Invitados a hacer un pacto con Dios

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Invitados a hacer un pacto con Dios

Mientras mejor entendemos el contraste que existe entre la verdadera religión de Dios y todas las otras, más debe asombrarnos lo que nuestro Dios Creador nos ofrece a los humildes seres humanos. La verdadera religión de Dios es, por supuesto, la que se basa íntegramente en su Palabra revelada para la humanidad: la Biblia.

El Salmo 103 detalla muchos de los maravillosos beneficios que Dios nos promete. Su amor, misericordia y generosidad son magníficos. El rey David reflexionó así: “Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto: ¿qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes?” (Salmos 8:3-4, Nueva Traducción Viviente).

Lo que resulta aún más extraordinario es la humildad de Dios al ofrecernos un pacto mediante el cual se obliga a cuidarnos amorosa y completamente, ahora y por siempre, en tanto permanezcamos fieles y continuemos arrepintiéndonos cuando fallamos.

¿Apreciamos lo que significa vivir en un pacto con Dios?

Los primeros pactos bíblicos

Los pactos se mencionan muchas veces en la Biblia. La palabra española “pacto” aparece en la versión Reina Valera 1960 ¡casi 300 veces! En el Antiguo Testamento encontramos varios pactos, especialmente los que Dios hizo con los patriarcas.

Pero ¿qué es exactamente un pacto? Por lo general, se trata de un contrato o acuerdo legal formal entre dos o más partes que define lo que cada una de ellas se compromete a hacer o aportar, detallando promesas y obligaciones.

Puesto que Dios tiene autoridad y poder supremos, ¿qué le impide desechar los pactos que hace y retractarse de sus promesas? Su carácter santo y puro, que incluye el hecho de que nunca miente y siempre cumple sus promesas. ¡Esto es algo que la Biblia afirma una y otra vez!

Uno de los pactos que Dios hizo con su pueblo fue el que se refiere al sábado, en el que Dios dijo que sus sábados serían un “pacto perpetuo” y una “señal . . . para siempre entre [mí] y los hijos de Israel” (Éxodo 31:16-17). Incluso hoy en día, el sábado sigue siendo una importantísima señal que sirve para identificar al pueblo de Dios.

Antes del ministerio de Jesucristo, los judíos habían continuado adorando bajo los términos del pacto más amplio que Dios había hecho con la nación de Israel en el monte Sinaí, conocido como “pacto del Sinaí”  o “antiguo pacto”; Hebreos 8:13 lo declara “viejo” debido a la introducción del nuevo.

Este artículo se enfoca principalmente en el nuevo pacto que Jesucristo, el “Mediador del nuevo pacto”, presentó e instituyó (Hebreos 12:24). Para comprender a fondo el nuevo pacto y las muchas y controvertidas afirmaciones que se hacen del mismo, le recomendamos nuestro folleto gratuito El nuevo pacto: ¿Anula la ley de Dios?

El pacto anterior era valioso y maravilloso en innumerables aspectos. De hecho, todo lo que Dios enseñó con el antiguo pacto, incluidos los Diez Mandamientos y muchos otros principios, sirve como fundamento esencial y preámbulo para el nuevo pacto (véase el artículo complementario “Dos tablas de piedra”, en la página 17). Incluso los numerosos “sacrificios de sangre”, el sacrificio de animales mediante el derramamiento de sangre, tenían un profundo significado ya que eran proféticos y simbolizaban a Jesucristo, quien moriría derramando su propia sangre.

El antiguo pacto estableció una relación especial entre Dios y su pueblo, y él se comprometió a cuidar de la nación de Israel mientras el pueblo fuera leal con él. Dios les ofreció a los israelitas magníficas bendiciones, que recibirían si lo obedecían continuamente.

De hecho, Dios no solo iba a ser el Gobernante de Israel como su Rey, sino que consideró la relación de pacto con su pueblo como un matrimonio en términos espirituales, diciendo que él “era un esposo para ellos” (Jeremías 31:32). Pero los israelitas invalidaron ese pacto (mismo versículo). Dios comparó a la nación de Israel, que más tarde se dividió en los reinos de Israel y Judá, con una esposa infiel que cometía adulterio con dioses falsos y poderes políticos extranjeros.

Hebreos 8:7-8 explica que la “falla” del antiguo pacto no estaba en las reglas que Dios estableció, sino en la incapacidad del pueblo para mantenerse fiel a los caminos del Eterno debido a su debilidad espiritual. No había en ellos “el corazón” para creer, confiar y obedecer a Dios (véase Deuteronomio 5:29; 9:24). El antiguo pacto tampoco ofrecía la oportunidad del perdón definitivo de los pecados ni la de recibir el Espíritu Santo de Dios, que daba la capacidad de obedecer y otorgar la vida eterna.

