El Dios que nos bendice
Sígueme...

De vez en cuando oímos a la gente decir “soy bendecida” en lugar de “tengo suerte”, que es la expresión más común . Esto suele referirse a su convicción acerca del cuidado que Dios tiene de ellos; sus palabras son una lente que refleja sus corazones.
¿Y usted? ¿Reconoce que está siendo bendecido por el amor de un Padre Celestial y Salvador que tiene su interés a largo plazo en sus manos soberanas, o la palabra suerte sigue formando parte de su vocabulario personal?
Considere las palabras de Jesucristo en las bienaventuranzas (Mateo 5:1-12), cuando proclamó las numerosas bendiciones que recibirían aquellos que lo siguieran y procuraran reflejar su “ADN espiritual”, al mismo tiempo que les reveló cómo es su propio Padre, nuestro Padre Celestial (Mateo 11:27; Juan 14:9).
No solo “habló por hablar”, sino que, aún más importante, practicó sus enseñanzas hasta su último aliento humano. Cuando murió, Jesús proclamó con confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Porque a través de su sacrificio perfecto llegaría la mayor bendición de todas: el “muro de ladrillo” de la muerte se derrumbaría, y la “puerta” de la vida (ver Juan 10:9), enmarcada por el sacrificio de Jesús, abriría de par en par nuestro acceso al trono de Dios en el cielo.
¿Cómo podemos nosotros, como discípulos de Cristo, aceptar hoy la invitación de nuestro Maestro a “seguirlo” (Mateo 4:19; Juan 21:22), ¿Por dónde podemos empezar?
Veamos a continuación:
"Así bendeciréis"
Piense en un joven de Nazaret que sube a Jerusalén durante las fiestas bíblicas anuales y entra en los atrios del templo. Aquí era donde los sacerdotes ofrecían la bendición personal de Dios a la multitud reunida. No era algo escrito la noche anterior por un sacerdote ansioso de “hacer lo mejor posible” en el gran día que se avecinaba, sino un “clásico” de casi 1500 años de antigüedad, redactado por un Autor, el único Dios verdadero. La bendición pronunciada por los sacerdotes en los días de Jesús era la misma que Dios dio personalmente a Moisés para que se la transmitiera al sumo sacerdote Aarón y a sus hijos (Números 6:22-27).
Esta revelación de Dios tenía como objetivo mostrar y recordar para siempre a aquellos que le siguieran cómo era él y cómo se sentía con respecto a su rebaño elegido, ya fuera el antiguo Israel o el “Israel de Dios” espiritual de hoy (Gálatas 6:16), el Cuerpo de Cristo. El Dios de Israel, autor de toda la vida, cuyo carácter no cambia (Malaquías 3:6), ordenó a su sacerdocio: “Así bendeciréis” (Números 6:23). La repetición es la mejor forma de énfasis, y Dios nunca quiere que olvidemos su amor por nosotros.
Entonces, ¿por dónde empezamos a entender el amor de Dios y su gracia sustentadora —su continua dádiva de favor y buena voluntad hacia nosotros— en esta bendición eterna? Hay siete grandes verdades en esta singular bendición, mediante las cuales usted puede aceptar, experimentar y a su vez expresar el amor de Dios. Cada una comienza con Dios y se dirige al objeto directo de su afecto: usted, yo y todos los que escuchan el llamado de su Hijo: “Síganme”.
Siete verdades reveladas en la bendición sacerdotal de Números 6
1. Dios quiere bendecirnos
“El Eterno te bendiga . . .” (versículo 24). El llamado de Dios a recibir su bendición revela que en realidad él quiere bendecirnos incluso más de lo que nosotros podríamos pedir (vea Efesios 3:20). ¿Ha pensado alguna vez en esto? La palabra hebrea traducida como “bendecir”, barak, se refiere a una declaración. Dios expresa abiertamente su intención de generosidad. El término griego del Nuevo Testamento para bendición es makarios, que se refiere a la felicidad en general. En el mundo antiguo, esta terminología se usaba para la plenitud en la que nada faltaba.
Esto se refleja en las imágenes del Salmo 23:1: “El Señor es mi pastor; nada me faltará”. No hay necesidad de buscar en otra parte, incluso cuando las presiones externas llaman a la puerta de nuestros corazones. ¡Y esas presiones llegan! Recuerde, sin embargo, que Jesús nunca dijo que sería fácil, ¡pero sí dijo que valdría la pena! Con este versículo en mente, recuerde que nuestro Maestro nos bendijo diciendo: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido [del griego eudokeo, “pensar bien”] daros el reino.” (Lucas 12:32).
2. Dios quiere protegernos
“. . . y te guarde . . .” (versículo 24). Sí, el Dios de las bendiciones quiere asegurarnos que nos cuida física y espiritualmente, ¡y que no estamos solos! Humanamente, a veces podemos tener un “colapso” y unirnos al profeta Elías en su oscura morada temporal (véase 1 Reyes 19:9), pensando que Dios ha olvidado esta parte de su bendición. De ahí la importancia de volver a escuchar y no olvidar. Este versículo nos recuerda que nuestro Dios está trabajando y pendiente de sus hijos espirituales. La palabra hebrea para “guardar”, shanar, significa observar, prestar atención. Sí, ¡somos guardados! Personalmente, me gusta esa sensación, pero necesito recordar su Fuente y alabarla como hizo el apóstol Judas: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Judas 24).
