Jesucristo y el juicio del gran trono blanco

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Jesucristo y el juicio del gran trono blanco

¿Qué va a suceder con las personas que no son cristianas cuando mueran? ¿Qué sucederá con los que ni siquiera tuvieron la oportunidad de escuchar acerca de Jesucristo y su mensaje del Reino de Dios? ¿Y qué de los que nunca vieron una Biblia ni mucho menos tuvieron la oportunidad de leerla?

Cierta escuela de pensamiento los confina a un infierno perpetuo de fuego ardiente, donde son torturados para siempre. ¿Es esa la realidad? ¿Cómo reflejaría a Dios algo así? ¿Podría él permitir que los seres humanos sufrieran eternamente solo por haber nacido en circunstancias ajenas a su voluntad?

Estas son preguntas difíciles, pero requieren respuestas. Gracias a Dios, la Biblia revela el maravilloso futuro que les espera a todas las personas que nunca han sido guiadas por él para entender su verdad, incluyendo a aquellas que nunca han oído hablar de Jesucristo ni lo han aceptado como su Señor y Salvador. De hecho, él es el único medio por el cual podemos recibir la salvación (Hechos 4:12).

En Apocalipsis 20, el apóstol Juan registró la visión de un “gran trono blanco y al que estaba sentado en él” y la resurrección de “los muertos, grandes y pequeños [ricos y pobres, célebres y desconocidos], de pie ante Dios” (vv. 11-12). El pasaje continúa así: “Y los libros fueron abiertos . . . Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros” (v. 12).

Como en este punto de la visión Dios Padre todavía se encuentra en el cielo, y puesto que todo el juicio le ha sido entregado a Cristo (Juan 5:22), es evidente que quien “estaba sentado” en el gran trono blanco es Cristo (Apocalipsis 20:11, ver también Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10).

Así pues, ¿qué le depara el futuro a los que comparecerán ante este trono de juicio?

¿Condenados a una tortura eterna?

Si bien existen diversas interpretaciones sobre el juicio final entre los que profesan ser cristianos, en general se cree que en ese futuro día del juicio la mayor parte de la humanidad comparecerá ante su Hacedor, que estará sentado en este trono.

Sin embargo, un error común es creer que en ese día Dios condenará a todos los pecadores impenitentes (es decir, la mayoría de los que alguna vez hayan vivido) al fuego eterno del infierno y que todos los que no aceptaron a Jesucristo como su Salvador personal durante su vida serán atormentados por toda la eternidad.

Si tal argumento fuera cierto, sería imperioso concluir que todos los no cristianos que murieron antes de que los misioneros cristianos pudieran predicarles, están ahora mismo quemándose en el infierno.

Esto significaría que los hombres, mujeres y niños que han profesado religiones distintas a la religión cristiana, o que no han profesado ninguna, serán torturados por siempre. Entre ellos se contarían miles de millones de africanos, asiáticos y otros que han vivido y muerto sin conocer a Cristo. Según este criterio, la mayoría de las personas que han vivido sufrirán eternamente en las llamas del infierno, mientras que solo unas pocas serán salvadas.

“Pecadores en las manos de un Dios airado”

Para ilustrar este punto de vista, echemos un vistazo a lo que enseñó Jonathan Edwards, famoso predicador estadounidense del siglo xiii.La siguiente es una cita de su famoso sermón del 8 de julio de 1741, “Pecadores en las manos de un Dios airado” (Sinners in the Hands of an Angry God):

“Sería terrible sufrir el furor y la ira del Dios Todopoderoso tan solo un momento; no obstante, usted la sufrirá por toda la eternidad. No habrá fin para ese sufrimiento intenso y horrible . . . y usted perderá por completo la esperanza de que acabe algún día, de que pueda mitigarse, de tener algún descanso, o de que algún día sea liberado.

“Usted sabrá con toda certeza que deberá pasar largos siglos, millones de millones, aguantando, sufriendo esta venganza indescriptible y despiadada . . . Así que su castigo ciertamente será infinito” (énfasis nuestro en todo este artículo).

Edwards incluso comenzó su sermón refiriéndose específicamente a los israelitas del Antiguo Testamento, de quienes dijo: “Ellos son ahora objeto de ese mismo enojo e ira de Dios que se manifiesta en los tormentos del infierno”. Además aseguró que Dios está “muy enojado con ellos, como lo está con muchas criaturas desdichadas que están siendo atormentadas en el infierno, donde sienten y padecen la furia de su ira”.

Quién sabe cuántos millones de personas, quizá miles de millones, han muerto convencidas de que sus seres queridos, y quizá también ellos mismos, ¡se encontrarán con un Dios iracundo que probablemente los condene al fuego eterno del infierno!

