¿Es la verdad realmente importante?
Creo que estaba en el octavo grado la primera vez que oí el término perjurio. Debe haber sido en una clase de educación cívica, cuando estábamos aprendiendo acerca de las ramas del gobierno de Estados Unidos.
Ese día en particular estábamos discutiendo la rama judicial y cómo funcionan los sistemas de la corte. No recuerdo cómo surgió, pero me sorprendí cuando escuché que había una ley que condenaba mentir bajo juramento. Me impactó. No podía imaginarme que necesitáramos una ley que castigara el hecho de poner nuestra mano en la Biblia, jurar decir la verdad y nada más que la verdad en frente de una audiencia de testigos, y luego mentir. ¿Quién se atrevería a hacer eso?
Resulta que muchos sí se atreverían. Ese es el problema, por lo cual tenemos que tener una ley que condene tal cosa. Pareciera ser que se ha vuelto la norma esperar que la gente entregue información parcial, o altere y tergiverse la verdad, especialmente para autoprotegerse.
Considere lo que hemos visto en las noticias estos últimos meses: elecciones con abundancia de difamaciones a todo nivel, cuando los candidatos decían lo que fuera necesario para socavar a sus oponentes. La mañana después de cada discurso o debate, las fuentes noticieras analizaban las declaraciones hechas y entregaban un informe de cuáles eran ciertas y cuáles eran mentira. Y desde luego, tampoco se puede confiar en que los analistas de noticias presenten las cosas con veracidad. Más aún, hemos visto que los políticos dicen y hacen lo que sea para llegar a ocupar un puesto de gobierno, y así ha sido siempre. El año recién pasado fue una prueba todavía más contundente de esto.
También vimos el verano pasado en las noticias que el medallista olímpico de natación Ryan Lochte les dijo a los periodistas que había sido asaltado a mano armada durante las Olimpiadas en Río de Janeiro, Brasil. No tomó mucho para que los investigadores descubrieran que Lochte y varios de sus compañeros de natación se habían emborrachado y habían destruido el baño de una estación de gasolina, y que el dueño estaba exigiendo que pagaran por los daños.
¡Fue bochornoso! Como ciudadano estadounidense, yo mismo me avergoncé de que un representante de nuestra nación que estaba de visita en otro país actuase como un niño — y luego mintiese para cubrir su mal comportamiento. ¡Qué vergüenza!
¿Es la verdad algo que aún importa? Para esta gente prominente pareciera ser que no, a juzgar por sus acciones y mentiras. ¿Podemos vivir exitosamente en un mundo donde todos dicen su propia versión de la verdad? ¿Cuál es el impacto negativo de esta realidad? ¿Cómo afecta nuestras relaciones personales el sentirnos cómodos en un mundo lleno de verdades parciales?
Y aún más importante, ¿de qué manera afecta esto nuestro crecimiento espiritual y la relación con nuestro Padre celestial?
Dios nos ordena que seamos honestos
Dios tiene mucho que decir acerca de la importancia de hablar la verdad. Los israelitas se estremecieron de temor por el estruendo proveniente de la montaña mientras Dios les entregaba los Diez Mandamientos. Dios, con toda autoridad, entregó la base de su ley y luego escribió personalmente sus mandamientos en tablas de piedra para que Moisés las llevara a la nación recién liberada.
Uno de esos mandamientos tiene que ver con decir la verdad: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16).
El mandamiento de Dios con respecto a este tema de mentirle a nuestro prójimo es claro y conciso. A medida que uno estudia la Palabra de Dios, se da cuenta de que es un mandamiento que abarca todo lo que involucra este tema. El plan de Dios para usted y para mí es la transformación. Dios desea que nuestro cristianismo sea un esfuerzo completo. Este mandamiento acerca de no hablar falso testimonio es mucho más que evitar la mentira; lo que en realidad significa es que debemos llevar una vida basada en la verdad.
El rey David preguntó en Salmos 15:1-2: “Eterno, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?” Y él contestó: “El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón”.
Aquellos que lleguen a ser parte del Reino de Dios hablarán la verdad en sus corazones. La “verdad en su corazón” significa que usted adopta la verdad hasta en lo más profundo de su ser. La verdad debe ser una parte central de nosotros.
Aquellos que estarán en el Reino de Dios pasarán una vida entera buscando la pureza — una vida dedicada a la verdad y viviendo según ella.
Lo que hace este proceso tan difícil es que vivimos en una cultura que no valora la verdad. Hemos llegado a aceptar medias verdades, y la tergiversación y desinformación son la norma. Considere las noticias de los canales locales y de cable como ejemplo. Nos hemos vuelto completamente cómodos con versiones de la verdad. Ya sean conservadoras o liberales, podemos elegir el sabor de la verdad que más nos guste. Debemos tener en claro que incluso las medias verdades incluyen una porción de engaño.