Usted podría decir: “Bueno, ¿y qué pasa con los accidentes, la muerte?”. Sí, los “porqués” salen a la superficie. “¿Dónde está la protección?”. Pregunta: ¿Hay algún lugar en las Escrituras donde Dios prometiera que todos sus seguidores vivirían mucho tiempo y morirían en paz en esta época? No tenemos voz ni voto sobre la duración de la vida, únicamente sobre la calidad de vida que se ofrece momento a momento. Y Dios proporciona la fuerza y el consuelo a medida que surje la necesidad, en la vida y en la muerte. Después de todo, ¡su Hijo es el Señor de ambos mundos! (Apocalipsis 1:18).
3. Dios nos sonríe
“El Eterno haga resplandecer su rostro sobre ti . . .” (versículo 25). Un rostro radiante es la marca del placer, ya que está específicamente enfocado en alguien. Piense en nuestra sonrisa de alegría cuando nuestros hijos logran una tarea o cuando nuestros hijos adultos entran por la puerta para visitarnos o cuando los nietos vienen corriendo hacia nosotros. ¡Queremos cubrirlos de afecto! Y nuestro Padre Celestial también lo hace con nosotros. No importa la edad que tengamos, todos somos hijos del que se conoce como el Anciano de días.
Considere las palabras de Dios en Isaías 66:2: “. . . pero miraré a aquel que es pobre y humilde [o arrepentido] de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. ¿Ha pensado alguna vez en la sonrisa de reconocimiento de Dios cuando su rostro se inclina hacia usted mientras escucha sus palabras? Como dijo Jesús: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).
4. Dios es misericordioso con nosotros
“. . . y tenga de ti misericordia” (versículo 25). Esta es una realidad y un don divino que debemos recordar constantemente, en un mundo ingrato que se rige por el “ojo por ojo y diente por diente” y para el cual uno solo vale tanto como su último logro. El término hebreo para gracia, khen, significa “favor” o buena voluntad mostrada, mientras que el término griego charis se refiere a un favor otorgado como un regalo para forjar una relación de devoción mutua (consulte la guía de estudio que se ofrece a continuación). A través de ella, somos perdonados de nuestros pecados y fortalecidos para caminar en los caminos de Dios. No podemos hacerlo por nuestra cuenta. Escuche las historias de Pedro y Pablo, y recuerde su propia historia cuando no tenía la gracia de Dios. Concéntrese en la realidad de que la gracia no es un simple acontecimiento, sino una existencia, mientras nos esforzamos continuamente por humillarnos y experimentar la gracia sustentadora de Dios para elevarnos más allá de nosotros mismos.
5. Dios está siempre atento a nosotros
“El Eterno alce sobre ti su rostro . . .” (versículo 26). ¿Alguna vez ha conversado con alguien que en realidad hubiera preferido no hacerlo y mostraba desinterés e indiferencia? Usted está desahogándose de sus problemas cuando suena la otra línea de esa persona, y ella contesta: “¡Está bien, voy de inmediato!”. ¡Mmm! ¡Dios no haría algo así! Cuando él levanta su rostro y lo mira, usted tiene toda su atención. ¿Por qué? Porque usted es su hijo, y él lo ama.
Jesús mostró su confianza en este principio cuando estando fuera del sepulcro de Lázaro oró al Padre, pues necesitaba su colaboración para resucitar a su amigo de entre los muertos. Leemos: “Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído; yo sabía que siempre me oyes . . .” (Juan 11:41-42)
Al igual que nuestro Maestro, nosotros, conscientes de la quinta verdad vital en la bendición, debemos esperar confiadamente que Dios nos acompañe a lo largo del día en una relación estrecha y amorosa. La clave, sin embargo, es seguir el ejemplo de Jesús de “alzar los ojos a lo alto” e invitar a nuestro Padre Celestial al proceso, sabiendo que su rostro está sobre nosotros ahora y siempre.
6. Dios nos da paz
“. . . y ponga en ti paz” (versículo 26). En la última noche de su vida humana, Jesús nos ofreció un regalo personal al declarar: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). La tranquilidad de corazón de la que se habla aquí no es la ausencia de pruebas, ya que las tendremos, sino un bienestar positivo y una fuerza interior concedidos divinamente incluso en tiempos de desafío. Aquellos que confían en Dios caminarán en plenitud y tranquilidad a través de circunstancias difíciles. Esta paz puede expresarse como “perspectiva”. En pocas palabras, nuestra posición ante el trono de Dios triunfa sobre cualquier condición que pueda existir en la Tierra. Tal perspectiva permitió al apóstol Pablo escribir que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento [transcendiendo los hechos físicos], guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
7. Dios cumple sus promesas
“Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré” (versículo 27). ¿Por qué son tan especiales estas palabras que siguen a la bendición? Todos hemos experimentado las promesas de personas bienintencionadas que nos prometen la luna y no cumplen. La hermosa lección aquí es que Dios, con toda simpleza y seguridad, hace lo que dice al bendecirnos, declarando firmemente: “¡Lo haré!”. Tal como declaró al profetizar sobre el futuro para animarnos en lo que sea que se nos presente: “. . . yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:9-10).
¿Es de extrañar que el niño de Nazaret, confiado en la bendición sacerdotal, repetida a menudo y llena de propósito, creciera para caminar “el camino” al Gólgota por usted y por mí?
Él mismo nos dejó un significativo mensaje adicional, una bendición en sí misma: “Síganme”. BN