La doctrina de un infierno eterno
no es bíblica

Sin embargo, Jonathan Edwards estaba equivocado. En primer lugar, los pecadores no se enfrentan a un Dios enojado al momento de morir, sino que van al sepulcro sin tener conciencia de su muerte. Salomón lo afirmó claramente en Eclesiastés 9: “Los muertos nada saben . . . en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (vv. 5, 10).

Y en el Salmo 6:5 leemos esta declaración [de David] a Dios: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; En el Seol, ¿quién te alabará?”

Los muertos esperan en sus tumbas, inconscientes, hasta que en algún momento futuro se levanten cuando Cristo los llame. En Juan 5:25 leemos: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”.

El segundo error de Edwards fue su idea de un infierno que arde por siempre. Tal concepto no es bíblico. Desde luego, él no tuvo en cuenta escrituras tales como Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte[no un tormento sin fin en un infierno de fuego eterno], mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Malaquías 4:3 nos dice que los pecadores impenitentes “serán ceniza bajo las plantas de los pies [de los justos]”. En otras palabras, el destino de los que finalmente  no se arrepientan es ser quemados, totalmente consumidos por el fuego que solo deja cenizas.

Jesucristo juzgará a todos con misericordia

Ahora volvamos a Apocalipsis 20: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.

“Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (vv. 11-15).

Una vez más, el error más común al interpretar este pasaje es asumir que habrá un juicio inmediato sobre la humanidad y que la mayoría se quemará para siempre en el infierno. Como Edwards dijo, “Solo unos pocos serán salvos, y . . . la mayor parte de los hombres que han muerto hasta ahora se han ido al infierno”.

Pero una lectura cuidadosa de la Biblia revela un cuadro completamente diferente. Por un lado, debemos entender que aquí la sentencia inicial no es una condena instantánea, sino un período en el cual serán juzgados los resucitados, tal como el pueblo de Dios, que hoy está viviendo su período de juicio (ver 1 Pedro 4:17).

Por otro lado, Dios juzga con misericordia. Tanto Dios el Padre como Jesucristo tienen en común un carácter lleno de misericordia; el Padre entregó a su Hijo, y Jesús sacrificó su propia vida para que nuestros pecados fueran perdonados.

Enfoquémonos ahora en la palabra “trono” de Apocalipsis 20:11, teniendo en cuenta que el trono de Jesucristo, como el de su Padre, es un trono de misericordia: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15-16).

Fíjese cuidadosamente en las siguientes palabras: “Trono de la gracia . . . alcanzar misericordia y hallar gracia”. Cada vez que nos acercamos con humildad ante el trono de la gracia encontramos, a través de un Sumo Sacerdote misericordioso, a un Padre misericordioso. Además, la Biblia muestra que los miles de millones de personas que en el pasado no conocieron a Dios, en la futura resurrección de hecho tendrán la oportunidad de experimentar su gran misericordia, arrepentirse y, por primera vez, ¡tener la capacidad de obedecerlo y vivir de acuerdo a sus leyes!

¿Ante la presencia de un Dios airado o de uno misericordioso?

Cuando pequeños y grandes resuciten para presentarse ante el trono de Cristo, inicialmente no van a entender que están ante un trono de gracia y misericordia. De hecho, se sentirán desconsolados y sin esperanza, como leemos en Ezequiel 37, pasaje paralelo a Apocalipsis 20. Allí el profeta Ezequiel describe lo que las multitudes de seres humanos van a pensar cuando sean resucitadas.

Este capítulo presenta una imagen en la cual el destino de los hijos de Israel es diametralmente opuesto a lo que predicaba Edwards. En esta asombrosa profecía se comprueba que Dios es extraordinariamente misericordioso. Este pasaje explica que para las personas que han muerto a lo largo del tiempo habrá una futura resurrección a vida física.

En la visión Dios lleva a Ezequiel a un extenso valle, básicamente un cementerio masivo: “La mano del Eterno vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu del Eterno, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos” (Ezequiel 37:1).

El siguiente versículo indica que estos huesos eran de personas que habían muerto mucho tiempo atrás: “Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera” (v. 2).

Dios le pregunta al profeta si cree que esos huesos volverán a vivir: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” ¡Ezequiel simplemente admite que no sabe! “Y dije: Señor Eterno, tú lo sabes”.

Dios claramente profetiza que está a punto de ocurrir una resurrección a vida física: “Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra del Eterno. Así ha dicho el Eterno el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy el Eterno”.

