Israel a los 70 - Su asombrosa historia

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Israel a los 70 - Su asombrosa historia

El moderno Estado de Israel, tal vez la entidad geopolítica más controvertida y complicada del mundo actual, nació hace setenta años, el 15 de mayo de 1948. Muchos han descrito como un milagro la historia de su existencia, establecimiento y supervivencia.

Si tomamos en cuenta que la profecía bíblica habla de una presencia política judía en Jerusalén y en la región que la rodea durante los tiempos del fin, y dado que por muchos siglos tal escenario parecía improbable, si no imposible, es muy apropiado reconocer la intervención de la mano de Dios para que esto se hiciera realidad. Dios declara que él hace que suceda todo lo que predice (Isaías 46:9-11).

¿Cuál es la historia detrás de la formación del Estado israelí? Puede que muchos de nuestros lectores estén un tanto familiarizados con la existencia de Tierra Santa en tiempos de Jesús y los apóstoles, pero ¿qué sucedió después? La increíble historia es un extraordinario testimonio de la fidelidad de Dios para llevar a cabo lo que ha prometido y profetizado.

El pueblo judío consideraba que su antigua presencia en la tierra previamente conocida como Canaán, y en tiempos del Nuevo Testamento como Judea, Samaria y Galilea, era un cumplimiento de las promesas de Dios a Abraham: este era el territorio conocido como la Tierra Prometida. Y aun cuando los romanos los expulsaron, el pueblo judío continuó esperando el cumplimiento de las promesas y profecías de Dios de llevar a las tribus de Israel y a Judá de vuelta a su patria.

Los judíos fieles, aquellos que continuaron practicando las tradiciones religiosas judías, siguieron alimentando un profundo deseo de retornar a su suelo. Los servicios de culto en sus fiestas anuales de Pascua y Yom Kippur (o Día de Expiación) típicamente terminaban con la súplica “¡El próximo año en Jerusalén!”

Los sueños del pueblo judío por fin comenzaríana hacerse realidad mediante los extraordinariosacontecimientos que condujeron a1948. Sin embargo, aún debe llevarse acabo un cumplimiento mucho mayor.

Después de tanto tiempo, los sueños del pueblo judío por fin comenzaban a hacerse realidad mediante los extraordinarios acontecimientos que condujeron a 1948 y los que siguen teniendo lugar hasta hoy día. Sin embargo, como revela la Biblia, todavía debe llevarse a cabo un cumplimiento mucho mayor.

La diáspora

Cuando se acercaba el fin de su ministerio, Jesús predijo la inminente destrucción del templo (Mateo 24:2). El drama de los judíos y su exilio de la tierra de Israel comenzó solo cuarenta años después de que Jesucristo pronunciara tales palabras, en el año 70 d. C., cuando gobernaba el emperador romano Vespasiano. Este se hizo ayudar por su hijo y sucesor Tito, que entonces era general, y tanto la ciudad de Jerusalén como el templo de Dios, donde Jesús había adorado y enseñado, fueron destruidos.

El deseo de los judíos de independizarse de Roma finalmente condujo a levantamientos que produjeron su propia ruina, y el Arco de Tito sigue en pie hasta hoy en las afueras del Coliseo en Roma, como testimonio de la conquista que dio inicio a 1800 años de “diáspora” — la dispersión del pueblo judío fuera de la tierra de Israel. El edificio mismo del Coliseo fue construido con el botín de la guerra con los judíos.

La revuelta de Bar Kojba (132-135 d. C.), otro intento judío por liberarse de las ataduras romanas sesenta y cinco años más tarde, fue aplastada por el emperador romano Adriano. Como consecuencia, los judíos fueron expulsados de Jerusalén y esta ciudad se convirtió en pagana. Su templo pagano fue construido en la cima del Monte del Templo.

