El Concilio de Nicea: Sus mitos y verdades y cómo desentrañarlos

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El Concilio de Nicea

Sus mitos y verdades y cómo desentrañarlos

El nuevo papa León XIV, continuando con los esfuerzos ecuménicos del difunto papa Francisco para ayudar a sanar la milenaria brecha entre el catolicismo romano y la ortodoxia griega, se reunió en Roma con el patriarca ortodoxo Bartolomé y acordaron reunirse a finales de este año en lo que era la antigua Nicea, en el oeste de Turquía, para celebrar conjuntamente el aniversario 1700 del famoso concilio eclesiástico celebrado allí, y que es parte importante de su tradición común (véase la editorial en este número).

Para el mundo cristiano, el Concilio de Nicea, llevado a cabo entre mayo y agosto del año 325 d. C., es considerado un evento esencial en la historia de la iglesia. Convocado por el emperador romano Constantino el Grande, dio inicio a la formulación del Credo de Nicea, a los fundamentos de la doctrina trinitaria y a la supuesta unificación de la cristiandad. Para el cristianismo profesante, el Credo de Nicea, junto con su subsiguiente expansión en Constantinopla, es la señal inequívoca para ser considerado cristiano. Negar este credo es ser considerado anatema de Cristo.

Irónicamente, la mayoría no comprende todas las implicancias históricas y bíblicas de lo que realmente ocurrió en esa famosa reunión. De hecho, la mayoría de los que profesan ser cristianos no podrían repetir el credo aprobado ni explicar los principios teológicos esenciales que contiene, pero no se puede negar su importancia histórica. Las discusiones sobre las reglas de fe planteadas en el credo y su posterior perfeccionamiento provocaron más muertes que las de los mártires en el Coliseo romano.

Muchos creen que el Concilio de Nicea fue una reunión divinamente inspirada que consolidó en entendimiento correcto acerca de Dios, Jesucristo y la doctrina y prácticas cristianas. Otros sostienen que marcó el comienzo de un alejamiento de las enseñanzas bíblicas en favor de las tradiciones humanas y la especulación teológica. ¿Cuál fue el verdadero propósito del concilio? ¿Qué papel desempeñó el emperador Constantino? Y más importante aún, ¿concuerda este evento y la enseñanza posterior con la verdad bíblica?

En este importante aniversario, consideremos el contexto histórico, los debates teológicos y el impacto a largo plazo del Concilio de Nicea y comparemos sus conclusiones con lo que la Biblia   realmente enseña.

Contexto histórico del Concilio de Nicea

Para comprender el Concilio de Nicea, primero debemos examinar el mundo romano del siglo iv d. C.
Antes de que el emperador Constantino ascendiera al poder, el cristianismo había sido una religión minoritaria perseguida. Emperadores romanos como Nerón, Domiciano y Diocleciano silenciaron las creencias cristianas con métodos violentos. Aunque esta iglesia cristiana a principios del siglo iv difería de aquella fundada por Cristo y sus apóstoles, era una fuerza creciente dentro del imperio. Constantino se sentía atraído por su unidad, ya que su imperio evidenciaba fracturas.

En 313 Constantino promulgó el Edicto de Milán, concediendo a los cristianos el derecho a adorar con libertad. Como primer emperador romano en adoptar el cristianismo–aunque podría decirse que sus motivaciones eran más políticas que convicción personal–Constantino trató de fusionar su imperio bajo un único sistema religioso. La iglesia cristiana que asistió al concilio contaba con un sistema de obispos y una estructura que podía ser útil para ese fin.

No obstante, había un problema en ciernes que si no se resolvía amenazaba con dividir a la iglesia. Se trataba de una importante disputa sobre la naturaleza de Jesucristo. ¿Era plenamente divino y eterno, o era un ser creado? Este debate condujo a uno de los conflictos teológicos más trascendentales del cristianismo primitivo: la controversia arriana.

