La Declaración Balfour 100 años después
“Esas piedras son el descubrimiento más importante que has hecho este verano”. Mi supervisor de excavación israelí estaba señalando las piedras de un gran edificio herodiano que habían sido parte de los cimientos de la expansión hecha al Monte del Templo por el rey Herodes en Jerusalén. Esas piedras eran prueba tangible del gobierno de este monarca sobre el Estado judío en el primer siglo.
En la actualidad siguen siendo una clara evidencia para cualquier visitante de que el relato bíblico e histórico es verídico: había un Estado judío gobernado por Roma en ese territorio. A pesar de los intentos por negar y reescribirla historia, es obvio que sobre el monte se erigía un templo judío. Todo esto es una prueba muy contundente que ayuda a confirmar la legitimidad del Estado de Israel.
En ese momento, en 1971, yo era un estudiante que trabajaba como voluntario para desenterrar 2000 años de escombros en la base del Monte del Templo, en Jerusalén. Solo cuatro años antes, los israelíes habían adquirido el control del Monte del Templo luego de su rápida victoria en la guerra de los Seis Días, en 1967.
Los arqueólogos excavaban apresuradamente los casi veinte siglos de escombros acumulados, para sacar a la luz el registro histórico de una presencia judía en Jerusalén. En ese tiempo no me percaté de la importancia de este hecho político, ¡pero ahora sí!
¿Por qué es importante la existencia del Estado de Israel para usted, como lector de Las Buenas Noticias? ¿Por qué debería interesarle?
El moderno Estado de Israel es muy importante porque su sola existencia es una de las señales de las promesas de Dios, tanto físicas como espirituales, en el mundo actual. El Estado judío es el remanente de un grupo que antaño fue mucho más numeroso y que es el recipiente de las promesas dadas por Dios a Abraham.
El hecho de que aún exista en la Tierra prometida a Abraham un remanente del pueblo que Dios escogió para un importante propósito, es una señal para toda la humanidad de que Dios sí cumplirá las grandes promesas espirituales de ese acuerdo. Usted debe entender no solo cómo llegó a existir el Estado de Israel, sino también por qué ello es un factor crucialpara comprender el propósito y plan de Dios.
La promesa de una patria judía
El 2 de noviembre de 2017 marcó el centésimo aniversario de una carta pública enviada por el secretario del exterior británico, Arthur James Balfour, a un prominente judío británico, Lord Rothschild. Dicha carta, llamada posteriormente la Declaración Balfour,comprometía al gobierno de Gran Bretaña a la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío” en el lugar que en ese entonces se llamaba “Palestina”, la tierra bíblica de Israel.
Palestina en este tiempo era parte del ya debilitado Imperio otomano. Los líderes aliados reconocían que con el término de la Primera Guerra Mundial, el mapa del Medio Oriente sería redibujado y el gobierno de sus territorios distribuido entre las naciones aliadas. Gran Bretaña estaba reclamando Palestina y comprometiéndose a permitir una mayor inmigración judía a dicha zona.
Este es el texto crucial de aquel documento: “El gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo,quedandoclaramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país”.
La Declaración Balfour fue puesta en tela de juicio y debatida durante años después de haberse promulgado. Algunos cuestionaron su legitimidad, e incluso los gobiernos británicos subsiguientes pasaron por alto su intención. Además, los simpatizantes de las demandas árabes por la posesión de ese territorio rechazaban el derecho de Gran Bretaña a prometérsela al pueblo judío.
Sin embargo, en 1922 la Sociedad de Naciones incluyó el texto de la Declaración Balfour en su otorgamiento a los británicos de un mandato legal para gobernar Palestina, dándole así validez dentro de la comunidad internacional a lo que había prometido Gran Bretaña. En 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas respaldó por resolución la división de Palestina en dos Estados, uno judío y el otro árabe. Por lo tanto, se puede trazar una línea internacional de legitimidad desde 1917 a 1948.
En mayo 14 de 1948, el Estado de Israel declaró su existencia como el primer Estado judío en ese territorio desde la destrucción romana de Jerusalén y la pérdida de la soberanía judía en el año 70 d. C. Algunas naciones árabes vecinas atacaron de inmediato a Israel, dando inicio a un largo período de guerra, acuerdos de paz y esfuerzos fallidos a la hora de reconciliar los intereses árabes e israelíes en la región.
Las promesas de Dios a Abraham
Hoy en día, el Estado de Israel es la única nación democrática en el Medio Oriente. Para mantener su precaria existencia debe ejercitar una constante vigilancia a fin de protegerse del terrorismo, los ataques militares y la hostilidad política de los Estados vecinos, y en ocasiones hasta del inconsistente y ambiguo apoyo de los Estados Unidos, la primera nación en reconocer la existencia de Israel.
Tal como mi experiencia arqueológica en Jerusalén hace años me demostró, la legitimidad del Estado judío es un asunto serio. Sin embargo, la mayoría no comprende el rol histórico y profético del Estado de Israel en el plan de Dios. Analicemos el tema.