Los siglos siguieron su marcha, y con el tiempo la Tierra Prometida fue conquistada y gobernada por los musulmanes, sistema que duraría muchos siglos más. Parecía imposible que alguna vez pudiera restablecerse un gobierno judío en aquella zona.

El movimiento sionista

Es importante entender que desde la destrucción de Jerusalén por los romanos en adelante, el pueblo judío fue perseguido prácticamente en todos los lugares a donde fue, y no solo bajo el paganismo romano, sino también bajo la versión antisemítica del cristianismo que reemplazó a este. A lo largo de la Edad Media, y aun durante el Renacimiento y el Siglo de las Luces, los judíos continuaron dispersándose en búsqueda de paz, pero no la encontraron.

Ya a fines del siglo XIX y a principios del XX, por todo el Imperio ruso los judíos fueron blanco de pogromos (matanzas, disturbios intencionales y persecuciones a gran escala de su raza). En 1896 Theodore Herzl, activista político nacido en Hungría y educado en Austria, resumió la opresiva condición de los judíos en su famoso e influyente panfleto Der Judenstaat (El Estado judío), afirmando:

“En los países donde hemos vivido por siglos todavía somos considerados extranjeros, y a menudo por aquellos cuyos ancestros ni siquiera se habían asentado aún en la tierra donde los judíos ya habían experimentado sufrimiento”.

Herzl ha sido llamado “el padre del sionismo”, el movimiento que persigue restablecer una patria para el pueblo judío. Sion es el nombre que se le da a Jerusalén. Su apasionada defensa de un Estado judío fue esencial para lo que pronto ocurriría. Sin embargo, para que su visión se hiciera realidad se requería algo más que ideales: su sueño necesitaba respaldo político internacional.

Más de veinte años después de que Herzl publicara Der Judenstaat, ese respaldo político dio un notable paso adelante como resultado de la agitación política que siguió a la Primera Guerra Mundial. Para entonces, los turcos otomanos habían reinado sobre Tierra Santa durante más de quinientos años. La propuesta de Herzl consistía en pedirle humildemente al sultán turco que les cediera o vendiera tierras, pero la derrota de los otomanos por parte de los británicos en la Primera Guerra Mundial cambió la conversación y favoreció decididamente a los judíos.

Del Mandato británico al establecimiento de un Estado

En 1917, un año antes del fin de la Primera Guerra Mundial y mientras las fuerzas británicas luchaban por quitarle la Tierra Santa a los otomanos, la famosa Declaración Balfour (firmada por el secretario de asuntos exteriores británico Arthur James Balfour) proclamó: “El Gobierno de su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Poco después, en 1920, a Gran Bretaña se le encomendó el gobierno de la zona bajo un mandato de la Liga [o Sociedad] de las Naciones.

Lamentablemente, las esperanzadoras palabras de la declaración quedaron en el aire, y sin señales de cumplirse, por casi treinta años. Mientras tanto, los terribles acontecimientos en Europa culminaron con el surgimiento de una Alemania nazi bajo Adolfo Hitler, su conquista del continente y su atroz y sistemática limpieza étnica de los judíos.

El Holocausto acabó con las vidas de más de seis millones de judíos y causó indecible sufrimiento. Después de tanto trauma, la recientemente creada Organización de las Naciones Unidas aprobó una resolución en noviembre de 1947 para dividir el territorio de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. La disputada Jerusalén fue declarada una ciudad internacional especial que no pertenecía a ninguna nación.

Los judíos, que tanto habían ansiado y esperado este momento y que habían trabajado y presionado intensamente para que se hiciera realidad, rápidamente organizaron y establecieron un gobierno.

Preparaciones cruciales

No se debe subestimar el alto grado de preparación para este momento que se alcanzó durante los cincuenta y dos años transcurridos entre la publicación de Der Judenstaat y la fundación del moderno Estado de Israel. Si los judíos hubiesen considerado que su meta no era lo suficientemente seria y tangible, su nueva nación habría sucumbido rápidamente a manos de las naciones mucho más grandes y poderosas que la rodeaban.