Un mejor pacto, en el que se conceden perdón y ayuda para obedecer

Dios dijo que al final haría “un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jeremías 31:31). Este era “un pacto mejor . . . establecido sobre mejores promesas” (Hebreos 8:6). Bajo sus términos, Dios no eliminaría sus leyes, como muchos piensan, sino que las escribiría en los corazones y las mentes de su pueblo, y perdonaría su infracción de la ley sin acordarse nunca más de su pecado (Jeremías 31:33-34).

Sería un nuevo acuerdo matrimonial. Una de las parábolas del reino de Jesús compara al Reino de Dios con un matrimonio (Mateo 22:1-14). Apocalipsis 19:6-9 revela que la Iglesia está comprometida a unirse en matrimonio con Jesucristo cuando él regrese. Efesios 5:22-33 hace énfasis en los profundos paralelos entre el matrimonio humano y el matrimonio de la Iglesia con Cristo. La Iglesia, como un Israel renovado, es precursora de la relación que Dios anhela mantener con el resto de Israel y con aquellos de todas las naciones que se sometan para formar parte de ella.

Jesús inició este nuevo pacto con Israel entre sus discípulos, ofreciéndoles una copa de vino la noche antes de su muerte y diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (1 Corintios 11:25). El precio de compra de su Novia espiritual sería elevado, ya que solo su propia sangre derramada en la muerte podía hacer posible la expiación del pecado.

¡Este pacto depende absolutamente del perdón que Dios nos concede! Una parte fundamental del plan de salvación de Dios es su disposición para perdonar a las personas sus pecados. Cuando una persona llamada por Dios se bautiza, se le perdonan todos los pecados de su vida pasada, por más horrorosos que algunos de ellos hayan sido (Hechos 2:38).

Pablo citó a Dios diciendo: “Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Romanos 11:27).

Cuando la Biblia habla del perdón de Dios, quiere decir perdón absoluto. Isaías 1:18 cita a Dios diciendo“si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos . . .”. Una vez que Dios nos ha perdonado, ¡nos considera puros y libres de pecado!

Uno de los Salmos de David dice: “Misericordioso y clemente es el Eterno; lento para la ira, y grande en misericordia . . . No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmos 103:8-12).

Esta asombrosa gracia, esta extraordinaria misericordia y perdón, se basan en la voluntad de Jesucristo de sufrir y morir para pagar la pena por todos nuestros pecados.

Para mantener nuestra armoniosa relación de pacto con Dios, debemos vivir según su “manual de instrucciones”, la Biblia, y arrepentirnos y pedirle perdón siempre que pequemos (véase Lucas 4:4; 1 Juan 1:9). La Biblia habla de muchas personas que cometieron grandes pecados y recibieron el perdón de Dios una vez que se arrepintieron. ¡Una gracia asombrosa, sin duda!

Desde luego, es necesario entender que cuando Dios exige que le obedezcamos no está fomentando la salvación por obras, porque estas por sí solas nunca podrían hacernos salvos. Pero los mandamientos de Dios definen su carácter, y debemos desear fervientemente que el nuestro se parezca cada vez más al suyo. La gracia de Dios no es una “gracia barata”, esa gracia falsa que alienta la idea de seguir viviendo en el pecado (véase Judas 4).

Además, no podemos vencer nosotros solos; debemos contar con la ayuda y el poder de Dios. El nuevo pacto ofrece el don del Espíritu Santo dentro del creyente, lo que significa que debemos tener las leyes de Dios escritas en nuestros corazones y mentes y no en tablas de piedra. Esto hace posible que nuestros corazones sean fieles. Nos comprometemos a este proceso mediante el arrepentimiento y el bautismo para así recibir el don del Espíritu (Hechos 2:38).

Con todo, es necesario comprender que mantenernos fieles no significa que nunca más volveremos a pecar en esta vida. Ningún ser humano, salvo Jesucristo, ha vivido completamente libre de pecado. En ocasiones, los cristianos convertidos siguen cometiendo pecados (véase Romanos 7; 1 Juan 1:8). Felizmente, bajo los términos del nuevo pacto que Dios ofrece, él perdona a quienes se arrepienten sinceramente y los considera libres de pecado gracias al sacrificio de Cristo. Además, él nos ayuda a crecer en cuanto a conversión espiritual y obediencia durante el resto de nuestras vidas, siempre que sigamos entregados a él.

El “yugo” de Cristo

Si comparamos la relación en este pacto, ¡está claro que lo que Dios nos ofrece y lo que nosotros podemos ofrecerle a él distan mucho de parecerse! Para ilustrarlo, ¡imagínese que alguien prometiera darle un millón de dólares cada semana si usted simplemente le corta el césped! Absurdo, ¿verdad?

