El sexo, el matrimonio y la familia: Su significado espiritual

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El sexo, el matrimonio y la familia

Su significado espiritual

Tener un matrimonio feliz y satisfactorio con la persona que amamos más entrañablemente es uno de los anhelos más fervientes tanto de hombres como de mujeres. Compartir felizmente nuestras esperanzas, sueños, vicisitudes, y el amplio abanico de nuestras vivencias de la manera más íntima es una de las experiencias más satisfactorias de todas.

Un buen matrimonio, bendecido además con hijos felices, respetuosos y exitosos, que a su vez crían hijos con los mismos atributos, es el broche de oro de una buena vida. ¡Y qué vida es esta! A todos nos gustaría que esta historia fuera la nuestra. Todo el mundo quiere los resultados, pero no todos quieren vivir la vida que los produce.

Dios reveló desde un principio que el matrimonio era una unión especial entre un hombre y una mujer porque, para decirlo sin rodeos, esa era la forma de tener hijos. Las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio producían hijos dentro de esa familia; sin embargo, los beneficios del matrimonio tradicional van más allá de la reproducción.

Los estudios al respecto siguen demostrando que tanto hombres como mujeres por lo general viven más tiempo y son más felices cuando están casados con alguien del sexo opuesto. En estas uniones tradicionales, los hijos también suelen crecer con más habilidades sociales y éxito económico que aquellos que crecen en uniones alternativas.

No cabe duda de que hay un fuerte argumento social a favor del matrimonio monógamo tradicional entre un hombre y una mujer. En la Biblia encontramos un apoyo indiscutible a las uniones tradicionales. La experiencia ha demostrado una y otra vez que estas directrices bíblicas para las relaciones y la crianza de los hijos son las que mejor funcionan.

¿Hay reglas?

No obstante, muchas personas no están seguras de que Dios verdaderamente exista o de que sus instrucciones sean relevantes en la actualidad. Algunos creen que los seres humanos llegaron a existir por fuerzas evolutivas, como resultado de la selección natural ciega y la supervivencia del más apto. Esta teoría postula que las personas son simplemente animales superiores y que no existen leyes espirituales que guíen la conducta humana, ni tampoco el requisito de que las relaciones sexuales sean únicamente dentro del matrimonio.

Ya fuera porque deseaban experimentar con esta perspectiva, o porque simplemente no querían seguir las instrucciones bíblicas, hombres y mujeres a través de los tiempos han probado muchas relaciones sexuales diferentes, incluyendo el sexo prematrimonial, el adulterio, la poligamia (un hombre con múltiples esposas), la poliandria (una mujer con múltiples maridos), la homosexualidad y los matrimonios en grupo.

Hoy por hoy las relaciones prematrimoniales, el adulterio y las relaciones homosexuales han ganado una mayor aceptación, lo que ha puesto en peligro y socavado el matrimonio tradicional. La suposición de muchos, incluidos los Gobiernos y los jueces que legislan la aceptación de todos los puntos de vista y de todas las personas, independientemente de sus prácticas y estilos de vida, es que todas las opciones son iguales, por lo que la gente puede hacer lo que quiera. Lamentablemente, este enfoque se considera moralmente superior a todos los demás.

¿Fuimos diseñados para el matrimonio y la familia?

Sin embargo, a pesar de toda la experimentación sexual, casi todo el mundo quiere la misma buena vida, incluidos los hijos. Pareciera que los seres humanos están psicológicamente programados para desear el matrimonio y la familia.

Pero ¿por qué somos así? ¿Será acaso  que desde el principio fuimos diseñados de esta manera por un Creador? ¿Qué hubiera pasado con la raza humana si hombres y mujeres no hubieran sido creados con el deseo sexual que asegurara la procreación, el anhelo de intimidad tanto emocional como física con otra persona, y la aspiración a tener descendencia?

¿Fue pura casualidad acaso que las cosas resultaran así? Quienes tienen ojos para ver entienden que estos rasgos innatos simplemente son, entre muchos otros, indicadores adicionales que apuntan a un hecho ineludible: la humanidad fue diseñada y creada por Dios. La Biblia explica que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27), es decir, tanto en nuestra apariencia general como en nuestras mentes pensantes.

