Cómo ayudar a quienes están abrumados y cansados

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Cómo ayudar a quienes están abrumados y cansados

Una tarde, hace ya algunos años, fui a recoger a nuestros hijos a la escuela. El día estaba radiante y soleado y el estado de ánimo de los niños parecía estar tan alegre como el clima. Hablaron incesantemente durante todo el camino a casa, pero al llegar a nuestro garaje, una vocecita súbita y acongojada se dirigió a mi desde el asiento trasero: “Mamá, puede que sonría por fuera, pero no por dentro”.

¡Qué levanten la mano los que alguna vez hayan fingido una sonrisa para ocultar las profundas emociones que bullían bajo la superficie!

Pero imaginémonos la situación inversa: ¿le ha sucedido alguna vez que no logró ver las señales que otros pudieron haber dado de que no estaban del todo bien, ya que normalmente suponemos que detrás de cada sonrisa hay un corazón intacto? ¿Se ha visto involucrado en las dificultades de alguien solo para darse cuenta posteriormente de que no captó la verdadera profundidad de la situación? ¿O ha percibido el cansancio y la fatiga espiritual de otra persona, pero simplemente se sintió incompetente para ayudar?

Lo más probable es que sus respuestas a estas preguntas sean sí, sí y sí.

Valiéndome de la perspectiva de ambos lados de esta situación, incluyendo la necesidad de tener que cuidarme personalmente durante muchos años, me gustaría compartir ciertos principios básicos para ayudar a aquellos que están agotados. Mi esperanza es que estemos mejor equipados como cuerpo colectivo para fortalecernos mutuamente con comprensión y amor.

Fíjese cómo describió el apóstol Pablo su actitud hacia otros miembros de la Iglesia de Dios: “Aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido ser exigentes con ustedes, los tratamos con delicadeza. Como una madre amamanta y cuida a sus hijos, así nosotros, por el cariño que les tenemos, nos deleitamos en compartir no solo el evangelio de Dios, sino también nuestra vida. ¡Tanto hemos llegado a quererlos!” (1 Tesalonicenses 2:7-8, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).

Cuidemos de los demás con gestos concretos y gentileza

Poco después de verse envuelto en uno de los sucesos más violentos y dramáticos de la Biblia (1 Reyes 18:39-40), que dio como resultado una victoria moral muy evidente, el profeta Elías temió por su vida y corrió unos 170 kilómetros. Absolutamente desesperado, siguió caminando solo durante otro día entero a través del desierto antes de desplomarse bajo un árbol. Entonces le pidió a Dios que lo dejara morir: “Basta ya, Señor, quítame la vida . . .” (1 Reyes 19:4).

En ocasiones, las personas muy buenas pueden sentirse inadecuadas para manejar los problemas que se les presentan e incapaces de lidiar con el estrés causado por las interminables dificultades.

¿Cuál fue la respuesta de Dios? Cuidó a su profeta alimentándolo. Mientras Elías dormía, Dios envió a un ángel con comida y bebida para animarlo y fortalecerlo físicamente, y lo hizo no solo una vez, sino dos. Más tarde Elías se encontró con el Señor en el monte Horeb (otro nombre para designar al monte Sinaí). Este lugar era muy conocido en la historia de los israelitas porque allí era donde la nación había hecho un pacto con Dios y donde Moisés había estado ante su presencia inmediata.

Aquí había un recordatorio de la relación especial de Dios con su pueblo y la responsabilidad de este hacia su Creador. Tal vez Dios entendió la conexión que sentiría Elías con él en este lugar y que esto le brindaría restauración emocional a su espíritu. En cualquier caso, una vez allí, el Señor cuidó de Elías de una manera muy personal y amable, con “un silbo apacible y delicado” (v. 12). Después de este encuentro Elías se levantó, listo para continuar sirviendo a Dios.

¿Qué lecciones podemos sacar de esto? Juzgar a una persona cansada por su estado emocional no es útil (¡me viene a la mente la historia de Job!), y a veces no son palabras lo que se requiere. Pero identificar las necesidades más básicas –de las cuales una persona cansada con frecuencia no logra percatarse– y procurar satisfacerlas con amabilidad y preocupación es el apoyo que más se necesita. Las personas agobiadas simplemente precisan saber que no están solas, que no están tan aisladas como creen, ¡y que otros sí están cuidando de ellas!

Formas prácticas de ayudar

Después de consultar con muchas personas que están pasando por dificultades inacabables que les han cambiado la vida, compilé una breve lista de formas prácticas de ayudar a otros con su restauración física. Esto incluye cosas como:

Ayudarles a llevar a sus hijos a la escuela o suplir otras necesidades de transporte.

