Siete valores falsos que amenazan a la sociedad

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Siete valores falsos que amenazan a la sociedad

La vocación cristiana comprende aprender a valorar lo que Dios valora: sus verdades, carácter,  normas y forma de vida, tal como se describen en la Biblia. Si usted es padre, tiene la responsabilidad adicional de enseñarles a sus hijos los valores de Dios. Esto puede ser un reto, ya que muchas de las ideas que dominan la sociedad se oponen directamente a las enseñanzas bíblicas.

Piense en algunos de los “valores” a los que están expuestos sus hijos. Los medios de comunicación idolatran a los artistas, incluso a los que llevan una vida inmoral. Los personajes deportivos y los líderes empresariales mienten y engañan. Las escuelas adoctrinan a los alumnos con sistemas de creencias irreligiosas. Las películas y la televisión presentan personajes homosexuales y transexuales para fomentar y “normalizar” estos estilos de vida. Los amigos de sus hijos tal vez se jacten de sus carísimos “juguetes” digitales, promoviendo así la idea de que la adquisición de cosas es la clave de la felicidad.

Pero en definitiva, quien está detrás de estos valores falsos es Satanás el diablo, que gobierna la sociedad (Juan 12:31; 2 Corintios 4:4; Efesios 2:2). Él se mantiene muy activo y hace todo lo que puede para dañar a la humanidad (1 Pedro 5:8). Sabe cómo influir sobre la gente y hacer que sus falsos valores parezcan atractivos e incluso buenos (Juan 8:44), cuando en realidad son muy destructivos.

Lo que tienen en común todos los valores falsos de Satanás es que ponen énfasis únicamente en lo que tiene valor en esta existencia física presente o es ventajoso para el interés egoísta. En contraste, los verdaderos valores de Dios, transmitidos en las normas bíblicas, enfatizan lo que tiene valor incluso más allá de esta era presente.

Como padres, es vital reconocer los valores falsificados de Satanás y explicar a sus hijos cómo se oponen a las normas bíblicas. Lo que sus hijos aprendan a priorizar cuando son jóvenes determinará en gran medida su comportamiento de adultos. A continuación presentamos siete falsos valores insidiosos que permean la sociedad de hoy y que usted debe abordar directamente con ellos:

Tolerancia

La llamada “tolerancia” se predica hoy en día por doquier. Se deriva de la afirmación de que todos los sistemas de creencias y estilos de vida tienen el mismo mérito, con excepción del punto de vista bíblico, que cada vez se tolera menos. Aquellos que profesan la tolerancia generalmente sostienen una visión secular del mundo y rechazan la creencia en Dios. Niegan el “pecado” bíblico, y declaran que las personas son libres de decidir por sí mismas cuál comportamiento es aceptable.

El movimiento de la tolerancia promociona la aceptación pública de todo tipo de comportamiento sin juzgarlos, especialmente los estilos de vida LGBTQ. “Si eres una persona amorosa”, se argumenta, “debes aceptar estos estilos de vida alternativos”. Esto puede sonar muy razonable a los niños, que pueden no entender que este tipo de tolerancia permite que la conducta impía prolifere. Para empeorar las cosas, muy pocos se atreven a confrontar estas nuevas tendencias y a quienes pecan y no ven ninguna razón para arrepentirse.

Es preciso que sus hijos entiendan que la tolerancia es una virtud bíblica, pero no lo que defienden los secularistas. La Biblia nos exhorta a “[perdonarnos] unos a otros” (Colosenses 3:13) y a soportarnos mutuamente con amor (Efesios 4:2). Ser tolerante significa ser paciente con los demás. Implica una preocupación genuina por los otros, incluso si nos irritan, y dejar de lado la ira y el resentimiento.

