Ocho valores bíblicos fundamentales para enseñar a sus hijos
Si usted es padre, tiene la increíble responsabilidad y el privilegio de moldear el desarrollo del carácter de sus hijos. Uno de los aspectos más críticos de esta tarea es inculcarles valores que habrán de servirles toda su vida. Sin una brújula moral confiable, están a merced de un vaivén de emociones o de lo que esté de moda entre sus compañeros o en los medios de comunicación, lo que podría meterlos en problemas.
Pero ¿qué principios morales debe enseñarles a sus hijos? Educadores, profesionales de los medios de comunicación, psicólogos, médicos y gurús de la autoayuda, todos tienen sus propias fórmulas, y cada uno tiene sus propias ideas sobre las virtudes que son esenciales.
Sin embargo, no hay razón para preocuparse. Las normas morales absolutas han sido claramente detalladas para nosotros. La fuente de estas verdades es lo que la mayoría de la sociedad ha ignorado: la Biblia. En sus páginas se nos dice cuáles comportamientos, actitudes y atributos son importantes para Dios. Son importantes para él porque, como nuestro Creador y Diseñador, sabe qué es lo mejor para nuestro bienestar. Son sus normas las que debemos valorar, e igualmente deben hacerlo nuestros hijos y nietos.
Siendo realistas, tal vez sus hijos no acogerán estos valores por iniciativa propia o por casualidad, especialmente con todos los mensajes blasfemos que reciben de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento. Es fundamental que hable con sus hijos de forma regular sobre lo que Dios valora y cómo pueden aplicar estas verdades en su vida cotidiana.
Las siguientes ocho cualidades, que son valores bíblicos fundamentales, son un buen punto de partida.
1. Humildad
La sociedad occidental moderna nos insta a ser orgullosos. Se nos apremia a subir peldaños, a anteponer nuestros deseos personales, a autopromocionarnos, a presumir, a esforzarnos por ser los “mandamases” y a buscar puestos de poder y prestigio.
Hace poco, en una cafetería, un grupo de chicas adolescentes estaban sentadas en una mesa contigua a la mía. Varias de ellas competían entre sí tratando de superar a las otras con la cantidad de “me gusta” que conseguían en las redes sociales. Dos se tomaban fotos sin parar. Los únicos pronombres que oía eran “yo” y “mí”. Cada una estaba absorta en su pequeño mundo y escasamente interactuaban con alguien más.
Por el contrario, la Biblia nos dice “revístanse todos de humildad” (1 Pedro 5:5) y que “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (mismo versículo, y Santiago 4:6, Nueva Versión Internacional; ver Mateo 23:12). La humildad es una virtud bíblica fundamental (Colosenses 3:12; Tito 3:2) y algo que sin duda debe inculcar a sus hijos.
En Character Still Counts (El carácter aún cuenta), el autor James Merritt describe lo que es y lo que no es la humildad: Humildad no es negarse a tener la ambición de ser mejor y de progresar para alcanzar su máximo potencial, tanto en lo que usted es como en lo que puede hacer . . . La humildad no es autohumillarse. En lugar de menospreciarse, la humildad es ponerse en el lugar que le corresponde. Ese lugar siempre debe ser el segundo, por el bien de los demás” (2019, p. 63).
La humildad no siempre es valorada en este mundo, pero es necesaria para tener armonía con los demás. Este atributo fortalece las relaciones, porque la atención se centra en edificar a los demás y pensar en sus necesidades en lugar de procurar quedar bien o favorecer el propio interés personal; además, facilita el crecimiento individual. Las personas humildes saben que siempre hay algo nuevo que aprender y mejorar en sí mismas, y reconocen la crítica como una oportunidad de crecimiento.
2. Honestidad
En nuestra cultura, la deshonestidad se ha convertido en un estilo de vida. La gente miente en las solicitudes de empleo, hace trampa en los exámenes, inventa historias para tapar sus errores y magnifica la verdad en las redes sociales, y no les preocupa.
Una amiga me contó que cuando era niña, si contestaba el teléfono y su padre no quería hablar con la persona que llamaba, él le decía que respondiera que estaba descansando y no se le podía molestar. Muchas veces incluso vio que su padre llamaba al trabajo para decir que estaba enfermo cuando no era cierto, solo para poder tener un día libre.