¿Podemos elegir nuestra propia verdad?
En la Biblia vemos que la gente del reino de Judá estaba cansada de la condenación que los profetas de Dios les estaban proclamando. No querían oír la verdad o el juicio de Dios. De hecho, querían seguir llevando una vida contraria a la instrucción de Dios e ignorar lo que él pensaba de esto. “Les dicen a los videntes: ¡Dejen de ver visiones! Les dicen a los profetas: No nos digan lo que es correcto. Dígannos cosas agradables, cuéntennos mentiras” (Isaías 30:10, Nueva Traducción Viviente).
Cuando escogemos solo el sabor de la verdad que queremos oír, básicamente estamos haciendo lo mismo. Cada asunto tiene varias facetas. Por supuesto, no hay problema con adoptar opiniones fuertes una vez que se ha indagado profundamente el tema para encontrar la verdad y se han analizado todos los ángulos. Sí, considere todos los ángulos, pero sepa que lo que Dios tiene que decir en cuanto a un tema es lo que verdaderamente importa.
Entonces, ¿podemos llegar a saber la verdad? Porque no son solo los medios de comunicación los que nos entregan su punto de vista torcido. Estos puntos de vista pueden inmiscuirse silenciosamente en todo aspecto de nuestras vidas. Los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos pasaron meses presentando su punto de vista de quienes son y lo que desean hacer como líderes de la nación.
¿Quién, realmente, cree todo lo que dicen? Probablemente nadie. Nadie les creyó porque nos hemos familiarizado y quizás hasta acomodado al hecho de que se nos miente a diario. Desde un niño pequeño hasta los líderes de nuestras naciones, todos sabemos y entendemos que estamos recibiendo una versión de la “verdad” que puede ser o no genuina.
Proverbios 22:1 nos dice: “Elige una buena reputación sobre las muchas riquezas”. Hubo un tiempo en que la honestidad y la integridad eran características muy valoradas, pero hoy en día vemos en nuestra sociedad que muchos llegan a la cima mediante la intimidación, pisoteando a otros en el proceso y diciendo lo que sea necesario para llegar ahí. Las características que una vez parecían ser buenas y moralmente saludables ahora son consideradas débiles y sin valor. Aparentemente se cree que la honestidad, la humildad y la paciencia no son cualidades dignas de un ganador.
¿Está dispuesto a buscar y vivir el camino de la verdad?
Recuerdo cuando vi la primera temporada del programa de televisión Survivor [Superviviente]. Fue la única temporada que vi. Desde ese entonces he visto algunos episodios por aquí y por allá, pero esa primera temporada presenciamos algo novedoso, un programa de juegos como ningún otro que muestra la naturaleza humana, el engaño y la codicia de los contendientes que compiten para ganar. Se requiere astucia para ganar, no honestidad. La gente honesta es la primera en ser eliminada del juego. La persona honesta no es suficientemente apta en un mundo sin escrúpulos.
¿Por qué no se tiene en alta estima una buena reputación, como dice el proverbio? El primer ganador de Survivor ganó un millón de dólares y acudió a todos los programas de conversación promocionando su triunfo. Nos hemos condicionado lentamente a una manera de vivir que tolera el hecho de que la deshonestidad es una de las formas de avanzar en la vida.
Hemos perdido la visión, e incluso rechazado la fuente de la verdad. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Dios es la verdad principal. La verdad es el ámbito donde él se desenvuelve. Él habla la verdad, pero eso no es lo que la gente quiere oír. Todos quieren que su propia perspectiva o versión de cómo son o debieran ser las cosas sea la verdad.
El hombre no siempre ha apreciado la verdad de Dios. “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.
“Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre” (Romanos 1:21-25, Nueva Versión Internacional).
¿Y qué pasa con nuestra relación con Dios? ¿Valoramos la fuente de la verdad? ¿Lo adora usted con un espíritu de verdad? Eso es lo que se requiere de usted (Juan 4:23).
El hecho es que la verdad auténtica existe, y si estamos siguiendo a Dios y buscando llevar una vida que sea aceptable para él, debemos buscar su verdad. La Biblia dice que Dios no puede mentir (Tito 1:2). Su propio ser es la verdad.
Él envió a su Hijo para que llevara una vida perfecta y fuese un ejemplo para nosotros; de la misma manera, nosotros debemos esforzarnos por llevar una vida de verdad. Dejar a Dios de lado en nuestras vidas es contrario a esto. Si no somos cuidadosos, eventualmente ocurrirá lo opuesto. Debemos seguir a Dios porque él es la verdad. Él es quien establece la norma para nosotros. La verdad debe ser un aspecto de nuestro ser que está en continuo crecimiento. Debe estar en nuestros corazones, hasta lo más profundo de nuestro ser. Es una cualidad extremadamente valorable.
La verdad sí importa. Le importa a Dios, y debiera importarnos a nosotros.