Por qué la culpa puede ser algo bueno

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Por qué la culpa puede ser algo bueno

¿Qué le viene a la mente cuando oye la palabra culpa? Normalmente se considera algo negativo y destructivo desde el punto de vista mental y emocional, algo en lo que nunca deberíamos enfocarnos ni permitirle tener cabida en nuestros pensamientos. Probablemente se han escrito miles de artículos y libros sobre cómo revertir, superar, tratar y descartar el sentimiento de culpa.

Pero la verdad es que la culpa no siempre es algo malo: a menudo puede ser útil.

Piense en lo que significa sentirse culpable. La definición común de culpa en los diccionarios suele ser la siguiente: “Emoción que se produce cuando una persona siente que ha hecho algo malo, ha infringido una norma o ha dañado a los demás. Puede ser una reacción a una acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”.

Lo que nos hace sentirnos culpables casi siempre está relacionado con principios morales aprendidos: normas o reglas que sabemos que debemos seguir u obedecer, pero no lo hacemos. Nuestro sentimiento de culpa es la incómoda sensación de “no debí haber hecho eso” o “debí haber manejado esa situación de otra manera”, reconociendo que lo que hicimos estuvo mal.

Para los cristianos, el sentimiento de culpa suele ser el resultado de haber transgredido una de las leyes o preceptos de Dios establecidos en la Biblia. En otras palabras, sentimos culpa (o deberíamos sentirla) cuando pecamos. Tal vez sabemos que debemos guardar el sábado, pero no lo hacemos. Quizá faltamos a una promesa, chismorreamos sobre alguien o mentimos sobre un asunto cuando nos confrontaron al respecto. O no le dijimos a la cajera que se olvidó de cobrarnos un artículo en el carrito de compras.

La mayoría de nosotros podemos identificarnos con tales ejemplos. Romanos 3:23 nos dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Todos hemos violado las leyes de Dios y no siempre hemos vivido de acuerdo con sus normas morales, y por tanto hemos tenido motivos para sentirnos culpables.

Claro que los seres humanos no suelen admitir sus errores por iniciativa propia. Algunos intentan excusar su culpabilidad diciéndose a sí mismos: “Lo que hice no fue diferente de lo que hace todo el mundo”, “Tengo mis defectos, pero en general soy una persona decente”, o “Nunca he hecho daño a nadie deliberadamente”.

Pero Dios quiere que reconozcamos nuestros errores y enfrentemos nuestra culpa, no que la reprimamos, neguemos o ignoremos. Hay muchos ejemplos bíblicos de cómo Dios se complacía cuando la gente admitía su culpa y confesaba sus pecados, y de cómo se disgustaba con los seres humanos que no lo hacían. Cuando reconocemos nuestra culpa, mucho bien puede salir de ello. La culpa puede ser constructiva de formas variadas y concretas:

1. Cuando nos recuerda que hay “derechos” y “errores” definidos.

La forma en que mucha gente se libera de la culpa consiste en rechazar todos los absolutos morales. Esta filosofía, conocida como relativismo moral, es cada vez más común en la sociedad moderna. Sus adeptos rechazan la existencia de normas inmutables y objetivas por las que deba regirse toda la humanidad. Creen que la verdad es algo que pueden idear por su cuenta y que lo que está bien o mal varía de una persona a otra y de una cultura a otra. Esta manera de pensar sostiene: “Lo que hice puede haber estado mal para usted, pero estuvo bien para mí”.

Se deduce, entonces, que si usted cree que no existen códigos morales absolutos –que las leyes de Dios no son válidas– entonces no puede experimentar culpa cuando no se ha adherido a ellas. Su conciencia ha sido corrompida (Tito 1:15), ya que no cree que las normas bíblicas se aplican a usted.

Sin embargo, si sentimos culpa cuando hemos quebrantado una de las leyes de Dios, es una señal de que no hemos seguido el camino de tantos en la sociedad y que todavía tenemos una conciencia que funciona. El sentimiento de culpa puede ayudarnos a identificar qué leyes hemos transgredido, y motivarnos para desarrollar una brújula moral acorde con los valores de base bíblica. El apóstol Pablo dio ejemplo a otros creyentes afirmando lo siguiente: “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:16). Sin embargo, al leer Romanos 7 nos damos cuenta de que a veces tropezaba. Tener sentimientos de culpa después de haber pecado puede ayudarnos a ver el valor de obedecer las leyes de Dios y por qué son necesarias, lo que nos ayuda a desarrollar una conciencia.