Y aún así, lo que Dios nos ofrece es todavía más asombroso. Nos promete “preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). ¡Nos ofrece la vida eterna como seres espirituales glorificados en su familia y su reino divinos!

¿Y qué exige él de nosotros? Él no exige, como hacen muchas religiones, una vida de ascetismo y abnegación extrema. Sino que, debemos “amar a Dios y guardar sus mandamientos . . . y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3). Y él incluso nos ayuda a lograrlo y nos perdona, siempre y cuando nos arrepintamos cada vez que tropecemos. Como resultado, tendremos la bendición de disfrutar vidas felices y sanas, llenas de amor, alegría, paz y demás elementos del carácter virtuoso (Gálatas 5:22-23).

De hecho, Jesús dijo“he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:10-11). Nuestro Buen Pastor da su vida por sus débiles ovejitas, ¡mientras que nosotros, en comparación, tenemos tan poco para ofrecerle!

Un pacto puede compararse a una yunta de animales que tiran de un arado y se ayudan mutuamente. Asombrosamente, el pacto de Dios nos representa a nosotros en yugo con Jesucristo en una unión, ¡un equipo! Obviamente, ¡Cristo es quien tiene el verdadero poder en ese equipo!

Fíjese en lo que dijo Jesús para animarnos y para que no nos asustáramos de este compromiso: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29-30).

Cuando Jesús dijo que su yugo es fácil, se refería a lo que nos corresponde cargar. ¡Jesús ha cargado con la dificultad y lo pesado del yugo! Él se ha sacrificado por nosotros de innumerables maneras, ¡y sigue ayudándonos!

La vida del hombre muchas veces es dura debido a la fuerza de atracción de la naturaleza humana egoísta, y a que estamos rodeados de muchas tentaciones y hasta persecuciones en el mundo actual, que aún es gobernado por Satanás el diablo. Jesús advirtió que la puerta es estrecha, y difícil el camino que conduce a la vida eterna (Mateo 7:13-14).

Recuerde siempre esta promesa del apóstol Pablo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).

Jesús advirtió a sus seguidores de aquella época y a los del futuro que debían esperar muchas pruebas, tentaciones y persecuciones en el camino. Y luego los consoló con las palabras “el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mateo 10:22). Y además prometió la garantía del éxito en tanto siguiéramos acercándonos a Dios a través de él.

La verdadera religión de Dios es totalmente diferente

Compare la religión bíblica con cualquier otro sistema de culto. En algunas religiones, su dios no ofrece beneficios sino  solo amenazas de castigos, quizá evitados mediante sacrificios. En otras religiones, una deidad puede conceder frívolamente algunos beneficios, pero sin dar a los fieles la seguridad de recibirlos de forma consistente y continua. Sus seguidores pueden percibir que tales dádivas solo benefician su reputación como deidad, pero que esta no tiene ningún interés auténtico por el pueblo. En las religiones paganas, el dios no ama al pueblo ni le pide que lo ame, sino solo que lo obedezca, sirva y adore.

Por el contrario, ¡el amor del verdadero Dios es tan humilde y sacrificado, que sobrepasa nuestra comprensión! Considere el hecho de que la Biblia es el libro de amor de Dios: ¡en él expresa su amor por la gente y cómo la gente debe aprender a amarlo a él!

El punto principal es este: no hay ninguna otra religión cuyo dios ofrece firmar un pacto para obligarse eternamente a cuidar bien de su pueblo, aun si este le permanece fiel. Y ciertamente, incluso en las historias paganas de dioses moribundos y salvadores, en ninguna otra religión el dios ha hecho semejante sacrificio voluntario por el pueblo, e indudablemente, ¡ninguno tan monumental como el de Dios Padre que sacrificó a su Hijo, ni como el de Jesucristo, que se dio a sí mismo en sacrificio!

Sin ninguna duda, ¡Dios el Padre y Jesucristo tienen todo el deseo de compartir su felicidad con los demás! Para lograrlo han diseñado un gran plan maestro de salvación para crear su familia divina que, como vimos, ¡compartirá su naturaleza divina! ¿Cómo será eso? El rey David escribió: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).

En comparación, actualmente Dios está llamando a unos pocos para que aprendan sus caminos y vivan según sus leyes, como primicias de la gran cosecha espiritual de la humanidad pues su deseo es, finalmente, ofrecer la salvación a todos (compare Santiago 1:18; 2 Pedro 3:9).

Si usted ya forma parte del pueblo espiritual de Dios, la Novia de Cristo, y ha aceptado los términos del nuevo pacto, ¡regocíjese grandemente y manténgase fiel! Si aún no lo ha hecho, ¡vuélvase a Dios de todo corazón y procure ser parte de esta magnífica relación en un pacto con Dios y Jesucristo! BN