Las creencias tienen consecuencias
Recuerdo que cuando era estudiante de escuela secundaria, hace ya varias décadas, cierto personaje de radio ridiculizaba la teoría de la evolución con el eslogan: “¿Surgimos de la escoria o salimos arrastrándonos del cieno?”, burlándose de la idea de que la vida se originó en algún charco lleno de algas. Su pregunta me causó gran impacto, como lo demuestra el hecho de que todavía la recuerdo después de tantos años..
En aquel tiempo yo estaba muy interesado en la ciencia. Gané el primer premio de la feria de ciencias de mi escuela tres años seguidos, una de esas veces por crear un conjunto de modelos tridimensionales y a todo color de varios tipos de células.
Todavía recuerdo cuánto investigué y trabajé en ese proyecto y cómo me asombraba frente a la complejidad de las maravillas microscópicas de las células sanguíneas, nerviosas, musculares, cutáneas, vegetales y más. Los microscopios electrónicos apenas comenzaban a revelar que las células no eran simples trozos de materia amorfa, sino estructuras altamente refinadas y bellamente diseñadas para su propósito.
Excepto, decían nuestros libros de biología, que no habían sido diseñadas en absoluto, y que no tenían ningún propósito. De hecho, no eran más que el producto del azar y de innumerables accidentes fortuitos durante un período de tiempo inconmensurable.
Pero lo que vi me confundió. ¡Nunca había visto algo que hubiera salido de la nada y que funcionara tan bien!
Y más tarde aprendí del ganado. Cada año criábamos un novillo para abastecer de carne a nuestra familia, ya que mis dos hermanos y yo consumíamos mucha carne y frijoles. Una vez que mi hermano mayor se fue de casa me tocó a mí, como estudiante de octavo grado, ayudar a mi padre a matar y carnear el novillo de ese año.
Baste decir que no fue una tarea agradable. Pero la parte repulsiva fue compensada con creces por la oportunidad de examinar, de cerca y personalmente, cómo se había formado una gran criatura viviente: la estructura esquelética, los diversos órganos internos, la piel protectora, el sistema digestivo, el elaborado sistema nervioso, y hasta un matamoscas natural altamente eficiente: la cola.
No pude evitar concluir que este era un sistema intrincadamente diseñado. Pero una vez más creí que me engañaban mis propios ojos: ¡los libros de biología me aseguraban que todo había surgido de la nada! Hablo en broma, por supuesto — pero apenas. Solo unos años antes, la Corte Suprema de los Estados Unidos había prohibido la Biblia y la oración en las escuelas fiscales y en gran parte de la vida pública nacional. En mi propia escuela esas reglas fueron ignoradas, y los estudiantes continuaron orando y reuniéndose para estudiar la Biblia todos los días antes de que comenzara la jornada de clases. A nadie le preocupaba entonces la espeluznante violencia escolar, y los tiroteos en las escuelas eran algo desconocido.
¡Qué mundo tan diferente es este en el que vivimos hoy! Desde hace décadas, y a pesar de sus muchos defectos, la teoría de la evolución darwiniana ha sido enseñada a los escolares como un hecho comprobado. Han sido educados para creer que solo son animales altamente desarrollados. ¿Por qué, entonces, deberíamos esperar que se comporten de forma diferente a los animales?
Ahora que Dios no está en el panorama y a los niños en edad escolar se les enseña que no son más que otro tipo de animal, ¿debemos extrañarnos de que nuestras escuelas estén plagadas de tanto hostigamiento, violencia, sexo casual, embarazos adolescentes y enfermedades de transmisión sexual, junto con una epidemia sin precedentes de asesinatos en masa perpetrados por jóvenes de sexo masculino?
¿Debe extrañarnos que la vida humana esté tan degradada y devaluada cuando el aborto es tan común? Después de todo, se nos dice que esos pequeños seres humanos son solo trozos de tejido de valor inferior al de los animales, que pueden ser desechados cuando ya no son deseados o convenientes.
El triste hecho es que las creencias tienen consecuencias. La historia está colmada de los escombros sangrientos de esa realidad. Margaret Sanger [activista estadounidense, promotora del control de la natalidad] era una firme creyente en la eugenesia, es decir, en eliminar de la raza humana lo que se considera especímenes menos deseables. Se podría decir que quería optimizar el proceso evolutivo para hacerlo más eficiente, y lo hizo: fundó Planned Parenthood (Paternidad Planificada) en los Estados Unidos hace poco más de un siglo. En las décadas transcurridas desde aquel entonces, esta organización ha sido responsable de la muerte de decenas de millones de bebés mediante el aborto y la anticoncepción “de emergencia”, lo que convierte a esta entidad en una de las asesinas en masa más prolíficas de la historia.
Adolfo Hitler creía igualmente en imponer una especie de “evolución” como política gubernamental. Ordenó el exterminio en campos de concentración de millones de miembros de grupos culturales o étnicos considerados indeseables, para poder purificar la Tierra y que la raza aria superior pudiera gobernar en un imperio germánico milenario conocido como “el Tercer Reich”.
La evolución darwiniana tiene como premisa fundamental “la supervivencia del más fuerte” y, trágicamente, esa mentalidad se ha arraigado una y otra vez en ideologías de odio en todo el mundo, dejando a su paso solo muerte y destrucción. ¿No es tiempo acaso de que despertemos y reconozcamos sus perversos frutos?
En esta edición examinaremos algunos de los descubrimientos más recientes que destacan los fatales defectos de esta teoría. La evolución deja a la humanidad ciega para que no vea su propósito, a la deriva, y cuestionándose en la oscuridad. Esperamos que lea cuidadosamente estos artículos y se dé cuenta de que, en efecto, las creencias tienen consecuencias. BN