¿Tiene usted realmente el Espíritu Santo?
Si usted no tiene el Espíritu de Dios, también llamado el Espíritu de Cristo, ¡usted no es de él! Esta afirmación tan audaz fue hecha por el apóstol Pablo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9, énfasis nuestro en todo este artículo).
¿Tiene usted el Espíritu Santo? ¿Cómo lo sabe? Pablo amonesta: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5).
Veamos qué es el Espíritu Santo para ayudarle a determinar si realmente lo tiene.
¿Qué es el Espíritu Santo, y por qué lo necesitamos?
Contrariamente a la creencia popular, el Espíritu Santo no es una tercera persona en una trinidad divina. Como Pablo afirmó anteriormente, es el Espíritu de Dios Padre y de Jesucristo. El Espíritu Santo es el poder, la mente, la esencia vital y la presencia que ambos comparten y proyectan, y mediante la cual actúan en toda la creación y moran en el interior de los creyentes cristianos convertidos.
Todas las personas han sido creadas con un espíritu humano (Job 32:8), pero para llegar a ser hijos de Dios convertidos por el Espíritu debemos recibir el Espíritu Santo, que se une a ese espíritu humano (véase Romanos 8:15-17). El Espíritu de Dios trabaja con nuestro espíritu y proporciona una conexión entre él y nosotros. El apóstol Juan lo describe de esta manera: “Los que obedecen los mandamientos de Dios permanecen en comunión con él, y él permanece en comunión con ellos. Y sabemos que él vive en nosotros, porque el Espíritu que nos dio vive en nosotros (1 Juan 3:24, Nueva Traducción Viviente).
Por medio del Espíritu Santo, que Dios nos da para que more en nosotros, podemos ser influidos por él para hacer el bien y guardar sus mandamientos. Cuando Jesús prometió a los apóstoles que les enviaría el Espíritu, dijo que este les guiaría a toda la verdad (Juan 16:13).
También dijo que sería un “Defensor”, “Consolador” o “Abogado” para fortalecer nuestra fe y capacidad de seguir los pasos de nuestro Salvador: “Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Abogado Defensor, quien estará con ustedes para siempre. Me refiero al Espíritu Santo, quien guía a toda la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes” (Juan 14:16-17, NTV).
El verdadero consuelo y la tranquilidad proceden del Espíritu de Dios que mora en nosotros. El Espíritu de Dios ayuda a nuestra mente a recordar y confiar en las numerosas promesas de Dios, como la de asegurarnos que todo lo que suceda redundará en bien de “los que aman a Dios . . . los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Esta seguridad proporciona una perspectiva de la vida que es muy rara en nuestro mundo. Sí, podemos desanimarnos, pero es a través del Espíritu Santo que realmente podemos mirar la vida de manera diferente, siendo fortalecidos y animados desde dentro por Dios.
El Espíritu Santo trabaja con nuestro espíritu para transformarnos, permitiéndonos continuar en obediencia a Dios y crecer en su camino en esta vida, y ser conducidos finalmente a una asombrosa transformación a la vida espiritual al regreso de Cristo.
¿Cómo se recibe y retiene el Espíritu Santo?
¿Ha hecho lo necesario para recibir el Espíritu Santo? Lea el siguiente versículo del mensaje inspirado dado por el apóstol Pedro el día de Pentecostés en Hechos 2,
cuando la Iglesia recibió por primera vez el Espíritu Santo. Considere si ha cumplido estos requisitos:
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38).
¿Se ha arrepentido profundamente de los pecados de su vida pasada? ¿Ha comprendido las leyes de Dios hasta el punto de reconocer el pecado del que necesita arrepentirse? ¿Estuvo este arrepentimiento consciente acompañado de fe y confianza en el evangelio que Jesús enseñó y que dijo que era necesario para salvarse? (compare con Marcos 1:14-15; 16:15-16). ¿Tuvo fe en el sacrificio de Cristo para el perdón prometido?
¿Consideró usted cuidadosamente, como adulto maduro, las condiciones necesarias para recibir el Espíritu Santo y arrepentirse de verdad, comprometiéndose a apartarse de sus malos caminos pasados? ¿Y fue entonces bautizado, completamente sumergido en agua? ¿Siguió después la directiva de que un ministro de Jesucristo le impusiera las manos para recibir realmente el Espíritu de Dios y que empezara a trabajar activamente en su interior?
Más adelante, en Hechos 8, encontramos conversos que habían sido bautizados, pero no habían recibido el Espíritu Santo. ¿Por qué no? Porque todavía no les habían sido impuestas las manos por los ministros: “El Espíritu Santo todavía no había venido sobre ninguno de ellos porque solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan impusieron sus manos sobre esos creyentes, y recibieron el Espíritu Santo” (Hechos 8: 16-17, NTV).
Para recibir el Espíritu Santo y que actúe activamente en su interior se requiere un profundo arrepentimiento en la fe, seguido del bautismo y la imposición de manos por un ministro de Cristo debidamente designado. ¿Ha cumplido con todos estos requisitos?
¿Y ha hecho lo que se requiere para conservar el Espíritu Santo? Hechos 5:32 afirma que Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen. Y muchos versículos nos dicen que debemos continuar obedeciendo y que el Espíritu nos ayuda en ello. No nos volvemos perfectos al instante, sino que debemos seguir arrepintiéndonos y esforzándonos.
La obediencia continua es una prueba de la presencia de Dios: “El que guarda sus mandamientos permanece en él, y Dios en él . . .” (1 Juan 3:24). Debemos obedecer los Diez Mandamientos y otras leyes de Dios y de Cristo, y crecer en el proceso. ¿Lo hace usted?
¿Produce usted frutos del Espíritu Santo?
Más aún, considere esto: ¿Muestra su vida diaria el fruto del Espíritu en usted? Al igual que un manzano produce manzanas, el Espíritu de Dios produce un tipo particular de fruto en la vida de un cristiano: el fruto de la virtud.
El apóstol Pablo menciona los frutos que debieran ser evidentes en aquellos que son guiados y llenos por el Espíritu de Dios: “. . . amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Y dijo además que “el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5:9).
El apóstol Pedro resume maravillosamente el proceso de crecimiento hacia la madurez espiritual mediante el Espíritu de Dios: “. . . por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina . . . vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:4-7).
¿Describe esto lo que está ocurriendo en su vida? Nuevamente le preguntamos: ¿Tiene usted realmente el Espíritu Santo? ¿Ha hecho lo necesario para recibirlo y conservarlo? ¿Es evidente el fruto del Espíritu en su vida diaria?
Estas son preguntas que debe afrontar con honestidad. En cualquier caso, los que son llevados al verdadero arrepentimiento necesitan la ayuda de Dios para continuar en ese camino que llega a través del Espíritu Santo. BN