El desafío de Dios a la Trinidad
La creencia de que Dios es una trinidad de tres personas en un solo ser es el sello distintivo del cristianismo tradicional. Pero, ¿ha examinado usted verdaderamente esta declaración? Tal vez le sorprenda saber que la doctrina del trinitarismo, o la creencia de que Dios existe como ser eterno en la forma del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no se encuentra en la Biblia — de hecho, ¡esta doctrina es uno de los mayores engaños de Satanás!
¿Por qué hago una declaración tan impactante? Dicho simplemente, porque el trinitarismo clásico empaña el propósito de la existencia humana, de la creación de los seres humanos y de lo que estos llegarán a ser en el Reino de Dios.
El primer requisito de la fe es creer que Dios existe: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). En otras palabras, ¡una persona debe creer que Dios existe y que siempre quiere lo mejor para nosotros!
Desde luego, hay escépticos que no creen en la existencia de Dios, pero la mayoría de la gente en el mundo occidental profesa algún tipo de creencia en el Dios de la Biblia cristiana. En ella se afirma que Dios no fue creado, sino que es eterno e invisible. Jesús dice en Juan 4:24 que Dios es Espíritu.
Pero ¿qué sabemos del origen de Jesús, el Hijo de Dios? ¿Cómo llegó a existir? El trinitarismo clásico dice que Dios el Padre genera al Hijo eternamente, y que el Padre y el Hijo generan eternamente al Espíritu Santo. Los teólogos se refieren a este sistema cerrado como el Dios trino — “trino” significa “consistente de tres, en uno”. Estipulan además que los tres–el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– participan mutuamente en la existencia y acción de los otros.
Como podemos ver, el Dios trino o Deidad es un sistema cerrado: nadie puede entrar en ese “modelo eterno”. (Para aclarar, la palabra “deidad” significa divinidad — existir como Dios con una naturaleza divina). Si la Deidad es algo cerrado, ¿cómo pueden los seres humanos convertirse en hijos de Dios y miembros de su familia, tal como dice en 2 Corintios 6:18? ¿Y qué acerca de la encarnación del Verbo, el Hijo de Dios que nació en la carne? Recuerde, el trinitarismo clásico establece que el Padre genera eternamente al Hijo en el cielo.
La encarnación y la resurrección destruyen el paradigma trinitario
Uno puede ver fácilmente el dilema que esto presenta. ¿Cómo puede haber un Hijo en el cielo y uno en la Tierra? ¿Cómo se preserva la “naturaleza esencial” de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cuando el Verbo es hecho carne? Si cualquiera de las personas divinas es alterada o extraída del modelo, todo el paradigma se hace trizas. Sin embargo, los trinitarios afirman que el Padre continuó generando al Hijo en el cielo incluso cuando había sido concebido en el vientre de María y durante todo el tiempo que vivió en la Tierra en la carne.
Si este modelo clásico de una Deidad que está constantemente generándose en los cielos fuese cierto, quiere decir entonces que la encarnación produciría un segundo Hijo — un Hijo que es eternamente generado en el cielo y otro que existe en la carne en la Tierra. Por lo tanto, según el modelo trinitario, el Hijo en la Tierra es en realidad un cuarto ser que entra en la ecuación: tres en el cielo y uno que vivió en la Tierra hasta que ascendió al cielo.
Los teólogos han intentado en vano explicar este dilema enfatizando las distinciones de la Deidad. Es decir, el Hijo, como una persona de la Deidad, fue hecho carne, sufrió y murió por los pecados del mundo.
¿Pero cómo puede esto ser, si según la doctrina trinitaria, tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo participan plenamente en la existencia y acciones de los otros, asegurando de esta manera la unidad e indivisibilidad de la Deidad? A pesar de los intentos de los teólogos por resolver este dilema destacando las diferencias dentro de la Deidad, están irremediablemente enredados en una serie de contradicciones.
El resultado lógico de insistir en que las tres personas participan completamente en la existencia de la otra es algo llamado patripasianismo: la noción de que Dios el Padre sufrió y murió junto con Jesús el Hijo por los pecados de la humanidad.