La inmigración durante el periodo del Mandato británico –que a menudo se hacía ilegalmente para esquivar los límites impuestos por Gran Bretaña– aportó al territorio una presencia judía capaz de sostenerse y defenderse a sí misma. Los habitantes judíos formaron una fuerza paramilitar de autodefensa llamada la Haganá, que significa “la Defensa”, y que más tarde sirvió como la base organizativa que dio origen a las Fuerzas de Defensa de Israel.

Estos pioneros enfrentaron enormes obstáculos. Ante la prohibición de fabricar sus propias armas y municiones llevaban a cabo operaciones clandestinas, poniendo frecuentemente en riesgo sus propias vidas en preparación para la inevitable necesidad de defensa nacional en caso de que no lograran convertirse en un Estado.

Más allá de estos esfuerzos de índole práctica, la unificación cultural del país se debió en gran parte a un hombre llamado Eliezer Ben-Yehuda, quien revivió y completó el idioma hebreo, haciéndolo adaptable y útil para los propósitos modernos.

Es importante entender que los judíos acudían de todas partes del mundo con diversos idiomas nativos, matices culturales y perspectivas religiosas. La implementación del hebreo moderno fomentó la unidad y la cooperación y dio paso a una cultura israelí única. Este crucial hecho, unido a las enormes ganas de los judíos de deshacerse de sus previas afiliaciones nacionales debido a la persecución universal que habían sufrido, facilitó la formación de un verdadero crisol cultural que ha continuado fortaleciendo a la nación.

El inmediato conflicto con el mundo árabe

Cuando se aprobó la resolución de 1947, los árabes que vivían dentro y fuera de Palestina se movilizaron para una guerra, determinados a empujar a los judíos “hasta el mar”, como a menudo lo expresaban. Esta lucha nunca ha cesado, desde que se proclamó a Israel como Estado.

La lucha comenzó apenas se dio a conocer la resolución con la guerra civil de 1947-1948, librada en lo que aún era el Mandato británico. En el conflicto se enfrentaron comunidades judías y árabes, estas últimas con ayuda de fuerzas árabes extranjeras. La siguiente fase, la guerra árabe-israelí de 1948, tuvo lugar después del nacimiento de Israel y continuó hasta el año siguiente. Jordania, Egipto, Siria e Irak enviaron a la zona fuerzas expedicionarias reforzadas por tropas de otros países árabes, pero los judíos salieron victoriosos.

El resultado no dejó dudas sobre la viabilidad del Estado judío, pero también ocasionó el desplazamiento de unos 700 000 árabes residentes en la zona de Palestina, quienes escaparon a las naciones árabes vecinas. (Rara vez se menciona el hecho de que desde fines de la década de 1940 hasta 1972, una cifra similar de judíos escapó o fue expulsada de naciones musulmanas en el Medio Oriente y África del Norte, y que se restablecieron en Israel).

El flujo de refugiados puso a los países árabes ante un inusual y estresante dilema: concederles la ciudadanía y asimilarlos afectaría su propio equilibrio político, ya de sí muy frágil, y además equivaldría a reconocer el derecho de Israel a existir.

Los descendientes de esta población original de refugiados se han convertido en una nación sin Estado y se han multiplicado por millones — millones que aún siguen peleando, de manera literal y política, por la revocación de su exilio y el establecimiento de un Estado palestino.

Lo que asombra a muchos observadores es que Israel, que en comparación con sus enemigos era insignificante en todo sentido, se las arregló no solamente para sobrevivir su primer conflicto militar sino también para desarrollar una democracia pujante y estable, capaz de defenderse a sí misma una y otra vez.

En las siguientes décadas, la historia de Israel sería un constante ciclo de provocación y guerra por parte de todos los países limítrofes. El más significativo e impactante de estos conflictos fue la guerra de los Seis Días en 1967, que claramente destacó a Israel como la fuerza militar dominante en la región, reputación que todavía mantiene.