La resurrección de los infieles

Este es el grupo de personas que vivió toda su vida sin el conocimiento de la salvación que ofrecen Dios el Padre y Jesucristo. Sin embargo, no son condenadas al fuego del infierno. Veamos lo que sucede:

“Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu.

“Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho el Eterno el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo” (v. 7-10).

Estos versículos muestran explícitamente que las personas resucitarán a vida física. ¡Incluso reciben el aliento de vida! Ahora leamos Ezequiel 37:11: “Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos”.

Estos seres humanos resucitados son conocidos como israelitas, y se les describe en un estado de desesperanza y autocondenación. Pero veamos lo que Dios les dice: “Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho el Eterno el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Eterno, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío.

“Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo el Eterno hablé, y lo hice, dice el Eterno” (vv. 12-14).

El arrepentimiento estará disponible para toda la humanidad

Considere esto: en lugar de una eternidad ardiendo en el infierno, ¡dice que un gran número de personas vuelve a la vida física! Por primera vez conocerán a Jesucristo como realmente es. Él los guiará a Dios el Padre, y tendrán acceso al don más preciado de todos: el Espíritu Santo de Dios.

Al decir que les dará el Espíritu Santo (v. 14), ¡Dios en efecto está diciendo que se arrepentirán de sus pecados y les ofrecerá la oportunidad de salvación! Así que, de nuevo, una lectura detallada de este pasaje presenta una imagen bastante diferente de la que se describe en “Pecadores en las manos de un Dios airado”.

Por otra parte, Dios va a salvar al antiguo Israel pero también le ofrecerá la salvación a toda la humanidad. Sabemos esto porque la Palabra de Dios dice una y otra vez que él no hace acepción de personas (Hechos 10:34; 1 Pedro 1:17). En cuanto a la salvación, todas las personas tienen la misma oportunidad. Pablo escribió: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

Quienes sostienen que la mayoría de la humanidad está condenada para siempre, simplemente no comprenden el misericordioso plan de Dios. No han entendido claramente que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). ¿Cómo es posible que el mismo Dios que quiere la salvación para todos los hombres, los ponga “al borde del abismo en el infierno”, según lo expresa Edwards en su sermón?

También leemos que Dios “no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Al final, las malas obras de Satanás, enemigo de la humanidad, serán destruidas por el poder y la misericordia de Dios. Los seres humanos llegarán a comprender la profunda compasión del Padre y de su Hijo Jesucristo cuando por fin aprendan la verdad de Dios, se arrepientan y decidan obedecerle.

Esta será la primera oportunidad de salvación para todos los que nunca la tuvieron en su vida en esta era y ni siquiera oyeron el nombre de Jesucristo, el único nombre, como se mencionó anteriormente, a través del cual podemos ser salvos (Hechos 4:12).

Los hombres y mujeres que vivieron en las perversas ciudades de Sodoma y Gomorra tendrán su primera oportunidad de arrepentirse y aceptar a Cristo (Mateo 10:15). Asimismo, los habitantes de las antiguas ciudades paganas de Tiro y Sidón verán y aprenderán acerca de Jesucristo por primera vez (Mateo 11:22). Estos desconcertantes pasajes se aclaran cuando finalmente entendemos el desarrollo del gran plan de Dios.

¿Cuál es su opinión?

¿Se considera usted un lector principiante de la Biblia? ¿Sabe usted lo suficiente como para darse cuenta de que Dios es un Dios misericordioso, pero que al tiempo exige que “estemos a cuentas”? (Ver Romanos 14:12). Si es así, entonces hoy puede ser su día de salvación. ¡Ahora puede ser “el momento propicio” (2 Corintios 6:2, Nueva Versión Internacional) para que usted aprenda acerca de Dios y someta su vida a él!

¡Dios puede estar llamándolo a una relación más estrecha con él de la que jamás haya tenido en su vida! Dios puede estar llamándolo ahora para que se arrepienta de sus pecados y acepte a Jesucristo como su Señor y Salvador. Tal vez Dios le está diciendo las mismas palabras que inspiró a través de Pedro: “Sed salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:40).

Se acerca un tiempo en el cual todas las personas, independientemente de su raza, religión o sexo, se pararán frente a Jesucristo y tendrán la opción de seguir su gobierno justo. Jesús les tenderá su mano amorosa para ofrecerles el arrepentimiento — un verdadero cambio de corazón y de vida para vivir por cada palabra suya.

Pero para aquellos que viven hoy (incluidos nosotros) y cuyas mentes están siendo abiertas a la verdad bíblica de Dios, no hay mejor momento que ahora para arrepentirnos de nuestro pasado camino ​​de vida y comenzar a andar por sus sendas. ¡Ahora es el momento de arrepentirse e invocar a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador! BN