Dejemos nuestras redes para seguir a Cristo

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Dejemos nuestras redes para seguir a Cristo

Hace casi 2000 años, varios pescadores echaban sus redes al mar de Galilea, siguiendo una costumbre familiar. Su ritmo de vida, como el batir de las olas en la orilla, era lento, constante y tranquilo. Una vez en la orilla, limpiaban y arreglaban sus redes y las colgaban para que se secaran. Estas redes eran muy valiosas, ya que la supervivencia de sus familias dependía de ellas. En la práctica, sus redes lo eran todo.

Pero todo eso estaba a punto de cambiar. Jesús entraría en “su terreno” y declararía que había llegado el momento de tomar una decisión. Este significativo momento, registrado en Mateo 4:18-22, Marcos 1:16-20 y Lucas 5:1-11, nos hace reflexionar en lo que significa prestar atención al continuo y creciente llamado de Cristo: “Sígueme”.

Intervención milagrosa

Jesús se hallaba en la orilla, observando a los pescadores que ejercían su oficio. Él no era un extraño para ellos: los hermanos Santiago y Juan estaban emparentados con él, ya que su madre y la de Jesús eran hermanas. Andrés estaba presente en el río Jordán cuando Juan el Bautista proclamó a Jesús como “el Cordero de Dios” (Juan 1:29-36). Más tarde, Jesús le preguntó directamente: “¿Qué buscáis?”, y lo invitó a su morada (Juan 1:35-39). Creyendo que Jesús era el Mesías, Andrés llevó a su hermano Simón, más tarde llamado Pedro, para que lo conociera (versículos 40-42).

Pero había llegado ese día trascendental en el que Jesús entró en su mundo para compartir una lección milagrosa y hacerles una invitación que cambiaría sus vidas. Los hermanos habían pasado toda la noche en el lago, y a pesar de haber puesto todo su empeño, habían vuelto con las manos vacías. Santiago y Juan estaban cerca, reparando sus propias redes en su barca.

Jesús aprovechó el momento para subir a la barca de Simón, hablar ante la multitud y desafiar a los pescadores. Le dijo a Simón: “Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes para pescar” (Lucas 5:1-4, Nueva Versión Internacional). Pedro al principio se resistió y afirmó que era una pérdida de tiempo, ya que era de día y los peces podían ver y evitar las redes; sin embargo, luego respondió: “Pero, como tú me lo mandas, echaré las redes” (v. 5).

Lo que sucedió a continuación fue verdaderamente extraordinario. Al seguir las instrucciones de Jesús, la red de Pedro y Andrés se llenó tanto de peces que casi se rompió. Sus socios, Santiago y Juan, acudieron al rescate en su barca para salvar la abundante pesca que casi hunde ambas embarcaciones (versículos 6-7). Imagínese la sonrisa en el rostro de Jesús, y el asombro, las risas y la alegría de la multitud que observaba el incidente.

Los discípulos comprenden la necesidad de Jesús en sus vidas

En ese momento Pedro comprendió lo inútiles que eran sus propias obras y que, por sí solas, sus redes bien remendadas no podían salvarlo. Le suplicó a Jesús que se alejara de él, ya que era un hombre pecador que se sentía culpable e indigno. Este pescador sabía que personalmente estaba tan vacío como las redes (versículo 8).

Pero Jesús no se inmutó. Estaba aquí para llenar la vida de Pedro y las de sus compañeros con otra tarea: seguirlo y convertirse en pescadores de hombres (versículo 9). Acababa de mostrarles que no necesitaban esas redes; ¡lo que necesitaban era a él! “No temas”, le dijo, “desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10). Jesús sabía que había llegado el momento. Estaban listos para “lanzarse” a cualquier lugar al que él los llevara, fuera por tierra o por mar, y él siempre estaría a bordo con ellos.

¿Cuál fue la respuesta de los cuatro pescadores? Abandonaron inmediatamente sus barcas (Mateo 4:22; Marcos 1:20) y “dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). Tras levantar sus anclas personales, echaron las redes, salieron de la barca y entregaron su pasado, su presente y su futuro al hombre que los llamaba desde la orilla.

Compromiso pleno, ahora y durante toda la vida

¿Qué tiene que ver esto con usted hoy? Quizá ha mostrado algún interés por las enseñanzas de Jesucristo, pasando cerca de él como los galileos de su tiempo. Incluso es posible que haya tenido breves encuentros con él, como Andrés y Simón al comienzo. ¿Pero es eso todo lo que se desea de usted? ¿O ha recibido “una dosis de realidad”, como Pedro, al darse cuenta de que todos nuestros esfuerzos personales basados en nuestros propios recursos se asemejan a la pesca nocturna de Pedro, y que tenemos las manos vacías?