Las explicaciones de las formas en las que se puede existir como Dios o el enfoque en las distinciones dentro de la Deidad no pueden negar el hecho de que, según esta doctrina, si una de estas tres personas muere, todas mueren.
Lamentablemente, esta doctrina reduce a Jesucristo a un simple ser humano carnal que murió por los pecados del mundo. Aún más, los proponentes de esta doctrina están diciendo básicamente que Dios entregó parte de su ser a sí mismo, un simple mortal, ya que el Hijo que el Padre genera eternamente continúa siendo generado por él en el cielo. Sin embargo, Cristo clamó en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).
¿Cómo encaja la resurrección de Jesús en la perspectiva trinitaria de Dios?
El paradigma trinitario se derrumba aún más frente a la gloriosa resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Los trinitarios insisten en que se trata solo de la resurrección física de su cuerpo, intentando preservar el modelo trinitario según el cual el Padre genera al Hijo eternamente.
Su insistencia en una resurrección carnal niega la resurrección de Cristo como un espíritu vivificante: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual” (1 Corintios 15:45-46).
Las Escrituras claramente revelan que el Cristo que resucitó es una entidad separada y diferente de Dios el Padre, ya que ahora se sienta a su diestra. El apóstol Pedro dijo: “Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades [la tumba], ni su carne vio corrupción.
“A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra . . .” (Hechos 2:29-34).
Los teólogos trinitarios han reconocido que la resurrección de Cristo como un espíritu vivificante introduciría una cuarta persona en la Deidad. Por tanto, insisten en que la resurrección de Jesús fue el restablecimiento de su vida humana en la carne, ahora preservada eternamente — lo cual implica que solo la forma física de Jesús murió, ya que según el trinitarismo, el Padre genera eternamente al Hijo.
Esto niega la muerte del Hijo en la cruz y quiere decir que Jesús se resucitó a sí mismo en vez de haber sido resucitado por el Padre (Romanos 8:11).
Uno puede también discernir fácilmente las inherentes contradicciones contenidas en la doctrina de la Trinidad cuando sus proponentes tratan de explicar el origen y la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Origen del Verbo
¿Qué revelan las Escrituras acerca del origen del Hijo de Dios? ¿Es Aquel que se convirtió en el Hijo de Dios en la carne un ser creado? Si no es un ser creado, ¿cómo y cuándo llegó a existir?
Bajo la inspiración del Espíritu Santo, el apóstol Juan claramente explicó el origen del Verbo o, en griego, el Logos, el Ser que se convirtió en Jesucristo. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Estas tres simples cláusulas sirven aquí para ilustrar la existencia eterna del Logos, en contraste a la de un ser creado:
En la primera cláusula, “En el principio era el Verbo”, el término griego traducido “era” es una forma del verbo “ser” y tiene el sentido de “existía”. El Logos existía “en el principio”, una alusión obvia a Génesis 1:1. Al principio de la creación, el Logos ya existía.
En la segunda cláusula, la misma forma verbal “era” se usa para describir la condición de esa existencia en términos de una relación. Es decir, el Logos estaba con Dios, mostrando que era un ser distinto a Dios y al mismo tiempo relacionado con él.
El mismo verbo para “era” es utilizado en la tercera cláusula para ayudar a definir el carácter o esencia del Logos — “y el Verbo [Logos] era Dios [Theos]” (Joel Green, Scot McKnight, Howard Marshall, editores, Dictionary of Jesus and the Gospels [Diccionario de Jesús y los evangelios], “Logos”, 1992, p. 483).
Juan claramente identifica dos entidades: el Verbo (Logos) y Dios (Theos). Aún más, Juan declara enfáticamente que el Verbo era Dios (Theos). Además, él afirma que el Logos tenía una relación personal con Dios. La cronología es destacada en los versículos 1 y 2. Esto es, el Verbo que existía “en el principio” estaba también “con Dios”. El versículo 2 repite que el Verbo, y nadie más, estaba con Dios en el principio, lo cual hace énfasis en su existencia y relación con Dios en la eternidad. Como Dios creó todas las cosas a través del Verbo, es imposible que el Verbo llegara a existir como una creación de Dios. El Verbo ya existía “en el principio” de la creación.