En junio de 1967, mientras Egipto bloqueaba el puerto israelí de Eilat en el mar Rojo, los líderes árabes anunciaron su firme decisión de borrar al Estado judío del mapa. Mientras los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria se reunían y preparaban para dar un golpe, Israel lanzó un devastador ataque preventivo y obtuvo una milagrosa victoria que nadie pudo haber predicho. Israel no solo repelió a estos ejércitos en tres frentes distintos sino que además triplicó su territorio en el proceso, quitándole los Altos del Golán a Siria, la Franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto y, aún más importante, Jerusalén y la región conocida como Cisjordania a Jordania.

Esto provocó el exilio de otros 250 000 refugiados palestinos y permitió que finalmente los judíos volvieran a Jerusalén y se establecieran allí. Para los sionistas, Jerusalén fue su máxima recompensa y la respuesta a más de 1900 años de clamar “¡El próximo año en Jerusalén!”

Conflicto en las fronteras y una paz frágil

Pero la paz en el moderno Estado de Israel siempre ha sido de corta duración. En 1973, Siria y Egipto atacaron sorpresivamente a Israel en el Día de Expiación, un día santo anual conocido por los judíos como Yom Kippur, lo cual dio comienzo a la guerra de Yom Kippur. Cien mil tropas de países árabes fueron enviadas para ayudar a las fuerzas egipcias y sirias, junto con armamentos y apoyo financiero.

La supervivencia misma de Israel estaba en juego. Sus fuerzas se las arreglaron exitosamente para recuperar el terreno perdido en los primeros días y lograr un cese del fuego casi un mes después, pero ambos bandos sufrieron la pérdida de miles de vidas.

La esperanza de paz se materializó en la frontera sureña de Israel en 1979, cuando Israel firmó un tratado de paz con Egipto. Israel devolvió la península del Sinaí, que le había quitado a Egipto doce años antes en la guerra de los Seis Días, a cambio del libre tránsito de las naves israelís por el canal de Suez.

En el proceso, Egipto se convirtió en la primera nación árabe que reconoció oficialmente a Israel como Estado. Esta decisión le acarreó la censura del mundo árabe y la expulsión de la Liga Árabe por diez años. Aún más, el presidente de Egipto, Anwar Sadat, fue asesinado en 1981 por la yihad islámica egipcia en represalia por el tratado, su amplia tolerancia del Estado judío y, por extensión, su supuesta falta de compromiso con el movimiento palestino.

El Líbano, ubicado inmediatamente al norte de Israel, luchaba con sus propios conflictos políticos internos, que cobraron miles de vidas en la guerra civil libanesa, que duró desde 1975 a 1990. Durante este tiempo, la Organización para la Liberación Palestina (OLP) perpetró ataques contra las ciudades del norte de Israel, lo que hizo que los israelíes se vengaran y emprendieran campañas contra el Líbano en 1978 y 1979.

En 1982 se declaró una guerra absoluta para exterminar a la OLP y poner fin a sus reiterados ataques contra la población civil de Israel. Después de la expulsión de la OLP del Líbano, el grupo terrorista Hezbolá pasó a ser la principal organización antiisraelí dentro de las fronteras libanesas.

Al oriente, Jordania finalmente hizo las paces con Israel en 1994 y renunció a sus exigencias de propiedad respecto a Cisjordania y Jerusalén, pero siguió abogando para que estas fueran parte de un Estado palestino separado.

Esta estrategia, objeto de candentes polémicas y conocida como “la solución de los dos Estados”, persigue un acuerdo mutuo para formar dos Estados independientes en la tierra de Israel, uno judío y otro árabe, según se propuso en la resolución de las Naciones Unidas en 1947. Y aunque se han hecho muchos intentos en este sentido, las propuestas han sido rechazadas consistentemente por el mundo árabe, que preferiría ver al Estado judío erradicado y no tener que coexistir con él.

