Respuestas de un famoso ex ateo acerca de Dios
Imagine por un momento ser uno de los principales ateos del mundo. Usted ha disfrutado la fama de los círculos académicos por 50 años y ha escrito más de 30 libros, muchos de los cuales son considerados obras emblemáticas del pensamiento ateo. Además, es sumamente respetado y encomiado como una de las mentes más brillantes del mundo.
Pero un día cualquiera, usted anuncia súbitamente que ha cambiado de camino y que ahora cree en Dios.
Es fácil imaginarse la reacción de la mayoría de sus colegas y prensa secular — principalmente enojo, desdén y un avasallador torrente de críticas.
¿Qué hizo que usted sacrificara su reputación y la respetabilidad de sus colegas, sabiendo bien cuán mal vista sería su creencia en Dios, especialmente en una sociedad cada vez más secular y atea?
Es una historia fascinante, que contiene muchas respuestas valiosas tanto para jóvenes como gente mayor, que se han hecho la pregunta más básica e importante: ¿Existe Dios?
No todos los días tenemos la oportunidad de poder analizar este tema desde el otro lado: de alguien que había sido un campeón del pensamiento ateo y había basado su vida y enseñanzas en la premisa de que Dios no existe.
¿Quién es esta persona? Su nombre es Dr. Antony Flew, un profesor de la Universidad de Oxford (Inglaterra) que pasó 50 años enseñando filosofía y elaborando astutos argumentospara apoyar un punto de vista ateo.
¿Por qué cambió él de opinión? Y, aún más importante, ¿por qué hizo pública su aceptación de la existencia de Dios, sabiendo el daño que esto le causaría a su reputación entre sus colegas?
Antes de su muerte en 2010, el Dr. Flew escribió un libro (en 2007) titulado There is a God: How the World´s Most Notorious Atheist Changed His Mind (Hay un Dios: Cómo el ateo más influyente del mundo cambió de parecer), donde explica por qué cambió sus convicciones sostenidas por tanto tiempo, y por qué se sintió obligado a admitir que se había equivocado. No es común ver a un filósofo ilustre y previamente ateo explicar por qué cambió de opinión y llegó a creer en un Creador divino. Sus razones son excelentes respuestas para aquellos que dudan de la existencia de Dios.
Un principio para guiar su vida
En su libro, el Dr. Flew mencionó que en las primeras etapas de su vida adoptó un principio que guiaría toda su carrera: seguir la evidencia adondequiera que lo llevara, sin importar cuán impopular fuera tal enfoque.
En su juventud, él pensaba que la evidencia de ese tiempo respaldaba la perspectiva atea, es decir, que la información científica y los razonamientos filosóficos se inclinaban más hacia la creencia de que Dios no existía.
Sin embargo, el mencionó que desde la década de 1980 en adelante la evidencia había comenzado a volverse en contra del ateísmo y a favor de un Dios Creador. Entonces, con mucha renuencia, tuvo que reevaluar sus creencias.
“Ahora creo”, llegó a admitir, “que el universo llegó a existir gracias a una Inteligencia infinita. Creo que las intricadas leyes de este universo manifiestan lo que los científicos han llamado ‘la Mente de Dios’. Creo que la vida y la reproducción se originan en una Fuente divina.
“¿Por qué creo esto, dado que expliqué y defendí el ateísmo por más de medio siglo? En pocas palabras, esta es mi respuesta: este es el panorama mundial, según yo veo, que ha surgido de la ciencia moderna” (There is a God [Hay un Dios], p. 88, énfasis nuestro en todo este artículo).
Al respecto, describió tres áreas de evidencia que lo llevaron a convencerse de su creencia en Dios. La primera de ellas tiene que ver con el origen de las leyes de la naturaleza.
¿Cómo llegaron a existir las leyesde la naturaleza?
El Dr. Flew fue muy honesto en cuanto a su antigua perspectiva atea respecto a las leyes de la naturaleza, que son las típicas explicaciones en contra de la existencia de Dios. Sin embargo, él más tarde llamó a este tipo de razonamiento “el peligro peculiar, la maldad endémica del ateísmo dogmático”.
Esta es la suposición de que las cosas en el universo existen tal como son y deben ser aceptadas como tales, sin pensar mucho en ellas. Tal había sido su defensa frente a cualquier pregunta acerca del verdadero origen de lo que existe.