Aquí también se revela un principio importante que se prolonga en el matrimonio y la familia: que la vida humana está modelada según realidades espirituales, inmateriales e invisibles. Al igual que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios, el matrimonio y la familia se basan en conceptos espirituales.

Dios, el Diseñador del sexo, el matrimonio y la familia

Para comprender el significado espiritual del sexo, el matrimonio y la familia, debemos acudir a Dios, nuestro Creador, para saber qué tenía en mente al crear la raza humana.

Aunque podríamos ir al Génesis, el primer libro de la Biblia, para aprender sobre el matrimonio y cómo creó Dios a los primeros seres humanos, primero debemos ir a otras secciones de la Palabra de Dios para aprender por qué nos creó como lo hizo.

Cuando repasamos estos pasajes, nos enteramos de un plan que Dios tenía no solo para Adán y Eva, los primeros seres humanos, sino también para toda la humanidad, es decir, todas las personas que han vivido o vivirán todavía. Además, encontramos que el matrimonio y la familia humana reflejan este plan, que fue determinado antes de la fundación del mundo.

Poco después de que Jesucristo viniera a la Tierra y viviera como Dios en la carne, uno de sus seguidores, el apóstol Juan, escribió un libro para demostrar a sus contemporáneos y a la humanidad actual que Jesús realmente era Dios.

En esta obra, Juan dice de Jesús: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios” (Juan 1:10-12, énfasis nuestro en todo este artículo).

La frase “hijos de Dios” nos dice que Dios está creando su propia familia. Otros pasajes revelan esta misma verdad asombrosa. En Hebreos 2:10 encontramos que Jesús estuvo y sigue estando involucrado en el plan y propósito de Dios “de llevar a muchos hijos a la gloria”.

El apóstol Pablo también escribió sobre “el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda la familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:14-15).

Dios nos diseñó para formar parte de su familia

Pablo también animó al pueblo de Dios en Corinto con la promesa específica que les había sido dada: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y os recibiré, y seré a vosotros por Padre para vosotros, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17-18).

Tal como las familias humanas tienen hijos que nacen de ellas y forman parte de sus familias, Dios creó inicialmente a Adán y Eva y a su progenie –a todos nosotros– para que formaran parte de su familia. Las familias físicas son, por tanto, un tipo de la misma familia espiritual de Dios.

Continuando con este tema, Apocalipsis 21:7 añade: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Estas escrituras y otras nos dicen que el plan de Dios desde el principio fue crear primero a los seres humanos como criaturas temporales de carne y hueso, sujetas a la muerte, y luego darles la oportunidad de vivir  para siempre como seres espirituales en su familia eterna. Si respondemos a Dios con amor y obediencia, Dios nos ofrece esta gran promesa.

Dios finalmente va a hacer esta oferta de formar parte de su familia a cada ser humano. Al explicar el amor de Dios por todos sus hijos, otro de los seguidores de Cristo, el apóstol Pedro, escribió: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Dios no quiere que nadie pierda la oportunidad de su vida: ¡la oportunidad de una vida eterna!

Este es el propósito general y trascendental de Dios al crear a la humanidad: ofrecernos la oportunidad de formar parte de su familia eterna, de ser sus propios hijos. Si nos arrepentimos y nos bautizamos, podemos recibir este maravilloso regalo. Cuando nos bautizamos, recibimos el Espíritu Santo de Dios (Hechos 2:38), algo que nos distingue como sus hijos. En Romanos 8:14, Pablo explica que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”.

Convertirse en hijos del Padre

Por supuesto, cuando respondemos al mandato de Dios de arrepentirnos y bautizarnos, seguimos viviendo como seres humanos físicos, no transformados aún en espíritu. Para alentar a los cristianos recién bautizados, Pablo comparó este proceso de convertirse en hijos de Dios con la manera en que en el mundo romano de su época se llegaba a recibir todos los derechos y privilegios como hijo y heredero dentro de una familia.

En el versículo 15, Pablo continúa: “Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos ‘Abba, Padre’” (Nueva Traducción Viviente). Este versículo, además de hablarnos de la promesa de convertirnos en hijos de Dios, muestra que nuestra relación con él puede llegar a ser muy estrecha y personal.

