“Me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos”
Mientras escribo estas líneas, la película Oppenheimer está rompiendo récords de taquilla en Estados Unidos. El protagonista es el Dr. Robert Oppenheimer, a menudo conocido como “el padre de la bomba”: la primera bomba atómica.
La película (aunque no recomendada por contener material censurable) narra el desarrollo del Proyecto Manhattan, la carrera crucial y extraordinariamente costosa para fabricar la primera arma nuclear del mundo antes de que la Alemania nazi se adelantara a los Aliados [entre ellos Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y la Unión Soviética]. Ambos bandos sabían que el vencedor de la carrera probablemente ganaría la Segunda Guerra Mundial, que fue exactamente lo que ocurrió.
Oppenheimer, un genio enigmático y complejo, fue el encargado del proyecto. Reclutó a las mejores mentes científicas del mundo para que se unieran en la construcción de un dispositivo diferente a todo lo que el mundo había visto jamás.
En realidad nadie estaba seguro de que funcionaría, incluso hasta el momento mismo de la primera detonación de prueba en White Sands, Nuevo México [EE. UU.]. Algunos se preocupaban seriamente por la posibilidad de que la primera explosión atómica pudiera provocar una reacción en cadena capaz de incendiar la atmósfera del planeta y diseminarse globalmente, extinguiendo así toda la vida sobre la Tierra.
En el apogeo del proyecto participaron unos 130 000 trabajadores, en más de 30 obras diferentes. El costo del proyecto fue astronómico: unos 2200 millones de dólares de la época, equivalentes a unos 24 000 millones de dólares de hoy.
Al reflexionar sobre el aterrador poder desencadenado por la primera detonación exitosa de una bomba atómica el 16 de julio de 1945, y sobre las enormes bajas producidas por las dos bombas lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki menos de un mes después, Oppenheimer decidió oponerse al desarrollo y uso de armas nucleares.
Posteriormente recordó lo que pensó al presenciar aquella primera explosión: “Sabíamos que el mundo ya no sería el mismo. Algunas personas se rieron [aliviadas por el éxito de la prueba], y otras lloraron. La mayoría se quedó en silencio. Recordé una frase de las escrituras hindúes . . . ‘Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos’”.
Ahora, oponiéndose a las armas que había ayudado a crear, el Dr. Oppenheimer se pronunció en contra de la producción de la bomba de hidrógeno, que Estados Unidos estaba desarrollando rápidamente antes de que pudiera hacerlo la Unión Soviética. Debido a su objeción y a sus relaciones y opiniones políticas de izquierda, fue condenado al ostracismo por los líderes militares y políticos que antes lo habían defendido.
La historia del Dr. Oppenheimer encierra importantes lecciones para nosotros en la actualidad. Cuando las personas trabajan juntas pueden hacer grandes cosas y lograr espectaculares avances científicos. Al mismo tiempo, no obstante, esos avances y logros se destinan con demasiada frecuencia a usos perversos. A menudo se han producido nuevas armas de guerra diseñadas para matar a un número cada vez mayor de seres humanos de forma cada vez más eficaz, como sucedió en Hiroshima y Nagasaki, donde murieron entre 100 000 y 200 000 personas.
¿Qué relevancia tiene esto para nuestros días?
Cuando le preguntaron a Jesucristo sobre las condiciones que precederían su segunda venida, predijo que la humanidad sería llevada al borde de la extinción. Su impactante respuesta se registra en Mateo 24:21-22: “. . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (énfasis nuestro).
Llevar a la raza humana al borde de la extinción probablemente comprenderá no solo el uso de armas nucleares, sino posiblemente otras aún peores. Para hacernos eco de los temores de Oppenheimer, de no ser por la intervención directa de Dios para salvarnos de nosotros mismos, la humanidad se convertirá en destructora de su propio mundo.
Pero la Palabra de Dios ofrece una gran esperanza: la esperanza de un mundo nuevo y magnífico en el que las armas serán cosa del pasado: “. . . y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).
No deje de leer los artículos de este número para enterarse de cómo se hará realidad ese asombroso nuevo mundo y cómo será. Y únase a nosotros para orar como ordenó Jesucristo, “¡Venga a nosotros tu reino!” BN