Él dijo: “Esos argumentos pueden interpretarse así: ‘No debemos pedir una explicación de cómo es que el mundo existe; está aquí y eso es todo’; o ‘Como no podemos aceptar que hay una fuente trascendental de la vida, optamos por creer lo imposible: que la vida surgió espontáneamente de la materia por simple accidente’, o que ‘Las leyes de la física son leyes sin leyes que surgen del vacío — y no hay nada más que discutir’. A primera vista, estos argumentos parecen muy racionales y poseedores de una autoridad especial porque tienen un aura de autenticidad. Pero, desde luego, eso no prueba que sean siquiera argumentos, ni menos racionales” (p. 87).
Mientras el cúmulo de evidencias tanto en la ciencia como la tecnología seguía aumentando y favoreciendo cada vez más una explicación teísta del universo, él afirmó que las explicaciones ateas tradicionales se estaban volviendo obsoletas e insostenibles.
“Mi salida del ateísmo no fue causada por ningún fenómeno o argumento nuevo”, dijo él. “A lo largo de las últimas dos décadas, toda mi pauta de razonamiento había estado en un estado de migración como consecuencia de mi continua evaluación de la evidencia en la naturaleza. Cuando finalmente llegué a reconocer la existencia de un Dios, no fue un cambio de paradigma, porque mi paradigma continúa, tal como Sócrates le aconsejó a Platón en su obra La República: ‘Adondequiera que la argumentación nos arrastre como el viento, allí habremos de ir’” (p. 89).
Flew admitió que la acumulación de evidencia en las últimas dos décadas ahora respaldaba la existencia de un Dios Creador y tuvo la valentía, la integridad personal y la humildad para aceptar esta conclusión sin importar cuán desagradable sería el costo para él.
Mencionó que la evidencia en cuanto a las leyes de la naturaleza indicaba cada vez más que había una Mente Superior que operaba a nivel cósmico.
“Los líderes de la ciencia en los últimos cien años”, escribió, “junto con algunos de los científicos más influyentes de la actualidad, han construido una visión filosóficamente convincente de un universo racional que surgió a partir de una Mente divina. En efecto, esta es la perspectiva particular del mundo que yo ahora considero como la explicación filosófica más lógica a una multitud de fenómenos que tanto los científicos como la gente común deben tomar en cuenta.
“Tres áreas de indagación científica han sido particularmente importantes para mí . . . la primera es la pregunta que ha desconcertado y continúa desconcertando a los científicos más reflexivos: ¿Cómo llegaron a existir las leyes de la naturaleza?”(p. 91).
Uno de los aspectos más enigmáticos de las leyes de la naturaleza es que estas fuerzas invisibles actúan sobre la materia y la energía, pero no son materia ni energía en sí. Para que estas funcionen, tuvieron que existir antes de que la materia y la energía existieran, y no son objetos tangibles. Creer que todas estas leyes complejas que actúan al unísono aparecieron de alguna manera al mismo tiempo y en el momento preciso, con la fuerza exacta, sin un intelecto que las organizara, va en contra de toda lógica.
“El punto importante”, señaló Flew, “no es simplemente que hay regularidades en la naturaleza, sino que esas regularidades son matemáticamente precisas, universales, y ‘conectadas’. Einstein habló de ellas como la ‘razón encarnada’. La pregunta que debemos hacer es cómo la naturaleza vino empaquetada de esta manera. Esta es ciertamente la pregunta que científicos como Newton, Einstein y Heisenberg han formulado y respondido. Su respuesta fue ‘la Mente de Dios’” (p. 96).
Entonces, aunque puede que no se sepa mucho al respecto, algunos cosmólogos y físicos han admitido que el orden de las leyes del universo indica que ¡hay algo más extraordinario y grandioso que el universo mismo!
Flew se refirió a muchas citas de estos científicos. Uno de ellos es el famoso cosmólogo Paul Davies, quien afirma: “La ciencia está basada en la conjetura de que el universo es profundamente racional y lógico a todo nivel. Los ateos dicen que las leyes [de la naturaleza] existen sin razón alguna y que el universo es, al fin y al cabo, absurdo. Como científico, esto me es difícil de aceptar. Debe haber un fundamento racional inalterable en el cual está basada la naturaleza lógica y organizada del universo” (p. 111).