Si no existiesen otras escrituras, la simplicidad e intensidad de estas palabras serían suficientes para dejar en claro que el Verbo no fue creado sino que es coeterno con Dios (Theos).
Juan reitera el rol del Logos en la creación en Juan 1:10, afirmando: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho . . .” La palabra en griego traducida como “fue hecho” es egeneto, del verbo ginomai, que significa “convertirse, llegar a existir, comenzar a ser, o recibir existencia” (Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament [Diccionario griego-inglés del Nuevo Testamento de Thayer]). Por lo tanto, fue a través del Verbo que el mundo llegó a existir.
Pero la prueba más contundente de la preexistencia del Logos es la declaración de que el Logos fue hecho carne y habitó entre la humanidad (Juan 1:14). Si el Logos no preexistió, entonces Dios el Padre simplemente creó un nuevo ser para que se convirtiera en el único Hijo concebido por Dios y muriese por los pecados del mundo. Pero como se explicó anteriormente en Juan 1:1, quien fue hecho carne fue el Verbo, que había existido coeternamente con el Padre.
El Logos identificado en el libro de Apocalipsis
En el primer versículo de Apocalipsis se declara que este libro es la revelación que Dios el Padre le dio a Jesucristo para sus siervos. Jesús luego la envió por medio de un ángel al apóstol Juan (Apocalipsis 1:1). La salutación de Juan que prosigue es de Dios el Padre, quien es y era y que ha de venir, y de Jesucristo, el primogénito entre los muertos (Apocalipsis 1:4-5).
Después de la salutación Juan recibe una visión del Hijo del Hombre, quien camina entre siete candelabros de oro y declara ser “el Alfa y la Omega, el primero y el último” (vv. 10-17). Jesucristo iguala de esta manera su eternidad con la de Dios el Padre. Estos pasajes son claramente similares a la declaración “yo soy” que hizo Jesús en Juan 8:58: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”. Así, Jesús proclama irrefutablemente su coeternidad con el Padre.
A Juan se le entrega además una visión de Jesucristo viniendo en gloria como Rey de reyes y Señor de señores: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Apocalipsis 19:11-13).
Aquí el Padre le revela a todo el mundo que Jesucristo es “el Verbo de Dios”, el mismo Ser que estaba con Dios el Padre en la eternidad. Él es quien se despojó de su gloria y se convirtió en carne como Emanuel (que significa “Dios con nosotros”, Mateo 1:23), el Verbo encarnado que murió por los pecados de la humanidad y ahora vive por toda la eternidad.
El Logos se despoja de su gloria
El Padre y el Logos determinaron que el Verbo se despojaría de su gloria para poder reconciliar a la humanidad pecadora con Dios el Padre y comenzar un nuevo orden de seres vivientes, es decir, hijos de Dios nacidos como seres espirituales mediante una resurrección de los muertos.
Tal como el apóstol Pablo proclama, este plan de salvación existía antes de que Dios creara a la humanidad. Él se refiere a Dios como “quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).
De esta manera, el Verbo tuvo que despojarse de su gloria y tomar forma de carne para que la humanidad pecadora fuese reconciliada con el Padre, y luego regresó a su gloria como el primogénito entre los muertos (Hebreos 2:9-10; Apocalipsis 1:5). El hecho de convertirse en el primogénito de los muertos muestra que otros obviamente vendrían después de él (vea también Romanos 8:29; Hebreos 2:10).
Pablo deja muy en claro que el Logos eterno entregó su gloria y tomó forma de siervo para actuar como nuestro Salvador. Pablo escribe de él, según la traducción de la versión Reina Valera 1960: “Haya pues en vosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8). Por lo tanto el Logos, gracias a que estuvo dispuesto a despojarse de su gloria, pudo tomar la forma de un hombre.
