La visión hecha realidad
En el artículo anterior, “Imagine un mundo así”, hablamos de un mundo de paz y abundancia perfectas: un mundo con el que todos sueñan, con una vida llena de cosas buenas.
Tal vez usted piense que es imposible que exista un mundo así, pero sí es posible, y sí existirá. Consideremos cómo y qué papel puede desempeñar usted para que esto sea una realidad en lo personal, para su familia y para la humanidad, y para que llene su vida de propósito y esperanza.
¿Qué impide un mundo mejor?
Pero antes, pensemos un momento en qué hace que este mundo sea como es.
¿Es la falta de tecnología o educación? ¿Es un entorno no apto para que viva la humanidad? ¿O será que Dios no nos ha dado la destreza, habilidades y talentos para trabajar, desarrollar y convertir la Tierra en algo que nos pueda beneficiar a todos?
¿O es posible que el mundo sea como es debido al carácter de la humanidad, a la forma en que hacemos las cosas y a la razón detrás de ello?
¿Podríamos considerar que la naturaleza “humana” es lo que hace del mundo un lugar hostil? ¿Podría ser que el hombre es profundamente egoísta, envidioso, orgulloso, violento, vengativo, infiel, contencioso, poco dispuesto a trabajar con otros a menos que sea “a su propia manera”? (Véase Gálatas 5:19-21.)
El artículo anterior imaginaba un mundo en el que incluso los animales vivirán en perfecta paz entre sí y con la humanidad. ¿Qué debe cambiar para que eso ocurra? Sí, la naturaleza misma de los animales deberá cambiar: de la depredación y el conflicto a la convivencia con las demás especies.
Esto también pretende reflejar lo que se necesita en la sociedad humana.
El problema que frena a la humanidad –y que nos impide tener sociedades pacíficas, unificadoras, productivas y amorosas en todas las regiones del mundo– es la naturaleza humana que todos llevamos dentro.
La triste realidad de la naturaleza corrupta del hombre
Este problema se remonta a nuestros primeros padres humanos en el huerto de Edén, cuando Adán y Eva pecaron y cayeron bajo la influencia de Satanás, el diablo.
Basta pensar en lo que se han hecho unos a otros a lo largo de la historia: se han matado mutuamente, se han odiado, han cometido atrocidades indescriptibles y se han infligido torturas horrorosas, a veces en nombre de la religión, pero siempre en nombre del egoísmo, los celos, la búsqueda de poder y el deseo de arrebatarle al otro para beneficiarse personalmente.
Los gobiernos y líderes de la humanidad han sido responsables del asesinato de muchos millones de personas en nombre de sus ideas, de su “verdad”. ¿Cuántos han muerto en guerras a lo largo de la historia del hombre, todas ellas libradas en nombre del “yo quiero eso”? (Véase Santiago 4:1-2.)
Dios nunca deseó que la humanidad viviera así, y todos hemos sufrido las consecuencias de decisiones equivocadas.
Incluso en los matrimonios diseñados por Dios para producir alegría, plenitud, hijos y familias felices, las personas ceden a su propia lujuria. Surgen la infidelidad sexual y las perversidades, arruinando familias y creando caos. Los hijos quedan con cicatrices emocionales que duran toda la vida, y aprenden a no anhelar ni alimentar esperanzas de un tiempo mejor.
La naturaleza del hombre es responsable de la angustia, la miseria, el sufrimiento y las enfermedades emocionales y mentales que provoca el trato injurioso al prójimo, de parte de personas que satisfacen sus propios deseos y carecen de preocupación por sus víctimas. Tal es la realidad de nuestro mundo.
Así que la pregunta es: ¿Qué se necesita para crear un mundo nuevo, lleno de felicidad, armonía y abundancia para todos?
Ese mundo y sus beneficios están disponibles y son alcanzables, pero requiere acción de nuestra parte.
Nuestro ejemplo es el Hombre adecuado y sus soluciones reales
Para que el mundo se convierta en la utopía que será, se necesita un liderazgo amoroso, dedicado a proporcionar los recursos y la formación adecuados para el bienestar de todas las personas.
Hay un Hombre que amó tanto a la humanidad, que dio su vida por el bien de todos. Él y sus seguidores señalaron el mundo mejor que él quería que la gente disfrutara, un tiempo de renovación y restauración de todas las cosas buenas.
Ese Hombre conoce el camino hacia un mundo mejor. Sabe lo que es la verdad genuina y conoce el camino hacia una vida plena y gratificante para cada hombre, mujer y niño, independientemente de su origen, etnia o lugar de procedencia. Con él no hay parcialidad. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6, Nueva Versión Internacional).
Si queremos imaginar al líder perfecto, pensemos en Jesucristo, quien demostró ser el Hombre adecuado para la tarea.
Él volverá a la Tierra tal como prometió (versículos 3 y 4). Por ahora, permanece en el cielo con Dios Padre, a la espera de que el Padre le envíe de vuelta para rescatar a los seres humanos de la destrucción segura que, de otro modo, se acarrearían a sí mismos bajo el dominio de Satanás.
El apóstol Pedro exhortó a la gente a arrepentirse “para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).
Inicialmente, Jesús será rechazado por un mundo hostil. Pero como se predijo, enseñará a la gente y la conducirá a la sanidad, la libertad y la justicia: “El Espíritu del Eterno el Señor está sobre mí, porque me ungió el Eterno; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad del Eterno, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados . . . y serán llamados árboles de justicia, plantío del Eterno . . .” (Isaías 61:1-4).
Finalmente Dios Padre, por medio de Cristo, pondrá fin a los males humanos: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Una naturaleza transformada que podemos experimentar hoy mismo
¿Se da cuenta de lo que Cristo hará cuando regrese a esta Tierra? Traerá un mundo transformado, pero para ello es necesario un cambio de la naturaleza humana. Solo cambiando lo que el hombre es por dentro podrá el mundo circundante experimentar la paz y la plenitud que Dios ha prometido.
Todo comienza con la creencia en Jesucristo, que incluye la sumisión a Dios y a sus caminos, la aceptación de su sacrificio y el compromiso de seguir a Dios arrepintiéndose de verdad y bautizándose, tras lo cual él nos otorga su Espíritu Santo y nos hace partícipes de su misma naturaleza (Hechos 2:38;
2 Pedro 1:4). En esa era futura, Dios derramará su Espíritu sobre todo el mundo (Joel 2:28). El Espíritu de Dios en nosotros conduce al amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad y los demás frutos espirituales mencionados en Gálatas 5:22-23.
Pero usted no necesita esperar hasta ese momento, porque puede experimentar esa alegría, propósito, paz y plenitud ahora, antes de que Cristo regrese y restaure todas las cosas en esta Tierra.
¿Cómo puede ser posible algo así? Cristo mismo nos dice lo que tenemos que hacer: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).
El arrepentimiento tiene un significado profundo que la mayoría de las iglesias en este mundo no enseñan adecuadamente. Usted necesita saber lo que Cristo quiso decir si quiere experimentar lo que Dios quiere que tengamos y disfrutemos. Para aprender más sobre lo que Cristo dijo acerca del arrepentimiento, descargue o solicite nuestra guía de estudio gratuita Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana.
Siga imaginando; siga creyendo en el evangelio de Jesucristo. Esa es la verdad, y la esperanza de un futuro mejor para toda la humanidad. BN