2. Cuando nos obliga a aceptar la responsabilidad de nuestros actos.

Otra forma que tiene la gente de soslayar el sentimiento de culpa es acusar a los demás de sus problemas. Por ejemplo, podríamos faltar al respeto a nuestros padres, pero no sentirnos culpables de ello porque los consideramos malos padres. O puede que robemos suministros o artículos de inventario a nuestro jefe y no nos pese el hacerlo porque creemos que nos pagan mal. O tal vez estemos resentidos con un compañero de trabajo por haber sido promovido y sintamos que nos han perjudicado y que deberían habernos dado el puesto, así que hablamos mal de él y no nos sentimos culpables por hacerlo. El problema es que mientras nos veamos como víctimas, nunca sentiremos culpa por nuestras malas acciones.

Lo mismo ocurre si intentamos “barrer nuestras ofensas bajo la alfombra” y fingir que no ocurrieron, o inventar excusas de por qué nuestro comportamiento “en realidad no fue tan malo”. No reconocer nuestra culpa es como ignorar las luces de advertencia del tablero del auto: lo que esté funcionando mal solo empeorará cuanto más tiempo nos neguemos a enfrentarlo. Nuestros problemas no pueden corregirse hasta que asumamos la responsabilidad de lo que hicimos, y eso requiere reconocer nuestra culpabilidad.

Por el contrario, cuando nos sentimos culpables estamos más motivados para reconocer nuestros errores, responder de buen grado por nuestra conducta y obligaciones, y soportar la carga de lo que hemos hecho. Eso es exactamente lo que Dios quiere que hagamos.

Dios dice con respecto a Israel y Judá en Oseas 5:15: “Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro”, o, en otras palabras, hasta que admitan su culpa y se arrepientan de lo que hicieron. Del mismo modo, en Proverbios 28:13 se nos dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. La culpa puede ser buena cuando nos impele a confesar nuestros pecados y a responsabilizarnos de ellos.

Cabe señalar que es posible admitir la culpa sin sentir remordimientos por ella. He oído a gente decir cosas como: “Llevo vestidos que muestran demasiada piel, pero ¿qué hay de malo en ello?”, o “A veces bebo más de lo que debiera, ¿y qué?”. Tenemos que asegurarnos de que, al admitir nuestra culpa, no nos permitamos justificar una conducta reprobable como “aceptable”. De lo contrario, nunca vamos a encontrar una razón para hacerle frente a nuestras malas acciones.

3. Cuando nos motiva a buscar el perdón de Dios.

Una conciencia culpable puede y debe motivarnos a buscar el perdón de Dios. Él está muy consciente de nuestros pecados y quiere saber que nosotros también lo estamos, que intentamos superarlos y no queremos que formen parte de lo que somos. Numerosos pasajes de la Biblia dejan claro que Dios nos perdona cuando nos arrepentimos de verdad de lo que hemos hecho y le pedimos perdón.

Como dice 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. El Salmo 32:5 afirma: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Eterno; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”. El Salmo 51:17 dice que debemos tener “un corazón contrito y humillado” cuando buscamos el perdón, lo que esencialmente significa que estamos afectados por la culpa y profundamente arrepentidos de lo que hemos hecho.

La Biblia también enfatiza que sin un sentimiento de culpa no podemos ver la necesidad de pedir perdón a Dios, lo cual es un grave error. Proverbios 14:9 nos dice: “Los necios se burlan de la culpa, pero los justos la reconocen y buscan la reconciliación” (Nueva Traducción Viviente).

También debemos tomar en cuenta que los “sentimientos de culpa” no siempre acompañan la condición de ser realmente culpable ante Dios. Aunque no nos sintamos culpables, podemos seguir siéndolo. Deberíamos estar dispuestos a escuchar incluso las débiles punzadas de culpabilidad que podamos tener, porque pueden ayudarnos a ver los pecados que hemos pasado por alto y motivarnos a buscar el perdón de Dios. Y deberíamos estudiar la Biblia para asegurarnos de que vivimos en completa armonía con sus leyes y principios.

4. Cuando nos lleva al arrepentimiento.

La culpa no solo puede ayudarnos a ver nuestros defectos de carácter, sino también a hacer cambios muy necesarios en nuestras vidas. La culpa puede impulsarnos al autoexamen y a crear hábitos correctos, dejando de hacer lo que nos perjudica a nosotros mismos o a los demás.

Bíblicamente, el término para esto es arrepentimiento, es decir, un cambio de actitudes y acciones que conduce a una nueva dirección en la vida. El arrepentimiento implica mucho más que sentirnos tristes por lo que hicimos. Incluye corregir nuestra conducta y hábitos que no se conforman al modo de vida de Dios.

La Biblia muestra claramente que existe una conexión entre la culpa y el arrepentimiento. En Hechos 2:37, los presentes  “se compungieron de corazón” (en otras palabras, se sintieron culpables) después de la predicación de Pedro, y preguntaron: “¿Qué haremos?”. La respuesta que se les dio fue que se arrepintieran (versículo 38). En 2 Corintios 7:10, Pablo escribe: “Porque la tristeza [o la culpa apropiada] que es según Dios produce arrepentimiento”.