Flew concluyó: “Los científicos que proponen la Mente de Dios no intentan promover una serie de argumentos o razonamientos abstractos. Ellos más bien proponen una visión de la realidad que emana de los conceptos medulares de la ciencia moderna y que se impone sobre la mente racional. Es una visión que yo personalmente considero convincente e irrefutable” (p. 112).
¿Cómo pudo surgir vida de la materia inerte?
La segunda línea de evidencia de Flew para la creencia en Dios tiene que ver con la gran diferencia que existe entre la vida y la materia inerte.
Él declaró: “Cuando los medios de comunicación informaron por primera vez sobre el cambio en mi perspectiva del mundo, dijeron que yo había afirmado que la investigación del ADN hecha por los biólogos había demostrado que tuvo que haber cierta inteligencia involucrada en el proceso, debido a la casi increíble complejidad de los patrones necesarios para producir vida.
“Yo había escrito anteriormente que existía un nuevo argumento a favor del diseño [inteligente] que podría explicar el primer surgimiento de vida a partir de la materia inerte, especialmente en los casos en que esta primera materia viviente ya poseía la capacidad de reproducirse genéticamente. Yo mantuve que no había una explicación naturalista satisfactoria para tal fenómeno” (p. 123).
Al meditar sobre esta pregunta, Flew llegó a la conclusión de que el surgimiento accidental de una cosa viviente que se autorreplica a partir de la materia inerte va completamente en contra de toda lógica. La autorreplicación significa que algo tiene la inherente habilidad de copiar componentes de su ser y traspasar sus características y hasta su mecanismo a generaciones futuras.
De hecho, esa copia tiene que reproducirse fielmente para poder autoperpetuarse, y además debe incluir un sistema que le permita adaptarse a su medio ambiente para mejorar sus posibilidades de sobrevivir.
Como filósofo, Flew señaló: “La mayoría de los estudios acerca del origen de la vida son llevados a cabo por científicos que raramente abordan la dimensión filosófica de sus descubrimientos. Por otra parte, los filósofos han dicho poco en cuanto a la naturaleza y el origen de la vida. La pregunta filosófica que no ha sido contestada en los estudios sobre el origen de la vida es esta: ¿Cómo puede un universo de materia sin inteligencia producir seres con fines intrínsecos, con capacidad de autorreplicarse, y una ‘química codificada’? Aquí no estamos tratando con biología, sino con un problema de una categoría completamente diferente”(p. 124).
Él llegó a la conclusión de que los científicos no tienen una respuesta satisfactoria para esta pregunta y añadió:
“Carl Woese, un líder en el estudio del origen de la vida, enfoca la atención en la naturaleza filosóficamente enigmática de este fenómeno. Cuando escribió en la revista RNA [siglas en inglés de ácido ribonucleico, ARN en español], dijo que ‘las facetas mecánicas, evolucionarias y de codificación del problema se han vuelto ahora temas separados. La idea de que la expresión genética, como la replicación, estaba basada en un principio fundamental físico, desapareció’.
“No solo no hay un principio físico de fondo, sino que la existencia misma de un código es un misterio. ‘Las reglas de codificación (el diccionario de asignación de codones) son conocidas; sin embargo, estas no proveen ninguna pista de por qué el código existe y por qué el mecanismo de traducción es como es’. Él francamente admite que no sabemos nada acerca del origen de tal sistema. ‘Los orígenes de la traducción, o sea, antes de que se convirtiera en un verdadero mecanismo de decodificación, están por ahora perdidos en la penumbra del pasado, y no deseo . . . especular acerca de los orígenes del tARN , los sistemas de carga del tARN o el código genético’” (pp. 127-128).
A pesar de que hay un creciente conjunto de información acerca de cómo funcionan el ADN (ácido desoxirribonucleico) y el ARN, los científicos aún no tienen la menor idea de cómo se originaron todos estos sistemas de codificación, por lo cual Flew concluyó que esto es una indicación de que sí hay una Inteligencia Superior en acción.
