los palacios, rodeados de riqueza y poder, no lo impresionaban. Sabía que el rey gobernaba únicamente por la gracia de Dios y que si ese rey abusaba de su autoridad, la gente buena en los poblados pequeños sufría. Amós temía a Dios más que a cualquier ser humano, y era el hombre indicado para que Dios pudiera advertir a la nación.

El mensaje que llevaba de parte de Dios era como el rugido de un león. Condenó a todas las naciones de la región por sus políticas exteriores y domésticas que conducían a la guerra, la traición y la inestabilidad regional.

Ninguna política escapó a su devastadora evaluación, y tampoco dejó exentos de crítica a los pueblos de Judá e Israel. Dijo que Dios juzgaría a los habitantes de la nación porque “Venden al justo por monedas, y al necesitado, por un par de sandalias. Pisotean la cabeza de los desvalidos como si fuera el polvo de la tierra, y pervierten el camino de los pobres” (Amós 2:6-7, Nueva Versión Internacional).

Grandes pecados de injusticia e inequidad

La justicia social ocupaba un lugar prioritario en la lista de problemas que Amós debía hacerle ver al reino. La riqueza que inundaba la nación no estaba siendo usada para establecer una cultura basada en las leyes de Dios. Israel había abandonado muchísimo tiempo antes el sistema socioeconómico fundamental que Dios había establecido en forma de leyes.

Toda la estructura nacional era un fracaso: la religión se había corrompido; el gobierno era inoperante; bajo la fachada de orden y prosperidad, la injusticia y la desigualdad social estaban acabando con las vidas de los ciudadanos.

Las naciones pueden seguir funcionando por largo tiempo a pesar de sus abrumadores problemas estructurales. Los días de Israel como nación estaban contados, aunque la gente no lo sabía. Pero Amós sí lo sabía, y se le había encomendado la poco envidiable tarea de entregarles tal mensaje.

¿Suena todo esto demasiado familiar? Estados Unidos es prácticamente igual en la actualidad. La elección que acaba de llevarse a cabo se trató principalmente de la economía –el dinero en los bolsillos, o mejor dicho, el dinero que no está en los bolsillos– de la gente trabajadora de clase media.

A pesar de toda la riqueza de la nación, muchos claramente sienten que el futuro les depara solamente estancamiento e incertidumbre. Un creciente número de personas cree que la vida no mejorará, que el sueño americano de seguridad financiera y progreso no se hará realidad. Y hay abundantes razones para creer que sus temores tienen sólidos fundamentos.

Las cifras de desempleo y subempleo revelan una gran disparidad entre la riqueza y la creciente falta de habilidad para arreglar los problemas sistémicos. Una de las soluciones que se han propuesto sugiere aumentar los impuestos a los ricos para financiar programas de crecimiento laboral o para fundar programas sociales. Sin embargo, al poner dinero en las manos del gobierno se ha demostrado una y otra vez que mientras el tamaño de este y el número de sus empleados crece, la cifra de la gente sumida en la pobreza sigue básicamente igual.

Lamentablemente el sistema que impera, plagado de favoritismo y colusión, es injusto en muchos aspectos. Ciertos correos electrónicos robados a empleados del gobierno, quienes cuentan con información privilegiada, han revelado que muchos de ellos conforman un confortable club donde las élites navegan cómodamente entre los grandes intereses corporativos, el gobierno, los círculos académicos y la presión política, mientras hacen crecer considerablemente sus ganancias.

Esta inequidad ha contribuido a una cultura de desconfianza y rabia contra la clase gobernante. En tiempos de Amós había una creciente brecha entre ricos y pobres, ya que la gente se aprovechaba más y más de sus semejantes. La historia se repite hoy día, y el resultado son graves problemas sociales que hacen sentir a la gente “como si fuera el polvo de la tierra”.

¿Qué diría Amós hoy día?

Amós observó el estado del Israel de su tiempo y encontró que había muy poco que rescatar, porque la condición moral y ética de la nación era muy precaria. Mientras evaluaba la situación, Dios le mostró en visión un tiempo de juicio sobre la nación, cuando todo se desplomaría: “Vi al Señor de pie junto al altar, y él dijo: Golpea los capiteles de las columnas para que se estremezcan los umbrales, y que caigan en pedazos sobre sus cabezas. A los que queden los mataré a espada. Ni uno solo escapará, ninguno saldrá con vida . . . Para mal, y no para bien, fijaré en ellos mis ojos” (Amós 9:1-4, NVI).

El mensaje de Amós se aplica hoy día a los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia y otras naciones de habla inglesa que descienden de ancestros comunes. Los titulares modernos pueden encontrarse en estas profecías dadas a Israel hace unos 2800 años.

Esta es una advertencia muy poderosa, que viene de parte de Dios y se aplica directamente al mundo de hoy. Este es el momento en que todos los que quieran escuchar deben poner cuidadosa atención a lo que Dios dijo mediante un profeta en tiempos antiguos. Y aunque tal vez no haya un profeta como Amós que visite la oficina de algún presidente actual, todavía tenemos las palabras de Dios que hablan directamente a las naciones y a sus líderes.