A veces, aquello de lo que debemos arrepentirnos parece más bien mundano, pero aun así es importante corregirlo. He conocido personas cuyo sentimiento de culpa por no devolver los carritos de compras a su corral o por entregar propinas mínimas a los camareros acabó motivándolas a ser más concienzudas y a mejorar en ambos aspectos, lo que sin duda fue un avance positivo.

Otras veces se trata de una infracción más grave. Una amiga pasó por un periodo en el que estaba tan ocupada con el trabajo y otras actividades, que no dedicaba “tiempo de calidad y cantidad a la oración”. En su lugar, intentaba arreglárselas musitando breves oraciones en el auto, camino al trabajo.

“Al final me sentía tan culpable por ello, que me obligué a recortar mis horas de trabajo y otros compromisos para dedicar más tiempo a la oración”, me contó. Y agregó: “No puedo cambiar el pasado, pero sí puedo esforzarme más para asegurarme de no repetir los mismos errores en el futuro. Sé que eso es lo que Dios quiere que hagamos”.

5. Cuando nos impulsa a disculparnos y hacer las paces con los demás.

La culpa también puede ser constructiva, incluso necesaria, cuando hemos tratado mal a otras personas. Solo cuando sintamos verdadero arrepentimiento o responsabilidad por haber hecho daño a alguien, podremos motivarnos para pedirle disculpas y tomar medidas a fin de restablecer la relación.

Esto puede ser difícil de hacer, porque a la mayoría de nosotros no nos gusta admitir que nos hemos equivocado. Pero si la parte infractora no asume la responsabilidad de su error ni se disculpa, la relación nunca sanará ni habrá verdadera armonía.

La Biblia confirma la importancia de las disculpas para enmendar las relaciones dañadas. Jesús nos instruye para que arreglemos las cosas con quienes hemos ofendido (Mateo 5:23-24). Y el apóstol Pablo dijo: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Estar en paz a menudo requiere pedir disculpas.

Si realmente hemos reflexionado sobre cómo nuestras acciones o palabras han impactado negativamente a otra persona,  deberíamos buscar formas de corregir la situación o remediar cualquier daño que hayamos podido causar. Esto podría incluir reemplazar algo que rompimos, invertir tiempo en actividades para reconstruir la confianza, ser más atentos, o simplemente “caminar la milla extra” para aliviar la carga de la parte ofendida. El sutil codazo de la culpa es lo que nos hace emprender el camino de la rectificación, y ciertamente Dios se complace cuando nos esforzamos por arreglar las cosas. Mateo 5:9 llama “bienaventurados” a los pacificadores.

No toda la culpa es constructiva

Aunque la culpa puede ser constructiva en todos los sentidos que acabamos de señalar, también puede ser destructiva si los sentimientos de culpa son injustificados. Por ejemplo, podríamos sentirnos culpables de haber sobrevivido a una tragedia ocurrida a otros y de la cual salimos ilesos. O puede que otros nos hagan sentir culpables cuando intentan presionarnos para que hagamos cosas por ellos que no queremos hacer, y que en realidad son responsabilidad suya. El sentimiento de culpa destructivo puede hacernos sentir frustrados y desesperanzados, y sumirnos en una mentalidad negativa.

La forma más grave en que se puede hacer un mal uso de la culpa es seguir atormentándose y obsesionándose con lo que uno ha hecho después de que Dios nos ha perdonado. Esto no es lo que él quiere. Dios es un Padre amoroso que promete perdonar nuestras iniquidades, borrar nuestras transgresiones y limpiarnos de una conciencia culpable (Salmos 103:12; Isaías 43:25; Hebreos 10:22) después que nos hayamos arrepentido de nuestros pecados. Dios desea perdonarnos para que podamos reconciliarnos con él. Nunca podremos crecer espiritualmente y superar nuestros pecados como Dios quiere si no nos permitimos superar los errores que cometimos en el pasado.

Además, Cristo sufrió una muerte atroz para pagar la pena por nuestros pecados. Si seguimos “castigándonos” por nuestras malas acciones, incluso después de haber sido perdonados, equivale a no aceptar ni  reconocer el sacrificio de nuestro Salvador, cuando deberíamos estar increíblemente agradecidos por ello. Felizmente, Dios nos tiende su mano para ayudarnos. “Por eso, si nos sentimos culpables de algo, podemos estar seguros de que Dios no nos acusa de nada, porque él está por encima de todo sentimiento, y lo sabe todo” (1 Juan 3:20, Traducción en Lenguaje Actual).

Para concluir, Dios quiere que prestemos atención a nuestra culpa y permitamos que el remordimiento nos impulse a arrepentirnos y a tener una mejor relación con él y con otras personas. Una vez que Dios nos ha perdonado, debemos desprendernos de esa culpa. Abordar los sentimientos de culpa de esta manera solo puede dar resultados muy positivos. BN