“Esto realmente trastornó mis propias ideas sobre la honestidad”, admitió mi amiga. “Mi padre me decía que mentir es normal, que todo el mundo lo hace. Como consecuencia, aprendí la mala lección de que no siempre es necesario decir la verdad. Así que, por mi parte, empecé a decir muchas mentiras. Y cuanto más mentía, menos confiaba la gente en mí y más difícil me resultaba hacer amigos y conservarlos”.
Los niños necesitan saber por qué es importante la honestidad y que, por el contrario, la deshonestidad siempre empeora las situaciones (aun si temporalmente “parece lo correcto”). Hay muchos ejemplos en la Biblia de personas que dijeron mentiras y de cómo ello resultó perjudicándolos. Enséñeles estas historias a sus hijos. Repase versículos como el Salmo 101:7 y Jeremías 9:5, que dejan muy claro que a Dios no le complacen las personas que practican el engaño.
Explíqueles el concepto de la honestidad en la vida real, que significa mantener las promesas, cumplir los compromisos (véase también el punto 6), ser respetuoso de la propiedad ajena (que incluye no robar) y no engañar a los demás a propósito (mediante medias verdades, exageraciones, etc.). Un punto que merece destacarse es que, si la gente no puede confiar en nosotros, nos será imposible mantener relaciones sanas.
3. Autocontrol
El autocontrol es la capacidad de dominar nuestros pensamientos, emociones e impulsos y comportarnos de la forma adecuada. Significa obedecer las leyes de Dios y las humanas, y hacer lo necesario para lograr los objetivos personales a pesar de los impulsos internos de hacer lo contrario. El autocontrol incluye aplazar la gratificación y controlar la ira y los arrebatos emocionales.
Los niños con autocontrol tendrán un buen comportamiento en un auditorio durante la presentación de una obra, y no harán rabietas cuando sus padres les digan “no” a algo que quieren. Harán sus tareas aunque preferirían jugar videojuegos, y se abstendrán de insultar a cualquiera que se burle de ellos.
Merritt describe el autocontrol de esta manera: “Dentro de nosotros vive un león llamado ‘yo’. Este animal es salvaje y destructivo, pero domesticable. El mayor enemigo que se opondrá a su éxito, para llegar adonde puede y debe llegar y ser quien puede y debe ser, siempre será usted mismo. Si quiere ganar la batalla de la vida, tiene que domar a ese león que lleva dentro . . . O bien su yo toma el control, o usted controla a su yo” (p. 181).
Y aunque el carácter de los niños es determinado por sus propias decisiones, ya que usted no puede obligarlos a tener autocontrol ni ningún otro rasgo de su carácter, sí puede ayudarlos a motivarse para hacer lo correcto. Recuérdeles que Dios ve cómo viven sus vidas y que para él, el autocontrol es muy importante. Un buen punto de partida es leer Proverbios 16:32, que dice: “Mejor es . . . el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
Enséñeles los beneficios del autocontrol y que siempre hay más armonía cuando las personas controlan sus emociones. Sus hijos necesitan saber que conseguirán muchos más éxitos y tendrán menos lecciones que aprender por las malas si aprenden a controlar sus impulsos dañinos.
4. Compasión
Incluso para los niños pequeños, la vida cotidiana puede estar llena de grandes emociones. Puede que el compañero de juegos de su hijo se caiga y llore. Tal vez un amigo llora porque se burlan de él o porque murió la mascota de la familia. Si tiene hijos adolescentes, ellos también se enfrentarán a otras personas disgustadas, abatidas o desanimadas. Es esencial que sus hijos sepan mostrar compasión y ayudar a los que sufren.
Puede parecer una facultad que surge de forma natural, pero en realidad no es así. Los seres humanos tenemos la tendencia a estar preocupados por nuestras propias necesidades, deseos, ideas y perspectivas. Puede resultar difícil ponernos “en el lugar de los demás”, sobre todo si están experimentando algo que nosotros no hemos vivido. Y a los niños en particular, puede que no les resulte “divertido” estar cerca de alguien que está sufriendo.
Sin embargo, los niños necesitan saber que la compasión, es decir, mostrar comprensión y solidaridad hacia quienes sufren y ayudarles con sus necesidades, es una virtud bíblica fundamental. La Biblia nos dice: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Romanos 12:15 dice que debemos “llorar con los que lloran”. El apóstol Pedro aconsejó a los cristianos que tuvieran “compasión unos de otros” (1 Pedro 3:8, Nueva Traducción Viviente).
El mejor ejemplo de alguien que mostró una profunda compasión es Jesucristo, que “al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas” (Mateo 9:36, NVI). Jesús a menudo mostraba sensibilidad hacia los demás (véase Mateo 14:14; Marcos 1:40-41; Lucas 7:11-16; Juan 11:33-35). Repase estos pasajes con sus hijos.