La zona de los Altos del Golán, situada al noreste de Israel, ha sido por largo tiempo el principal motivo de los desacuerdos entre Israel y Siria. Esta última, que antes de la guerra de 1967 era dueña de esta área, bombardeaba una y otra vez los asentamientos israelíes de las tierras bajas, provocando conflictos intermitentes. Desde que capturó la zona de los Altos del Golán en 1967, Israel ha poblado la zona y ha construido en ella numerosos asentamientos.

Solo hace un año, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu declaró: “El Golán siempre permanecerá en poder de Israel. Israel nunca se retirará de los Altos del Golán”. Esta firme determinación respecto al territorio en disputa fue posible como consecuencia de la guerra siria, que ha distraído a este país del tema por los últimos siete años y ha permitido que Israel solidifique su posesión de la zona.

Con sus vecinos más cercanos abrumados con problemas aún mayores en sus propios países, la oposición externa más tangible y obstinada a la existencia de Israel en estos momentos proviene de Irán. Aunque Israel e Irán no se han enfrascado en guerras mutuas, Irán es uno de los muchos países musulmanes que han proporcionado tropas y recursos a los enemigos de Israel a lo largo de los años. Y ahora el mundo observa con gran aprehensión cómo Irán intensifica su retórica, mientras sus programas nucleares y de misiles siguen desarrollándose ininterrumpidamente.

Problemas y amenazas desde adentro

Dos de los territorios que Israel confiscó a Egipto y Jordania en la guerra de los Seis Días –Gaza y Cisjordania– se convirtieron en arraigados baluartes del nacionalismo palestino. La construcción de asentamientos israelíes en esta zona ha provocado gran resistencia de la mayoría de la población árabe y suscitado la condena de la comunidad internacional. Como dentro de las fronteras de Israel viven millones de árabes conocidos como palestinos, la tensión interna en Israel fluctúa entre “palpable pero estable” y “explosiva y mortal”. (Para entender mejor este tema, lea “¿Quiénes son los palestinos?”, en la página 13).

La palabra árabe intifada, que en árabe significa “agitación”, describe de manera muy precisa la magnitud de las protestas y demostraciones que estallaron por todo Israel desde 1987 a 1993. Este periodo, conocido como Primera Intifada, se desencadenó por la frustración ante la construcción de asentamientos israelíes y la continua ocupación militar de Gaza y Cisjordania.

Estas protestas a menudo provocaban la respuesta de las fuerzas policiacas y militares israelíes y desembocaban en violencia, tanto así, que en este periodo de seis años murieron unos 1600 palestinos y 275 israelíes. Mientras que la Primera Intifada se caracterizó principalmente por movimientos de protesta locales que frecuentemente escalaban hasta la violencia, la Segunda Intifada se caracterizó por ataques deliberados contra civiles israelíes para matar e infundir miedo.

La Segunda Intifada duró desde 2000 a 2005, y provocó la muerte de aproximadamente 3000 personas en el lado palestino y 1000 israelíes. Comenzó cuando el ex primer ministro Ariel visitó el Monte del Templo, un gesto provocativo del que se valieron los líderes del movimiento palestino para fomentar la violencia y acusar a Israel de estar maniobrando para apoderarse del complejo Al-Aqsa. Los disturbios incluyeron una mortal oleada de suicidios con bombas (para entender mejor este tema, lea “El Monte del Templo en Jerusalén: Centro de conflictos”, en la página 10).

