Dios y la astronomía

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Dios y la astronomía

En el último siglo hemos sido testigos de los más grandes descubrimientos relacionados con la inmensidad y el funcionamiento del universo. Al principio se creía que existían miles de estrellas en el cosmos, pero ahora sabemos que hay mil millones de galaxias con miles de millones de estrellas cada una. Un grupo de astrónomos publicó en el sitio web Sky & Telescope [Cielo y telescopio] sus últimas observaciones, actualizando la cifra de galaxias a unos  dos billones, es decir, “diez veces más galaxias de las que se pensaban”.

Sin embargo, lo más asombroso ha sido descubrir cómo las leyes científicas parecen haber sido específicamente diseñadas para permitir que la vida y el universo existan por sí mismos. Esto ha llevado a algunos científicos a admitir que este cuidadoso diseño podría no ser el resultado del azar, sino producto de una Mente superior.

El reconocido filósofo y ex ateo Antony Flew afirmó unos pocos años antes de morir: “Los líderes de la ciencia  de los últimos cien años, junto con algunos de los científicos más influyentes de la actualidad, han construido una visión filosóficamente convincente sobre un universo racional que surgió de una Mente divina. Y ocurre que esta es la explicación más plausible para una multitud de fenómenos percibidos tanto por los científicos como por el hombre común” (There is a God[Hay un Dios], 2007, p. 91).

A pesar de la abrumadora evidencia que respalda la existencia de un Dios Creador, muchas personas aún se niegan a aceptarlo. Es como reconocer un edificio y sus partes, pero no a su arquitecto.

¿Cómo se relaciona Dios con la astronomía? Revisemos algunas formas.

Cómo explican el origen del universo

Para los astrónomos, una de las cosas más sorprendentes ha sido descubrir que el universo tuvo un principio y que surgió literalmente de la nada.

Hasta comienzos del siglo xx, prácticamente todos los científicos pensaban que el universo había existido desde siempre. Incluso el famoso físico Albert Einstein creía que el universo era infinito y, de hecho, más adelante tuvo que admitir que había cometido el más grande de los errores al haber añadido una constante a su teoría de la relatividad para que pareciera que el universo no seguía expandiéndose.

Sin embargo, la Biblia afirmó desde su mismo comienzo que el universo tenía un principio. El primer versículo de Génesis nos dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí tenemos una confirmación de que el universo se originó de la nada y que un Creador todopoderoso es el responsable de su creación.

Antony Flew reconoció que este descubrimiento fue una de las evidencias más contundentes contra el ateísmo: “Si no hubiese habido una razón para pensar que el universo tuvo un comienzo, no hubiese habido tampoco la necesidad de postular algo que lo produjo todo. Pero la teoría de la Gran Explosión cambió todo eso. Si el universo tuvo un comienzo, se volvió completamente lógico, casi inevitable, preguntarse qué produjo este comienzo. Esto alteró radicalmente la situación . . . los cosmólogos modernos parecen estar tan desconcertados como los ateos acerca de las potenciales implicancias teológicas de su trabajo. Consecuentemente, diseñaron rutas de escape populares que pretendían preservar la explicación atea. Estas rutas incluían la idea de un multiverso, es decir, de múltiples universos generados por episodios interminables de vacíos fluctuantes, y la noción de Stephen Hawking de un universo autónomo” (p. 135-137).

Un principio que apunta a un Creador

Probablemente el destacado astrónomo Robert Jastrow es quien mejor describe el dilema que los científicos enfrentaron al descubrir que el universo tenía un principio y que este hecho apuntaba a un Dios creador: “Es posible que exista una explicación válida para el explosivo nacimiento de nuestro universo; pero si existe tal explicación, la ciencia no puede encontrar cuál es. La búsqueda retrospectiva de los científicos termina en el momento de la creación. Esta es una situación sumamente rara, inesperada para todos, menos para los teólogos.

“Estos siempre han aceptado lo que la Biblia dice: En el principio creó Dios los cielos y la tierra . . . Es inesperado porque la ciencia ha podido trazar con éxito la cadena de causa y efecto en el tiempo. Nos gustaría continuar esa investigación aún más atrás en el tiempo, pero la barrera que se opone al progreso parece insuperable. No es cuestión de otro año, otro decenio de trabajo, otros cálculos u otra teoría; en estos momentos parece que la ciencia nunca podrá descorrer el velo que oculta el misterio de la creación. Para el científico que ha vivido con su fe en el poder de la razón, el relato termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia y está a punto de conquistar la cúspide más alta; y en el momento en que se asoma a la última piedra, lo recibe un grupo de teólogos que ha estado allí por siglos” (God and the Astronomers[Dios y los astrónomos], 1992, p. 107-116).

¿Qué sostiene a la Tierra en su lugar?