Dios quiere que usemos tolerancia para que abordemos nuestros defectos personales y cambiemos. No se trata de aceptar todo como correcto para que la gente se sienta libre de hacer lo que quiera. El objetivo es lograr una adecuada armonía, mantener la calma en situaciones potencialmente tensas, y ayudar a mantener las relaciones para que podamos estar en condiciones de ayudarnos mutuamente a medida que avanzamos en nuestro camino cristiano.

Justicia social

También se escucha el grito de guerra por la justicia social. Muchos piensan erróneamente que tal cosa comprende corregir los errores de la sociedad, proteger a los indefensos o alcanzar objetivos nobles, como acabar con el racismo o la pobreza. Pero la “justicia social” de la que oímos hablar constantemente en los medios de comunicación no tiene nada que ver con esto.

En su libro Why Social Justice Is Not Biblical Justice (Por qué la justicia social no es justicia bíblica), Scott Allen explica que la justicia social es un movimiento político empeñado en desmantelar o reordenar las sociedades con el objetivo de transferir el poder de aquellos etiquetados como “opresores” a las “clases oprimidas” o “víctimas”. Allen explica que los defensores de la justicia social “no exigen poder para las víctimas para que se haga justicia y se atienda a otras personas. La buscan para dar vuelta a la tortilla y desquitarse de los opresores” (2020, p. 93).

Agrega Allen: “Debiera preocuparnos la aparición de la ‘cultura de la victimización’. La ideología de la justicia social incentiva una creciente tendencia a buscar cualquier oportunidad para ofenderse y aferrarse a cualquier agravio, por pequeño o antiguo que este sea. Esto es terriblemente destructivo y conduce a la amargura, la infelicidad y el conflicto” (p. 94).

Además, tal como ocurre con el movimiento por la tolerancia, los defensores de la justicia social suelen tener una visión secular del mundo y propugnan el relativismo moral, lo que les permite apoyar causas antibíblicas como el derecho al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

La verdadera justicia se basa en la ley de Dios y tiene un objetivo final completamente distinto: que las personas vivan juntas en auténtica armonía. Esto se consigue viviendo con justicia y rechazando lo que la Biblia define como malo. En lugar de alimentar agravios para adjudicarse la condición de víctimas, no debemos “[llevar] un registro de las ofensas recibidas” (1 Corintios 13:5, Nueva Traducción Viviente). En vez, debemos amar a quienes nos persiguen y orar por ellos (Mateo 5:44).

Sabiduría humana

Dios quiere que pongamos a trabajar nuestras mentes, e incluso nos dice: “Vengan, pongamos las cosas en claro” (Isaías 1:18, Nueva Versión Internacional).Lamentablemente, a menudo la gente no lo hace tan bien como debiera. Muchas de las ideas que la sociedad contemporánea acepta –e incluso venera– como verdad no se basan en el debido temor del Señor (véase Proverbios 1:7; 9:10; Salmos 111:10).

En cambio, lo que prolifera en nuestra sociedad es la sabiduría humana o el razonamiento humano al margen de Dios, popularizado por líderes irreligiosos que insisten en que la humanidad debe resolver sus propios problemas sin el Dios de la Biblia. El razonamiento humano trata de entender nuestro mundo, descubrir el sentido de la existencia y averiguar cómo debemos vivir, pero a menudo utilizando solo la información que podemos percibir mediante nuestros sentidos físicos y sin reconocer a Dios ni la verdad bíblica.

El razonamiento humano nos lleva por el camino equivocado, conduciéndonos a la confusión, el engaño y la desesperanza, que es donde Satanás quiere vernos. Los movimientos de tolerancia y justicia social son dos ejemplos de las consecuencias negativas del razonamiento humano. Nuestros hijos van a encontrar razonamientos impíos en la escuela o en cualquier lugar donde obtengan información. Obviamente no todo lo que escuchen será problemático, pero probablemente encontrarán abundantes razonamientos de este tipo en varias clases, como ciencia o filosofía. Es importante que sepan cómo detectarlos y refutarlos.