Pero, puede preguntar el incrédulo, ¿prueban los versículos anteriores que el Logos existía junto con el Padre? La palabra clave en el versículo 6, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. La palabra en griego traducida como “siendo” es una forma de huparcho, que significa “comenzar, aproximarse, es decir, estar ahí, estar listo, estar a la mano” (Thayer). Por consiguiente, el Verbo ya existía en forma de Dios antes de adoptar la forma de un hombre.
Ahora, ¿cómo podría existir el Verbo en la forma de Dios? Si uno acepta la aserción de Pablo de que él tomó la forma de un hombre, debe aceptar también que existía en la forma de Dios.
Es más, en algunas versiones que traducen que él “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”, el griego para “aferrarse” es una forma de harpagmos, que significa “algo que es arrebatado o ser arrebatado” o, como algunos lo expresan, “algo a qué aferrarse”. Lo que esto significa es que él no consideró su igualdad con Dios como algo a qué aferrarse, sino como algo que abandonó –que cedió voluntariamente– cuando se despojó de su antigua gloria.
Esto claramente significa que la igualdad con Dios era algo que el Verbo ya poseía. Y el despojarse de su gloria es el mayor acto de liderazgo servidor que el mundo haya presenciado. Incluso más, su disposición a despojarse de la gloria que compartía con Dios el Padre es una de las razones principales de por qué el Padre lo exaltó y lo puso a cargo de todas las cosas (Efesios 1:20-22).
El testimonio de Cristo acerca de la gloria que compartió con el Padre
Antes de entregar su vida por los pecados del mundo, Cristo le pidió al Padre que le restableciera la gloria que había compartido con él antes de que el mundo existiese (Juan 17:5). La fuerza de esta petición en el lenguaje griego es innegable. Antes de que el “mundo (una forma de la palabra griega kosmos, que significa la distribución del universo) fuese” (del griego einai, que se refiere a existencia), Cristo compartió esa gloria con el Padre. Cualquier intento de desestimar esto como una simple profecía de lo que sucedería después de la resurrección, no está conforme a las claras palabras de Cristo.
¿Por qué le pediría Jesucristo al Padre que restableciera algo que tenía con él antes de que el mundo existiese si nunca antes lo había experimentado? Si nunca había experimentado esta gloria, lo lógico hubiera sido que le pidiera al Padre que lo glorificara con una gloria diferente, no con la que había tenido previamente con él.
En este versículo se ratifica muy claramente la preexistencia de Cristo. En las Escrituras es obvio que Cristo vino a la Tierra y se despojó de la gloria que tenía con el Padre. Pero después que su vida humana llegó a su fin, Jesús, quién murió por los pecados del mundo, fue resucitado de entre los muertos (glorificado) y ahora se sienta a la diestra del Padre, nuevamente con la gloriosa existencia que solía tener.
Por lo tanto, el hecho de que Cristo haya sido glorificado en la resurrección no contradice de ninguna manera el concepto de que el Verbo haya existido previamente en un estado glorioso y divino antes de venir a la Tierra. Como Pablo explica en Filipenses 2, el Verbo ya había existido en gloria antes de despojarse de ella y tomar forma de hombre.
En la carne, él era divino en el sentido de que era el mismo Ser que siempre había existido antes de su encarnación, y aún tenía su identidad divina del Verbo. Era también el monogenes — el Hijo único de Dios (Juan 1:14, 18; 3:16, 18), concebido por el Padre y lleno del Espíritu Santo, con el mismo carácter justo y perfecto de Dios. En su humildad, él adoptó la forma humana para poder morir por los pecados del mundo y dar inicio a un nuevo orden de seres vivientes, convirtiéndose en el primogénito de los muertos cuando el Padre lo resucitó de entre ellos.
Así vemos que mediante el amor, la gracia y la misericordia de Dios, el modelo trinitario de un sistema cerrado se hace añicos frente al gran propósito de Dios para la creación de la humanidad. Dios el Padre y Jesucristo nos ofrecen vida eterna en el glorioso Reino de Dios. Podemos compartir esta gloria del Padre y el Hijo en su reino, cuando nos transformemos en seres gloriosos, radiantes y espirituales como ellos; mientras tanto somos, según las palabras de Romanos 8:17, “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. BN