El poder del perdón
La mañana del 2 de octubre de 2006 ocurrió lo inimaginable en un pequeño y tranquilo pueblo de Estados Unidos. Algo estalló en la mente de un hombre de 32 años que conducía un camión lechero en el condado de Lancaster, Pensilvania, un área conocida por su población amish. Aparentemente sufría de una enfermedad mental no especificada, y había escrito cartas suicidas a su esposa y tres hijos.
En la nota mencionaba la rabia no superada que sentía contra Dios por la muerte de su bebita. A continuación cargó su revólver de 9 mm y otras armas en su camión y se dirigió a una escuela de una sola aula en la comunidad de la Antigua Orden amish de Nickel Mines. El conductor, que ahora estaba armado, tomó como rehenes a diez jovencitas amish, dejando que otros adultos y niños de sexo masculino escaparan. Les dijo a algunos que quería vengarse de Dios.
Enseguida la situación pasó de ser grave a horrorosa. Solo 30 minutos después de que comenzara la pesadilla, el hombre inesperadamente empezó a dispararles a las indefensas niñas, quienes tenían entre 6 y 13 años. Dos minutos después, mientras la policía estatal invadía la escuela, el asaltante se disparó a sí mismo.
Dos de las víctimas murieron instantáneamente. Otras tres, poco después. Cinco sobrevivieron milagrosamente.
Tanto la comunidad como el resto de los Estados Unidos quedaron pasmados, horrorizados y espantados. Cualquier tiroteo en una escuela es en sí horripilante, pero el solo imaginarse a niñas pequeñas e inocentes de un grupo de la Antigua Orden amish siendo asesinadas a sangre fría fue demasiado.
Sin embargo, de esta oscuridad surgió una luz — una manera liberadora de pensar y vivir de acuerdo con lo que se nos ha dicho desde hace mucho en las páginas de las Escrituras.
Reacción inesperada
Mientras la gente local y del resto del mundo intentaba comprender el horroroso suceso que había tenido lugar, un milagro inesperado comenzó a tomar forma. El atribulado abuelo de una de las niñas les advirtió a sus familiares que no cayeran presa del odio, diciendo: “No debemos desearle mal a este hombre”.
Sorprendentemente, de la comunidad amish brotó un perdón incondicional. Por iniciativa propia, los vecinos se presentaron ante los miembros de la familia del asaltante para ofrecerles consuelo y perdón. Algunos visitaron a su viuda, sus padres y suegros, y se estableció una colecta privada para su familia.
¿Cuál fue el resultado? Una oleada de asombro inundó a la comunidad. Frente a un horror inimaginable, esta respuesta llena de amor por parte de los afligidos amish conmovió a todas las personas que oyeron su historia.
En vez de enfocarse en los horripilantes detalles de la tragedia, 2400 informes noticiosos sobre el perdón se difundieron por todo el planeta (Ann Rogers, “Nickel Mines Legacy: Forgive First” [El legado de Nickel Mines: Perdonar primero], Pittsburg Post-Gazette, 30 de septiembre de 2007).
La viuda del pistolero escribió más tarde una carta abierta a sus vecinos amish: “Su amor por nuestra familia ha contribuido a brindarnos la sanidad que tan desesperadamente necesitamos. Los regalos que nos han dado han tocado nuestros corazones de una manera que ninguna palabra puede describir. Su compasión ha trascendido nuestra familia y nuestra comunidad y está cambiando nuestro mundo, y por ello les agradecemos sinceramente” (citado por Damien McElroy, “Amish Killer’s Widow Thanks Families of Victims for Forgiveness” [La viuda del asesino de los amish agradece a las familias de las víctimas por su perdón], The Daily Telegraph, 16 de octubre de 2006).
He leído esta historia varias veces, y cada vez no solamente me estremezco de horror, sino que además me quedo sin palabras frente a la reacción difícil de comprender de la comunidad amish y las familias de las víctimas. Me he preguntado: ¿Cómo reaccionaría yo? ¿Podría llegar a perdonar un acto terrorista absurdo como este perpetrado contra mis seres queridos, y la pérdida permanente de ellos? Este nivel de perdón cae totalmente fuera de la esfera de la conducta y reacción naturales del ser humano.