Explíqueles también que mostrar compasión no solo anima a los que la reciben, sino que “también es beneficioso para quien es compasivo”, dice Nadine Kaslow, profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento de la Universidad de Emory. “Ayudar a los niños a desarrollar un fuerte sentido de la compasión fomenta la paciencia y la aceptación de los demás, y les ayuda a desarrollar relaciones más sólidas y significativas”.
Las investigaciones han demostrado que las personas compasivas también suelen afrontar mejor los conflictos, tienen menos estrés y son más felices.
5. Respeto por los demás
El apóstol Pedro amonestó a los creyentes: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17). La palabra traducida como honor en este versículo también puede traducirse como respeto y significa literalmente “atribuir un gran valor o un alto precio a algo”.
Ser respetuoso es tener un comportamiento cortés y considerado hacia otras personas y hacer que se sientan valoradas y apreciadas. Implica tratar a los demás como le gustaría que lo trataran a usted, y mostrar tacto y buenos modales hacia ellos, aun si son groseros con usted, si no está de acuerdo con ellos o si no disfruta especialmente de su compañía.
Asegúrese de enseñarles a sus hijos a quién deben mostrar respeto. Eso incluye a los padres (Efesios 6:2; Mateo 15:4), a las autoridades gubernamentales (Romanos 13:1-7), al ministerio de la Iglesia (1 Tesalonicenses 5:12-13) y a los ancianos (Levítico 19:32; Proverbios 20:29). En realidad, como se afirma en 1 Pedro 2:17, hay que enseñar a los niños a ser educados con todo el mundo.
“El respeto no tiene favoritismos”, escribe Merritt. “El conductor de la limusina es tan digno de respeto como el dueño de la misma. Con demasiada frecuencia, nos preocupamos excesivamente por ser respetados y nos preocupamos mucho de ser respetuosos . . . La base del respeto debe comenzar con el reconocimiento de que todos hemos sido creados a imagen de Dios y, por tanto, todos somos igualmente dignos de respeto” (pp. 106-107).
Al igual que ocurre con la compasión, el respeto beneficia tanto al individuo que lo expresa como a aquel que lo recibe. A todos nos gusta que nos traten con amabilidad. “Cuando los niños aprenden a ser respetuosos, crecen siendo empáticos y considerados con los demás, y eso proporciona una base sólida para las relaciones”, afirma Kaslow.
6. Responsabilidad
Otra virtud bíblica que debe inculcar en sus hijos es la responsabilidad, que tiene múltiples aspectos. Uno de ellos es asumir las consecuencias de lo que uno ha hecho o no ha hecho, en lugar de culpar a los demás o intentar justificarse. Hay que asumir la culpa. Si los niños siempre culpan a los demás de sus problemas, nunca verán alguna razón para cambiar. Gálatas 6:4-5 dice que “presten mucha atención a su propio trabajo . . . Pues cada uno es responsable de su propia conducta” (NTV). Cuando los niños son capaces de reconocer sus errores, pueden empezar a encontrar soluciones para cambiar. E incluso si resultan ser las víctimas, deben considerar si quizá ellos mismos han sido parte del problema.
Otro aspecto vital de la responsabilidad es tener sentido del deber y del honor, característica que consiste en cumplir los compromisos y ser confiable de modo que la gente sepa que puede contar con uno cuando lo necesite y, consecuentemente, contribuir en su familia, iglesia o comunidad. Una persona con esta mentalidad siente la responsabilidad moral de prestar ayuda a los demás, incluso cuando es preciso hacer sacrificios personales.
El niño debe llegar a entender la importancia de ser una persona de palabra, de mantener un buen nombre y reputación (Proverbios 22:1) que proyecte una buena imagen de sí mismo, de su familia y de Dios, tanto para su autoestima como para la fidelidad en el servicio a Dios y a los demás.
Una madre me contó cómo ha conseguido inculcar la responsabilidad a sus hijos: “Tienen sus tareas habituales y, si no las hacen, les digo que todos tenemos que hacer nuestro aporte para que el hogar funcione. También animo a mis hijos a que ofrezcan su ayuda a otros miembros de la familia y a los vecinos con las tareas que puedan estar haciendo. No siempre tienen las habilidades necesarias para hacer el trabajo, pero el simple hecho de ofrecer su ayuda los hace pensar en las necesidades de los demás”.