El libro de Génesis registra una promesa dual que se le hizo a Abram (luego conocido como Abraham), que incluyó la posesión de la tierra que ahora es llamada Israel, y una vasta multitud de descendientes. Tal promesa también incluía una dimensión espiritual, que fue cumplida en otro descendiente de Abraham: Jesucristo.
A través de él se haría posible la promesa de la salvación espiritual para todas las razas y pueblos, sin importar su descendencia. Estas promesas a Abraham son el meollo de esa parte de la Biblia que llamamos Antiguo Testamento, y se amplifican en el Nuevo Testamento mediante el mensaje de Jesucristo, acerca de Jesucristo, y del Reino de Dios.
Las promesas físicas a los descendientes de Abraham comenzaron a cumplirse cuando las doce tribus de Israel fueron liberadas milagrosamente de la esclavitud egipcia y llevadas a la Tierra Prometida por Moisés y Josué. El antiguo Israel disfrutó de un sólido crecimiento bajo los reyes David y Salomón, pero posteriormente se dividió en dos naciones: el reino de Israel y el reino de Judá.
Sin embargo, ambas naciones se debilitaron y con el tiempo fueron derrotadas y deportadas por las poderosas Asiria y Babilonia. La Biblia detalla el deterioro y caída de Israel y Judá y muestra de manera específica y reiterada que ello se debió a sus pecados y a la violación de los acuerdos que habían hecho los ancestros del pueblo con Dios. La historia señala que el reino de Judá, al cual nos referimos principalmente como el Estado judío, llegó a su fin alrededor de 587 a. C. (o alrededor de esta fecha), cuando el rey babilonio Nabucodonosor saqueó Jerusalén y capturó a la mayoría de los judíos y se los llevó a la región de Babilonia (2 Reyes 25:7-11).
Pero la historia de la presencia del pueblo de Dios en aquella tierra no termina ahí.
El regreso al terruño
El Estado judío fue parcialmente restaurado durante el gobierno del rey persa Ciro el Grande. Persia adoptó una política nacional diferente en cuanto a las naciones cautivas, permitiendo a sus conquistados permanecer en su tierra.
Nehemías 1 contiene el decreto de Ciro que les permitió a los judíos cautivos regresar a Jerusalén para reconstruir el templo de Dios y habitar la ciudad (Nehemías 1:1-4). La historia del regreso de este remanente de Israel es relatada en los libros de Esdras y Nehemías y de los profetas Hageo, Sofonías y Malaquías. Después de superar grandes dificultades, el Estado judío renació y perduró a lo largo de los períodos persa y griego y hasta en los tiempos romanos. Esta es una parte muy importante y poco entendida del registro bíblico.
Tal como se había predicho mucho antes mediante el profeta Isaías en Isaías 44:24-28, Dios se valió de Ciro para que Israel regresara a su territorio durante este período. El plan de Dios estaba vinculado a la presencia de su pueblo en la tierra que le había prometido a Abraham.
Las profecías que se refieren a la primera venida de Jesucristo se encuentran a lo largo del Antiguo Testamento, y nombran incluso la ciudad en la cual él nacería (Belén). Él fue descendiente de David, un judío. Todo esto debía ocurrir tal como había sido profetizado, y el escenario donde se llevaría a cabo sería la tierra prometida a Abraham, la antigua tierra de Israel. Dios hizo posible que un Estado judío renaciera y se mantuviera en aquella tierra para que se cumplieran las profecías mesiánicas y preparar el ambiente para el nacimiento de su Hijo y de su Iglesia.
Vemos esto a través de las escrituras del Nuevo Testamento. La presencia del pueblo de Abraham en la tierra de Israel es clara yleemos sobre esta irrefutable evidencia en la Biblia. Lo que los arqueólogos de la actualidad han descubierto en ese territorio prueba este hecho más allá de toda duda, y los intentos por negar esta verdad no son más que maquinaciones políticas.
El Estado judío duró hasta 70 d. C., cuando Roma destruyó Jerusalén y el templo y dispersó a muchos judíos después del conflicto que había comenzado unos años antes. Desde 70 d. C. hasta 1948, a pesar de que en aquel territorio había una presencia judía dispersa, no había una nación soberana compuesta por los descendientes de Abraham a través de Israel y Judá, aquellos que poseían la bendición abrahámica que Dios había prometido siglos antes.
¿Qué significa esto en la actualidad?
Adelantémonos hasta nuestros tiempos modernos. Ahora podemos comenzar a entender por qué el Estado de Israel es importante para el propósito de Dios y por qué la Declaración Balfour de hace cien años fue un paso clave en esta historia.
La Biblia contiene profecías del tiempo del fin, justo antes de la segunda venida de Cristo, que deben incluir un Estado judío –un remanente de la antigua nación de Israel– en Jerusalén y la tierra de Israel.
En Mateo 24, Jesús mismo entregó una importantísima profecía en el monte de los Olivos. Al contestar la pregunta de sus discípulos “¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3), Jesús describió varios acontecimientos que se llevarían a cabo.