Asertividad irrespetuosa

Vivimos en una sociedad que anima a la gente “a decir lo que piensa”. La gente se enorgullece de ser audaz, directa y franca. Hay muchos que por casualidad escuchan a otros hablar de la última controversia política y no tienen reparos en intervenir y manifestar su desacuerdo. Si alguien dice algo en las redes sociales que no nos gusta, algunos creemos que es nuestra prerrogativa denunciar a esa persona en Internet. La motivación básica es demostrar que tenemos razón. Esto es un ejemplo de tener una asertividad irrespetuosa y muchas veces agresiva.

Los niños, independientemente de su edad, pueden ser tan susceptibles a este problema como los adultos. Algunos de mis amigos que son profesores me han contado que en los últimos años han visto mucha más prepotencia en sus alumnos, hasta el punto de ser groseros o agresivos.

“Durante los debates en clase, a muchos de mis alumnos les cuesta escuchar con respeto, mantener un diálogo educado y mostrar comprensión hacia quienes tienen puntos de vista diferentes”, relata un profesor de secundaria. “Los psicólogos y gurús de la autoayuda hablan del entrenamiento de la asertividad, o sea, de cómo la gente debe defenderse. Pero no creo que eso sea realmente útil. Lo que veo es una clase llena de niños que quieren dominarse unos a otros”. De hecho, la asertividad carente de respeto puede conducir a malentendidos, conflictos, sentimientos heridos e incluso miedo e intimidación para los que la reciben, que es exactamente lo que Satanás quiere.

Esto no significa que debamos humillarnos y guardar silencio ante las falsedades que fomenta la sociedad. Hay un tipo correcto de asertividad que uno debe esforzarse por desarrollar y que está respaldado en la Biblia. Pero con este tipo de asertividad –que incluye respeto y consideración por la otra persona–, la meta es tener el valor de hablar para corregir una mentira o remediar un error, o cuando nos enfrentamos a convicciones bíblicas profundamente arraigadas, y hacerlo de una manera respetuosa. Esto incluye saber cuándo es apropiado hablar y cuándo no (compárese con Proverbios 26:4-5).

Ambición

También hay diferentes clases de ambición. La que vemos con más frecuencia en la cultura contemporánea, en la Biblia se denomina ambición egoísta. Es el deseo y la búsqueda de poder y prestigio para uno mismo a cualquier precio, incluso mediante la deshonestidad, el engaño, la manipulación, las puñaladas por la espalda o la competencia despiadada. Los niños captan este pensamiento muy pronto: que el objetivo es ser el más listo, el mejor o el más dominante.

Muchos pasajes bíblicos advierten contra la ambición egoísta. Está agrupada con otras obras de la carne en Gálatas 5:19-20 y 2 Corintios 12:20. En Filipenses 2:3 se nos dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria”.

La ambición egoísta puede llevarnos a sabotear nuestras relaciones y salud física para alcanzar nuestros objetivos. Podemos volvernos descontentos, creyendo que todo lo bueno está muy lejos en el futuro, e incapaces de ver lo que tenemos que agradecer ahora mismo. También podemos sentirnos amenazados por el éxito de los demás, creyendo que, en comparación, nosotros parecemos unos fracasados.

El modo de pensar exactamente opuesto es la ambición a la manera de Dios. Este tipo de ambición también implica un fuerte deseo de lograr algo, pero el objetivo es lo que Dios quiere para nosotros: que crezcamos en carácter y entendimiento bíblico y utilicemos los talentos que hemos desarrollado y cualquier posición que podamos tener para servirlo a él y a los demás. La intención nunca es demostrar que somos mejores que los demás o simplemente gratificarnos a nosotros mismos.

La ambición a la manera de Dios reconoce que el desarrollo del carácter, la superación y el actuar de acuerdo a los principios virtuosos son más importantes que ganar o ser el mejor, a diferencia de la ambición egoísta, donde lo único que importa es estar en la cima.