Imagine lo que un profeta de Dios le diría al nuevo presidente estadounidense. Quizá sería algo así: “Te has convertido en presidente en el momento más crítico de la historia de los Estados Unidos. El lugar que ocupa esta nación en el mundo tambalea más que nunca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sus enemigos están a las puertas. La escritura está en la pared. La seguridad y prosperidad de este país y la estabilidad del presente orden mundial se encuentran en peligro. Muchos se preguntan qué hará tu administración para afrontar los retos y dirigir a la nación. ¡A ti te corresponde decidir qué rumbo tomarán tú y la nación!” Sin duda, a esto se agregaría además una amonestación para volverse a Dios y seguir sus caminos.

Deteniendo la tormenta

Espero que ahora usted esté formulándose algunas preguntas cruciales. Quizá su vida sea cómoda; tal vez tenga cierta inquietud acerca del presente estado de algunas situaciones, pero los Estados Unidos siempre ha salido airoso, y desde luego todavía es el país más fuerte del mundo. ¿Por qué debería preocuparse?

La verdad es que si Dios no detiene la tormenta, Estados Unidos y los demás países del mundo estarán en una posición muy peligrosa. Este es un mensaje muy difícil de aceptar y creer, y la mayoría de la gente está demasiado distraída con la vida y no acepta la posibilidad de que Estados Unidos o el resto de los países de Occidente puedan colapsar. Dios y la Biblia prácticamente han desaparecido de la vida pública y muchos ni siquiera saben a dónde acudir para hallar entendimiento y esperanza.

Es fundamental que usted entienda que Dios es paciente y misericordioso, pero también es un Dios de juicio. Él es el epítome de la paciencia, y espera mucho tiempo para que los pecadores se arrepientan. Sin embargo, la paciencia de Dios se estaba acabando rápidamente cuando Amós amonestó a Israel. Dios había dicho acerca de Israel “no volveré a perdonarlo” (Amós 7:8, NVI) y después de mostrarle a Amós una canasta colmada de fruta de verano, declaró duramente:“Ha llegado el tiempo de que Israel caiga como fruta madura; no volveré a perdonarlo”(Amós 8:2, NVI).

¿Qué hará usted?

¿Qué puede hacer usted? Honestamente, no puede cambiar el rumbo de este mundo, de las naciones, ni el plan de Dios para ellas. Pero sí puede permitir que lo que ve en el mundo despierte en su ser una pasión por Dios y su camino de vida, y el deseo de hacer como Amós, quien exhortó a sus oyentes a guardar luto por la ruina de la nación.

También puede pedirle a Dios en oración por su nación y el resto del mundo. Esto fue lo que hizo Amós, como otros profetas que le precedieron. Note que cuando Dios predijo una plaga que afligiría al país, Amós le rogó: “¡Señor mi Dios, te ruego que perdones a Jacob! ¿Cómo va a sobrevivir, si es tan pequeño?” (Amós 7:2, NVI). Y Dios se retractó. Más tarde, Dios dijo que enviaría un fuego para destruir a la nación y Amós nuevamente le suplicó: “¡Deténte, Señor mi Dios, te lo ruego! ¿Cómo sobrevivirá Jacob, si es tan pequeño?” (v. 5, NVI). Y una vez más Dios se contuvo.

¿Por qué hace Dios algo así? Porque él escucha la oración del hombre justo. La Escritura muestra que Dios escucha las plegarias de sus siervos fieles cuando estos ofrecen oraciones intercesoras con todo fervor. Dios no desea que nadie perezca
(2 Pedro 3:9). Él no se complace de la muerte del inicuo (Ezequiel 33:11). Él desea que usted se arrepienta, que cambie, que le dé un vuelco a su vida y detenga el ciclo de pecado, sufrimiento y muerte. Él quiere que usted cambie y viva.

Pero el relato de Amós también muestra que incluso la misericordia de Dios tiene límites. Los pecados de Israel eran tan grandes, que Dios perdió la paciencia y dijo “no volveré a perdonarlo”.

A continuación Dios comenzó a ejercer su juicio contra Israel. La nación decayó abruptamente y, unos veinte años después de que Amós diera fin a sus profecías, la mayor parte del reino norteño de Israel fue llevado en cautiverio por el Imperio asirio y esparcido entre las naciones. El remanente también fue llevado en cautiverio poco más de diez años después. Pero aun con todo esto, Dios dijo que habría un futuro para el pueblo, una restauración,y que no destruiría por completo a Israel. La historia y la profecía muestran que esto es precisamente lo que ocurrió.

En la actualidad Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Australia (las principales naciones de habla inglesa del mundo) son prueba de la fiel promesa de Dios de cumplir la palabra que les había dado a su siervo Abraham y a sus descendientes. Esta casi desconocida clave para entender la historia y la Biblia es el elemento faltante a la hora de estudiar los asuntos mundiales modernos.

El mismo Dios está al tanto de las oscuras tormentas que se ciernen sobre las naciones. Por el momento, él está protegiendo a Estados Unidos y a las otras naciones de habla inglesa de quienes quieren atacarlas y acarrearles indescriptible destrucción. Mientras confiamos en nuestros ejércitos e inteligencia para mantener la seguridad de sus muros, la Palabra de Dios revela la verdadera fuente de nuestras bendiciones y seguridad: él es nuestro refugio y nuestra fuente de bendiciones.

Es tiempo de que esta nación y el resto del mundo se humillen con un arrepentimiento profundo y genuino, como nunca antes se ha visto. Como potencia mundial, Estados Unidos necesita un despertar de proporciones históricas.

Estamos en un momento crucial y oportuno. Depende de usted permitir que esta advertencia haga una diferencia en su vida. ¡Tome la decisión correcta!  BN