¿Qué pensaría Charles Lindbergh?
Siempre me ha fascinado todo lo relacionado con la aviación. Hace poco, mientras transitaba por el aeropuerto de San Diego (EE. UU.) después de asistir a una conferencia, vi algo que me hizo parar en seco. A un lado del terminal había un avión suspendido por unos cables, que reconocí de inmediato: una réplica a escala real del Spirit of Saint Louis (Espíritu de San Luis), el avión que Charles Lindbergh pilotó para cruzar el océano Atlántico desde Nueva York a París en 1927.
El mundo en que vivimos da por sentado el transporte aéreo, así que es difícil para nosotros apreciar cuán extraordinaria fue la hazaña de Lindbergh en su tiempo. Nadie había llevado a cabo una proeza semejante: volar en solitario o a través del océano Atlántico durante 33 horas y 30 minutos, sin escalas. No había ningún margen para errores — el fracaso significaba una muerte casi segura.
Lindbergh, de 25 años, fue aclamado instantáneamente como héroe en todo el mundo. Y aunque no era un soldado activo, como oficial de reserva del ejército se le confirió la Medalla de Honor –la condecoración militar más prestigiosa de la nación– y la Cruz de Vuelo Distinguido. Francia le otorgó la más alta distinción del país, la medalla de la Legión de Honor.
En Nueva York fue agasajado con un masivo desfile triunfal en el que participaron aproximadamente cuatro millones de personas. La revista Time lo escogió como “El Hombre del Año”, y el Aeropuerto Internacional de San Diego se denomina Lindbergh Field (Campo Lindbergh) en su honor. Fue un verdadero héroe.
Después de admirar el avión por unos cuantos minutos y meditar sobre la monumental hazaña de Lindbergh, me dirigí a mi sala de espera, solo para pararme en seco nuevamente. A unos pocos metros del avión vi un letrero que me confundió.
Yo estaba acostumbrado a los letreros tradicionales con siluetas femeninas y masculinas en la puerta de entrada a los baños, pero este tenía ambas figuras, más otra: la de una silueta mitad hombre, mitad mujer. “Baño para todos los sexos”, decía más abajo. Y a modo de explicación, “Cualquier persona puede usar este baño, sin importar su identidad o expresión sexual”.
Cuando estaba por entrar, lo pensé mejor y decidí buscar otro baño. Mientras me alejaba, me pregunté: “¿Qué pensaría Charles Lindbergh de esto?”
Efectivamente, ¿qué pensaría Charles Lindbergh? No pude evitar preguntarme si él, de haber tenido la más mínima idea de la radical transformación que sufriría su nación solo una o dos generaciones después de su muerte, hubiera preferido quedarse arriba y no volver nunca a la Tierra.
También medité sobre el impacto que un letrero como este puede tener sobre los cientos de funcionarios militares estadounidenses de labase naval, el campo de operaciones aéreas y la base militar ubicados en la cercanía que deben pasar por este aeropuerto a diario. ¿Para esto fue que se enrolaron y comprometieron? ¿Para defender el derecho de hombres confundidos a usar los baños de las mujeres, y viceversa?
El contraste entre estas dos realidades tan diferentes me desorientó. “¡Qué mundo más enfermo!”, pensé. Todo lo que quería era usar un baño antes de mi próximo vuelo, y en lugar de ello debí soportar este descarado y flagrante recordatorio de nuestra degeneración moral cada vez mayor y del rechazo a nuestro Creador y sus instrucciones.
Lamentablemente, se está haciendo cada vez más difícil escapar de un mundo en el cual, como predijo el profeta Isaías, hay personas “que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo”, y “que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz” (Isaías 5:20).
Mientras trabajaba en esta edición, que tiene como tema central la futilidad de la teoría darviniana de la evolución, no pude evitar acordarme de ese letrero a la entrada de aquel baño, con sus figuras representando tres sexos, y de cómo los mismos poderes que hace un año impusieron a la fuerza al público estadounidense el matrimonio entre homosexuales, ahora lo están obligando a aceptar otra forma de desviación sexual. Me da escalofríos pensar en lo que vendrá después.
Sin embargo esto no debe sorprendernos, porque cuando muchos en la sociedad creen ser el producto de una serie de mutaciones fortuitas y accidentales, según postula la teoría de la evolución de Darwin, nada es bueno o malo, así que al fin y al cabo nada importa.
¡Las ideas tienen consecuencias! Por esto es tan crucial que usted se arme con las respuestas a las preguntas claves de la vida, incluyendo si Dios existe, si la Biblia es su Palabra inspirada, y si su plan y propósito son para usted. ¡Este número de Las Buenas Noticias es un buen lugar de partida!