Pero esto sí tiene precedentes. Veamos otra historia de perdón difícil de comprender.
Una lección acerca de no perdonar como se ha sido perdonado
En Mateo 18 se nos habla exactamente de lo opuesto en la parábola del siervo que se rehusó a perdonar. Comienza cuando el apóstol Pedro le pregunta a Cristo: “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”
Jesús le respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos [una gran fortuna]. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.
“Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
“Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (vv. 21-35).
A primera vista esta narración parece absurda, pero la lección es evidente. En este relato a un hombre se le perdona una deuda de millones, pero no logra ver lo que ello significa y no aprende la moraleja. Después de recibir este magnífico beneficio, el hombre perdonado se encuentra con alguien que le debe una pequeña suma en comparación y le exige que le pague todo de inmediato. Cuando el benevolente amo del hombre perdonado se entera del grosero comportamiento de este, le retira su bendición y le exige que pague su deuda original.
Esta parábola nos enseña acerca de la deuda comparativa y también del perdón y la compasión. La moraleja aquí es que debemos extender el mismo perdón que hemos recibido a aquellos que nos deben.
En comparación, las dos deudas eran muy desproporcionadas: la misma diferencia entre lo que Dios nos ha perdonado y lo que debemos perdonarles a otros.
El mejor ejemplo
Existe además otro relato que también desafía el razonamiento humano en cuanto al perdón.
Antes de que Jesús viniera a la Tierra como hombre, era llamado el Verbo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Luego se convirtió en un ser humano: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (v. 14).
Jesucristo luego permitió que lo asesinaran. “¡Qué absurdo!”, podríamos pensar. “¿Por qué quiso someterse a algo así?” Pero el apóstol Pablo explica en Filipenses 2 que detrás de ello había un gran propósito, y ejemplifica el tipo de mentalidad que debemos tener.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”, dijo Pablo (v. 5), notando que “aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse” (v. 6, Nueva Traducción Viviente). En vez, Jesús “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (vv. 7-8).
Se nos perdonó una deuda enorme, una que nunca podríamos pagar. No obstante, Jesús vino a nuestra vida y pagó esa deuda por nosotros. Si estamos en un estado de gracia así de ventajoso con nuestro Dios, ¿no debiéramos perdonar cualquier cosa más pequeña que exista entre nosotros?
Cristo fue irreprochable, perfecto e inocente. No le hizo daño a nadie. No hizo nada malo, pecaminoso ni ilegal. Reconoció al gobierno invasor romano y sus leyes. Respetó el sacerdocio levítico, pero muchos de los líderes judíos celosos, autojustos e hipócritas de ese entonces no cejaron en sus intentos por buscar la manera de desacreditarlo y conspiraron cómo matarlo.
Todo esto, mientras Cristo predicaba a grandes multitudes y alimentaba a miles, respondía preguntas respecto a la moralidad con una sabiduría impecable, sanaba a cientos (si no miles de personas) y llevaba a cabo muchos otros milagros.
La envidia y el odio que le tenían los miembros del liderazgo judío eran impresionantes, y finalmente lograron matarlo.
Al final de su vida terrenal Cristo dejó estas palabras a todos aquellos que lo lastimaron, desde los líderes religiosos hasta las muchedumbres que gritaban exigiendo su crucifixión y los oficiales romanos y soldados que se burlaron de él: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¡Qué injusto e inmerecido! Desde luego, habían sido influenciados por Satanás; pero este también es el caso de todos los seres humanos cuando cometen maldades en contra de sus congéneres.
¿Qué podemos aprender de estos relatos?
Cuando nos convertimos en cristianos, nos embarcamos en un viaje para pensar de forma diferente a como pensábamos antes. Adquirimos conciencia de un Dios vivo con el cual podemos hablar y nos podemos relacionar. También nos damos cuenta de quiénes somos y luego asumimos la responsabilidad de nuestras vidas. Tenemos libre albedrío para tomar decisiones y hacer las cosas de manera diferente. Ninguna otra forma física de vida tiene esa capacidad.