Pablo continúa diciendo en el versículo 17: “Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento” (NTV).

En el mundo romano de la época de Pablo, un padre declaraba a su hijo plenamente hijo y heredero cuando este alcanzaba cierto nivel de madurez en su juventud. Antes de dicha declaración, se consideraba que el hijo se hallaba en una posición muy inferior a la de su padre. Pero una vez que se proclamaba su mayoría de edad, el joven quedaba legalmente investido de todos los derechos, poderes y privilegios de un hijo y heredero de su padre.

Pablo se refiere a este proceso en Romanos 8 (y en Gálatas 4, donde utiliza un lenguaje muy similar para explicar el mismo punto). El proceso no se completaba hasta que el hijo alcanzaba la mayoría de edad y recibía todos los derechos y privilegios.

Continuando con este tema, Pablo escribió en el versículo 23: “. . . y los creyentes también gemimos –aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura– porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento. Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos, incluido el nuevo cuerpo que nos prometió” (NTV).

Pablo explica que nuestra condición actual es similar a la de los hijos que aún no han llegado al punto de tener todos los derechos de la filiación, aunque alcanzaremos esa condición en la resurrección a inmortalidad cuando Cristo regrese (1 Tesalonicenses 4:15-17).

La inspiración de Dios para que Pablo utilizara esta analogía destaca la realidad y la garantía absoluta que Dios nos da de que podemos llegar a ser sus hijos y finalmente vivir para siempre en su familia. La promesa de Dios de los derechos plenos de la filiación se otorgará en la resurrección o cambio de la mortalidad a la inmortalidad, momento en el que seremos investidos de todos los poderes y privilegios de un hijo divino.

Haciéndose eco de estos mismos pensamientos, Juan escribe en 1 Juan 3:1-3: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es. Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo . . .”

La asombrosa verdad revelada en este versículo es que nosotros, al igual que Cristo, ¡tendremos vida eterna con un poder y gloria inimaginables! Para tener una idea de cómo será nuestra apariencia glorificada, lea Apocalipsis 1:12-16, donde se describe la apariencia glorificada de Cristo. (Para aprender más sobre lo que significa purificarse para convertirse en hijo de Dios, solicite nuestra guía de estudio gratuita Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana).

En pocas palabras, el plan de Dios para la humanidad es un plan familiar. Ahora bien, ¿qué pasa con el matrimonio?

La dimensión espiritual del matrimonio

Tal como la familia humana refleja el plan de Dios de tener una familia, el matrimonio humano también refleja una relación espiritual. El matrimonio humano está modelado según la relación entre Jesucristo y la Iglesia.

Observe cómo explica Pablo este concepto. Después de hablar de las responsabilidades de los esposos y las esposas y de la relación entre ambos, Pablo dice: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:32-33).

¡Qué hermoso ejemplo es la relación entre Cristo y la Iglesia! Pablo explica que Cristo amó tanto a la Iglesia, que dio su vida por ella (versículo 25). ¿Cómo podríamos los miembros de la Iglesia dudar de su amor por nosotros? ¿Cómo podríamos no responder a las cosas que él nos pide que hagamos?

El hecho de que el matrimonio entre un hombre y una mujer sea un símbolo de la relación entre Cristo y la Iglesia se entiende aún mejor por medio de una visión que Jesucristo reveló a Juan y que fue registrada en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis.

Jesús nos revela que después de que regrese para apoderarse de los reinos de esta Tierra y establecer el Reino de Dios, va a participar en un matrimonio muy especial.

Así es como Juan registró la visión: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:7-9).

Los santos fieles que hayan seguido obedientemente a Jesucristo se convertirán colectivamente en la Esposa de Cristo. Su conducta justa se compara con el lino fino y costoso.

Un matrimonio humano feliz es el reflejo de un matrimonio muy superior, uno que realmente durará para siempre porque ambas partes serán espíritus inmortales. Por estar estrechamente relacionado con la familia, el matrimonio nos da una ventana para comprender el amor y el plan de Dios para la humanidad. Y dado que los matrimonios humanos siguen el modelo de esta relación espiritual, pueden ayudarnos a comprender esta relación presente y futura en el plano divino.  BN