Se acerca el fin de las guerras
Hace setenta años, el conflicto más sangriento de la historia humana concluyó de manera súbita y devastadora. Después de que Estados Unidos dejara caer las dos primeras bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el emperador japonés Hirohito se rindió. Después de seis largos años de guerra, el épico conflicto que fue la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin.
Aproximadamente 15 millones de soldados, marinos y aviadores habían muerto en batalla, muchos de ellos en la flor de su juventud, y otros 25 millones fueron heridos. La cifra de víctimas civiles, aunque mucho más difícil de calcular, se estima entre 30 a 50 millones. Estas personas murieron como consecuencia de los bombardeos, hambrunas y enfermedades. Solo Rusia y China sufrieron la pérdida de 15 a 25 millones de ciudadanos.
Por toda Europa y Asia, ciudades enteras eran solo un montón de escombros humeantes. Tanto la economía como la infraestructura de estos continentes habían sido destruidas. Millones de mujeres habían perdido a sus esposos y decenas de millones de niños crecerían huérfanos de padre.
La guerra había terminado, pero el único ganador había sido la muerte.
Un hito sombrío
Este año marca un hito muy sombrío: el septuagésimo aniversario del fin de aquella guerra. Quienes vivieron para ser testigos de ese descomunal conflicto y recordarlo, están desapareciendo rápidamente de la escena. En los Estados Unidos, cada día mueren alrededor de 400 veteranos de la Segunda Guerra Mundial.
Entre ellos estaba mi padre, quien falleció hace más de 20 años, y varios de mis tíos, uno de los cuales murió en mayo pasado a la edad de 93 años. Como muchos que fueron llamados a servir a su país en ese entonces, mi tío no hablaba sobre sus experiencias en la guerra. Prácticamente todos los hombres jóvenes de esa generación participaron de uno u otro modo en ella, y en algunos casos las heridas emocionales y mentales, sin mencionar las físicas, nunca sanaron.
“Solamente los muertos han visto el fin de la guerra”. Esta declaración se le atribuye generalmente al filósofo griego Platón (circa 427-347 a. C.). Estas palabras son tan ciertas ahora como lo eran hace 24 siglos, lo cual es un triste testimonio de la condición humana.
La historia del hombre es una larga crónica de guerras. En su libro The Lessons of History (Las lecciones de la historia, 1968), los autores Will y Ariel Durant concluyeron que en los últimos 3 421 años de historia registrada, “tan solo 268 no han visto la guerra” (p. 81).
Medite un momento sobre tal afirmación: esto significa que por cada año de relativa paz, ¡el mundo ha sufrido casi 13 años de guerras!
La Primera Guerra Mundial, que en su momento fuera aclamada como “la guerra para acabar con la guerra” y otras veces como “la guerra para acabar con todas las guerras”, comprobó ser todo, menos eso. Apenas 20 años después de que cesaran las hostilidades, Europa se había convertido nuevamente en un cementerio de tamaño continental. Las naciones involucradas y sus líderes parecían no haber aprendido nada más que masacrarse mutuamente, causando aún más víctimas y con mayor eficiencia.
La humanidad se enfrenta por primera vez a su extinción
El fin de la Segunda Guerra Mundial marcó también el estreno de otro hito en la historia del hombre: la capacidad de autoextinción humana. Los masivos proyectos y avances tecnológicos inauguraron o pavimentaron el camino para armamentos tan sofisticados como reactores de caza y bombarderos a propulsión, misiles balísticos intercontinentales, misiles crucero y armas biológicas.
La desesperada carrera armamentista de ambos bandos culminó con la proliferación de armas nucleares, que por varias generaciones han amenazado con la aniquilación de la raza humana. Por primera vez en la historia, la escalofriante profecía de Jesucristo de que antes de su regreso la humanidad estaría a punto de autoexterminarse se convirtió en una siniestra realidad.
Después del ensayo en que se detonó exitosamente la primera bomba atómica en White Sands, Nuevo México (EE. UU.), el director del proyecto, Robert Oppenheimer, dijo que al presenciarlo habían acudido a su memoria las palabras de un antiquísimo texto religioso hindú: “Ahora me he convertido en la muerte, la destructora de
los mundos”.
La inmolación de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki varias semanas después, en la que murieron cientos de miles de personas, mostró cómo esta arma impensable era capaz de destruir mundos enteros (lea “Hiroshima: Cuando el infierno llegó a la Tierra”, comenzando en la página 6).
Aquellas bombas, que tenían una potencia destructora de 15 y 21 kilotones (15 000 y 21 000 toneladas de TNT [trinitrotolueno]), eran insignificantes comparadas con las armas nucleares modernas, que típicamente son cientos de veces más potentes. Un solo submarino moderno acarrea más de 300 veces el poder destructivo de la bomba lanzada sobre Hiroshima. Una gigantesca bomba de hidrógeno detonada por los rusos en 1960 era 3 000 veces más potente que la bomba que destruyó aquella ciudad, y el hongo atómico que produjo al estallar se elevó más de 64 kilómetros, ¡casi ocho veces la altura del monte Everest!