Materialismo

Otro deseo muy relacionado con la ambición es el de las posesiones materiales. Muchos creen que el materialismo ha alcanzado dimensiones epidémicas en la sociedad occidental. Esto se debe en gran parte a la publicidad, que envía el mensaje 24 horas al día, siete días a la semana, de que tener “más” o “lo más nuevo” es la clave de la felicidad. Esto ejerce una enorme influencia, sobre todo en los jóvenes. Numerosos estudios han demostrado que, para la mayoría de los adolescentes, enriquecerse es uno de los principales objetivos de su vida.

El materialismo ha sido especialmente duro con las familias. Los padres pueden estar tan ocupados ganando dinero para mantener su estilo de vida, que sacrifican el tiempo que pasan con sus hijos. Los niños pueden empezar a aprender la lección distorsionada de que conseguir riqueza y posesiones materiales es más importante que las relaciones personales. Algunos padres intentan compensar el hecho de no pasar tiempo con sus hijos comprándoles muchos regalos, lo que puede inculcarles actitudes de egoísmo, ensimismamiento y de creer que se lo merecen todo.

Sus hijos deben entender que aunque es bueno poder disfrutar de las posesiones físicas que tienen, estas cosas nunca pueden ser más importantes que lo que guardamos como “tesoros en el cielo” (Mateo 6:20). Deben saber distinguir lo que tiene valor eterno (nuestra relación con Dios, aprender sobre su forma de vida, desarrollar un carácter virtuoso, etc.) de lo que no lo tiene, para que no pongan toda su esperanza y energía en lo que solo tiene un valor temporal.

Apariencia física

El apóstol Pedro nos dice: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4). A Dios le preocupa mucho más lo que hay en nuestro corazón que nuestra apariencia física. Es el carácter “interior” lo que hace a alguien verdaderamente atractivo.

Pero en nuestra sociedad moderna se hace hincapié justo en lo contrario. Las páginas web, la televisión, las revistas, las películas y los programas de televisión nos bombardean con imágenes de modelos y artistas con rostros y físicos aparentemente perfectos. Incluso en los círculos sociales de los niños, los más atractivos suelen ser los más populares. La palabra que define este fenómeno es dismorfofobia, es decir, una excesiva atención o incluso adoración del atractivo externo.

A veces los padres pueden reforzar la dismorfofobia sin darse cuenta. Una madre admitió: “Siempre felicitaba a mi hija por lo guapa que era, y un día me di cuenta de que casi nunca la felicitaba por sus buenas actitudes o comportamiento. En realidad le estaba enseñando que su belleza física, sobre la que no tiene ningún control, era más importante que sus decisiones morales, sobre las que sí tiene control”.

Todos sabemos también que la belleza exterior disminuye con el tiempo, mientras que la interior puede mejorar con la edad. Poner demasiado énfasis en el aspecto físico de sus hijos puede hacer que den menos prioridad al desarrollo de sus cualidades internas. Esto no quiere decir que no se deba reconocer el atractivo físico, pero sus hijos necesitan saber que lo que tiene valor duradero es su carácter.

La tarea de los padres

Padres, ahora es su turno. El mundo de sus hijos está saturado de los falsos valores de Satanás. Es preciso que ustedes sepan a qué están siendo expuestos, ya sea en la escuela, en los medios de comunicación y en los libros y revistas que leen, para que puedan hablar regularmente con ellos acerca de lo que están “aprendiendo”. Ellos no se dan cuenta de lo que está mal cuando escuchan por sí solos; es preciso que usted los guíe.

Desde un punto de vista positivo, sin importar lo poderosas que puedan ser las influencias externas, los padres siguen siendo los que más influyen en sus hijos. Mientras permanezca atento a lo que ocurre en el mundo y mantenga abiertos los canales de comunicación con sus hijos, podrá ayudarles a ver por qué muchas de las cosas que son valiosas para la sociedad en realidad no deberían ser valoradas, y orientarlos hacia los verdaderos valores de Dios.  BN