Enviarles una canasta de víveres o una tarjeta de regalo de un restaurante.

Enviarles una tarjeta con un mensaje personal escrito en su interior.

Llevarles una comida casera para compartir juntos si no pueden venir a nuestra casa.

Llevarles algún material de lectura alentador.

Llamarlas por teléfono.

Cortar su césped y podar sus rosales u otras plantas.

Ofrecerles un asiento en la última fila de la iglesia si sabemos que les abruma estar en una multitud.

Pasar un sábado por la mañana con ellos y compartir una taza de té o café.

Regalarles una maceta de flores para su patio.

Ponerse de acuerdo con varios amigos en común para orar por ellos de manera regular y específica.

Cuidemos de los demás mediante la oración

Cuando las personas están desgastadas y batallando contra los problemas es fácil que pierdan la perspectiva y se sientan abandonadas, lo que les dificulta recordar las promesas de Dios. Helen Keller, una extraordinaria mujer que es uno de mis personajes históricos e inspiradores favoritos, dijo: “Lo único peor que ser ciego es tener vista pero no visión”.

Nuestro enemigo a menudo ataca en los malos momentos, aprovechando la debilidad del espíritu y el cuerpo de una persona agotada y haciéndola perder fácilmente la perspectiva adecuada. Muchos estamos familiarizados con las palabras de Pablo en Efesios 6:10-18 en cuanto a ponerse la armadura espiritual de Dios cuando libramos nuestra batalla cristiana por vivir según su voluntad. Es interesante que termine el pasaje con esto: “. . . orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.

¿Se le ha ocurrido alguna vez que además de armarnos personalmente, podemos pedirle a Dios en oración que también arme a los demás? Puede haber días en los que nuestros hermanos en Cristo necesiten nuestras oraciones específicas y apoyo alentador. A continuación, veamos algunos ejemplos de lo que pueden necesitar:

• Nuestra ayuda para abrochar su cinturón de la verdad. ¿Por qué? Porque a veces sus propios pensamientos los llevan cautivos y les mienten. Con mucha frecuencia, nuestros propios pensamientos nos llevan por mal camino. Pero Jesucristo prometió que el Espíritu Santo de Dios “os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).

• Nuestras manos para que se coloquen adecuadamente su coraza de justicia. ¿Por qué? Porque necesitan la protección de Dios en sus momentos de vulnerabilidad y fe en que su justicia llenará el vacío que sienten. Como dijo Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

• Nuestro ánimo para que calcen sus pies con el evangelio de la paz, lo cual necesitan para mantenerse firmes. Helen Keller lo expresó de esta manera: “No quiero la paz que sobrepasa el entendimiento, quiero el entendimiento que trae la paz”. Lo último lleva a lo primero. Como escribió Pablo, “Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes” (1 Corintios 16:13, NVI).

• Nuestra ayuda para que levanten su escudo de la fe. Los dardos que lanza el enemigo pueden colmar de desesperación el corazón de la gente. Necesitamos la clase de fe expresada en Salmos 27:13: “Sin embargo, yo confío en que veré la bondad del Señor mientras estoy aquí, en la tierra de los vivientes” (Nueva Traducción Viviente).

• Nuestras palabras amables recordándoles que se pongan el casco de la salvación. ¿Por qué? Porque la tristeza puede debilitar nuestra mente y pensamientos. Vemos esto expresado en Salmos 42:11: “¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré de nuevo, ¡mi Salvador y mi Dios!” (NTV).

• Nuestra fuerza y apoyo tomando la espada de la verdad y poniéndola en sus manos. Con esta ayuda pueden salvar los obstáculos que les impiden avanzar:

“Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:3-5, NVI).

También note Romanos 15:1: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”.

Cuidemos de los demás con paciencia

Veamos otros aspectos que conviene tomar en cuenta:

• Por un lado, los que sufren quieren sentirse apoyados; por otro lado, no quieren ser reconocidos y etiquetados por sus problemas.

• Por un lado, los que sufren necesitan desesperadamente el apoyo de sus amigos y familiares; por otro lado, se cansan de hablar de su situación una y otra vez.

• Por un lado, el silencio de los demás puede ser tremendamente doloroso para el que sufre; por otro lado, hay momentos en los que el compañerismo puede ser completamente abrumador e inmanejable.

• Por un lado, los que sufren a veces necesitan un amigo con quien reírse; por otro lado, a menudo necesitan un amigo con quien llorar.

¿Suena esto como algo confuso y desconcertante que lo deja a uno inseguro sobre cómo debe responder? Bueno, no se preocupe. Los que están agobiados entienden el enigma porque lo viven diariamente, si no a cada hora, e incluso minuto a minuto. Tenemos esperanza en la eternidad, pero también luchamos con la desesperación; vivimos con fe pero también combatimos la depresión; creemos en la esperanza de las promesas de Dios, pero batallamos contra el desánimo.