Antes de la época moderna, era lógico pensar –debido a que todos los objetos en la Tierra son sostenidos por algo– que la Tierra también era sostenida por algo sólido. De esta manera, por ejemplo, en India y en China las creencias religiosas mencionaban que la Tierra se posaba sobre una tortuga gigante; en Grecia creían que el dios Atlas sostenía al mundo sobre sus hombros. Todas las religiones antiguas creían que algo o alguien sostenía al planeta, excepto la Biblia.

La Biblia nos dice respecto a Dios: “Él extiende el cielo sobre espacio vacío; cuelga la tierra sobre nada” (Job 26:7, Palabra de Dios para Todos, énfasis nuestro en todo este artículo). Esto parecía desafiar la lógica, pero resultó ser cierto: nuestro planeta se sostiene por sí mismo en su lugar y órbita.

Solo muchos siglos después se descubrió que la fuerza invisible que sostiene a la Tierra en su lugar y órbita es la fuerza de gravedad. Sin embargo, ¿cómo es posible que la Biblia estuviera en lo correcto miles de años antes? La respuesta es simple: porque fue inspirada por el Dios Creador.

Las Sagradas Escrituras incluso mencionan la forma redonda de la Tierra: “Él es el que está sentado sobre la redondezde la tierra, cuyos habitantes son como langostas; él es el que extiende los cielos como una cortina y los despliega como una tienda para morar” (Isaías 40:22, La Biblia de las Américas).

Las estrellas como instrumento de navegación náutica y calendario
para la agricultura

Por mucho tiempo, exploradores y navegantes han sido capaces de encontrar sus rutas aprendiendo a identificar las constelaciones básicas en el firmamento. Además, los agricultores han usado los patrones de las estrellas y las constelaciones para saber cuándo sembrar sus campos.

Dios mismo dijo que diseñó la posición del Sol, la Luna y las estrellas para que los seres humanos pudieran determinar las estaciones de siembra y cosecha y disponer así de un calendario ordenado.

En Génesis 1:14-15 el Eterno nos dice: “Que haya luces en el firmamento del cielo para poder así separar el día de la noche y para que sirvan para señalar los días, los años y las festividades. Que estas luces estén en el firmamento para alumbrar la tierra. Y así sucedió” (PDPT).

La palabra hebrea que se tradujo como “festividades” es moedim.Literalmente significa “tiempos establecidos”, y es la misma palabra usada en Levítico 23:2: “Habla a los hijos de Israel y diles: Las fiestas [moedim] solemnes del Eterno, las cuales proclamaréis como santas convocaciones [moedim], serán estas”. Por lo tanto, Dios estableció tiempos santos para observar ¡incluso antes de que la humanidad fuera creada!

De todos los lugares en el firmamento, hay dos constelaciones claves que se utilizan para la orientación. En el hemisferio norte tenemos la Estrella Polar(o Estrella del Norte), que puede verse durante todo el año avistando primero el Gran Cucharón (ubicado dentro de la constelación llamada Osa Mayor), que por su forma de cuenco con mango también recibe el nombre de “El Cazo”. De las estrellas que forman la Osa Mayor, visualizamos las dos estrellas más alejadas que forman el lado del cuenco y extendemos una línea imaginaria que nos llevará directamente a la Estrella Polar. En el otro hemisferio tenemos la Cruz del Sur, una estrella brillante que nos señala el sur.

Asombrosamente, la Biblia menciona algunas de estas mismas constelaciones en Job 9:8-10: “Sin ayuda de nadie extendió el cielo y aplastó al monstruo del mar. Él creó las constelaciones: la Osa Mayor, el Orión y las Pléyades, y el grupo de estrellas del sur. ¡Él hace tantas y tan grandes maravillas, cosas que nadie es capaz de comprender!” (Dios Habla Hoy). ¡La obra de sus manos es verdaderamente impresionante y supera la limitada comprensión del ser humano!

Dios podría hacer a los actuales astrónomos seculares la misma pregunta que le hizo a Job, y obtendría la misma respuesta:

“¿Puedes hacer que las estrellas se agrupen en constelaciones y aparezcan todas las noches? Allí tienes a la Osa Mayor, a Orión, las Siete Cabritas y la Cruz del Sur. ¡Si no sabes gobernar la tierra, cómo podrías gobernar el cielo!” (Job 38:31-33, Traducción en Lenguaje Actual). La respuesta sigue siendo la misma: ¡ninguno de ellos está a la altura de Dios!

¿Dónde nos deja esto?

La relación de Dios con la astronomía es simple: es su obra, y deberíamos agradecerle, darle reconocimiento y alabarlo
por ella.

Como el rey David proclamara en Salmos 19:1-4: “El cielo azul nos habla de la grandeza de Dios y de todo lo que ha hecho. Los días y las noches lo comentan entre sí. Aunque no hablan ni dicen nada, ni se oye un solo sonido, sus palabras recorren toda la tierra y llegan hasta el fin del mundo” (TLA).   BN