En el versículo 15-16 él les dijo: “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel . . .
entonces los que estén en Judea, huyan a los montes”. Sus discípulos sabían a lo que se refería: esta era una alusión a un suceso ocurrido en 168 o 167 a. C., cuando el rey sirio Antíoco Epífanes profanó el templo de Jerusalén ofreciendo sangre de cerdo en el altar santo. Además, acabó temporalmente con los sacrificios diarios en el templo e intentó eliminar toda presencia de la fe de Dios entre los judíos. No lo logró, pero sí impuso un tipo de genocidio en la nación por algún tiempo.
Al referirse a estos eventos, Cristo estaba diciendo que habría uno similar en los tiempos del fin. Para que esto ocurra de la manera que Jesús profetizó, tendría que haber en Jerusalén una restauración del sistema de sacrificios en un altar consagrado, tal como es descrito en las leyes bíblicas del Antiguo Testamento. Esto no podría acontecer sin un Estado nacional judío en esa tierra.
Jesús hizo referencia al profeta Daniel. En la profecía de Daniel 9 encontramos lo que se conoce como “la profecía de las setenta semanas”, la cual entrega información increíblemente precisa acerca de la Ciudad Santay la venida de Cristo durante su primera aparición e incluso de su segunda venida. Es una profecía intrincada y compleja, pero incluye referencias inequívocas en cuanto al “sacrificio y ofrenda”, “abominaciones” y “el desolador” (v. 27).
Al estudiar las declaraciones de Cristo en su conjunto, entendemos que esta profecía se extiende desde el siglo vi a. C. hasta el tiempo del regreso de Jesucristo. Nuevamente, la presencia de los sacrificios puede ser posible solamente dentro del contexto de un Estado judío restaurado en este territorio.
Un evento clave en la profecía
Muchas otras profecías que se refieren a Jerusalén y Judá pueden comprenderse y ser cumplidas solo con un Estado judío de los últimos tiempos en la tierra de antaño.
La creación del Estado de Israel en 1948 fue un suceso clave no solo en la historia moderna, sino también en la historia profética. Es una señal en la larga historia de la obra que Dios ha llevado a cabo con los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, las doce tribus de Israel, como parte de su gran propósito para llevar la salvación a todas las naciones a través de Jesucristo, la “simiente” prometida de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16).
Mientras que la salvación, es decir, el paso a la gloria inmortal en la familia de Dios, es una promesa para toda la humanidad, Dios escogió trabajar a través de la familia de un hombre para hacer esto posible. Jesucristo nació como descendiente de Abraham, y su sacrificio y resurrección son los medios para el perdón del pecado y la obtención de la vida eterna.
Israel y los judíos han estado conectados no solo con Gran Bretaña, sino también con los Estados Unidos. Los tres están vinculados por lazos más profundos, que trascienden la historia moderna. Están vinculados mediante las promesas que Dios el Creador le hizo a Abraham, el padre de los fieles. Aquellas promesas, tanto espirituales como físicas, son seguras y justas. Muchos sienten hasta cierto punto esta conexión, y les parece que proviene de Dios. Ellos intuyen que lo que le ocurre a Israel, le ocurre a los Estados Unidos. ¿Favorece y protege Dios a Israel y los Estados Unidos? El erudito estadounidense Walter Russell Mead hizo esta pregunta. En un artículo para The American Interest [El interés estadounidense] del 25 de mayo de 2011, titulado “The Dreamer Goes Down for the Count”[El soñador pierde el partido] escribió acerca de las relaciones entre las dos naciones, y dejó entrever que el vínculo que ambas comparten es algo verdaderamente especial.
Él escribió: “La existencia de Israel significa que el Dios de la Biblia aún está pendiente del bienestar de la raza humana. Para muchos cristianos estadounidenses que no son para nada como los fundamentalistas, la restauración de la Tierra Santa de los judíos y su creación de un Estado exitoso y democrático después de dos mil años de opresión y exilio es una clara señal de que se puede confiar en la religión de la Biblia”.
De hecho, sí se puede confiar en la “religión” de la Biblia y en queesla verdad. Cuando comparamos a ambas con los acontecimientos del mundo actual, logramos alcanzar un mayor nivel de entendimiento. La Declaración Balfour de 1917 fue un paso clave en la creación del actual Estado de Israel que vale la pena ser mencionado en este centenario.
El Estado de Israel en la actualidad se encuentra en una coyuntura precaria, pero muy importante en los asuntos mundiales. Pocos comprenden el rol del Estado judío según la dimensión descrita en este artículo.
Cincuenta años atrás, un observador echó un vistazo a través de la neblina de la confusión. Su nombre era Eric Hoffer, filósofo moral y social, quien escribió lo siguiente sobre la importancia de Israel: “Según como le vaya a Israel es como nos irá a todos nosotros. Si Israel perece, el holocausto será inminente” (“Israel’s Peculiar Position” [La singular posición de Israel], Los Angeles Times, mayo 26, 1968).
Por tanto, a pesar de que Israel se ve enfrentado a muchos enemigos, no debemos temer que desaparezca como Estado. ¡La Biblia muestra que jugará un rol crucial en el tiempo que precederá el regreso de Jesucristo! BN