Desde el principio de su ministerio público, Jesús habló de amar a nuestros adversarios y a todos los que nos odian y abusan de nosotros. En el sermón del monte, les asignó tareas para practicar el perdón a quienes se reunieron para oírlo: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
En el mismo mensaje le enseñó a la gente cómo orar: “. . . y perdónanos nuestros pecados, así como hemos perdonado a los que pecan contra nosotros” (Mateo 6:12, Nueva Traducción Viviente). Él recalcó este punto justo después de haber entregado la oración modelo: “Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados” (vv. 14-15, NTV).
Este paso transformador de la mente es crucial en nuestro proceso para obtener paz mental. Debemos perdonar, que significa dejar de sentirse enojado o alimentar resentimiento en contra de alguien por alguna ofensa, falta o error. El perdón no es simplemente algo bueno o un atributo personal positivo. Es un estado que alcanzamos y mantenemos con plena conciencia y determinación, lo que finalmente libera nuestra mente de la vergüenza y la culpa que nos impiden tener tranquilidad mental.
En cuanto al pasaje anterior, Mateo 6:12-16, el famoso teólogo y profesor John Stott dice en su libro The Sermon on the Mount: An Expositional Commentary [El sermón del monte: Comentario expositivo]:
“Una vez, mientras hablaba con un psiquiatra cristiano, le mencioné el problema del perdón y la necesidad que el hombre tiene de este. El psiquiatra me dijo: ‘Por lo que a mí respecta, la mayoría de lo que un psiquiatra hace está directamente relacionado con el perdón. Las personas acuden a él con problemas y se sienten culpables respecto al rol que tuvieron en ellos. De hecho, le confiesan sus pecados al consejero y se dan cuenta de que este los perdona. Luego se establece un patrón en el cual pueden mostrar un cambio de corazón tangible hacia la otra persona o personas’.
“El psiquiatra concluyó observando que ‘la gran necesidad de ser perdonado por otro ser humano que tantas personas sienten es solo la sombra de una necesidad mucho más profunda que todos tienen, la de ser perdonados por Dios’” (énfasis nuestro en todo este artículo).
Todos nos hemos sentido heridos por las acciones o palabras de otros. Los actos vengativos con frecuencia se cometen en contra de personas cercanas. Pueden ser críticas, un acto de traición, malentendidos e incluso pensamientos bien intencionados que igual causan ofensa y provocan enojo y dolor. Si estos sentimientos no son resueltos, pueden crecer más y más hasta salirse de proporción en comparación con el problema original, al punto de llegar a consumirnos. El perdón nos libera de esa carga.
Pero el supuesto perpetrador generalmente no es el único que sufre: también lo hace quien permanece sin perdonar.
Me siento muy triste cuando veo a gente que guarda rencor, a veces por años, por insultos y acciones del pasado. Simplemente no pueden superarlo, quizás porque sienten que dejar su enojo atrás de alguna manera minimiza lo que pasó. Pero el perdón no minimiza el mal que se hizo; más bien nos libera de la atadura de los pensamientos de injusticia que nos consumen.
(Una palabra sabia: Nada en este artículo debe mal entenderse como una recomendación de que alguien que se encuentra en una situación de abuso doméstico debe permanecer en esta. La gravedad de tales circunstancias por lo general aumenta en peligrosidad para una o para ambas personas. Si usted o alguien que conoce está en esa situación, busque ayuda y aléjese del peligro. Como Proverbios 27:12 [NTV] dice, “El prudente ve el peligro y lo evita”).
¿Qué debemos hacer entonces?
Lo ideal es ir a la persona que nos ofendió o a quien ofendimos, pero si ello no es posible, podemos pedirle a Dios que limpie nuestra conciencia para que podamos continuar en paz.
En su oración modelo Jesús nos exhorta a que oremos a Dios por su perdón y para que nos ayude a perdonar a otros, lo cual sugiere que cuando oramos es la mejor ocasión para exponerle a Dios cualquier dificultad respecto a esto. Dígale cómo se siente. Dígale cómo no quiere sentirse. Pídale que elimine su hostilidad, amargura, venganza y todo pensamiento negativo, y que lo ayude a enfrentar el mundo con un corazón limpio.
