Dios tiene un plan
Recuerdo muy bien el año en que mi familia regresó del noroeste de Estados Unidos a su casa de campo cerca de Black Hill, en Dakota del Sur. Ese verano cumplí 15 años. La revolución del sexo y las drogas estaba en todo su apogeo, y su máxima expresión era la cultura hippie: inducidos por el alcohol o las drogas, su irresponsabilidad se mezclaba con una activa inmoralidad. ¡Una combinación tremendamente destructiva!
La Guerra Fría entre los Estados Unidos y la ex Unión Soviética se había intensificado. Aquel verano, las naciones que rodeaban al estado de Israel lo atacaron y fueron derrotadas en menos de una semana. Recuerdo que mientras íbamos en nuestra camioneta desde la casa al henar cierto día de junio, escuché en la radio que la Guerra de los Seis Días había llegado a su fin. Pero aquel conflicto en el Medio Oriente, que entre otras cosas pretendía el control de Jerusalén, generó grandes tensiones internacionales dentro del contexto de la Guerra Fría.
Ese verano me di cuenta de que ningún educador, líder militar, hombre de negocios o político, de ninguna nación, sabía cómo restablecer la paz en el mundo. Esto me permitió entender que la forma en que el hombre podía encontrar la paz era ganando una guerra. Pero después siempre habría otra, que por lo general, sería peor que la anterior. Como un personaje de la película de La Guerra de las Galaxias dijo: “Siempre hay un pez más grande”.
Ese año también entendí que desde el huerto de Edén en adelante, los seres humanos han vivido sin un plan que resuelva sus problemas personales ni tampoco los de la sociedad, como la deshonestidad, la inmoralidad sexual, la codicia, el odio y la ambición por el poder. Pero hubo un aspecto positivo en todo esto: aquel año también me di cuenta que aunque la humanidad no se da cuenta, ¡Dios sí tiene un plan!
La triste historia de la humanidad terminará cuando Dios intervenga
Nuestro mundo se encuentra en un estado deplorable. Durante los miles de años de nuestra existencia como seres humanos, nos las hemos ingeniado para destruir todas las civilizaciones que logramos construir. Con mucho esfuerzo, nos formamos como grupo o nación por un tiempo. Después alguien se vuelve egoísta, comienza una guerra, y en un abrir y cerrar de ojos, estamos en plena lucha y todo se viene abajo.
El propósito fundamental de la fuerza militar, que ha sido evaluado acuciosamente, es matar a las personas y destruir objetivos. Es así que las naciones se defienden porque no pueden confiar en sus vecinos, y por lo tanto, ¡crean armas más grandes y más mortales para poder estar al mismo nivel de los otros!
He aquí un pensamiento espeluznante: muchos de los extraordinarios aparatos electrónicos que usamos a diario en nuestras vidas del siglo 21 provienen de una forma u otra de tecnologías armamentistas. Con la mentalidad del “pez más grande” y con sus modernas armas nucleares y bioquímicas de tierra y espacio, las naciones pueden destruirse unas a otras y a todo el resto de la humanidad con métodos nuevos y mejorados, que hasta hace unas cuantas décadas ni siquiera existían. El resultado es muy trágico.
Jesucristo nos advirtió que viviríamos un periodo de conflictos sin precedente al final de esta era: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21)
Sin embargo, él reveló también el fantástico plan de Dios y su solución final: la intervención divina. “Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (v. 22). Sin duda vivimos tiempos difíciles, pero la paz se vislumbra en el horizonte.
Comencemos desde el principio
¿Cuál es el propósito de esta vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos los seres humanos y hacia dónde vamos? Estas son preguntas importantes, que necesitan respuestas.
La Biblia nos dice en Juan 1:1 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. A Dios lo conocemos como Dios el Padre. Al Verbo lo conocemos como Jesucristo (ver versículo 14), quien también es Dios junto con el Padre, formando otro miembro de la familia divina, el significado supremo de lo que la Biblia llama el Reino de Dios. Mucho antes de su nacimiento como ser humano, Jesucristo actuó en representación del Padre como el Eterno Dios del Antiguo Testamento, quien creó con sus manos a Adán y Eva (los dos primeros seres humanos), sacó a Israel de Egipto, y habló por medio de sus profetas.
La referencia “en el principio” que se lee en Juan 1:1 era una forma de describir la eternidad sobrenatural del pasado. El comienzo del universo físico, incluyendo a la humanidad, fue un evento posterior. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Antes de este principio no existía nada físico. Con el paso del tiempo, Dios creó a la humanidad y el mundo que conocemos hoy.
¿Por qué crear a otros?
Dios y el Verbo siempre han existido. Si meditamos demasiado sobre este concepto podemos llegar a marearnos, porque nuestras mentes, pequeñas y limitadas, no pueden comprender realmente el concepto de eternidad en el futuro, mucho menos el del pasado eterno. Pero, ¿por qué Dios nos creó ahora, y no unos siglos antes o después?
Comparemos este concepto con un ejemplo humano. ¿Por qué los matrimonios quieren tener hijos? Porque quieren dar vida a otros, a sus hijos, y amarlos, y compartir el gozo de la vida con ellos. Lo mismo desea Dios. Por esto, él infundió ese anhelo en la divina institución del matrimonio.
Dios y Jesucristo constituyen la familia del reino de Dios, llamada así por el Padre: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:14-15).
¿Por qué creó Dios a toda la humanidad, incluyéndolo a usted y a mí? Porque Dios es amor (1 Juan 4:8, 16) y él desea expresar ese amor a muchos otros, compartiendo con ellos la capacidad de amar a su mismo nivel. Dios nos quiere llevar desde una existencia humana y física a una divina, en la familia de Dios. ¡Ese es su plan!
Nuestro torcido mundo será enderezado
Yo pude ser testigo de los problemas e injusticias de 1967, y deseé profundamente haber podido hacer algo para ayudar. Eso es parte del plan de Dios. El Padre y Jesucristo no dejan ningún cabo suelto.
Dios es un Dios de justicia, y esta finalmente se llevará a cabo. El torcido comportamiento y la cultura de la historia del ser humano deben ser enmendados, y así se hará, cuando Dios permita a las personas bajo su mando corregir los errores del pasado. El hombre debe demostrar que es capaz de vivir en paz bajo el gobierno de Dios. Ninguna marcha, movimiento o causa traerá justicia y paz. Únicamente el gobierno de Dios a través de Jesucristo, el Mesías, puede lograrlo.
En un lenguaje poético más poderoso, las Escrituras presentan la promesa de Dios como la que sanará y hará justicia en la existencia humana:
“Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria del Eterno, y toda carne juntamente la verá; porque la boca del Eterno ha hablado” (Isaías 40:4-5).
Dios tiene un maravilloso plan para llevar a cabo todo esto durante los mil años después del regreso de Jesucristo (Apocalipsis 20:5-6). Aquellos que apoyen al verdadero Mesías ayudarán a detener la guerra, el crimen y la inmoralidad, y a establecer la ley (la ley de Dios) y el orden, la alegría y el gozo. Estos últimos cuatro elementos van de la mano. La vida humana y el amor se convertirán en lo que debieron haber sido siempre. La civilización humana alcanzará entonces su punto culminante bajo Jesucristo, cuando multitudes de hijos humanos de Dios se conviertan al fin en hijos divinos y espirituales de Dios en su reino eterno.
Usted puede aprender mucho más acerca del plan de Dios, suscribiéndose de forma gratuita a nuestro “Curso Bíblico”, que lo guiará de pasaje en pasaje en la Biblia hasta que el plan de Dios para la humanidad se convierta también en su objetivo.