Él preguntó: “¿Cómo explicamos, entonces, el origen de la vida? George Wald, fisiólogo y ganador del premio Nobel, hizo una famosa declaración: ‘Escogemos creer lo imposible: que la vida surgió espontáneamente por accidente’. Años más tarde concluyó que una mente preexistente, la cual él propone como la matriz de la realidad física, compuso un universo físico que produce vida . . . Yo comparto su conclusión. La única explicación satisfactoria para el origen de tal vida ‘con un propósito preconcebido y la capacidad de autorreplicarse’, como vemos en la Tierra, es una Mente infinitamente inteligente” (pp. 131-132).
¿Surgió algo de la nada?
La tercera línea de evidencia es la existencia misma del universo.
En los inicios de su carrera Flew creía que el universo siempre había existido, una creencia popular en ese tiempo. El razonó que si algo siempre había existido, no había necesidad de explicarlo a través de un Creador. Pero los nuevos descubrimientos científicos lo hicieron cuestionar esta premisa y la posibilidad de que algo pudiera surgir de la nada.
“De hecho”, relató, “mis dos libros antiteológicos principales fueron escritos mucho antes del desarrollo de la cosmología de la Gran Explosión (Big Bang, en inglés) o la introducción del argumento del ajuste fino de las constantes físicas. Pero a comienzos de la década de 1980comencé a reconsiderar mis ideas. En ese punto admití que los ateos debían sentirse avergonzados por el consenso cosmológico contemporáneo, ya que parecía que los cosmólogos estaban proveyendo pruebas científicas de lo que, según Santo Tomás de Aquino, no podía ser comprobado filosóficamente: específicamente, que el universo tenía un comienzo.
“Al encontrarme por primera vez con la teoría de la Gran Explosión cuando era ateo, me pareció que esta marcaba una gran diferencia, porque sugería que el universo tenía un comienzo y que la primera frase en Génesis (‘En el principio creó Dios los cielos y la tierra . . .’) estaba relacionada con un acontecimiento en el universo . . .
“Si no hubiese habido una razón para pensar que el universo tuvo un comienzo, no hubiese habido tampoco la necesidad de postular algo que lo produjo todo. Pero la teoría de la Gran Explosión cambió todo eso. Si el universo tuvo un comienzo, se volvió completamente lógico, casi inevitable, preguntarse qué produjo este comienzo. Esto alteró radicalmente la situación” (pp. 135-137).
Por supuesto, tanto ateos como científicos seculares discurrieron argumentos en contra del cúmulo de evidencia, cada vez mayor, de que el universo tiene un comienzo. A través de los años han aparecido todo tipo de explicaciones improbables.
Él señaló que “los cosmólogos modernos parecen estar tan desconcertados como los ateos acerca de las potenciales implicancias teológicas de su trabajo. Consecuentemente, diseñaron rutas de escape populares que pretendían preservar la explicación atea. Estas rutas incluían la idea de un multiverso, es decir, de múltiples universos generados por episodios interminables de vacíos fluctuantes, y la noción de Stephen Hawking de un universo autónomo” (p. 137).
Flew encontró que todos estos argumentos no eran más que intentos desesperados y muy poco convincentes.
Él concluyó: “Los tres elementos de evidencia que hemos considerado en este volumen –las leyes de la naturaleza, la vida con su organización teleológica [es decir, con un propósito], y la existencia del universo– solo pueden ser explicados bajo la luz de una Inteligencia que demuestra tanto su propia existencia como la del mundo. Tal descubrimiento de lo Divino no se logra mediante experimentos y ecuaciones, sino a través de una comprensión de las estructuras esquemáticas que son reveladas” (p. 155).
Así, la existencia de un Creador divino es un hecho innegable de la lógica. Como dicen las Escrituras, “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1:20, Nueva Versión Internacional).
El profesor Flew murió en 2010, pero su búsqueda intelectual y filosófica lo llevó a aceptar la existencia de un Creador inteligente — un resultado que lo sorprendió, pero que estaba basado en la premisa que guió su vida: que uno debe seguir la evidencia adonde sea que ella lo conduzca.
Esperamos que este ejemplo, al igual que la evidencia irrefutable que él se vio forzado a examinar, ayude a otros a resolver la pregunta de si Dios existe. Y contestar esto afirmativamente es el punto natural de partida en nuestra travesía de la fe, ¡para desarrollar una relación con este maravilloso Dios que nos creó!