Los ataques suicidas con bombas en cafés, buses públicos y hasta en clubes de baile se convirtieron en algo común, y dejaron una marca indeleble en los protocolos de seguridad interna de la nación. Esto dio origen a la restricción de movimiento dentro de Israel de quienes eran considerados palestinos, puestos de control de vehículos, construcción de murallas para separar los vecindarios israelíes, y la amplia presencia de personal policiaco y militar en las áreas públicas. Y aunque los israelíes consideran que estas medidas son necesarias y justificadas (ya que acabaron eficazmente con la mortal ola de suicidios por bombas), los árabes las ven como degradantes, opresivas y racistas.

El fin de la Segunda Intifada, tan devastadora en el aspecto sicológico, dio lugar a los que muchos consideran una pequeña victoria para la causa palestina: Israel expulsó a todos sus ciudadanos israelíes de Gaza y demolió el controvertido asentamiento israelí que había sido construido allí. Sin embargo, en vez de producir paz, esta medida envalentonó a Hamás, una organización terrorista palestina convertida en partido político, para desafiar a la Autoridad Palestina (la entidad administrativa formada por la OLP para gobernar Cisjordania y Gaza, ambas sujetas a la ley marcial israelí).

Después de una breve y sangrienta confrontación, Hamás se apoderó de Gaza. En respuesta a los repetidos ataques con cohetes y morteros a los asentamientos israelíes cercanos, Israel efectuó dos operaciones militares pesadas contra Gaza en 2008-2009 y 2014. En 2006, otras acciones militares parecidas por parte de Hezbolá en el Líbano encendieron otra guerra en el frente noroccidental, que desde entonces ha permanecido relativamente tranquilo.

Las recientes condiciones en Israel

Mi esposa y yo nos mudamos a Tel-Aviv en 2015, al comienzo de lo que se ha llamado la Intifada de los Cuchillos u Ola del Terror, una serie de ataques terroristas palestinos perpetrados por “lobos solitarios” en el territorio de Israel. Y aunque se han sugerido y debatido una serie de factores que contribuyeron a la Ola del Terror, este movimiento fue una respuesta parcial a las renovadas acusaciones de que Israel planeaba apoderarse del control del Monte del Templo.

En varias ocasiones comimos en restaurantes donde a la noche siguiente morían o eran heridas una decena de personas, o caminábamos por las pacíficas plazas de la ciudad donde solo el día anterior habían tenido lugar acuchillamientos y embestidas con vehículos.

Aunque la cultura israelí está hastiada de esta rutina aparentemente interminable, en cierto modo se ha vuelto insensible a ella. La vida en general continúa como siempre, a pesar de las interrupciones que ocasionan las cada vez más numerosas y engorrosas medidas de seguridad.

La esperanza de una “solución de dos Estados” se está desvaneciendo en la opinión pública. Tanto israelíes como palestinos están perdiendo la confianza en que pueda superarse la creciente brecha que los separa. Más aún, el siempre vigente drama protagonizado por el Monte del Templo sigue siendo un tema crucial, ya que los sionistas israelíes extremistas periódicamente avivan las llamas de un fuego que se inflama fácilmente. La construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania, que frecuentemente se realizan contraviniendo los reglamentos legales y sin permiso del gobierno israelí, añaden aún más combustible al fuego.

Y aunque Israel aparentemente mantiene a raya las amenazas externas a su seguridad, la opinión internacional en cuanto al Estado judío se ha revertido drásticamente desde que se emitiera la resolución de las Naciones Unidas en 1947. Ningún otro país de la Tierra es blanco de tanta crítica, indignación, sanciones y boicots como Israel. Por ejemplo, de todas las crisis humanitarias y atrocidades dictatoriales en el mundo moderno, en 2016 la Asamblea General de la ONU adoptó veinte resoluciones en contra de Israel, ¡y un total de solo seis en contra de todos los otros países combinados!

El lugar del moderno Israel en la profecía bíblica

Casi igual que sucedió con el milagroso establecimiento y supervivencia de Israel, el odio que esta nación debe soportar de parte del mundo desafía toda explicación racional. Sin embargo, quienes estudian la Biblia reconocen que dicha actitud es el cumplimiento de la misma profecía bíblica que muestra cómo Jerusalén se convertiría una vez más en el centro de la atención mundial: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor . . . yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zacarías 12:2-3).