Amenazadoras condiciones para la vida humana en el tiempo del fin
En uno de los últimos días que pasó Cristo con sus discípulos antes de su crucifixión, ellos le preguntaron cuándo volvería, de acuerdo a lo que había profetizado. “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3).
Él procedió a entregarles una extensa profecía que quedó registrada para nosotros en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Luego predijo varios acontecimientos cruciales, comenzando con el engaño religioso que se apoderaría del mundo.
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin.Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:6-8).
A continuación describió la persecución que sufrirían sus seguidores durante la predicación del mensaje del Reino de Dios a todo el mundo, “y entonces vendrá el fin” (vv. 9-14).
Resumiendo el periodo de agitación global que precedería su retorno, les advirtió: “Porque habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás.Si no se acortaran esos días, nadie sobreviviría, pero por causa de los elegidos se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
Medite cuidadosamente en esto: únicamente con el nacimiento de la era nuclear, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, podía cumplirse esta profecía sobre la autoextinción humana. Nunca antes en la historia habían tenido los seres humanos la capacidad de matar a todo ser vivo. Ahora, con un arsenal mundial de más de 20 000 cabezas nucleares, no solo tenemos la capacidad para matar a todos los seres humanos del planeta una vez,sino muchas.
Y esto ni siquiera toma en cuenta el potencial para aniquilar a la raza humana mediante otros medios, tales como armas químicas y biológicas (gas enervante, ricina, ántrax, etc.) u otras armas que ni siquiera conocemos.
¿Cómo vendrá la paz?
Pero junto con advertir sobre las consecuencias mundiales que acarrearía la rebelión de la humanidad contra Dios, Jesús ofreció esperanza. Y aunque en el futuro el mundo deberá pasar por otra guerra mundial, horrorosamente destructiva y mucho más devastadora que la Segunda Guerra Mundial, finalmente podrá experimentar la paz, una paz que solo será posible gracias a la intervención del Salvador de la humanidad para salvarnos físicamente de nosotros mismos.
Esta esperanza es el meollo mismo y corazón del evangelio, las buenas nuevas que Jesús enseñó. Su evangelio fue una continuación de los mensajes entregados por los profetas hebreos que lo precedieron, pero con una dimensión agregada: cómo podemos llegar a ser parte de ese reino mediante el conocimiento y la salvación que él hizo posible.
Repasemos varias profecías acerca de la paz que prevalecerá en este mundo bajo el gobierno mundial que él establecerá:
“En los últimos días, el monte de la casa del Señor será el más alto de todos, el lugar más importante de la tierra. Se levantará por encima de las demás colinas, y gente del mundo entero vendrá allí para adorar.Vendrá gente de muchas naciones y dirán: Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Allí él nos enseñará sus caminos, y andaremos en sus sendas. Pues de Sión saldrá la enseñanza del Señor; de Jerusalén saldrá su palabra.
“El Señor mediará entre las naciones y resolverá los conflictos internacionales. Ellos forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en herramientas para podar. No peleará más nación contra nación, ni seguirán entrenándose para la guerra” (Isaías 2:2-4, Nueva Traducción Viviente).
La Palabra de Dios profetiza que aun la naturaleza de los animales salvajes será cambiada, para que puedan morar pacíficamente con los seres humanos y con otros animales (esto también simboliza la paz que abundará entre las naciones una vez que la gente conozca a Dios y su camino):
“En ese día el lobo y el cordero vivirán juntos, y el leopardo se echará junto al cabrito. El ternero y el potro estarán seguros junto al león, y un niño pequeño los guiará a todos. La vaca pastará cerca del oso, el cachorro y el ternero se echarán juntos, y el león comerá heno como las vacas.
“El bebé jugará seguro cerca de la guarida de la cobra; así es, un niño pequeño meterá la mano en un nido de víboras mortales y no le pasará nada.En todo mi monte santo no habrá nada que destruya o haga daño, porque así como las aguas llenan el mar, así también la tierra estará llena de gente que conocerá al Señor” (Isaías 11:6-9, NTV).
El reino del Príncipe de Paz
Todo esto será posible gracias al verdadero Mesías y Príncipe de Paz, Jesucristo. Note esta conocida profecía sobre su reino, que fue inmortalizada en la obra El Mesías, de George Friedrich Händel:
“Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.
“Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del Señor Todopoderoso” (Isaías 9:6-7).
Pero usted no tiene que esperar hasta su retorno para experimentar “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Puede vivir ahora mismo libre de preocupación, miedo y confusión por el rumbo que está tomando nuestro mundo.
¿Cómo puede hacerlo? Respondiendo a esta invitación en Isaías 55:6-7: “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”.
¡Él está esperando escuchar de usted! BN