La controversia arriana y el propósito de Nicea

El Concilio de Nicea se convocó principalmente para resolver la discrepancia relativa a las enseñanzas de Arrio, un presbítero o anciano de Alejandría (Egipto) que sostenía que Jesucristo no era divino de la misma manera que Dios Padre. Según Arrio:

- Jesús no era coeterno con el Padre, sino que había sido creado en algún momento.

- Jesús era superior a los seres humanos, pero inferior  a Dios Padre.

- Solo el Padre era el verdadero Dios todopoderoso.

Esta enseñanza herética negaba la verdad fundamental de la Biblia sobre la naturaleza divina. Dios es una familia compuesta por dos seres espirituales coeternos, que conjuntamente iniciaron un plan para ampliar su familia mediante la creación de la humanidad a su imagen (Génesis 1:27). Los apóstoles comprendieron esta verdad, la cual constituyó el fundamento del evangelio que llevaron al mundo.

El apóstol Pablo explicó que esta naturaleza de la familia divina era el medio por el que todas las cosas del cielo y de la Tierra se reunirían en una sola (Efesios 1:9-10).

La enseñanza de que Cristo no era divino antes de su nacimiento humano anularía la buena nueva de la salvación de la humanidad a través de Cristo, Aquel por quien Dios creó todas las cosas (véase Colosenses 1:16-17). Negar esta verdad desprestigia la Biblia y la devalúa como si fuera simplemente un libro de invención humana en lugar de la revelación de una mente divina que le da vida y sentido.

Esta polémica de inicios del siglo iv sobre la naturaleza de Cristo sentó las bases para discusiones que sumirían a la iglesia romana de manera aún más profunda en la herejía. El debate fue acalorado y divisivo, lo que llevó a Constantino a intervenir y convocar un concilio para resolver la cuestión. Necesitaba que la iglesia estuviera unida. En su mente, el futuro del imperio dependía de la estabilidad de la iglesia.

¿Qué ocurrió en el concilio?

Al Concilio de Nicea asistieron unos 300 obispos de diversas partes del Imperio romano. No fue la primera reunión de líderes eclesiásticos de esta época, pero se considera la primera de importancia en cuanto a los temas que se debatieron.

Además de la divinidad de Cristo, el concilio deliberó sobre otros puntos de la relación entre Cristo y el Padre. Hubo un intento fallido de establecer una fecha fija para la Pascua Florida, que había reemplazado la Pascua y los Días de Panes sin Levadura, festivales que la Iglesia primitiva observaba fielmente. Los ataques de Constantino contra los judíos y la prohibición a los cristianos de seguir prácticas que se percibían como judías estimularon el antisemitismo y la persecución contra los que persistían en la observancia original (véase “La cuestión del los cuartodecimano: la Iglesia de Dios es forzada a la clandestinidad” en la página 14).

Finalmente, el concilio desechó las enseñanzas de Arrio y formuló lo que hoy se conoce como el Credo de Nicea, que afirmaba:

- Jesucristo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero del Dios verdadero”.

- Fue “engendrado, no hecho, de una sustancia [griego homoousios], con el Padre” (documento que muchos entienden en el sentido de que estas personas divinas constituyen un solo ser).

- Los que no aceptaran esta doctrina debían ser anatematizados (desterrados o excomulgados).

Esta versión del credo concluía con una breve afirmación sobre la creencia en el Espíritu Santo, pero no lo identificaba directamente como una tercera persona de la Trinidad, cuestión que quedaba pendiente para un esclarecimiento posterior. El trabajo de Nicea no había terminado; Arrio acabó exiliado y murió sin retractarse de sus ideas. Los eruditos debatieron sus enseñanzas y acabaron ideando una terminología para explicar la naturaleza de Dios.

El arrianismo fue tan penetrante y divisivo, que ciertos coemperadores del imperio sostenían opiniones encontradas. En 376, en la batalla de Adrianópolis, en el noroeste de Turquía, Valente, un coemperador arriano por convicción, fue asesinado junto con su legión de soldados por las tribus germánicas invasoras. La muerte de un emperador arriano sacudió la fe de muchos y se cree que fue la causa que motivó la convocatoria de otro concilio, esta vez en Constantinopla y presidido por el emperador Teodosio I.