Nuestra visita a Yad Vashem, el Museo de la Historia del Holocausto en Israel, fue quizá una de las experiencias más impactantes e instructivas que mi esposa y yo vivimos mientras residimos en el país. Después de tantos siglos de persecución al pueblo judío y su culminación con el Holocausto, no es de extrañarse que la mayoría de los judíos actuales consideren que el Estado de Israel es una necesidad para su autopreservación, un refugio seguro para los judíos dondequiera que se encuentren. ¡Es horroroso que las palabras de Herzl terminaran siendo tan ciertas!

Y a pesar de que la visión de Herzl de un Estado judío moderno puede ser descrita como profética, es importante darse cuenta de que el lugar de Israel en el mundo actual es en realidad un componente y un cumplimiento de la profecía bíblica que confirma la veracidad de la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que pueda justificarse cada acción militar de Israel ni que este tiene una garantía de protección e inmunidad de parte de Dios ante cada ataque, sino que él ha permitido y dirigido los acontecimientos mundiales de acuerdo a su grandioso plan supremo. De hecho, ese plan muestra que el futuro les depara difíciles circunstancias a la moderna nación de Israel y a la ciudad de Jerusalén.

Al referirse al devastador y terrible tiempo del fin que se aproxima, Jesús advirtió: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado . . . Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas” (Lucas 21:20-22). La Biblia nos dice además que “la mitad de la ciudad será llevada en cautiverio” (Zacarías 14:2).

Muchos consideran el retorno de los judíos a la tierra en el siglo pasado como el cumplimiento de las promesas de Dios de un segundo Éxodo para llevar a los israelitas de vuelta a su patria (vea, por ejemplo, Isaías 11:11-12). No obstante, debemos entender que la presencia judía en la tierra de Israel hoy en día no significa exactamente que el antiguo sueño de los judíos se haya hecho realidad.

Una porción de los judíos que están reasentándose en el territorio todavía están muy lejos del maravilloso futuro que Dios declara en sus pasajes proféticos. Este incluye llevar de vuelta a todas las tribus de Israel, no solo a los judíos, y asegurarse de que vivan en paz y protegidos de todos sus enemigos. Incluye derramar el Espíritu de Dios sobre ellos y otorgarles el profundo entendimiento de su verdad, la restauración de los servicios de culto en el templo de Jerusalén, y que sean el ejemplo a seguir para todo el mundo.

Hoy en día los israelíes no solo están en constante peligro, sino que además los judíos no pueden adorar a Dios en el Monte del Templo y lamentan su profanación con santuarios musulmanes. Millones todavía claman “¡El próximo año en Jerusalén!” Sin duda, el retorno de los israelitas dista mucho de hacerse realidad.

Desde luego, era fundamental que los judíos tuvieran una presencia dominante en la Tierra Santa para poder cumplir profecías específicas del tiempo del fin, tales como las del libro de Daniel, que indican una restitución de los sacrificios y afirman que estos finalmente llegarán a su fin en un tiempo de invasión y grave tribulación. Pero, nuevamente, el mismo hecho de que este tiempo terrible todavía esté en el futuro muestra que las grandes promesas de la restauración de Israel a su tierra en perpetua paz, prosperidad y seguridad todavía están por venir.

Gracias a Dios estas promesas se cumplirán, sin ninguna duda. Mientras tanto, debemos tomar en cuenta que la formación del Estado de Israel hace setenta años y su continua existencia se han llevado a cabo de acuerdo al plan de Dios, sin olvidar que este plan comprende eventos muy grandiosos que todavía están en el futuro. Debemos orar fervientemente por la maravillosa era que se aproxima, cuando todo Israel florecerá y será considerado una bendición por todo el mundo. BN