7. Perseverancia y resiliencia
En un grado u otro, todos los niños se enfrentan a retos, dificultades y contratiempos. Pueden presentarse a las pruebas de un equipo deportivo, tener que ensayar para un recital de piano, luchar con las tareas escolares, obtener malos resultados en una competencia o fallar una asignatura. Lo que ayuda a los niños a superar estos momentos son las mismas cosas que ayudan a los adultos a superar los obstáculos: la perseverancia y la resiliencia.
Estos rasgos del carácter son parecidos, pero no necesariamente iguales, explica la psicóloga neoyorquina Caren Baruch-Feldman: “La perseverancia significa mantener el rumbo para afrontar un reto de algún tipo y no rendirse. La resiliencia consiste en afrontar las desilusiones y los fracasos y ser capaces de recuperarse, e incluso salir fortalecidos”.
Es vital que los niños aprendan tanto a perseverar como a tener resiliencia, no solo para tener éxito en la escuela y en otras actividades juveniles, sino también como preparación para alcanzar objetivos profesionales y otros retos de la vida adulta.
La Biblia nos exhorta a perseverar cuando enfrentamos dificultades (Mateo 24:13; Gálatas 6:9; Santiago 5:11; Hebreos 12:1). Cuando sufrimos una derrota, debemos volver a levantarnos e intentarlo de nuevo (2 Corintios 4:8-9). Proverbios 24:16 podría considerarse como la pauta de la resiliencia: “. . . porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará” (NVI). Estos son versículos esenciales que debe repasar con sus hijos.
También se debe enseñar a los niños que cuando tenemos una relación con Dios, nuestra perspectiva sobre la perseverancia y la resiliencia será diferente de la de alguien que no tiene esa relación. En especial, el objetivo pasa a ser no solo los éxitos académicos o profesionales, sino el crecimiento espiritual. Eso podría implicar el manejo de problemas de relación con otra persona o mantener el compromiso de superar una debilidad personal.
Sara, de 22 años, compartió lo que aprendió sobre la resiliencia tras resultar gravemente herida en un accidente automovilístico a los 17: “Estuve enyesada durante varios meses y no podía hacer gran cosa. Mis padres me dijeron que la forma de superar esta prueba era buscar la ayuda de Dios, que no podía hacer mucho únicamente con mis propias fuerzas. Además, había algunas grandes lecciones que Dios me estaba ayudando a ver sobre mí misma. El hecho de tener estas cosas en mente me dio razones para aguantar y no desanimarme demasiado”.
8. Confiar en Dios
En lugar de volverse a Dios, la gente de nuestra sociedad cada vez más secular deposita su confianza en sus finanzas, posesiones, habilidades, logros, intelecto y sentimientos. O tal vez en los movimientos políticos, la tecnología y la ciencia. El problema es que ninguna de estas cosas ofrece soluciones reales ni una esperanza duradera.
Un tema importante de la Biblia es no poner nuestra fe en nosotros mismos o en otras personas, sino en Dios (Proverbios 3:5; Jeremías 17:5). Solo Dios es verdaderamente fiel y digno de confianza (Deuteronomio 7:9; Salmos 25:10; 146:6). Su Palabra, tal como se expone en la Biblia, es la única fuente de verdad eterna (Salmos 93:5; 111:7).
Los niños deben aprender a buscar la guía de Dios en sus decisiones cotidianas y a confiar en que Dios los protegerá y proveerá. Aunque los niños deben ser responsables, trabajar duro y tomar decisiones sabias, siempre deben recordar que al fin y al cabo sus vidas están en manos de Dios. Confiar en Dios también incluye creer en lo que está escrito en la Biblia y estar convencido de que esta tiene las respuestas a nuestros problemas de la vida real.
El hecho es que confiar en Dios es el punto de partida para valorar todas las demás cosas. Pero si no confiamos en Dios, si en lugar de eso nos miramos a nosotros mismos para decidir el camino correcto y ponemos nuestra esperanza en lo físico, puede que tengamos “valores”, pero no serán lo que Dios valora. Enseñe a sus hijos que los únicos valores reales son los que se basan en las verdades absolutas descritas en la Biblia.
En resumen, intente que los valores bíblicos sean un tema de conversación habitual con sus hijos, empezando por los ocho valores fundamentales presentados aquí. Eso ayudará a que sus hijos desarrollen una relación con Dios, a llevarse bien con otras personas y a estar mejor preparados para enfrentarse a una sociedad cada vez más impía. bn