Este famoso concilio del año 381 d. C. formalizó la enseñanza, en lo que se denomina el Credo Niceno-Constantinopolitano, de que no solo Cristo es Dios, sino que también el Espíritu Santo es Dios. Establece la creencia en el Espíritu Santo como “el Señor, el Dador de Vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es adorado [o venerado] y glorificado”.

Sin embargo, es crucial reconocer que la incipiente doctrina de la Trinidad no se basaba en declaraciones directas de la Biblia. Las ideas filosóficas griegas y la interpretación teológica fueron la base de las enseñanzas surgidas de estos dos concilios fundamentales del siglo iv. No fue el Espíritu de Dios el que guio estas reuniones que sentaron las bases teológicas heréticas de la doctrina de la Trinidad, principio central de la cristiandad.

El Credo Niceno, tal y como se formuló posteriormente en Constantinopla, unifica al cristianismo posniceno. Cuando los creyentes conservadores lo leen y lo confiesan en las iglesias, es un aglutinante en una comunidad donde existe mucha división teológica. No aceptar el credo y su enseñanza de un Dios trino acarrea como consecuencia ser calificado de hereje, e incluso de no cristiano.

Lo que la Biblia enseña realmente

¿Apoya la Biblia la Trinidad tal y como se definió en Nicea y Constantinopla? La respuesta es no. La Biblia no enseña en ninguna parte que Dios sea una trinidad de tres personas divinas equivalentes que existan como un ser trino singular. La Biblia revela que antes de que nada existiera había dos seres que eran Dios, identificados como Dios Padre y el Verbo, que estaba con Dios y también era Dios, Aquel que se hizo carne y habitó entre los hombres (Juan 1:1-3, 14).

Analizando todos los pasajes relacionados, descubrimos que hay un Dios que comprende dos seres divinos separados. Estos dos, el Padre y el Hijo, son dos individuos autoconscientes, cada uno con libre albedrío, aunque unificados como uno en espíritu y propósito (Juan 10:30). El Dios único es la familia divina.

El Espíritu Santo es el poder y la presencia que Dios proyecta, no una persona aparte. Como se le dijo a María al concebir a Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35). Después de arrepentirse y cambiar por completo su estilo de vida, uno puede bautizarse y recibir el don del Espíritu Santo como la esencia vital de Dios que mora en nuestro interior (Hechos 2:38).

Es evidente que la descripción bíblica de Dios difiere de la doctrina filosófica formulada en los concilios del siglo IV.

El impacto a largo plazo de Nicea y la doctrina de la Trinidad

El Concilio de Nicea, y aun en mayor medida el Concilio de Constantinopla, pusieron en marcha los acontecimientos que condujeron al surgimiento de la gran iglesia “cristiana” de la historia. Una iglesia con una jerarquía reconocida encabezada por el papa. Una iglesia reconocida por el Imperio romano, tanto en Occidente como en Oriente, y cuyas enseñanzas podían ser impuestas por el poder del Estado.

Aquellos que continuaron con las enseñanzas y prácticas según la Biblia tal y como la enseñó la Iglesia apostólica primitiva, fueron rápidamente apartados y considerados marginales y peligrosos para la armonía cristiana. La observancia de las fiestas bíblicas fue, en esencia, prohibida.

En el 380 d. C., Teodosio emitió un edicto declarando la nueva ortodoxia nicena como suprema en la iglesia oriental. El Estado declaraba la ley espiritual. Teodosio decretó que los verdaderos cristianos eran aquellos que creían en “la única divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo dentro de una majestad igual y una Trinidad ortodoxa”. Esencialmente, esta sigue siendo la norma aceptada. A los ojos del mundo cristiano actual, usted no es “cristiano” si no cree en la declaración de la Trinidad formulada en Nicea y Constantinopla.