Pablo se refirió a la paradoja de la experiencia cristiana. En 2 Corintios 6:10 habla de estar “entristecidos, mas siempre gozosos”, y en Romanos 7:15 nos dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”. En 1 Tesalonicenses 5:14 nos recuerda: “También os rogamos . . . que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos”.

Cuidemos de los demás sin suposiciones

Nunca suponga que alguien demostrará en la superficie lo que realmente está pasando en su interior, o que alguien que necesita ayuda y atención siempre acudirá a usted y se lo dirá. Es muy importante discernir el estado emocional de la otra persona para ser una comunidad de hermanos eficaz y amorosa. ¿Cómo lo hacemos?

La Palabra de Dios puede ser un mapa útil y orientador cuando intentamos discernir las distintas capas y fachadas de cada individuo. Por ejemplo, si nos involucramos y participamos en la vida de los demás, observando y amándonos activamente unos a otros (Juan 13:34), siendo compasivos y amables unos con otros (Efesios 4:32), y animándonos unos a otros (Hebreos 3:13), se hará evidente quiénes son los que necesitan nuestra vigilancia, estímulo y cuidado específico.

Me gusta especialmente Hebreos 3:13, porque la palabra griega traducida como “exhortar” o “alentar” que se usa aquí es parakaleo. Este verbo, que describe de manera muy bella lo que debemos hacer a diario por los demás, significa ser llamado al lado del otro para darle apoyo y consuelo. Este mismo significado se mantiene cuando la forma sustantiva de esta palabra se traduce como “consolador” en Juan 14:16, 15:26 y 16:7.

Mientras nos esforzamos por cumplir estas instrucciones, seamos receptivos hacia quienes enfrentan desafíos: lo que quieren que entendamos, lo que necesitan de nosotros y lo que apreciarían. Veamos algunos ejemplos de lo que ellos tal vez deseen transmitir.

Cosas que sus amigos cansados pueden desear que usted sepa

Gracias por perdonar, porque a veces las respuestas de una persona cansada a los demás no siempre representan la mejor versión de sí misma. Esto no es una excusa para las insuficiencias que deben ser superadas, sino para explicar que las personas que pasan por algo muy difícil y están sufriendo no siempre hacen bien las cosas. Como nos dice Efesios 4:2, “Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las faltas por amor” (NTV).

Gracias por escuchar, porque el deseo de querer comprender sincera y plenamente una situación a través de los ojos del necesitado y no de los nuestros transmite amor y compasión genuinos. “Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).

Y si alguien que sufre nos confía sus dificultades, debemos darnos cuenta de que hacer preguntas indiscretas o de sondeo, intentar presentar todas las soluciones a sus problemas o voltear el diálogo para hablar de nosotros mismos arruinan cualquier conversación. Estas cosas no son útiles y lo único que consiguen es aumentar el cansancio que se sufre. “Todo tiene su tiempo . . . tiempo de callar, tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:1, 7).

Gracias por recordarnos, porque el silencio puede ser devastador. El sendero que lleva al cansancio y la tensión emocional que lo acompaña es increíblemente duro. Si alguna vez los cansados necesitan que su comunidad de personas sostenga sus brazos en apoyo, es ahora. “Todo lo que hacemos, queridos hermanos, es para su edificación” (2 Corintios 12:19, NVI). Y, “Ámense los unos a los otros con amor fraternal” (Romanos 12:10, NVI).

Gracias por respetar nuestras diferencias. Cada uno de nosotros es un individuo único, y también lo es la forma en que lidiamos con las pruebas. Ninguno de nosotros responde exactamente de la misma manera. Apreciamos que comprenda que estamos lidiando lo mejor que podemos y que probablemente no es la forma en que usted lo haría, lo cual está bien.

Cada uno de nosotros está programado de forma única, lo que significa que compartimos nuestros pensamientos con los demás de manera diferente. Por ejemplo, los que viven más públicamente probablemente manejan su situación de forma más abierta, mientras que los que viven más privadamente tal vez lo hagan de manera más discreta. Meditar en estas diferencias nos ayudará a ser respetuosos y a no ofender.

Y finalmente, si alguien le confía un problema personal, pregúntese si es apropiado compartir esa conversación con otros. Si no está seguro, siempre es mejor errar en el lado de la precaución. Colosenses 4:6 nos dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Y Romanos 14:19 dice: “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”.

Como dijo Helen Keller, “Solos podemos hacer tan poco; juntos podemos hacer tanto”. BN