Dios no quiere simplemente codearse con usted o conformarse con una visita de paso. Lo que él quiere es que usted, con todo su corazón y prestándole atención inmediata a sus palabras, levante su ancla del yo, salga de su barco de vida lleno de agujeros, deje sus redes y obedezca el mandato de Cristo: “Sígueme”. Y no solo una vez, sino una y otra y otra, adondequiera que él lo lleve y sin importar lo que se presente.

Algunos podemos decir: “Yo ya he pasado por eso. ¡Claro que lo haré!” Pedro dijo lo mismo, pero después de esa respuesta inicial y confiada, su compromiso pasaría por más pruebas. El apóstol dejó de fijar sus ojos en Jesús cuando caminó con él sobre el agua y comenzó a hundirse (Mateo 14:22-32), cuando lo reprendió por mencionar que sería asesinado (Mateo 16:22-23), cuando huyó como todos los demás en el momento de su arresto (Marcos 14:50), y al negarlo tres veces esa misma noche (Lucas 22:54-62). Pedro tropezó y todos tropezamos igualmente, incluso después de comprometernos inicialmente “a salir de nuestras barcas” por Cristo.

Renovemos la relación con Cristo

Tal vez algunos de nosotros nos hayamos acostumbrado gradualmente al mundo familiar y cómodo de nuestras redes pasadas, a pesar de que Jesús nos asegura que no necesitamos esas redes, sino que lo necesitamos a él. Sin embargo, Dios es paciente y no nos abandona. Al abordarnos en nuestro terreno familiar, Cristo sigue llamando a las puertas de nuestro corazón (Apocalipsis 3:20). A menudo la vida es un círculo, en el que Cristo nos hace volver para que aprendamos la lección.

En su Comentario al Nuevo Testamento (pp. 491-492), William Barclay pinta una poderosa imagen del regreso de Pedro al punto de encuentro donde su vida cambió. Jesucristo, ya resucitado, se encontraba con los discípulos (ahora por tercera vez, Juan 21:14) en el lugar de Galilea al que les había ordenado ir (Mateo 26:32). Pero ¿por qué? Mientras esperaban su aparición, volvieron a pescar y sus redes nuevamente salieron vacías. Cristo aparece en la orilla y acude al rescate, realizando de nuevo el milagro de llenar las redes de peces (Juan 21:3-8).

Pero ahora Jesús desea que Pedro se “lance” a una relación más profunda con él y llama (¿golpea?) a la puerta de su corazón con preguntas directas. Jesús le pregunta tres veces a Pedro: “¿Me amas?” (v. 15). La primera vez lo dice de esta manera: “¿Me amas más que éstos?” (énfasis nuestro).

Barclay comenta que esto puede significar dos cosas: por un lado, el término “éstos” puede referirse a los condiscípulos de Pedro, de modo que la pregunta es si Pedro ama a Jesús más de lo que lo aman los otros discípulos, haciendo alusión al desprecio anterior de Pedro hacia los demás cuando dijo: “Aunque todos tropiecen por tu causa, yo nunca tropezaré” (Mateo 26:33). Cuando Jesús señala a los discípulos reunidos, Pedro se siente mortificado por sus propias palabras y debe admitir en su corazón que no estuvo a la altura de su compromiso.

Es hora de lanzarse

Pero aquí Barclay propone otra posibilidad: que el alcance de esta alternativa es más amplio. Sugiere que el Cristo resucitado extiende su mano sobre un paisaje más extenso mientras Pedro sigue visualmente los gestos de su maestro y contempla las aguas familiares enfrente de ellos, las barcas varadas en la orilla y las redes secas, mientras Jesús le pregunta: “¿Me amas más [de lo que amas] esto?”

En cualquier caso, Jesús ha creado en este lugar el momento de enseñanza perfecto: ¡Pedro! Recuerda que aquí es donde comenzó todo. Dejaste esta orilla del mar conmigo, y aquí estamos de nuevo. Recuerda: en aquel día caminaste hacia mí en estas mismas aguas. Y sí, te hundiste, pero solo por un momento, y yo te rescaté. Tal como te dije cuando hablamos por primera vez aquí, es hora de “lanzarse” una vez más.

Estaba reiterando hasta el cansancio la realidad eterna: No necesitas esto, ¡me necesitas a mí!

Si acaba de responder a la invitación de Jesús de “Sígueme”, o respondió hace algún tiempo, pero de alguna manera, en algún lugar, perdió el rumbo, este mensaje es para usted. ¡Es hora de lanzarse, y con él a su lado!  BN