Esto es lo que significaba en el siglo iv: como obispo, sostener un punto de vista diferente causaba la pérdida de su papel en la iglesia. Como miembro, no podría entrar en la iglesia y adorar a Dios. La puerta de la iglesia le era cerrada. No podía recibir los sacramentos del bautismo, la comunión o los ritos funerarios. Era “anatema de Cristo”. A numerosos grupos de cristianos se les negaba el acceso y la asociación con la iglesia.

Tras el Concilio de Constantinopla en 381, un decreto del emperador, con la aprobación de los obispos, declaró: “Ordenamos ahora que todas las iglesias sean entregadas a los obispos que profesan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de una sola majestad, de la misma gloria, de un solo esplendor, que no establecen ninguna diferencia por separación sacrílega, sino [que afirman] el orden de la Trinidad reconociendo las Personas y uniendo la Divinidad”.

Creer, o incluso estar en posesión de escritos que enseñaran lo contrario, podía castigarse con la muerte. Aunque difícil de comprender para nuestras mentes modernas, eso fue lo que ocurrió entonces y también después, y volverá a ocurrir. Su Biblia muestra que se acerca un tiempo en el que sostener puntos de vista contrarios a lo que enseña una unión tiránica de Iglesia-Estado hará que de nuevo la gente tenga que elegir entre obedecer la verdad de Dios o la del falso poder. Las decisiones que se tomen en ese momento son asuntos de vida o muerte espiritual. ¡Es grave! Lo que nos lleva al porqué de la importancia de esto.

La gran iglesia cristiana que surgió de este periodo llegó a dominar la vida de los adeptos. La salvación misma estaba ligada a la obediencia a las enseñanzas y la participación en los rituales de lo que se declaró como la fe verdadera. Una vez resuelta la cuestión de la divinidad de Cristo, la atención se centraba ahora en cómo podía redimirse el hombre caído. ¿Cómo podía garantizarse la entrada en el cielo a su “alma inmortal”, evitando el fuego consumidor de la condenación eterna? Esto se hizo muy real. La iglesia era percibida como la “Ciudad de Dios” en la Tierra, y la jerarquía eclesiástica tenía el poder de absolver del pecado a las personas. El acceso a la comunión, el cuerpo de Cristo, se hacía a través del sacerdote y de la iglesia.

La gente empezó a adorar y rezar a los santos muertos en el cielo. Con el tiempo, el culto a la virgen María como Madre de Dios alcanzó su papel protagónico en la teología. Lo que surgió de los concilios y debates del siglo iv fue la fundación de una iglesia cuyas enseñanzas fundadas en la tradición y no en la Biblia ejercían un control sobre la vida de la gente común y de los que habitaban en los castillos y palacios del poder. Era una iglesia diferente de la fundada por Cristo a través de sus apóstoles.

Por qué esto es importante para los cristianos de hoy

Comprender lo que sucedió en el Concilio de Nicea hace 1700 años es fundamental para quienes quieren basar su fe en las Escrituras y no en las tradiciones humanas. En la actualidad, muchas creencias cristianas mayoritarias proceden de concilios eclesiásticos y no de claras enseñanzas bíblicas. Como creyentes, debemos examinar lo que la Biblia enseña realmente en lugar de aceptar credos históricos. Sea consciente de cómo se desarrolló la doctrina y de cómo las fuerzas políticas moldearon el cristianismo. Procure desarrollar una relación personal con Dios basada en su verdad revelada, no en tradiciones teológicas heredadas.

El Concilio de Nicea fue un evento decisivo en la historia cristiana, pero no fue un momento de revelación bíblica. Más bien, fue un acontecimiento político y teológico que dio forma a la corriente principal del cristianismo. Aunque estableció doctrinas que muchos siguen hoy en día, es esencial comparar estas enseñanzas con la Biblia misma. Cada uno de nosotros debe probar todas las cosas y retener lo que es bueno (1 Tesalonicenses 5:21).

Como investigadores de la verdad, seamos diligentes en el estudio de la Palabra de Dios y asegurémonos de que nuestras creencias concuerden con las Escrituras, ¡no con la tradición falsa! BN