Perdonar y olvidar le abrirán la puerta a la tranquilidad mental y a relaciones más saludables. El perdón es un componente vital de nuestra salud física, mental, emocional y especialmente espiritual.
Ciertas rencillas entre pueblos que nunca fueron superadas se remontan milenios en el pasado, y sus consiguientes generaciones continúan librando la misma infructuosa batalla. A nivel de naciones, la gente no puede perdonar los errores del pasado — si es que siquiera puede recordar cuáles fueron. Un ejemplo de ello es la interminable disputa entre árabes y judíos. Esta disputa en realidad se remonta a los hijos de Abraham, Ismael e Isaac, ¡hace casi 4000 años!
El acto de perdonar no solo tiene que ver con solucionar los problemas de relaciones interpersonales con aquellos que nos rodean. Puede que estemos atrapados en la culpa y vergüenza de nuestros propios pecados anteriores. Quizás hicimos cosas terribles o hemos sido culpables de negligencia grave en el pasado, y aún nos pesa. O tal vez descuidamos nuestro matrimonio e hijos y nos sentimos culpables años después porque recordamos Santiago 4:17: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
Algunas cosas que hemos hecho no pueden deshacerse ni arreglarse, pero sí podemos ser perdonados, y el pecado puede ser eliminado de nuestro registro. En tales casos, el único camino a la integridad personal pasa por el perdón y la confianza en las promesas de Dios, siempre que la persona se comprometa a vivir rectamente y a ayudar a quienes ha lastimado, de cualquier manera que haya sido.
Cómo encontrar y otorgar perdón
Puede que aún nos estremezcamos frente a nuestro pasado. Puede que hayamos herido a gente hace décadas y que ahora nos arrepintamos de lo que hicimos, preocupados por la culpa de nuestras acciones pasadas. Puede que nunca nos hayamos disculpado o que no podamos hacerlo porque esas personas ya no viven. O que usted y la otra persona nunca pudieron perdonar el abandono, la adicción o la infidelidad en el matrimonio.
Cualquiera sea el caso, vaya a Dios para que le otorgue libertad de las ataduras del pasado. “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Eterno no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmos 32:1-2).
Hay historias sorprendentes de gente horriblemente abusada en la guerra que perdonó heroicamente a sus atormentadores. Corrie Ten Boom, de Holanda, fue una de las personas que pasó un tiempo en un campo de concentración nazi y vio y experimentó el abuso más vil de sus captores. Sin embargo, no desperdició su vida en la amargura. Después de la guerra viajó y dio muchas conferencias sobre el perdón. Un dicho por el que es conocida es “Perdonar es liberar al prisionero, solo para descubrir que el prisionero era yo”. Proverbios 11:17 dice: “A su alma hace bien el hombre misericordioso; mas el cruel se atormenta a sí mismo”.
Cuando muchos se conmovieron profundamente por el mensaje de Pedro durante el día de Pentecostés, al comienzo de la Iglesia del Nuevo Testamento, le preguntaron qué debían hacer. “Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar” (Hechos 2:38-39, Nueva Versión Internacional).
El mensaje del perdón fue el más importante en la predicación del evangelio. Este debe ser un recordatorio constante para nosotros de que también debemos ser indulgentes, ya que es muy fácil ser lo contrario.
Hemos visto que el perdón se puede extender incluso en las circunstancias más difíciles, como la del tiroteo en la escuela amish. Debemos darnos cuenta de que se nos ha perdonado una enorme deuda, y que lo que otros nos deben es insignificante en comparación. Véalo de esa manera, y recuerde siempre lo que Jesús soportó al escoger pagar la deuda en que incurrimos por nuestros pecados. Y recuerde también que mientras era inmolado, algo necesario por los pecados de cada uno de nosotros, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Extendamos esta misma misericordia a los demás. Como Pablo escribió en Efesios 4:32: “Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (NVI). BN